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2249 Words
CAPÍTULO 5 Suelto el delicado papel como si se tratara de un objeto envenenado. “Hace algunos años solías decir que no había nada que no curara el chocolate." La frase me devuelve a ocho años atrás, cuando era una adolescente enamorada de Bastian, recuerdo el día exacto en el que se lo dije. Fue pocos días antes del aniversario de mis padres, antes de escucharle decirle a su hermano lo que realmente opinaba acerca de mí. Llegó de Alemania luego de cuatro años sin venir posteriormente a graduarse e irse a la universidad. Estuve sumamente emocionada por su visita viéndome desilusionada con rapidez pues no lo había visto durante casi las dos semanas que estuvo aquí y ya se acercaba su hora de regresar. Se encontraba estudiando, negándose firmemente a salir de su habitación, siempre había sido exigente y perfeccionista consigo mismo logrando ser notablemente sobresaliente en lo que sea que se proponía. Su madre estuvo lamentándose por lo muy preocupada que estaba por él, que ni siquiera Alfred le había hecho entrar en razón y yo como una loca adolescente enamorada esperé a que estuvieran tan ceñidas en su conversación que no le prestaran atención a nada y me escapé a la casa de los Werner. Para mi suerte la entrada principal estaba abierta, así que no tuve que hacer mucho esfuerzo. Pensándolo bien, el allanamiento de morada es un crimen terrible y hago una mueca de desagrado tan sólo pensar que realmente hice eso por amor. Subí las escaleras del hogar y toque su puerta con insistencia, finalmente, grité su nombre dándome por vencida cuando no abrió segundos después. Recuerdo haberme dado la vuelta con tristeza hasta que le escuché llamarme en un susurro con los ojos irritados y el cabello desordenado. Entré a su habitación que estaba muy desordenada en el área del escritorio. Sin embargo, la cama no parecía haber sido tocada. Una versión muy valiente mía de diecisiete años tuvo el coraje de amonestar a Bastian por no haber dormido ni comido, nombrándole cada una de las consecuencias que pudo haber tenido gracias a su descuido. Hecho que aceptó finalmente admitiendo con vergüenza que quería mantener sus notas perfectas. Para aquel momento, me saqué una barra de chocolate del bolsillo y le dije aquella vergonzosa frase que hoy él me recuerda en esta elegante nota. "Toma, no hay nada que no cure el chocolate" Él me dedicó una de las sonrisas más bonitas que pude haber visto, una sonrisa sincera y chispeante que le achinó los ojos como un niño. Nada de las sonrisas narcisistas que me brinda actualmente. Lo obligué a darse una ducha y a comerse un par sándwiches que le preparé, comió en silencio ante tímida mi mirada y le exigí a alejarse de los libros. Bastian cayó rendido soltando suspiros de cansancio en su sueño, le arropé observando su rostro. Hasta tuve la osadía de acariciar su piel tersa con la yema de los dedos. Al día siguiente, Mildred me saludo con un abrazo y dos ruidosos besos agradeciéndome por haber sacado a Bastian del encierro que se había impuesto. Muerdo el bolígrafo con ansiedad y me reprendo mentalmente. Cuanto atrevimiento de mi parte al ser tan desmedida... Ese fue mi antepenúltimo encuentro con él, antes de que sucediera lo del aniversario de mis padres y me haya negado a despedirme de él antes de partir a Alemania, fingiendo estar enferma y no poder salir de la habitación. —Señorita Bell, ¿Se encuentra bien? Parpadeo varias veces para esclarecer mi mirada y sentarme recta, pues no había notado lo encorvada que estaba hace unos momentos mientras estuve tan concentrada en mis pensamientos. Estaba tan absorta en mí misma que no me di cuenta el momento en el que entró. —Lo lamento mucho señor Donovick. Estoy bien, sólo pensando en algunas cosas... ¿Necesitaba algo? Al llegar le dije a su secretaria principal que... —No, no, está bien. Mi secretaria me ha informado al respecto. Realmente, quería confirmar algo que se escucha en los pasillos —me dice, con la mirada fija en mí. Lo observo con confusión al escuchar sus palabras, no tengo ni idea de lo que está hablando. El señor Donovick mira con desprecio las flores y la caja de chocolates. Por un momento me tiento a preguntarle si le han hecho algo las flores, pero reprimo el pensamiento