Después de que el señor Alexander soltara aquel grito ensordecedor pidiendo alimento, Emily se apresuró aún más a limpiar el desastre en la cocina, con movimientos rápidos y precisos. Mas concentrada que nunca, la chica castaña comenzó a preparar un nuevo estofado desde cero, cortando y preparando cada ingrediente con la mayor velocidad que podía. Mientras trabajaba, reflexionaba que no podía culpar al lobo, pues era un ser salvaje que quizás necesitaba una disciplina más firme o algún tipo de entrenamiento. «Quizás su dueño lo consiente demasiado, aunque, en realidad, un lobo no debería entrar en una cocina», pensó Emily, a medida que terminaba de limpiar y se apresuraba a cerrar las dos puertas de la cocina, tanto la trasera como la principal, para evitar que el lobo volviera a entrar y