Cachonda

2768 Words
Esa misma tarde, cuando llegó a casa después del instituto, no podía mirarla a la cara, y mucho menos dirigirle la palabra, mis manos seguían manchadas (metafóricamente) con la paja que me hice en su honor. —Hola papá —exclamó nada más cruzar la puerta, ajena a mi malestar. Parecía imposible que mi niña, esa chiquilla estudiosa con gafas y trenza de raíz, fuera la misma que acababa de ver masturbándose. Por mucho que el porno pretenda erotizar el uniforme escolar, a ella la hacía verse todavía más inocente. La falda tableada, la blusa y los zapatos de charol la infantilizaban a un punto que a duras penas aparentaba catorce. —¿Otra vez te tienen a deshoras haciendo reuniones? —preguntó. Fingí estar demasiado absorbido por el meeting (ella está acostumbrada, es lo que tiene trabajar en ciberseguridad de una gran empresa, que estás de reuniones continuamente). No levanté la mirada del portátil ni me quité los cascos, incapaz de enfrentarme a su buen humor y a su sonrisa. —Que te sea leve —dijo ante mi silencio, encogiéndose de hombros con los pulgares metidos por las correas de su mochila. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia su habitación. No pude evitar mirarle el culo, el contoneo de la falda demasiado corta. Una parte de mí quería follársela mientras que la otra se decía que no podía ser ella, que me había equivocado, que solo se le parecía; que, de algún modo, había una zorra en alguna parte del mundo que tenía la misma ropa y el mismo cuarto con exactamente los mismos libros en la estantería y los mismos dibujos en el corcho y que encima era prácticamente idéntica a ella. Necesitaba salir de dudas. Parte de mi trabajo consiste en identificar las debilidades del sistema, prevenir los ciberataques y finalmente combatirlos si se diera el caso. Eso requiere que conozca a fondo sus métodos, y para ello nada mejor que ponerse uno mismo a trastear en el código del virus. Tengo un pendrive con un software de espionaje que estudié y modifiqué. Es un cabrón escurridizo, basta con conectarlo a cualquier unidad para que empiece a enviar en directo todo tipo de datos al dispositivo que se le haya configurado, desde las teclas que se pulsan (perfecto para robar contraseñas) hasta una grabación nítida de la pantalla o de la webcam (ideal para chantajes); además de crear una copia en un entorno virtual de los archivos del usuario hackeado. La única pega del virus es que a un hacker no le sería fácil introducir el pendrive en un ordenador con información sensible. Eso, por supuesto, no era un problema para un padrastro que quería ver una película. —Perdona que te moleste —me disculpé tras llamar suavemente a su puerta, asomándome un poco—, ¿puedo probar si este pendrive funciona en tu ordenador? He descargado algunas pelis y por lo que sea no me lo lee la Smart-TV. El portátil tampoco me lo lee. Es raro, antes iba. Hice como que no vi el rubor en su cara, su sobresalto. Mi hijastra se estaba estirando la falda mientras me pedía que le diera un minuto. No era la primera vez que había estado a punto de pillarla masturbándose, lo hacía con tanta regularidad que tenía mérito no haberla visto antes. Es lo que tiene ser padrastro soltero y hacer la colada de tu hijastra: todos los días me encontraba los signos de su masturbación compulsiva, es decir, sus braguitas manchadas por una buena cantidad de jugos. Nunca me había importado, la verdad. Prefería que se tocara en casa a que estuviera teniendo sexo con algún c*****o que después le rompería el corazón. Era una adolescente, al fin y al cabo. Me parecía completamente normal que explorara su cuerpo, estaba en la edad. Lo que no me parecía tan normal y sí me importaba era que se tocara frente a desconocidos por la webcam. Eso era todavía más peligroso que lo de acostarse con capullos. Lo de los capullos no deja pruebas, por lo menos. No quería ni pensar