Para la hora de la comida ya estábamos en casa. Comimos casi en silencio, conversando sin mucho ánimo de cosas superficiales. Era como si nos hubiera caído un barreño de realidad después de la locura ocurrida en casa de Camila. En mi caso, no paraba de preguntarme cómo serían las cosas entre nosotros ahora que se había destapado la verdad. Lo de fingir que no había pasado nada estaba descartado, por descontado, y tampoco podía empezar a tratarla del mismo modo que por el chat. En consecuencia, medía cuidadosamente mis palabras para que no se emborronaran los límites entre amo y padrastro, hijastra y sumisa.
Era imperativo que ella me respetara, que viera en mí no solo a un padrastro, sino también a un amo, por su propio bien. En caso contrario volvería a tontear con los peligros de Intern
