Orestes, demandante y resolutivo

2116 Words
—Orestes, hola —escucha la voz de su prima Aurelina desde el otro lado de la línea. —Auris, ¿cómo estás? —la saluda fingiendo dulzura cuando en realidad estaba molesto. Está en su casa en Grecia, son las dos de la madrugada. Estaba en esa hora donde el sueño suele ser más profundo. El de él en ese momento lo era. Sabía que Aurelina no lo llamaba por una situación de emergencia, es una mujer joven pero con tendencias a actuar como lo hace su madre, es imprudente y un tanto desconsiderada. —Aquí organizando la lista de invitados para la recepción, ya sabes como son estas cosas, quitan un tiempo horrible… —Auris —Orestes la interrumpió—. ¿De verdad me estás llamando para hablar de la lista de invitados? ¿Ya viste la hora que és? —hizo una pausa y alejó el móvil de su oído, recordó que al parecer ella se ubica solo en su espacio, su reloj biológico y cuando quiere en el reloj analógico o digital que pueda atraversársele por el camino—. Aquí en Grecia son las dos de la madrugada, ¡Por Dios! —¡Qué amargado eres! —exclamó su prima—. En fin, ya todos sabemos lo que das, esperar algo adicional es pedir mucho a la vida —resopló—. Solo quería recordarte que estás entre los invitados y que debes asistir con esa novia misteriosa que todos queremos conocer de una vez, tanto nuestra abuela como tu madre andan ansiosas. Ya es hora que superes el trauma de Nadiuska. Orestes torció los ojos. —Está bien, diles que cuenten con mi presencia, casualmente ese día tendré una reunión con unos posibles clientes, me conviene ese viaje, hago algo útil y luego aprovecho a perder el tiempo matando es la curiosidad —le dijo de manera un tanto odiosa. —¡Qué odioso eres! Pero está bien, confirmado —comentó Aurelina y colgó así sin más. Sin poderse creer la forma tan ligera en la que su prima llevaba la vida, Orestes dejó el teléfono sobre la mesa de noche y apagó la lámpara para retomar su descanso. —Señor —Dilia, su ama de llaves llamó su atención. Estaba terminando de desayunar para irse a la empresa y al mismo tiempo distraído revisando su correo en su tablet. Levantó la mirada. —La niña Isis está inquieta, debe ir a su revisión pediátrica y dice que no irá si usted no la lleva —le informó la mujer. —Busque una solución, estaré ocupado todo el día, no tengo tiempo para perder en esas cosas —dijo mostrando su característica frialdad. —Disculpe si insisto, la niñera y yo llevamos una hora intentando vestirla y no se deja, usted no ha escuchado todo el alboroto que ha armado, pero ha sido algo difícil lograr que nos haga caso —le aclaró mirándola con cierta aprensión porque le da temor de su reacción. Por lo difícil del carácter de Orestes, los empleados y más Dilia que constantemente tiene que hablar con él, cuida mucho qué cosas comunicarle y cuáles no. Es un hombre que lleva la administración de su casa como si fuera su empresa, Isis es uno de esas áreas más complejas, para él muy tediosa porque nunca tiene una solución permanente; y es de esperarlo porque como todo niño, reclama atención, y tiempo es algo de lo que él no dispone, las ocupaciones diarias lo llevan todo el tiempo abstraído en aumentar más y más su patrimonio. Centra su atención en el trabajo y el resto de las ocupaciones las delega. Es más fácil distribuir hasta los afectos que Isis debe y necesita recibir entre sus empleados. —No sé cómo le van a hacer, es solo una niña —contestó en tranquilidad, se puso de pie y dejó la servilleta a un lado del plato—. Me voy, me llamas solo si es algo de verdad importante —agregó con una voz firme, lo que llevó a Dilia a no insistir. No era la primera vez que abogaba por la niña para que él hiciera algo para prestar atención a sus constantes manifestaciones de carencia afectiva de parte del único de sus dos progenitores que tiene al lado, y