La prometida imaginaria

1484 Words
Tan placentera había comenzado esa velada que Sara no pudo contener un gemido de largo aliento. Intentó disimular para no hacer ruido, pero Orestes la ponía a volar y a olvidar el espacio y hasta la moralidad. —Mmm, mmm, mmm —jadeó una y otra vez, no pudo contener el temblor de su cuerpo y sus piernas parecían moverse de manera involuntaria. Orestes sonrió al ver su reacción, eso le gustaba, ver a su amante retorcerse y emitir sonido para él era signo de que estaba haciendo un buen trabajo. La pasión siempre se le ha dado bien, no ha habido la primera mujer que le ponga una queja por no haberla dejado de piernas temblorosas, y el estómago contraído de lo profundo de sus orgasmo, tanto que la respiración se le corta por segundos y terminan suspendidas entre el limbo y ese lugar cercano al clímax en su última frecuencia. Gozoso, abandonó su cavidad y escondió su satisfecha virilidad en el bóxer. —¡Rico todo! —exclamó en un susurro Sara con una sonrisa de oreja a oreja. Solo tenía fuerzas para eso porque sus piernas quedaron colgadas del borde de la cama que había en el pequeño compartimiento que tenía en su avión. No pudo contenerse, nunca lo hacen cuando están juntos. Es tanta la pasión que hay entre ellos que no miden el lugar donde les provoque saciar sus instintos. Los dos tienen el mismo nivel de locura. Orestes es un hombre serio de poco sonreir, pero perverso en el sexo, ahí es donde suele sonreir, la pasión lo vuelve risueño, y las mujeres que escoge para matar las ganas terminan siendo tan igual o peor a él. —Eres divina, ¿te lo había dicho? —le preguntó pasando un dedo por los chorreantes labios de su cavidad vaginal. Sara había quedado tan agotada que no se molestó en cerrar las piernas. La vergüenza para ella no existía ya, y menos con Orestes, la había visto en diferentes poses y tanto que si él quisiera podría esculcar allí y ella no iba a oponer resistencia porque aunque quedaría más agotada sabía que el agotamiento valdrá la pena. Con Orestes todo vale la pena. —No, primera vez que me lo dicen —adujo con picardía en un juego donde fingió sorpresa. —Me encanta ser esa primera vez —contestó él y se llevó el dedo a la boca, lo chupó y le guiñó un ojo—. Iré a ver qué sabor tiene esto mezclado con una copa de champagne. —Si estuviéramos solo los dos te daría a beber directo de esta copa —le dije abriéndose más para mostrarle su intención. —Aguarda, ya falta poco para llegar, esto es solo un abreboca a lo que promete el resto de este día —le dijo en un susurro con voz enronquecida y abandonó la habitación. El resto de esa tarde, apenas llegaron al hotel se sumergieron en el jacuzzi y luego de comer unas cuantas frutas Orestes la arrastró hasta una esquina donde sin compasión alguna hizo de Sara su máquina de desahogo, no pensó, no quería, solo deseaba sentir, y con el viento golpeándole su húmeda piel la hizo suya en diversas poses, no hubo reclamos, solo gemidos y pequeños gritos de placer que se escucharon en toda la habitación y seguramente en algunos niveles, pero al estar en un lugar apropiado para dejar volar el deseo, poco les importó. Allí cenaron y volvieron a entregarse, y solo al día siguiente, orestes complacido de haberse relajado como lo había querido, retomó su imagen del empresario serio y responsable. Había pedido a la tienda del hotel una muda de ropa para no tener que ir a casa a cambiarse. —Como siempre, te ves guapo —lo alabó Sara parada detrás de él. Lo iba a abrazar y él evadió el gesto, no es hombre cariñoso, no le sienta bien, y ella lo sabía, solo que por momentos olvida la personalidad tan huraña del hombre que vuela todos sus sentidos. —Vamos, no quiero llegar tarde a la empresa —le dijo él en una orden. Había pasado por completo el chip de la pasión. Tomó la bolsa donde le enviaron el traje que llevaba puesto y en su lugar guardó en ella la muda con la que llegó la tarde anterior. Abrió la puerta de la habitación y sin cuidar si Sara