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¿Qué harías si te encuentras a tu hijastra en una web de transmisiones en vivo para adultos?

Un día, Shawn, el padrastro de Victoria, un hombre de negocios ambicioso y con problemas financieros, descubre accidentalmente la cuenta de su hijastra mientras navega por la web buscando satisfacer sus necesidades. Sin que Victoria lo sepa, Shawn comienza a realizar interacciones más frecuentes en las transmisiones, sugiriendo contenido más arriesgado y caliente que aumentan la popularidad del canal, pero también la exponen a situaciones comprometedoras. Al mismo tiempo, Shawn usa su deseo y el de Victoria a su favor descubriendo una atracción s****l bastante intensa entre los dos. Las tensiones aumentan cuando Victoria descubre la verdad sobre su seguidor más fiel y enfrenta la devastadora realidad de la traición de alguien en quien confiaba.

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Estaba chismeando en un foro de venta y compra de contenido pornográfico cuando me crucé con un vídeo que me llamó la atención. Por ese entonces entraba casi a diario al subforo de capturas de Chatroulette, Omegle y Otras plataformas para las webcamers, y por lo general solo ojeaba las previsualizaciones. Los vídeos eran bastante costosos, así que si compraba alguno tenía que ser uno que valiera realmente la pena. Es decir, de chicas entre dieciocho y veintitantos años, delgadas, depiladas, y a poder ser que se les viera la cara y que fueran guapas, y sí o sí debía constar el chat. Me gustaba leer cómo se iban excitando poco a poco hasta el punto de masturbarse frente a un desconocido. El juego previo era, si no imprescindible, un gran punto a tener en cuenta a la hora de decidir si compraba un vídeo o no. El vídeo que lo comenzó todo no cumplía con muchos de los puntos que hasta entonces consideraba indispensables, y sin embargo lo compré sin pensarlo dos veces. Os preguntaréis por qué. El motivo es muy sencillo: conocía a la chica de la previsualización. La conocía muy bien. O mejor dicho creía conocerla, porque nunca imaginé que mi hijastra, mi pequeña, mi princesa, podría exponerse desnuda en Internet. Pero era ella, sin duda. Reconocí la sudadera deportiva y lo poco que se veía de la habitación. Tras ella estaba la estantería que le monté con los libros que le compré, el corcho con sus dibujos colgados con chinchetas de colores. El vídeo terminó de descargarse y le di a reproducir mientras el corazón me bombeaba como si se me fuera a salir del pecho. Me encontraba mal, físicamente y anímicamente. Tenía ganas de machacar a alguien, estaba cabreadísimo, con ella y conmigo mismo. No entendía por qué ella, que siempre había sido tan tímida, que no mostraba ningún interés en chicos, había llegado a hacer eso, por qué había usado el ordenador portátil que me prometió que sería para estudiar para mostrarse desnuda, en directo, frente a un hombre que, por edad, podría ser su padrastro. No entendía nada, si era una apuesta perdida o qué. Era imposible que mi niña se sintiera atraída por ese tipo asqueroso con sobrepeso, velludo y con micropene. Ella era una monada, podía aspirar a más, a otra cosa. Pero en cuanto el vídeo inició supe que no buscaba otra cosa. La palabra de interés que la hizo conectar con él fue “daddy” (en español, “papi”). Él estaba desnudo desde el principio, muy cerca de la cámara. La cara y los hombros fuera de encuadre. La polla erecta apuntaba hacia arriba y apenas sobrepasaba su pubis rasurado. La tenía diminuta, cabezona y medio amoratada, y la masturbaba con el pulgar y el índice. Esa forma de agarrarla la hacía parecer más pequeña, y el hecho de que él fuera tan grande, tan gordo, todavía más. Un enorme torso barrigudo, peludo y con pechos ocupaba casi la totalidad de lo que capturaba su cámara. Era, en resumen, desagradable, así que no tenía sentido que mi hijastra no solo no lo skipeara, sino que sonriera al encontrárselo, como si él fuera a quien había estado buscando desde el principio en ese mar de posibilidades. Él saludó primero, en inglés. Ella respondió en el mismo idioma. Transcribiré la conversación al español. El vídeo lo grabó y lo subió al foro el tipo. Por lo tanto, “You” es él y “Stranger” es mi hijastra. You: hola guapa Stranger: hola papi You: bonita sonrisa You: ¿puedo verte? Eres muy bonita Stranger: no, lo siento Stranger: sin cara Nada más escribir eso, sonrió como si estuviera orgullosa de conservar un mínimo de sentido común. Había acomodado el portátil de modo que la cámara solo la mostrara de nariz para abajo. Para mí seguía siendo más de la cuenta, muchísimo más de lo que cualquier padrastro querría ver de su hijastra, sobre todo teniendo en cuenta lo que ocurriría en breves. Mi niña estaba sentada como un indio, estratégicamente colocada para que la sudadera tapara lo de arriba y lo de abajo. You: ¿quieres ver cómo me corro? Stranger: claro, córrete para mí Stranger: puedo ayudarte si quieres You: por favor Mi hijastra no se hizo de rogar, en un momento se quitó la sudadera por la cabeza y, tal como sospechaba, no llevaba nada debajo. Paré el vídeo, no sabía si quería seguir viéndolo, si quería seguir torturándome. Tenía la polla dura tras ver a mi propia hijastra desnuda. Hacía muchos años desde la última vez que la vi como vino al