cuántos vídeos de ella habría en Internet. —¿Papá? Puedes pasar. Tenía la cara completamente roja enmarcada por su cabello destrenzado, lo que sumado a sus gafas de pasta le daba aspecto de estudiante ejemplar, de delegada de clase, de ratita de biblioteca. No parecía de ningún modo la clase de chica que se desnuda frente a una webcam, y sin embargo ahí estaba, sin saber cómo sentarse, tan inquieta que seguro que no llevaba nada bajo la falda. Estuve a punto de dejarlo estar. —Pon el pendrive a ver si funciona —me dijo, dejándome sitio a su lado. No me atreví a sentarme en la cama junto a ella. Me aterrorizaba tanto como me atraía la idea de tener esos muslos desnudos en contacto con los míos, su carne adolescente al alcance de mi mano. Le di el pendrive para que lo introdujera ella misma. Lo hizo y ocurrió exactamente lo que esperaba: nada. Era como si no lo hubiera detectado. Le dije que le diera unos segundos, que a veces tardaba. Nos quedamos en silencio mientras tanto. Era incómodo, los dos estábamos tensos y en la habitación olía a sexo, a orgasmo interrumpido. Ella no paraba de toquetearse la falda, lo que inevitablemente atraía mi atención. —No funciona —sentenció, mirándome. Me pilló de pleno. —Está bien, sácalo —respondí hecho un manojo de nervios. En vez de arrancarlo de un tirón, que es lo que habría hecho cualquier chiquilla que quiere quedarse a solas cuanto antes, se tomó la molestia de expulsar el pendrive de manera segura, como cabría esperar de una ratita de biblioteca cuyo padrastro trabaja en ciberseguridad. Le había enseñado bien. —¿Necesitas algo más? —preguntó con una risita ansiosa que más bien me parecía un jadeo de excitación, tendiéndome el pendrive. Nuestras manos se rozaron por un segundo. Las cosas habían cambiado, lo tuve claro en ese preciso instante. Había dejado de ser mi hijastra, no podía verla con los mismos ojos después de saber que era una zorrita sumisa que fantaseaba con que un hombre mayor la dominara. Estaba ahí, sin bragas, y me había pedido a mí, a su propio padrastro, que me sentara a su lado. Nada me impedía castigarla. Merecía un castigo por puta. —¿Papá? —insistió. Negué con la cabeza. Apreté el puño alrededor del pendrive y salí de su cuarto sin decir una palabra. Cerré la puerta a mis espaldas sabiendo que de un momento a otro mi niña estaría abierta de piernas frente a su ordenador, masturbándose para cualquier hombre que no fuera yo. Una vez en mi despacho conecté el programa asociado con el spyware y en seguida tuve en mi portátil una vista perfecta de lo que ella hacía en el suyo. Lo primero que hizo fue abrir el navegador de Internet. Había cerrado la ventana con prisa cuando llamé a la puerta antes, el navegador le ofrecía la posibilidad de recuperar las pestañas que tenía abiertas. Entre ellas, estaba el traductor de Google, Omegle y un par de páginas porno. Puesto que la vista de su pantalla no me permitía saber qué vídeos tenía abiertos, usé una función del spyware para descargar su historial de búsqueda de ese mes. Ella por su parte ya estaba iniciando sesión en Omegle. Pese a saber que uno de sus intereses era “daddy”, me sorprendió que tuviera más y que todos estuvieran destinados a conectar con un hombre dominante que la humillara: b**m, game, submissive, ddlg… Mi polla brincó en mis pantalones. Me la agarré fuerte por fuera, todavía no iba a empezar a pajearme. Quería correrme con ella, y de momento no había hecho más que acomodar la cámara. La muy zorra tenía práctica, la webcam mostraba el mismo encuadre que en el vídeo: desde la nariz hasta las rodillas. También estaba sentada del mismo modo, a lo indio. La sombra triangular que se formaba entre su falda y sus muslos era de lo más prometedora. Traté de comprobar si efectivamente estaba sin bragas subiendo el brillo del portátil, sin éxito. No podía más, necesitaba verla desnuda cuanto antes. Tenía la