quien parece no ver la importancia de esa atención para Isis. Sin mirar atrás con la tablet en su mano, Orestes tomó la chaqueta de su traje y avanzó hacia la entrada de la casa, donde se detuvo para ponérsela y viéndose al espejo la ajustó y se detuvo de repente porque su teléfono móvil captó su atención al comenzar a vibrar dentro del bolsillo de la cara interna de la chaqueta que recién se había puesto. —Licenciado —la voz de Migdi, su secretaria invadió su cavidad auditiva—. Tenga un buen día, espero no ser imprudente. —Buenos días, Migdi, ¿Alguna novedad? —Le llamo para preguntarle si ¿ya puedo enviar los informes al empresario Gottin? —inquirió la chica—. Acaba de llamar para preguntar si estaba listo, le respondí que no tenía conocimiento pese a tenerlo sobre el escritorio. No sé si deba hacer alguna modificación o está listo para ser enviado a los abogados del empresario. —Envíalo —le respondió y colgó la llamada sin dar más detalle. Se trata del empresario con el que debería reunirse en Massachusset en su viaje a Estados Unidos la semana siguiente. Por esa reunión es que decidió aceptar la invitación de Aurelina al compromiso de matrimonio de su hermana, Claudia, también prima de él. En una actitud apática, volvió la atención a su imagen y guardó el teléfono en el lugar de donde lo extrajo. Solamente dio un paso y chocó con algo, al bajar la mirada pudo ver que a un lado de la puerta estaba el carro eléctrico de Isis, se enfadó pues ese no era lugar para dejarlo. Resopló y tomó el estuche donde lleva la tablet y estiró la mano para abrir la puerta principal de la casa y salir al exterior. Miró al exterior y pensó cuánto habían cambiado las cosas en esos últimos tres años, sobre todo para él que se había proyectado llevando una vida distinta de la que tenía en el presente. Jamás descartó la posibilidad de ser padre, pero no uno soltero, y menos por las razones más desgraciadas en la que la vida suele poner a algunas personas en su lugar al hacerlas conscientes de que no todos los que lo rodean son transparentes en las emociones que se cuidan en demostrar. —Buenos días, señor Vasileiou —lo saluda el jardinero. —Buenos días, José —le respondió y avanzó hasta su automóvil estacionado en el área de aparcamiento al frente de la entrada principal. Como si hubiera bajado el interruptor de su escasa vida familiar, apenas abordó el auto, su mente comenzó a organizar los pendientes que tenía en la empresa. Pasó el resto de la mañana entre una reunión que previamente había sido fijada y la revisión de algunos informes y planos de unas embarcaciones que debía aprobar de inmediato para dar la orden de la construcción de las mismas en uno de los astilleros que tiene en Italia. Era cerca del mediodía cuando Migdi lo llamó por el intercomunicador. —Licenciado, disculpe la interrupción —la voz de la mujer invadió el silencio y la tranquilidad que había en su despacho. —Dígame. —Le recuerdo el almuerzo que tiene con la señorita Sara —le informó Migdi. —Hmm, lo había olvidado por completo —reconoció—. ¿A qué hora es? —Reservé en el restaurante Oroscopo a la una y treinta, Licenciado —respondió Migdi. Orestes dudó en si cancelar o no el almuerzo, no estaba de ánimos, miró su reloj y luego hacia el ventanal como si afuera encontraría una respuesta que lo motive, y claro que la consiguió. Sara era una vieja amiga, de esas con las que no tiene bien definido qué son. Suelen salir a comer, cenar, tomarse un trago, y en muchas de ellas, terminan la velada en la habitación del hotel favorito de Orestes o en la casa de la mujer. Al permanecer soltera, le permite ir a visitarla cuando él quiera o simplemente ella lo lleva allí o lo invita. El hecho es que si decidiera que no asistiría al almuerzo, Sara no se complicaría con reclamos dramáticos propio de algunas mujeres. Por la percepción