Casi Error

1815 Words
—¡¡¡Papá!!! —chilló alterada al verme abrir la puerta. Gracias a dios me había guardado la polla en los pantalones y pude fingir que había entrado sin llamar por puro descuido, porque estaba claro que ella no tenía ninguna intención de cumplir sus fantasías incestuosas. —Perdona, cariño —balbuceé saliendo de su habitación con tanta prisa que no pude ni procesar lo que había visto—, no quería… —¿Por qué no llamas a la puerta? —me reprochó a gritos. —Tan solo quería decirte de ver una película, conseguí que el pendrive funcionara y… perdona… En serio, no quería interrumpir. —Déjalo, papá —me cortó, y la escuché bufar. —Podemos verla otro día —le dije, marchándome de vuelta al salón. La había cagado. No tendría que haberla espiado, y mucho menos tendría que haber entrado en su habitación con la esperanza de follármela. Era mi hijastra y no iba a poder verla como tal nunca más. Las cosas se iban a poner raras entre nosotros. No quería hablar con ella de lo que había pasado, no quería darle una charla de sexualidad ni tener que afrontar que sabía cosas que ningún padrastro tendría que saber. Pero tampoco podía fingir que todo iba bien. Estaba obsesionado con ella, con su cuerpo, con saber qué era lo que pensaba de mí, con conocer sus deseos más oscuros. Usé el spyware para revisar su historial de navegación y me sorprendió descubrir la cantidad de porno que consumía. Todos los días, cada tarde al volver del colegio. Webs y más webs de porno, vídeos de sexo duro, de b**m, dominación y sexo humillante, vídeos incestuosos, de abusos y falsas violaciones. Un montón de vídeos con una fragrante diferencia de edad. Chicas menudas, casi adolescentes, con hombres obesos que podrían ser sus padrastros. Sexo oral. Folladas de boca. Mamadas a pollas enormes. Corridas en bonitas caras sonrientes. Besos negros. Más incesto, y muchos castigos. Chiquillas azotadas suplicando a sus supuestos padrastros que las perdonasen, que serían buenas niñas. Mi hijastra tenía la mente podrida. Pero eran fantasías, nada más. Tenía que recordarlo. Ella, en el fondo, no quería nada de todo esto. Y yo tampoco debería. Era mi hijastra. Mi hijastra. Era lo más importante en mi vida. Así que me sentía asquerosamente culpable de tener la polla dura tras pensar en ella. Mi pequeña había estado consumiendo porno incestuoso mientras se tocaba. Buscaba a hombres maduros que la dominaran y se había excitado al imaginar que su propio padrastro la obligaba a mamársela. No pude refrenarme. Me hice una paja bestial viendo el vídeo que había grabado de ella. Repetía una y otra vez el fragmento en el que el hombre le preguntaba que, si le ponía imaginar que su papi se corría en su garganta, el momento en el que ella se sacudía al borde del orgasmo. A lo largo de la tarde me corrí cuatro veces viendo cómo se corría ella, e iba por la quinta paja cuando levanté la mirada y la vi en la puerta del salón. Las gafas de pasta, la sonrisa aniñada, el cabello recogido en una coleta alta. Esa ratita de biblioteca era muy distinta a la puta sumisa que se me ofrecía en la pantalla del ordenador. Las dos caras de la misma moneda. La miré con la boca abierta, sin saber qué decir. —¿Estás viendo la película sin mí? —me preguntó, curiosa. Me quedé petrificado, fue como si mi alma hubiera abandonado mi cuerpo. Pero entonces ella se me acercó y la poca sangre que no se me había ido a la polla me hizo reaccionar a tiempo. Cerré el vídeo antes de que se asomara. Por suerte me había estado pajeando bajo la mesa, así que era imposible que mi hijastra supiera qué era lo que estaba haciendo. —Huele raro, ¿no? —dijo, abanicándose la nariz. —No sé, no huelo nada —respondí a la defensiva. El salón debía apestar a la corrida acumulada en mis calzoncillos. Me levanté para ir a limpiarme y a cambiarme, pero me detuve al notar que ella me miraba con atención, casi suspicazmente. —¿No íbamos a ver una película? —dijo, dejándose caer en el sofá. —Sí, en seguida vuelvo. —¿Estás bien, papá? —Sí, es que… siento lo de antes… Negó con la cabeza tímidamente. Las mejillas ruborizadas. La sonrisa vergonzosa. Como si la hubiera pillado haciendo una travesura. —No, perdón por gritarte antes —me interrumpió. Parecía que quería decir algo más, así que me quedé allí plantado como un tonto hasta que me di cuenta de que quizá solo lo había imaginado, y me sentí todavía más torpe al notar que mi polla seguía medio erecta en mis pantalones y que quizá se notaba la mancha de corrida. Tragué saliva y asentí, nervioso. Ella se rio ansiosamente, incómoda ante mi silencio. —Ehm… pues eso, que ahora vuelvo —mascullé. En el baño, dejé los calzoncillos manchados en el cesto de la ropa sucia, me lavé la polla y me puse unos limpios. Pensé en cambiarme también de pantalones, pues olían mal pese a parecer limpios. Tras pensarlo un momento decidí no cambiármelos. Era pronto para ponerme el pijama, y no quería que mi hijastra notara que me comportaba raro, sobre todo después de haberla pillado masturbándose frente a su portátil. Una vez