polla durísima y mi mano estaba sobre ella, masajeándola por voluntad propia. Mi niña estaba ahí, en su cuarto, a apenas diez metros de mí, buscando a un hombre mayor con el que calentarse. Pero no terminaba de decidirse por ninguno. Uno tras otro, los saltó a todos, hasta que coincidió con uno que debería rondar los cincuenta, muy canoso, que le escribió un mensaje tan largo y tan rápido que por fuerza debía tenerlo copiado. Supuse que lo pegaba en el cuadro de texto y lo enviaba rápidamente a todas las chicas. Puede que fuera eso y no el mensaje lo que llamó la atención de mi hijastra, que el tipo solo buscara a una putita sumisa y obediente, sin importarle quién. Transcribo la conversación al español. Esta vez, puesto que el spyware me muestra la pantalla de mi hijastra, “you” es ella y “stranger” es el viejo. Stranger: hombre de 50 dominante busca putita sumisa y obediente que cumpla con todo lo que se le ordene. ¿Eres tú la afortunada? You: no lo sé… ¿lo soy? Mi niña sonreía como si de verdad se sintiera afortunada. Stranger: depende de ti Stranger: necesito que seas obediente Stranger: ¿lo serás? You: sí, papi Stranger: muéstrame tus pechos Ni corta ni pereza, se dispuso a desabotonar su blusa para mostrarle sus pequeños pechos. Pálidos, erguidos y con los pezones duros. Era la clase de pecho que invita a dejar chupetones y marcas de dientes. Stranger: buena puta You: gracias papi You: ¿qué más hago? Stranger: pellizca tus pezones Mi hijastra obedeció sin hacerse de rogar, primero el derecho y después el izquierdo. Los pellizcó, los retorció y tiró a conciencia de ellos. Stranger: me gustan tus pechos, son azotables Stranger: los dejaría amoratados You: por favor Ella misma lo hizo, se abofeteó los pechos desde abajo, haciéndolos botar un poco. Era tan pálida que en seguida tomaron un precioso color rojo. Stranger: chúpatelos You: no llego Stranger: inténtalo Mi hijastra se acunó los pechos empujándolos hacia arriba lo máximo que pudo y dobló el cuello con la lengua fuera, sin alcanzarlos. Los tenía muy pequeños para cumplir esa orden, y el tipo lo sabía. Le había pedido que se los chupara para verle la cara y no lo consiguió por poco. Lo único que se vio es que llevaba gafas. El cabello la protegió, por suerte. Como padrastro, estuve a punto de irrumpir en su habitación para evitar que llegara más lejos. Pero tenía toda la sangre en la polla y no quería dejar la paja a medias. Stranger: me encantan las chicas con gafas Stranger: te echaría mi corrida en la cara, manchándotelas You: me encantaría You: te la chuparía toda Stranger: ¿eres buena chupando pollas? You: nunca he chupado una You: me gustaría empezar con la tuya Stranger: ¿eres virgen? You: sí You: ¿es eso un problema? Noté cómo le cambiaba la cara a mi hijastra, había dejado de sonreír. Stranger: no, eso me gusta Stranger: es más fácil entrenar a una virgen Stranger: ¿te gustaría que te entrenara como a una puta? You: sí papi Otra vez apareció su sonrisa. Estaba inclinada sobre el teclado, escribía con una mano mientras se toqueteaba el pezón con la otra, y se veía buena parte de su cara, sin llegar a los ojos. Pero su sonrisa, su nariz respingona y la parte inferior de sus gafas de pasta estaban en pantalla. Stranger: eres muy mona Stranger: te asfixiaría mientras te follo You: me encantaría Stranger: te destrozaría a pollazos You: desvírgame papi Stranger: mis manos alrededor de tu cuello Stranger: y mi polla en lo más profundo de ti Stranger: entrando y saliendo Stranger: duro y rápido You: tu polla en mi coñito virgen You: abriéndome Esa zorra ya no era mi niña. Estaba muy cachonda, podía verlo en el modo en el que se mordía el labio, en cómo se retorcía el pezón. Stranger: seguro que estás muy apretada Stranger: muéstrame tu pequeño coño virgen, puta En un instante se reclinó hacia atrás y abrió las piernas, mostrándole (mostrándome) su coñito rosado en