Perdiendo Oportunidades

1596 Words
Las cosas siguieron con normalidad los días siguientes, si es que se puede considerar normal que un hombre se masturbe compulsivamente pensando en su pequeña hijastra adolescente. Ella tenía buena parte de culpa: todas las tardes entraba en Omegle y me ofrecía, sin saberlo, un nuevo espectáculo s****l. Cada vez era más lanzada, en seguida se mostraba para cualquiera, a veces incluso antes de que se lo pidieran. También empezó a ver más porno incestuoso. Entre todos esos vídeos había uno en particular al que siempre volvía, el de confianza, el que le aseguraba un orgasmo rápido. Era una grabación amateur con lo que parecía una cámara oculta. La escena recordaba mucho a lo que ocurrió en el sofá. La muchacha del vídeo, apenas unos años mayor que ella, se está quedando dormida cuando su padrastro comienza a tocarla bajo la ropa, primero los pechos y poco a poco entre los muslos. Ella se despierta con la mano de él dentro de sus bragas, y en vez de enfadarse o asustarse, se deja hacer. Gime y se contonea, corriéndose. Entonces se incorpora, se pone a perrito en el sofá y empieza a chupársela mientras él le acaricia el culo. La cámara estática, colocada en algún sitio cerca del televisor, no permite ver si él le está metiendo el dedo en el ano. La boca de la chiquilla sube y baja en la polla del hombre. Él acompaña la mamada, le marca el ritmo colocando la otra mano sobre la cabeza de ella. Termina en la boca de su hijastra, quien se levanta del sofá, quizá para escupir la corrida. Él no deja que se vaya, la agarra del codo y la tira de cara contra el respaldo, la agarra por las caderas y se la mete de un empujón. La cámara apenas permite ver el cuerpo de la muchacha, él es tan grande que la tapa. La calidad tampoco ayuda. Pero no importa, me pone de todos modos. Lo mejor del vídeo era saber que mi hijastra había fantaseado con eso. Tenía tantas ganas de follármela que la evitaba siempre que podía. Ella notaba que algo no iba bien, notaba mi mal humor y parecía hacer todo lo posible por estar conmigo, como si así pudiera arreglarlo, como si quisiera compensarme por algo malo que terminaría por descubrir. En el fondo debía sentirse tan culpable como yo, si no más. El caso es que proponía planes, insistía en que comiéramos y cenáramos a la misma hora y buscaba cualquier tema de conversación solo por evitar esos silencios incómodos que se habían vuelto tan habituales. Una parte de mí quería contarle la verdad, quizá con la esperanza de que dejara de verse a sí misma como un bicho raro. Si descubría que su padrastro también tenía ese tipo de fantasías quizá se sentía un poco mejor consigo misma. Por supuesto, no se lo conté. En su lugar, seguí evitándola y espiándola mientras me decía a mí mismo que era la mejor forma de protegerla, de otros y de mí. Temía que si seguía haciendo lo de mostrarse por Omegle tarde o temprano alguien acabaría por reconocerla. Eso es lo que estuvo a punto de ocurrir esa tarde del viernes. Mi niña conectó su webcam con solo una sudadera cubriendo su cuerpo y en cinco minutos encontró a un cabrón al que mostrarse. El tipo debía de tener más o menos mi edad, y nada más verla le escribió diciendo que se subiera la camiseta, a lo que ella obedeció sin pensárselo. Me frustraba que ese don nadie pudiera disfrutar así de una muñequita como mi hijastra mientras yo me tenía que conformar con hacerme pajas. Ponte a perrito, le dijo él. Ella, cómo no, lo hizo. Botó sobre la cama y puso su culo redondito frente a la cámara. Un melocotón pequeño con una hendidura virginal entre sus perfectas nalgas. Mi puño se movía con rabia en mi polla. Lo que daría por tenerla así frente a mí, pensé. Lo que ella daría por que su padrastro la pusiera así, más bien. Ella fantaseaba cada día con eso. Ella, mi hijastra, mi niña, quería ser desvirgada por papi. Estaba a punto de correrme cuando me detuve. En una esquina de la imagen se veía la cara de mi hijastra, quien miraba por encima del hombro para asegurarse de que mostraba un buen primer plano de su coño. Era solo el perfil de su rostro, sí, y en parte lo tapaba el cabello y el hombro, sí, pero era suficiente para reconocerla. Podía estar grabándola y podía subir el vídeo a Internet para que todos vieran la angelical cara de mi niña al final de ese apretado cuerpo de puta sumisa. No podía permitir que ocurriera. Interrumpí la