sabiendo que eso sería irrespetuoso de mi parte. —Así que esto es lo que hacen, remediarlo con flores costosas. —Expresa en voz baja, mientras acaricia el pétalo un tulipán y por un momento creo que lo va a aplastar dentro de su mano. —Discúlpeme señor Donovick, pero no sé de qué está hablando. ¿Todo está en orden? —Pregunto con cautela. —Espero que quién sea que le hizo ese golpe en el rostro, esté fuera de su vida. No me gustaría verla en algún diario de noticias, señorita Bell. —Señor Donovick, no es lo que piensa. Realmente es... —No trate de justificarlo. Creo que el hematoma que ha intentado disimular con maquillaje habla por sí solo. Si necesita ayuda no dude en contar conmigo, de lo contrario, todo está en orden, señorita Bell. Puede seguir trabajando. Mi jefe sale dando un portazo que me hace saltar de la silla. El señor Donovick realmente cree que alguien me ha pegado y lo ha intentado remediar con flores y chocolates. Me rio sola al pensar en explicarle que el golpe es simple resultado de mi hermana borracha a punto de resbalarse con una sandalia y dos hombres demasiado competitivos. Y por supuesto, una pelota que puede rastrear la dirección exacta de mi rostro.  Planteo con mucha firmeza en ir directamente a su oficina y esclarecer los hechos, pero recuerdo el humor de perros que lleva así que decido dejar pasar las horas y hablar con el cuándo las aguas se hayan calmado un poco. Me descoloca su reacción, pero entiendo que a pesar de ser un jefe distante, ha sido comprensivo y justo. Como la vez que suspendió con amenaza de despido a una compañera por humillar al señor de limpieza, o cuando despidió al intolerable pervertido de Víctor porque quería ver por debajo de las faldas. Aún me erizo al pensar cómo se mordía los labios al ver a cualquier mujer a su paso. Trabajo como loca y por algunos instantes extraño la voz de Bridget hablando con emoción y contándome todo lo que ha hecho el fin de semana.  Al llegar la hora del almuerzo me encamino a la cafetería donde me encuentro con Ben, Sandra, Lyd y mi amiga contando algún relato que los hace reír. Varios de mis compañeros me ven raro y susurran a mis espaldas, algo que me hace extrañar e incomodar bastante, aunque estoy más que acostumbrada a los susurros y las risitas ajenas, jamás he logrado ser el centro de atención a esta magnitud. —¿Sabes lo que están diciendo de ti? —suelta Lyd de sopetón, sin siquiera esperar a que me siente. Ben la ve con desprecio negando con la cabeza mientras sigue tomando su bebida. —Hay que coserte la boca, niña —le susurra Sandra. —¿Es que no se lo piensan decir? Es de lo que todos están hablando. —¿Y se puede saber de qué están hablando? —pregunto, ya bastante cansada de que hablen como si no estuviese aquí. Me siento ante sus miradas fijas y un tanto esquivas. —Simplemente vieron el golpe que has intentado cubrir con maquillaje, casualmente Nella vio al muchacho de los envíos llevarte flores y chocolatinas. Ahora todos dicen que tienes un novio abusivo que se ha intentado disculpar con flores y dulces —dice Bridget con una sonrisa en los labios, sabiendo de sobra como me hice el golpe. Pienso algo dubitativa si reír o llorar ante lo que me cuenta, así que prefiero contarles lo que realmente ha sucedido. Al terminar el relato nos reímos ante la atención indiscreta de varios. —Ya sabía yo que ese golpe tuyo tenía algo que ver con una pelota —dice Ben, alzando las cejas y haciendo una mueca. —Estuve según yo cubriéndolo... Durante una hora —confieso con lastima. Pasamos la comida entre sonrisas y chistes y no puedo evitar mirar hasta donde está Nella, la secretaria del señor Donovick que me mira de manera que no puedo soportar. Estoy decidida a esclarecer esto con mi jefe lo más rápido posible. Finalmente volvemos a nuestros puestos, dónde nos encargamos de movernos de acá para allá. Dispongo de la última hora para ir a entregar documentos que Donovick necesita personalmente y que fácilmente le puedo dejar con alguna de sus dos secretarías, pero voy más que dispuesta a ser yo quien se los entregue personalmente. —Hola Nella, ¿El señor Donovick se encuentra en su oficina? —señalo los varios papeles en mi mano y ella se remueve incomoda en su asiento. Cómo si mi sola presencia le perturbara. —Si cariño, yo me encargo