todo su esplendor. Como imaginé, no llevaba nada debajo de la falda. Era de locos que antes me ofreciera un sitio a su lado en la cama. Había estado masturbándose y seguro que seguía mojada y cachonda cuando entré en su habitación. You: ¿te gusta, papi? Tiró de ambos lados de su pequeño coño y fue como si me lo ofreciera a mí, no a él. Yo era su papi, me había pedido que me sentara a su lado mientras estaba sin bragas, me había pillado mirándole los muslos y me había preguntado si necesitaba algo más estando así de cachonda. Stranger: me encanta, zorra Stranger: qué putita eres You: soy muy puta, papi Stranger: tan joven y ya eres así de putita Stranger: cuando pruebes una polla lo serás todavía más You: quiero tu polla en mi coñito virgen You: fóllame Stranger: mereces un castigo You: castígame Para entonces ella ya se estaba masturbando furiosamente con dos dedos que entraban y salían a toda velocidad de su estrecho coño. Me agarré la polla e imité el ritmo de su masturbación para imaginar que era yo quien la estaba penetrando. Me moría por follármela y estaba convencido de que mi hijastra era tan zorra que habría accedido a todo si en ese momento hubiera entrado en su habitación ejerciendo mi autoridad como padrastro. Stranger: azótate el coño Lo hizo, y no una ni dos veces, sino cuatro, cinco, seis. Stranger: te ataría y te follaría durante días Stranger: te destrozaría el coño a pollazos, pequeña zorra Más azotes, más masturbación agresiva, su boquita abierta, los pezones duros, el coño rojo por el trato duro al que está siendo sometido. Stranger: te alimentaría solo con mi corrida Stranger: ¿eso te gustaría verdad, perra? You: sí, dame de beber de tu polla You: quiero la leche de papi Una mano sobre su clítoris, la otra en su boca. Stranger: quiero oírte gemir Stranger: gime para mí You: no puedo hacer mucho ruido, papi You: no estoy sola Stranger: ¿vives con tu familia? Stranger: ¿no te excita que te oigan? Stranger: ¿que puedan descubrirte? You: antes casi me pilla mi padrastro You: sí me excita Stranger: ¿qué pasó? Mi hijastra había dejado de masturbarse, estaba doblada sobre el teclado y su sonrisa traviesa y excitada quedaba cerca de la cámara. Era una niña mala que disfrutaba fantaseando con dios sabe qué. No pude evitar volver a pensar en ella haciéndome sitio a su lado, en su muslo desnudo. You: estaba masturbándome y mi padrastro entró en la habitación You: por poco no me descubre Stranger: ¿y después entraste a Omegle a terminar? Stranger: ¿tan cachonda te dejó? You: mucho Stranger: ¿qué harías si entrara ahora? You: no lo sé Stranger: ¿te calienta imaginarlo? Stranger: imagina que entra con la polla dura Stranger: ¿qué harías? Stranger: ¿se la chuparías? Mi niña no respondió, se recuestó sobre la almohada y se metió los dedos doblando bien arriba las rodillas, separando mucho las piernas. Estaba muy muy cachonda, y me sentí fatal que como padrastro valorara en serio lo de entrar en su habitación en ese momento y meterle la polla en la boca. Stranger: eres una putita Stranger: me encanta que siendo virgen seas tan zorra Stranger: gime, gime alto, puta Stranger: quiero que él te escuche y entre Stranger: quiero ver cómo te folla la cara Stranger: te excita, verdad, ¿zorra? Stranger: ¿verdad? Stranger: te excitaría que tu papi se corriera en tu garganta Entonces lo hizo, gimió sin contenerse. Era la primera vez que oía la voz de mi hijastra de esa forma, tan suave, tan femenina y tan hambrienta. La escuché gemir como una puta en celo mientras su ano latía y sacudía las caderas como si estuviera a punto de alcanzar un potente orgasmo. A la mierda, pensé. No quería correrme en mi mano cuando podía hacerlo en la boquita de mi hijastra. Ella lo estaba pidiendo a gritos. Me metí la polla durísima en los pantalones y fui hacia su habitación. Entré sin llamar.
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