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El Error del Despiadado Millonario

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Coincidir con la persona equivocada y en el momento que creyó más oportuno. Un hombre con apariencia de ser un ángel por sus acciones, aunque mal encarado y prepotente. Así lo creyó Peyton Wilson cuando Orestes Vasileiou llegó a su vida, justo en ese preciso instante en el que veía su fin. Aceptar la propuesta de Orestes de ser su prometida por una noche, terminó por convertirse en la peor de sus pesadillas. En rehabilitación después de haber estado tres meses en coma por una enfermedad que la condenó a estar temporalmente dependiente de otro semejante y débil, recibió una sorpresiva sacudida de acusaciones y malos tratos de parte de Orestes por hechos que no recordaba haber cometido.

Empeorando más su sufrimiento, Peyton recibe amenazas de él con quitarle a su hija, lanzando una nueva acusación que la confundió y desestabilizó al punto que terminó accediendo a hacer lo que él le ordenó, volver a actuar el papel inicial, pero conviviendo como la pareja perfecta.

La convivencia entre ellos terminó por mostrarle a un Orestes convertido en un ser sin alma, un hombre capaz de destruir de un zarpazo las emociones de Peyton, quien no estaba en capacidad para sostener un enfrentamiento donde era evidente la disposición de ese hombre en acabar con su cordura, eso porque a él todo le indicaba que ella había llegado para destruirlo, volverlo el guiñapo que estaba luchando por no repetir si dejaba que el amor derribara las barreras que a fuerza construyó para no caer en error.

