Mi Matrimonio Arreglado con el Último Rey Lobo

Hampstead Heath, Londres – año 1830 —¡No puedo más, me voy! —grita la damisela entre lágrimas, arrojándole el anillo a su prometido. Lleno de ira, él grita furioso: —¡Vete ya! —vocifera, cerrando la puerta de un portazo tras la marcha de la mujer. La lluvia cae intensamente afuera y, una vez más, otra candidata a esposa del rey de los lobos ha huido de la mansión, ignorando la tormenta que azota el lugar. Con ella se van las esperanzas de un matrimonio. El hombre se aparta del recibidor, caminando enérgicamente de un lado a otro, poseído por la ira y la frustración. En ese momento, uno de los sirvientes que ha presenciado la escena desde la distancia se acerca al mayordomo y pregunta: —¿Qué podemos hacer, Campbell? Campbell, el mayordomo y confidente del rey Alexander, ajusta su impecable chaleco, sin poder ocultar su preocupación. Como puede, muestra un rostro sereno, acercándose a su majestad como si estuviera aproximándose a una bestia salvaje lista para atacar. —Su majestad, su desmedida ira está ahuyentando a todas las damas que llegan a la mansión. Debe aprender a controlar su temperamento y mejorar su trato hacia ellas. El rey Alexander se voltea para mirar a su mayordomo. El señor de la mansión, de imponente presencia, posee una belleza sobresaliente: rubio, de alta estatura, piel clara, ojos azulados penetrantes y una apariencia masculina capaz de cautivar a cualquiera si tan solo permanece callado y a distancia. Después de echarle un rápido vistazo a Campbell, lo ignora y continúa caminando de un lado a otro. Nada parece capaz de contener el fuego ardiente de su rabia, que parece consumirlo todo a su paso. —¡Ya he tenido suficiente! —ruge el rubio, su voz retumbando entre la gigantesca mansión—. ¡No pienso casarme me rindo ya todo está perdido! Campbell suspira con cansancio, porque conoce el temperamento de su rey, por eso da un paso hacia atrás con cautela. —Su Majestad —El mayordomo traga saliva, observando cómo su señor se pasa las manos por su larga cabellera rubia, echándola hacia atrás—, entiendo tu frustración, pero debe comprender que su responsabilidad es asegurar la continuidad de la dinastía. Usted es el último heredero que puede dar descendencia de lobos, y es urgente que contraiga matrimonio y tenga hijos para preservar nuestra estirpe. En la actualidad, solo usted puede traer a los licántropos puros una vez más... si no lo hace, nos extinguiremos... Un profundo suspiro escapa de los labios de Alexander, sintiendo el peso que carga sobre sus hombros como una carga insoportable. El linaje ancestral y la necesidad de mantener la sangre de los lobos viva lo abruman más de lo que está dispuesto a admitir. —Sé más que nadie la importancia de mi papel, pero ninguna mujer es suficiente ¡Ninguna es adecuada! ¡Estoy cansado, siento que llevo una eternidad en esto! ¿Saben qué? ¡que todos perezcamos y asunto resuelto! ¡Los cazadores cumplirían con su maldito cometido! —ruge con tanta fuerza que, por un momento, los sirvientes observan cómo los colmillos y los ojos licántropos del rey aparecen y, al mismo tiempo que su voz se torna más profunda. Ese grito basta para que el mayordomo y el otro sirviente que estaba ahí presente, se sientan abrumados por la rabieta de su rey Alexander que, con un solo salto sobrenatural, se dirige hacia el segundo piso de la mansión, yendo rumbo a su habitación, cerrando la puerta de un potente portazo. Cuando están solos, el mayordomo y el sirviente intercambian miradas de preocupación, mientras Campbell, el mayordomo, dice: —No nos rendiremos, Thomas—le dice Campbell al joven llamado Thomas—. Si ninguna de las damas de la nobleza desea casarse con nuestro señor, ni tampoco las mujeres sin apellido o prestigio, debemos buscar más abajo en la escala social. —¿Más abajo, Campbell? ¿Propones buscar mujeres de burdeles para nuestro señor? —Si esto no funciona, no nos quedará otra opción, pero aún no tenemos que llegar a ese extremo... —dice pasándose una mano por el cabello mientras se aleja del recibidor donde Alexander había estado. Debemos ir de inmediato a la imprenta y colocar un anuncio para que se publique a primera hora de la mañana. Diremos que se busca a una joven doncella, no mayor de veintiún años, para ocupar el puesto de sirvienta en la mansión Wolfsbone. —¿Piensas engañar a una mujer de esta manera? —Tiempos desesperados, medidas desesperadas... —dice el mayordomo, con la frente en alto, mientras el sirviente camina tras él... A la mañana siguiente: Puerto de West India Docks - Londres Un imponente navío procedente de América del Norte, más precisamente de Nueva York, finalmente arribaba a las costas londinenses. Los tripulantes desembarcaban cargados con sus equipos, mientras el clima gris y una fina llovizna no lograban apagar la alegría de una joven que, con tan solo una pequeña y antigua maleta, descendía del barco, observando expectante el lugar al que el destino la había llevado. Su sombrero protegía su cabello castaño de la humedad, aunque sus hombros ya estaban ligeramente empapados por el tenue aguacero, lo cual resaltaba aún más su sencillo vestido celeste. —Bueno... bienvenida a Londres, Emily, aquí comienza tu nueva vida —se dice a sí misma la jovencita, mientras nota que entre todos los que desembarcan, es la única a la que nadie está esperando—. Ahora, la siguiente misión es encontrar un lugar donde pasar la noche y, luego, un empleo —se dice mientras utiliza su maleta como paraguas para protegerse de la lluvia que se intensifica. Decidida, comienza a correr en busca de refugio, sintiendo su corazón lleno de emoción, sin tener la más mínima idea de que su vida dará un giro radical en ese desconocido país, donde la aguarda un destino que jamás habría imaginado ni en sus sueños más desbordantes...