iba o no detrás de él, se encaminó hacia el elevador manipulado el teléfono en su otra mano. —Ya voy en camino, prepara el avión, debo llegar en media hora —le ordenó al piloto a quien había llamado al despertar. Para no distraerse marcó a su secretaria y con ello ignoró por completo a su acompañante que pese a demostrar estar acostumbrada a esa reacción del día después con él, se sintió mal. Ella aceptaba esa relación sin compromiso, no dudó en dar el paso, pero había momentos donde la actitud de Orestes le recordaba cuán humana era, y que pese a ser una mujer osada no estaba exenta de sentir más allá de la piel, y era lo que comenzó a experimentar esa mañana cuando iba detrás de él. Abordaron el avión y él se retiró a un lado para revisar su teléfono, Migdi le había enviado un contrato que debía enviar urgente, por lo que se sumergió en la lectura del mismo, y en ello se le fue el tiempo, olvidándose por completo de su acompañante. —Te llamo en la semana —prometió y se inclinó para depositar en su mejilla un beso carente de afecto, solo era una mera formalidad—. ¡Qué tengas un excelente día! Y así sin más se giró sobre sus pies sin esperar a ver qué pudiera decirle ella en respuesta, no le interesaba, no se preocupaba por nada más que no sea el sexo con Sara, el resto de la vida de ella para él era algo que no existía. Como si hubiera bajado el interruptor de encendido del Orestes lujurioso, avanzó hacia su automóvil con la confianza de un felino dispuesto a comerse el pavimento al que debía enfrentarse ese día. Su vida se resume en el trabajo, en él es donde volca toda su vida, ha sido su psicólogo durante esos años. No es de hablar de su vida con nadie, no lo considera prudente, prefiere dejar pasar el tiempo, y por confiar en el tiempo es que en silencio mientras miraba el tráfico frente a él agradeció la fortaleza que había tenido en ese tiempo. —Buenos días señor —Lo saludó Migdi—. Ya corregí el contrato y se lo dejé sobre el escritorio para que lo revise por última vez —la chica se puso de pie y tomó su tablet para seguirlo—. Hace un momento lo llamó su ama de llaves. —¿Alguna novedad en casa? —preguntó en tranquilidad. —No, la señora Dilia no dio detalle, solo preguntó por usted y como le dije que no estaba se excusó —le explicó la mujer—. Adicionalmente llamó… Por espacio de un cuarto de hora le dio un reporte de los pendientes, lo que le dio la oportunidad de aislarse de todo. No le dio importancia a la llamada de Dilia, porque si hubiera sido por algo urgente lo hubiera llamado a su teléfono personal. Asumiendo su papel trabajó como autómata por el resto del día, ni salió a almorzar, no estaba dispuesto a permitirse otro descuido como el día anterior. Al final de la tarde, después de firmar unos documentos, giró el rostro para tomar la taza con el café que le había dejado Migdi cuando vio en una esquina del escritorio un sobre finamente tallado, lo tomó por curiosidad y lo abrió, comprobó que era la invitación al matrimonio de su prima, se recostó sobre el espaldar y colgó la cabeza en la parte alta de este para mirar al techo mientras mentalmente se debatía entre si asistir o no, y en caso de hacerlo a quién llevaría. Su familia esperaba que llevara a la novia imaginaria que tuvo que decirle a Aurelina que tenía para que lo dejara tranquilo. Tal mujer no existía, pero gracias a ella su familia estaba esperando que apareciera con la mujer que supuestamente había hecho el milagro de hacerlo cambiar de opinión. Consideró en llevar a Sara, y al segundo siguiente la descartó, rápido pensó que no podía confundir el maravilloso sexo que tenían con su familia. No quería involucrarla más allá de lo que ella representaba para él. De llevarla seguro estaba que le daría un giro a la relación que no tenían. No quería pero esa simple tarjeta que tenía entre sus manos se le estaba convirtiendo en un pequeño conflicto que no estaba preparado para manejar.
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