que él tiene de su estilo de vida, entiende que Sara no busca ataduras y eso para él resulta conveniente. Después de su separación con Nadiuska, y luego al descubrir tantas verdades de su pasado, decidió no volver a atar a nadie. Nadiuska falleció en un accidente en lancha y le dejó la pesada obligación de ver por una niña que para él era un peso superior al que implicaba llevar de manera simultánea varias empresas en diferentes partes del país. Tan compleja era la crianza de un hijo y más si es niña que prometia ser tan caprichosa como su difunta madre, que muchas veces se sentía abrumado, y sobre todo cuando dentro de su ser se guarda tanto resentimiento y preguntas con respuestas que bien sabía no podían ser respondidas porque simplemente, quien estaba en el deber de hacerlo, ya no estaba. —En media hora saldré al restaurante, ah y por favor, cancela la reunión y las llamadas de la tarde, no regresaré —le informó a su secretaria. Debía darse un respiro y no había mejor forma que proponerle a Sara comenzar y terminar ese almuerzo relajados. Colgó la llamada con su secretaria y recostó su prominente espalda amplia sobre el espaldar del sillón, estiró sus piernas y luego las abrió a lo máximo que le daba su flexibilidad al imaginarse todo lo que podría hacer con tan espectacular mujer en el resto de las horas que quedaban de ese día. Comenzar y terminar cogiendo a plena luz del día en un espacio abierto, pero lujosamente decorado y con todas necesidades bien cubiertas. De inmediato vino a su mente el hotel Myconian Ambassador Relais & Chateaux, tomó el teléfono local y marcó, en cuestión de segundos tenía una reserva hasta el día siguiente. Nada le impedía comenzar esa terapia de relajación a medio día y culminar en la mañana del día siguiente. Bastante trabajaba para darse esos premios que compensaban considerablemente la tensión en la que llevaba su vida día a día. No es de quejarse, pero syd e reconocerse a sí mismo cuando el cuerpo le pide volver sobre su presente, el real, el que le anuncia que está necesitado de una buena dosis de sexo para equilibrarse y retomar la rutina con buen ánimo. —Sara —la saludó apenas escuchó que la rubia contestó su llamada. —Orestes —respondió con sensualidad. —Cambio de planes —le anunció sin molestarse en caer en el preámbulo con el que todas las personas inician las conversaciones telefónicas. Eso a él no le importa, y Sara conoce a la perfección su forma de ser y actuar. Orestes no se anda con rodeos, no maquilla las situaciones para dopar a su presa cuando su mayor deseo es comérsela, y Sara siempre está dispuesta a ser devorada por él. Es un amante incansable, capaz de provocar los más deseos absurdos y los orgasmos más placenteros que ha experimentado en su vida. —Pero, ¿cómo así? —protestó la mujer—. Ya voy en mi auto en camino al restaurante. —No te preocupes, solo tienes que desviarte del camino y buscar la autopista hacia el puerto, ahí busca la pista de aterrizaje y espérame dentro de tu auto si ves que no he llegado. Voy saliendo para allá —le dijo él en tranquilidad y le dio final a la llamada. La capacidad demanda y resolución en Orestes es firme y sobre todo la obediencia que espera recibir de parte de las personas que lo rodean, no espera respuesta, da por sentado que apenas él ha propuesto las personas acceden sin dudar, porque simplemente no ofrece nada que lleve implica una promesa ventajosa para el destinatario de esa propuesta. No acepta un no. Y en caso de obtenerlos se retira para siempre, lo que no ha experimentado en toda su vida, por eso analiza y piensa muy bien en sus opciones. No se va de bruces a ofrecer oportunidad en un lugar donde desde el comienzo advierte una situación desventajosa. Así ha sido en su vida personal y en los negocios.
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