paja para llamar a su puerta. —Princesa, ¿puedo pasar? —pregunté, al no recibir respuesta. Otra vez, nada. —¿Cariño? —insistí. Traté de entrar, pero había bloqueado la puerta. —Peque, ¿va todo bien ahí dentro? —pregunté, tratando de sonar más preocupado que enfadado, mientras empujaba con más fuerza. La muy zorra me estaba ignorando mientras se masturbaba, seguro. Lo confirmé al volver a mi portátil. El spyware me mostraba a mi hijastra abierta de piernas, boca arriba, metiéndose el mango de un cepillo del cabello a toda velocidad en su estrecho y enrojecido coño. En el chat leí que tras haberme escuchado llamando a su puerta, él le preguntaba por mí, a lo que ella le respondió que era su padrastro abusador, quien la había estado tocando sexualmente desde que era una niña. Mentira. Era evidente que era mentira. Pero él le preguntaba al respecto de todos modos. Mi hijastra le dijo que la obligaba a chupármela todas las noches. Él le preguntó si eso la excitaba. Mi hijastra respondió que sí, que le encantaba la leche de papi. Él le aseguró que también lo haría si tuviera una hijastra como ella. Ella puso la cara frente a la pantalla, mostrando demasiado. Basta, me dije. Regresé a su puerta. Llamé de nuevo, esta vez con más autoridad, y le ordené que abriera a la de tres. No me hizo caso, y golpeé la puerta con la palma de la mano abierta, casi gritando. —O me abres ahora mismo o te arrepentirás —le advertí. Tardó más de lo que me hubiera gustado, pero lo hizo. —¿Qué hacías ahí dentro? —pregunté, agarrándola de un brazo. —Perdona, papá, no te escuché —respondió con su falsa vocecita de niña buena, señalando los cascos alrededor de su cuello. El portátil seguía abierto sobre su cama. —¿Qué hacías? —la acusé, señalando el portátil con el mentón. —Nada —se quejó, forcejando—. Me haces daño. —No quiero que bloquees la puerta —me expliqué, soltándola. —Merezco un poco de privacidad, ¿no crees? Era como si admitiera que estaba masturbándose. Carraspeé y aparté la mirada de sus grandes ojos acusadores, de su cuerpecito menudo, de los pechos incipientes bajo la enorme sudadera. —¿Estabas…? —Dejé la frase a medias. Frunció el ceño, asqueada. Evidentemente no quería hablar de ello. —Perdona, cariño, no quería interrumpirte —mascullé. Ella negó con la cabeza dejando escapar una risita nerviosa. Tenía que irme, me lo estaba pidiendo con su silencio. Pero me costaba alejarme de ella. La tenía a un metro escaso, había frustrado su orgasmo y su fantasía incestuosa y sabía que no llevaba nada bajo esa sudadera. Intenté no mirarle los muslos desnudos, sin éxito. —Esto… pensarás que soy un idiota, ¿verdad? —balbuceé. —¿Por amenazarme con echar la puerta abajo? —me reprochó, de brazos cruzados y con una impaciencia más que evidente. —¿No decías que no me habías oído? Bufó rodando los ojos. Estaba hartándose de mí. —Es broma —me disculpé—, en fin… me voy, te dejo acabar. —¡¡Papá!! —se quejó. —Bueno, me imagino que te habré cortado el rollo —bromeé. —¡Papá, lárgate! —chilló, empujándome hacia la salida. —¡No te sientas incómoda, te dije que me parecía bien! —exclamé, riendo por puros nervios, quizá tratando de salvar la situación con humor. Cerró la puerta en mis narices y la escuché llamarme idiota desde el otro lado. Le advertí que me tratara con más respeto, que para eso soy su padrastro, pero me estaba riendo y probablemente no me salió muy creíble. El spyware no se volvió a conectar a su portátil, lo que significa que o no se masturbó o que no necesitó el ordenador para hacerlo. Puede que mi visita la hubiera dejado lo suficientemente cachonda como para valerse con su imaginación para alcanzar el orgasmo. Esa teoría ganó puntos cuando revisé cómo terminaba su conversación de Omegle. Lo último que había dicho mi hijastra antes de cerrar el chat, fue: “Lo siento, tengo que abrir a mi papi. Es la hora del castigo.” Por mucho que me repitiera a mí mismo que solo era una fantasía, que no lo deseaba de verdad, me arrepentí de no haberla castigado cuando tuve la ocasión de hacerlo. Estaba desnuda bajo esa sudadera y podría haberla tirado sobre la cama para dejarle el culo rojo a azotes, podría habérmela follado mientras le hundía esa bonita cara contra el colchón, y en vez de eso solo jugué la baza de papá bromista y comprensivo. Había perdido esta oportunidad, pero habría otras.
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