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Prologo
~//~ —¿Si estás llamando desde un número local es porque supongo que por fin estás aquí con esa flamante novia que todos anhelamos conocer? —inquirió su prima Audris. Orestes se sintió rebasado por la total ausencia de discreción de su prima. Por lo general no le da importancia a sus comentarios, pero el tema de la supuesta novia que él se tuvo que inventar para que dejara de insistir en presentarle mujeres con la intención de lograr volver a incurrir en el error de caer en una relación que no quiere en su vida. No desde la última experiencia. —Llamaba para saber si mi madre está entre ustedes —le manifestó en un tono de voz odioso, evadiendo con toda intención responderle. Se sentía fastidiado de lo exagerado que le estaba resultando la insistencia de todas las mujeres en su familia en que debía recomenzar su vida, que ya había vivido el tiempo de duelo suficiente para dar el paso que para ellas era el ideal de todo hombre, y más él en su situación. Era un padre soltero. Audris era la que más insistía en que se había encasillado mucho tiempo en duelo. «¿Duelo? ¿Cuál duelo?» se preguntaba constantemente cada vez que alguna de ellas caían en la misma interrogante. Para Orestes, nunca ha existido esa palabra, no se permite caer en sentimentalismos, estimaba que no tenía tiempo para ello, simplemente no quería formalizar ninguna relación en su vida, y le enojaba que un grupo de mujeres ociosas constantemente pretendieran hurgar en su vida como si fuera el diario de distribución gratuita de la ciudad, al dominio de todo aquel que ellas quieran que se interesen en su vida. Para Orestes era importante que las personas se interesaran en su vida, claro que era así. Deseaba ser reconocido, pero como el empresario exitoso que se había preocupado llegar a ser, y no como el padre soltero desesperado por conseguir una mujer para amarrar su vida a la hipocresía de un matrimonio donde uno de los dos, según su juicio la mujer que ellas escojan, finja amor y felicidad para atraparlo, asegurarse una vida cómoda y a escondidas engañarlo con cualquier otro. —Mi tía Laura no ha llegado —le respondió Audris—, llamó hace dos horas que venía llegando, pero ya sabes como es, se distrae en cuanta tienda se le atraviesa en el camino —agregó, su prima, la promotora de toda esa locura. Así como va a casar a su hermanita menor, quiere que suceda con Orestes, pero él gracias a su desagradable experiencia recién vivida tres años atrás, había preferido mantenerse lejos de todo eso y, sobre todo, de Audris. Miró el reloj, este marcaba cerca de las cinco y cincuenta y cinco de la tarde y fue más que consciente de que de la agencia aún no le enviaban a la mujer que solicitó como dama de compañía para esa noche, y que no al enviarían. Comenzaba a subir de nivel su estrés. —No me vas a decir ni siquiera ¿qué tan bella es? —insistió Audris en referencia a la misteriosa prometida. Se incorporó de la cama donde había estado reposando luego de llegar de la reunión y decidió a bajar a la recepción. ~//~ Acostada en la camilla, a la espera de su turno para ser llevada a la sala de rayos x, lugar donde le harían la última tomografía, la que definiría si los médicos darían el paso que tanto Peyton había implorado porque no se diera, que en su lugar sucediera un milagro que la alejara de ese lugar que tanto escalofrío le producía. No quería entrar a un quirófano. Se estremeció, sintió su cuerpo como en estado febril, y esa sensación la llevó a sentir escalofríos y a retrotraer su mente quince días atrás. Inicio del Flashback: —¿Señor, no ve que aún está húmedo el piso? —reclamó Peyton enojada. Llevaba toda la tarde limpiando el séptimo de los diez pisos del pasillo del ala norte del hotel donde la enviaron desde la mañana. Se sentía fatigada, casi sin respiración, lo que le anunciaba la necesidad de darse un descanso, pero no podía, no debía detenerse, parar era un dolor de cabeza totalmente distinto y superior al mal que la aquejaba. Cada vez que el subconsciente le advertía de la necesidad de un descanso, se daba fuerzas y retomaba la actividad que estuviera haciendo y más si era en hora de trabajo. La presencia del hombre la tomó por sorpresa, se suponía que los conos señalizadores de la prohibición temporal del paso eran más que evidente para que cualquiera entendiera que debía parar por unos pocos minutos, no obstante ello, él lo ignoró deliberadamente y pasó por todo el centro del pasillo que acababa de lustrar, lo consideró un abuso de su parte. Esa actitud de prepotencia hizo que A Peyton se le subiera algo más que la presión, sintió un mal humor incontenible, quería dejar todo tirado e irse a casa, anhelaba acostarse y cerrar los ojos por espacio de una hora, pero la vida no le permitía hacer eso. Al salir de ahí debía atender otras obligaciones. Al ver que el hombre ni se inmutó ante su comentario, sabiendo que necesitaba el empleo se mordió la lengua bajo un enfado tremendo, dejó que terminara de pasar y colocó otro cono que cualquiera que lo viera sabría interpretar como una prohibición, él la ignoró por lo que Peyton tomó dos más de los cuatro que le sobraban y los juntó de mala manera para llamar su atención. No lo logró, el hombre siguió por el largo pasillo y ella le dio la espalda para volver a trapear por el mismo lugar que el descarado marcó con sus lujosos zapatos casuales. Hasta eso detalló Peyton del hombre que estaba odiando. Mientras azotaba el piso de porcelanato pulido con el trapeador, pensó que era evidente que ese hombre tenía muchísimo más dinero del que ella podría imaginar en su paupérrima vida. El aroma de su loción fue la guinda de la torta a su mal humor, y no era porque fuera desagradable, para nada, solo que sintió que el mismo era tan exquisito que no se correspondía con la actitud prepotente y mal educada del hombre que acababa de estropear unos cuantos minutos, para ella importantes, de su reducido tiempo. Orestes curioso giró levemente la cabeza para mirar a la mujer que le acababa de reclamar, buscó fulminarla con la mirada, pero al terminar de voltear se encontró con que la chica le estaba mostrando una imagen que le hizo cambiar de opinión, inclinada sobre contenedor rodante donde vertió el trapeador para humedecerlo, le regaló una visión completa de sus caderas, y la extensión de sus nalgas bien torneadas y provocativas asfixiadas por la tela del uniforme. … «¡Wow!» sintió una sacudida en su entrepierna, y en su pecho, algo extraño para él. La desconocida físicamente le gustó. Sacudió la cabeza ante el pensamiento y la reacción de su cuerpo y avanzó hacia el ascensor. —Hey —escuchó una voz masculina y bastante grave. No prestó atención porque estaba segura de que nadie allí la conocía y por ende la estaba llamando. Por fin estaba saliendo del hotel. —¿No escucha que la estoy llamando? Peyton no solo escuchó la voz autoritaria sino que también, en simultáneo sintió la sacudida brusca con la que fue obligada a girar sobre sus pies para prestar atención a quien fuera el atrevido. —¿Usted? —cuestionó molesta al ver de quién se trataba—. ¿Qué carajo le pasa? —reclamó—. ¿Por qué me maltrata? Apenas ella hizo esa observación él la soltó como si tocara brasa ardiente. —¿Cuánto? —escuchó que le preguntó el desconocido después de soltar la respiración y de mirarla una vez más de arriba hacia abajo—. ¿Cuánto me cobra…? —¿Cobrarle para qué? o ¿por qué? —preguntó extrañada, se zafó de su agarre y pensó que ese hombre estaba enfermo de la cabeza, no tenía otra explicación. Estresado por la hora que era para ese entonces Orestes no razonaba, por lo que se le estaba haciendo fácil cometer un error. Era normal, la rabia que tenía no le permitía mantenerse tranquilo. —Ya —Peyton lo vio que se puso la mano en el pecho. Había bajado las escaleras desde el décimo piso corriendo y del mismo modo se dirigió al área de servicio donde le dijeron que ella se había ido. Al negarse a que se le hubiera ido la única que creyó serviria para lo que estaba necesitando corrió detrás de ella. Su tabla de salvación, así estaba viendo Orestes a la parada frente a él. —Quise decir —dijo Orestes con claridad finalmente, suspiró y adoptó una parada erguida, en ese momento sí se parecía al hombre odioso de arriba—, mejor dicho preguntarle, ¿accedería usted a asistir a un evento conmigo si le ofrezco…? Peyton escuchó que el desconocido pronunció una cantidad de dinero que para ella pareció un juego, una ilusión, sus oídos se taparon después de escucharla. —Señorita, ¿escuchó lo que le dije? —preguntó el hombre y volvió a sacudirla. Peyton se enojó porque le estaba pareciendo un hombre abusivo y agresivo. —Le decía que no solo debe acompañarme a esa recepción, sino también pasar esta noche conmigo —agregó dejándola más impactada—, como mi novia, mi prometida. Por esa razón la considerable suma de dinero. Enmudecida lo miraba una y otra vez a los ojos, en ese momento corroboró que los ojos del hombre eran grises, tan brillantes como la plata y tan hipnotizantes que se obligó a desviar la mirada de golpe para no caer en ellos. La hizo sentir intimidada. —¿Acepta? —preguntó con una naturalidad que sobrepasó la cordura de una Peyton incrédula—. Es una cantidad de dinero importante. Le serviría para alejarse de este trabajo por unos meses si quisiera. «¿Unos meses? ¿Alejarme del trabajo? nooo, mijo, si fuera verdad, que no lo creo, eso me salvaría la vida», le respondió en su mente ante su imposibilidad de gesticular palabra alguna. No creía en lo que el desconocido le había asegurado sin dejar escapar una mínima sonrisa que le pudiera permitir concluir que estaba burlándose de ella, y eso le causó más desconfianza.

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