En cuanto me miró de esa manera, tan consciente de la manipulación a la que la había sometido, supe que no iba a acceder a mis demandas.
—Haz lo que tengas que hacer —me ladró, para acto seguido marcharse a su habitación.
Podía tomármelo como un reto, y eso hice. En cierto modo ayudó saber que ella lo deseaba tanto como yo. Gracias al spyware que había instalado en su teléfono supe que mi hijastra en ese preciso instante estaba visitando páginas porno, más concretamente vídeos de hombres abusando oralmente de mujeres dormidas.
Me iba a costar esperar hasta la noche. Tras tres cervezas que me dieron las agallas que me faltaban, me encaminé a su cuarto. Debió escucharme llegar, porque el spyware perdió la transmisión de su teléfono poco antes de asomarme por la puerta. Lo más seguro es qu