de ello. Tranquila —me dice con un tono lastimero bastante fingido que me hace querer rodar los ojos. Nunca he sido participe de odiarnos entre mujeres, pero es que Nella hace que de mi paz interior desaparezca como flash. Se ha encargado de difamar, sembrar problemas y chismes desde el momento de llegada. Varias de sus secretarias renuncian por su actitud y estoy segura de que si no fuera por su gran rendimiento no estaría aquí desde hace mucho. Después de haberse burlado de mí en la fiesta navideña del año pasado por "Parecer un bollo enrollado dentro de ese vestido", me encargué de ignorar cada una de sus provocaciones olímpicamente. —Verás, Nella. Seguro que notaste éste golpecito que tengo en la mejilla, me lo dí con la cabecera de la cama por la emoción del momento. Las flores me las envió mi pobre hombre disculpándose por haber sido tan bruto, ya sabes tú cómo puede cegar el placer. Ahora, ¿Puedo ir a dejarle esto a nuestro jefe? La mujer asiente con la cabeza con una expresión estática que disfruto con mucha satisfacción. Al entrar mi jefe levanta la cabeza entre papeles y me sigue viendo con la seriedad que ya es característica en él. —Mi hermana no suele emborracharse, y cuando lo hace es un desastre —le digo, dejando lo que llevo en las manos en su escritorio, se perfectamente por la cara que me da que no tiene pizca de idea de lo que le estoy hablando—. Así que, por ir detrás de ella intentando que no se cayera con una sandalia que ella misma dejó en el medio me golpearon un balón de voleibol. Y créame cuando le digo que no fue adrede, mi hermano y su amigo hicieron del juego de vóley muy competitivo —explico rápidamente. —Un balón de voleibol —repite, no tan convencido. —Así es, señor. Él sonríe de lado y parece que reprime una risa. Casi sonrío junto a él pero lo evito. —Lamento mucho lo de esta mañana, señorita Bell, sé que pude parecer un energúmeno pero no me tomo a la ligera ningún tipo de abuso. —Lo entiendo, señor Donovick, así que allí tiene su explicación. —Llámeme Elijah, señorita Bell. Supongo que con todo lo que hemos pasado ya no es necesario mantener tanto formalismo. —Le pido lo mismo entonces, Elijah —le respondo sonriente—. Con permiso. Salgo de la oficina sintiéndome bien y le dedico mi mejor sonrisa de triunfo a Nella que aún se le ve sumida en sus pensamientos. Cuando termina la larga jornada laboral del lunes me voy a casa tan rápido como puedo. Al llegar a mi dulce morada, como me gusta decirle a mi cómodo apartamento me dirijo directamente al baño, exfolio mi cuerpo con sumo cuidado y lavo mi cabello a profundidad. Cuando salgo oliendo de maravilla me visto con mi suave pijama de costumbre y veo con rareza la puerta, que tocan con insistencia. Me acerco a ella y observo por la mirilla para quedar sin aliento. —Sé que estás allí, Mellie, puedo ver la sombra por debajo de la puerta —dice Bastian con una serenidad implacable. ¡¿Quién le dio mi dirección?! Quiero tomar mi teléfono e insultar a quién sea que se atrevió a decirle en dónde vivo pero decido abrirle y plantarle mi peor cara. —¿Qué quieres, Bastian? —pregunto, cruzándome de brazos. Él abre la boca para decirme algo pero aparentemente no logra gesticular. Bajo la mirada para averiguar qué es lo que tanto le presta atención y me avergüenzo a recordar que me encuentro sin brasier, así que él pudo ver mucho a través de mi camiseta de algodón. Me volteo para tomar un cojín y cubrirme por lo que el cierra la puerta a su paso y me sonríe al ver el cojín blanco contra mi pecho. —Creo que es muy tarde para eso —dice con una sonrisa ladeada que me gustaría borrarle de la cara. —Bastian... —replico con severidad. Me está provocando a darle con el mismo cojín. El hombre se acerca con un aire de delicadeza y decisión. Trago fuerte al ver cómo se encuentra muy cerca de mí. Su aroma varonil de perfume caro y limpieza me marea en sobremanera. Tiemblo al sentir sus dos dedos tomar mi barbilla para levantar mi rostro contra el suyo. Su barba de días me incita a pasar la mano pero reprimo el sentimiento. Sus ojos me ven con intensidad y puedo asegurar los míos le corresponden. —Aléjate —le digo con la poca cordura que me queda. —Vine a averiguar eso que dicen de los rubios, cariño.
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