mundo. No sé si se debía a que soy su padrastro, pero me costaba no verla como la niña que una vez fue. Pronto descubrí que no solo era cosa mía. You: ¿cuántos años tienes? Stranger: 19 Costaba creerlo con ese cuerpecito menudo, esos pechos pequeños, esa cintura tan estrecha y esa sonrisa tan aniñada, tan inocente. Era todo apariencias, por supuesto. De inocente no tenía nada, al contrario. Stranger: dime lo que tengo que hacer You: muéstrame tu coñito Obedeció rápidamente, mi niña estaba ahora abierta de piernas con el portátil acomodado para que se viera bien lo que tenía entre ellas. No exagero si digo que era lo más bonito que vi en mi vida. Una línea cerrada e hinchada, rosada y completamente lampiña. Era evidente que mi hijastra dedicaba más tiempo al cuidado estético de su coño que a sus deberes. El hombre aceleró el ritmo de la paja. No lo culpaba, ni siquiera yo podía resistirme. Incapaz de aguantar más, comencé a acariciar mi polla. Me odiaba y me asqueaba. Tenía ganas de ver a mi propia hijastra, a la carne de mi carne, masturbándose. Me moría por ver cuántos dedos le cabían, si era capaz de correrse. Necesitaba leer sus fantasías. You: tu coñito es muy hermoso You: te lo lamería durante días Stranger: me encantaría eso Stranger: quiero hacer que te corras You: ábrete para mí, bebé Parecía virgen, si es que no lo era. No tenía himen, pero su entrada era tan cerrada que me costaba creer que hubiera albergado a un hombre. O puede que necesitara engañarme con eso para pensar que, pese a lo que estaba viendo, mi hijastra conservaba un poco de su inocencia. Mi puño se cerró alrededor de mi tronco. La paja que me estaba haciendo era monumental. Tenía la polla tan hinchada que en cualquier momento explotaría, y la corrida amenazaba con ser de esas que saltaban en todas direcciones. La idea fugaz de ver mi corrida sobre la pantalla del portátil, sobre el cuerpo de mi hijastra, me puso todavía más cachondo. Ella empezó a hacer círculos sobre su clítoris. El interior de su coño brillaba y latía como si tuviera vida propia. En esos momentos me alegraba de haberle comprado un ordenador caro con una buena cámara integrada, tenía que ver su orgasmo en la máxima calidad posible. El hombre aproximó la boca a la cámara para mostrarle a mi hijastra cómo le comería el coño. Tenía los labios finos y los dientes amarillentos, de fumador, y la barba hirsuta de quien no se afeita con regularidad. Eso, sumado al color medio canoso de la barbilla hundida, me hizo pensar en uno de esos perdedores que se pasan el día en el bar. En definitiva, era lo suficientemente poco atractivo como para bajarle el calentón a una chica, o eso pensaba. Porque a mi hijastra no parecía importarle en lo más mínimo, ella seguía con la boquita abierta, disfrutando. You: eres una putita Mi niña se incorporó un poco para alcanzar el teclado. En esa posición, sus pechos ligeramente puntiagudos quedaban en primer plano y se podía apreciar con claridad la dureza de sus pezones pálidos. Stranger: sí Stranger: fóllame Stranger: dame órdenes papi Stranger: humíllame El hombre seguía moviendo la lengua como un cerdo frente a la lente de su webcam. Era asqueroso y ridículo, y no satisfacía las necesidades de la puta sumisa en la que se había convertido mi hijastra. Una parte de mí deseaba ser él. En su lugar, le habría pedido de todo. Tortúrala, pídele que se pellizque los pezones, que se azote los pechos, el coño. Haz que se agarre del cuello, que se asfixie con una mano mientras se masturba con la otra. Ordénale que se ponga a perrito, que se meta un dedo en el ano. Quería decirle todo eso al cabrón que desaprovechaba a mi hijastra. You: córrete para mí, bebé Eso fue todo lo que le pidió. La mejor oportunidad que tuvo de disfrutar de una chica que está muy por encima de sus posibilidades, y lo único que se le ocurre es pedirle que se corra, nada más. Ella, por supuesto, hizo lo que se le pedía. Recostándose en la cama, siguió con el rítmico movimiento de dedos sobre su más que lubricado coño. Mi mano aceleró el ritmo de la paja, impulsada por la rabia y por la frustración. No pasaron ni dos minutos cuando ese cerdo gordo, inútil y peludo se corrió sobre su hinchada barriga. Una eyaculación triste y escasa, apenas unas gotas que se deslizaron por sus nudillos. Mi hijastra, por lo visto, se contentaba con eso. En cuanto él acercó la mano a la cámara como para que ella lo lamiera, mi niña en seguida reaccionó entregando su boca. Stranger: quiero limpiar tu polla, papi You: gracias por ayudarme preciosa Stranger: de nada Mi hijastra comenzó a lamer sus propios dedos lubricados, mostrándole a ese cabrón ingrato cómo sería que una preciosidad como ella le chupara la polla, y el tipo no se quedó a verlo. Cerró el chat, así, sin más. Por lo visto, le importaba más limpiarse la mano de su escasa corrida que ayudar a mi hijastra, a esa puta obediente, a alcanzar su orgasmo. La dejó con las ganas. No me cabía duda de que ella no se iba a conformar con eso, debió quedarse en la web buscando a otro cabrón que terminara lo que el gordo inútil había empezado. Mi princesa estaba ahí, al alcance de quien fuera lo suficientemente listo como para sacarle provecho. Tras acabar de hacerme la paja, me prometí que el próximo iba a ser yo.

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