de vuelta al salón me esforcé por aparentar normalidad mientras conectaba otro pendrive idéntico a la Smart-TV. Tenía varias películas de thriller y de terror, sus favoritas. Puse una cualquiera. Lo que menos me importaba era ver la película. Mi hijastra, a la que había visto masturbándose, de la que conocía sus gustos sexuales y sus filias más oscuras, estaba sentada a mi lado con unos shorts cortos de algodón que estilizaban sus apetecibles piernas. Traté con todas mis fuerzas de mantener la mirada alejada de su cuerpo, de sus pequeños pechos. Pero me costaba horrores. Bajo la fina camiseta no llevaba nada, era evidente por cómo se le marcaban las areolas. —¿Qué pasa? —preguntó, notando mis miradas furtivas. —Nada —mentí, con la vista ahora clavada en la tele. —¿Es por lo de antes? Me masajeé las manos con nerviosismo, asintiendo. —Fue raro —dijo, riendo con la cara encendida. —Sí. Fue raro. No quise interrumpir. —Lo sé. ¿Podemos hacer como si no hubiera ocurrido? —Claro, cariño. Lo siento. De veras. Ella le quitó importancia con un gesto, aunque estaba claro que le pesaba tanto como a mí. Evitaba mirarme a los ojos y parecía encogerse en su sitio. Estaba muriéndose de vergüenza, si fingía estar bien era solo por no preocuparme, por no enrarecer nuestra pequeña burbuja familiar. —Lo que hacías… —comencé a decir, hecho un lío. —Papá —se quejó, como suplicando que no siguiera. —Lo que hacías… está bien. O sea, es normal —terminé. —Papá, no quiero hablar de eso. —Lo que quiero decir es que no te veré distinto por hacer eso. Estás en la edad, no me importa que lo hagas. Tú siempre serás mi princesa. —¡Papá! ¿Podemos ver la película? —me pidió. —Solo quería que lo supieras. Negó con la cabeza, abochornada. Quizá era mejor que fingiéramos que no había pasado, como ella decía. Para mí era mucho más difícil, por supuesto. Me iba a costar olvidar su cuerpo desnudo, el movimiento de sus dedos en su clítoris, su boquita entreabierta. Pero valía la pena el esfuerzo si con eso podía recuperar la rutina de tenerla a mi lado. Eso es lo que me dije al verla medio adormilada en mi regazo. Tras una hora de película, había acomodado la cabeza en mi muslo. Le puse el fino cabello castaño tras la oreja. Era una monada. La quería muchísimo, no quería hacerle daño. Paseé los dedos por su cuello grácil y por su hombro. Ella cerraba los ojitos de gusto. Parecía tan pura que me costaba creer que fuera la misma que se entregaba al primer cabrón que la maltratara verbalmente en Internet. —¿Te gusta? —pregunté con voz queda, acariciándola. —Sí —suspiró con esa vocecita aterciopelada. Mi polla empezaba a ponerse dura. Su cara estaba lo bastante cerca como para captar el olor de las corridas que se había adherido a la tela. Puede que no le molestara impregnarse de la corrida de su padrastro, al fin y al cabo se había masturbado fantaseando con cómo le llenaba la boca de ella. —¿Estás cómoda? —pregunté, nervioso y excitado, la polla durísima. —Sí —dijo de nuevo, como hipnotizada por mis caricias. Mis dedos le recorrían ahora la cintura y la cadera, donde su camiseta se le había subido un poco. Tenía los pezones duros, bultos diminutos en el centro de sus abultadas areolas. Continué el recorrido desde su cadera hasta sus muslos, sin recrearme demasiado, temiendo asustarla, e hice el camino de vuelta pasando por su estrecha cintura, sus costillas, su hombro y su cuello, haciéndola suspirar de placer, quizá de excitación. Pensé que si seguía así, poco a poco, podría llegar a meterle la mano bajo la camiseta y que ella se dejaría tocar los pechos, que gemiría con mis pellizcos y que accedería a chupármela, que probablemente deseaba hacerlo tras haber estado esnifando el olor de mi corrida todo este rato. —Eres guapísima —le dije, arrepintiéndome de inmediato. No era algo que un padrastro le diría a su hijastra después de haberla pillado masturbándose. Por suerte, no se molestó, al contrario. En su bonita cara angelical asomó una sonrisa adorable y adormilada. Estaba como en una nube, disfrutando. Probé suerte, y mientras le acariciaba la cintura dejé que su camiseta subiera junto con mi dedo, tocando piel desnuda. Mi mano adulta se quedó paralizada en su vientre plano, un poco más arriba de su ombligo, tan cerca y tan lejos de sus pechos. —¿Estás bien? —pregunté con la respiración quebrada. Ella no respondió; de su boquita escapó un suspiro afirmativo, una señal que me invitaba a llegar más lejos, lo que me dio miedo. Me aterrorizaba no saber hasta dónde sería capaz de llegar con mi propia hijastra. —¿Papá? —masculló, al notar mi intranquilidad. En mi regazo estaba esa chiquilla guapísima que me miraba como si me pidiera que siguiera, como si me lo suplicara, más bien. La miré, y supe que no lo hice como un padrastro. Pellizqué cariñosamente su vientre. —Pesas un poco —mentí, carraspeando. Ella se incorporó apurada y se acomodó la camiseta, consciente de dónde estuvo mi mano, de lo cerca que habíamos estado de cometer un error.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD