Reacción instintiva

2790 Words
Pasaron tres horas mientras Peyton se recuperaba y el doctor terminaba de hacerle los estudios que estimó eran necesarios para certificar el diagnóstico del bioanalista. —¿Podría darme su número personal? —le pidió el doctor. —No tengo —le respondió Peyton. —Entonces la llamaré al mismo número donde la contactó la secretaría —informó el hombre parado frente a ella. —¿Para qué? —preguntó ella intrigada. —Veo que el episodio fue fuerte —hizo una pausa—. Verá señorita Wilson acabamos de hacerle los estudios principales para confirmar el diagnóstico que le notifique y otros más. —Yo no tengo ni un céntimo para pagarle eso —le dijo ella de manera defensiva. Para Peyton, aún no estaba muy claro lo que el hombre buscaba hacerle entender, pero sí la idea de tener que gastar un dinero del que no disponía. —Los gastos después vemos cómo los cubrimos, por ahora es necesario ver qué tan avanzada está la enfermedad, el episodio de hace unas horas es de preocupar, señorita Wilson —adujo el doctor preocupado. —¿Enfermedad? No hay tal cosa, sólo estoy agotada —respondió en actitud de total bloqueo—. Desde que llegamos a este país no he hecho sino trabajar, no me ha ido bien, es poco lo que descanso —miró su reloj—. Es más, ya debo irme, gracias por darme medicamento para el dolor de cabeza, se lo agradezco, ni para comprar un comprimido para el dolor de cabeza tengo dinero —agregó mientras caminó hacia la puerta—. Ahí nos vemos doctor, gracias. —Señorita Wilson —el hombre llamó su atención—, no es un simple dolor de cabeza, debe tomar en serio su situación de salud. Dijo que llegó al país acompañada por alguien, ¿puede darme los datos de esa otra persona? Peyton que estaba casi dándole la espalda de cara hacia la puerta, se giró lentamente para mirarlo de frente. —A menos que Saanvi tenga algún teléfono o en poquitas horas haya madurado pese a su escasa edad, no veo para qué le servirían sus datos —adujo con sarcasmo. —No la comprendo —manifestó el doctor. —Vine a este país solo con mi hija de tres años —aclaró seria—. Como entenderá ella no le serviría para mucho, a menos que esté dispuesto a escuchar por horas sus extensas exposiciones sobre los dibujos animados o sus constantes quejas porque no la lleva trabajar conmigo —volvió a mirar su reloj—. Debo irme, tengo el tiempo justo para llegar al subterráneo y a la agencia. —La llamaré a la residencia donde la contactaron, esperamos los resultados de estos estudios —le mostró unos papeles que tenía en la mano—. Por su hija, no evada la llamada de la secretaria. —Sí, sí, no se preocupe —le dijo al abrir la puerta. Salió del consultorio sin preocuparse en despedirse y comenzó a caminar por el pasillo. —Señorita Wilson —a la distancia escuchó la voz del doctor—. Tenga. Esa petición llamó su atención, lo que la obligó a frenar el paso y girar sobre sus pies para verlo. —Por si vuelve a atacarle el dolor de cabeza —le dijo al tiempo que le extendió una caja de lo que a Peyton le parecía unos comprimidos. Si bien dudó en aceptarlo, al final los tomó, no tenía dinero para comprar unos y reconoció que lo que fuera que le habían dado el rato que permaneció desvanecida por el dolor, este había desaparecido por completo, se sentía con energía. —Se lo agradezco —le dijo ella ladeando un poco los labios con una sonrisa tierna. No esperó respuesta del hombre, sino que tomó la cajetilla y se aventuró por el pasillo hacia las escaleras principales del edificio, le preocupaba no llegar a tiempo, y a tiempo para ella era mínimo veinte minutos antes de la hora en al que dubai estar en al agencia y en el lugar a donde le asignaran asistir esa tarde. Había acordado con una chica que es su vecina de habitación en la casa que sirve de albergue donde vive que buscara a Saanvi porque le informaron que ese día saldría tarde del lugar donde sería asignada. No tenía idea de cuál sería ese lugar, solo pero sí que le representaría un dinero extra porque después de las seis de la tarde les daban un recargo sobre el monto fijado en el pago de cada jornada. Después de la mala noticia que le dio la señora María, la preocupación por lo escaso del dinero que había podido hacer pese a tanto esfuerzo se hizo más evidente, y la noticia que le acababa de dar el doctor era algo que empeoraba su situación. No podía permitirse el lujo de enfermar en un país que no es el propio, y donde no tenía a nadie que la auxiliara con Saanvi y sin dinero para costear la enfermedad. No puede pagar por los comprimidos para un dolor de cabeza, menos para un tumor. De solo recordar esa última palabra sintió escalofrío apenas salió a la calle. Cerró la cremallera de su chaqueta, miró a los lados y se aventuró por la calle hasta llegar al subterráneo. —Hola Peyton. Apenas ingresó a la recepción la saludó a la secretaría de la agencia. —Hola Iris, ¿qué lugar tan maravilloso es ese donde me van a enviar hoy? —le preguntó mostrando su mejor ánimo. —Tan puntual como siempre, no te apresures, tómate un café —le pidió la chica. —No, no. Quiero llegar a tiempo —respondió Peyton—. Sea lo que sea que deba limpiar, quiero hacerlo con tiempo y sin prisa. —Es en el Four Seasons Hotel —le informó Iris. —Ya, mejor me voy de una vez —le dijo Peyton—. Dame el cartoncito, por favor —exigió extendiendo la mano. Se trataba de una tarjeta donde la agencia agrega toda la información del trabajador que asignan, así como también el sello que certificaba que efectivamente estaba siendo enviada de la agencia. Iris sonriéndole le entregó lo que pidió. —No te apresures, los llevaran —informó la chica. —¿Y eso? —se sorprendió Peyton. —La agencia acordó con los representantes del hotel enviarlo en un transporte para asegurar que llegaran todos al mismo tiempo. —Ya, mejor para mí —dijo Peyton bajando los hombros. —Te ahorras el dinero del traslado y las energías —manifestó Iris—. Tómate el café, aun faltan dos personas. —Que no lleguen tarde, no quiero perder esta oportunidad por la irresponsabilidad de otros —respondió acercándose al mostrador para tomar el café que le estaba ofreciendo—. Aguardaré allí —señaló la terraza al otro lado de la recepción. Estando allí, mientras miraba al exterior, se dio tiempo a pensar por unos minutos en lo que parecía ser su nueva realidad y rogó que el doctor estuviera errado en su apreciación, pensó en Saanvi y sintió pánico de que le sucediera algo y dejarla sola en ese país. «La vida no puede ser tan injusta con nosotras y terminar separandonos después de todo lo que hice para no dejarmela quitar por Agustín» se dijo en la mente mientras sorbía el humeante líquido. Cuatro horas después, estaba limpiando los pisos del sexto nivel de los diez pisos del ala norte que le asignaron, después de ahí debía asear cuatro habitaciones que se desocuparon recientemente. Se sentía agotada, no había probado comida en todo el día, solo el café que le dio Iris. Por momentos su cabeza amenazaba con volverle a doler, y para evitarlo en esos momentos hacía una pausa, respiraba profundo y al sentirse mejor luego volvía a sus actividades. En el piso superior, específicamente en la habitación 701, Orestes al teléfono se sentía estresado. Era la segunda llamada que hacía al número de su madre y no le contestaba. Miró el reloj y decidió llamar a la agencia para saber si habían enviado a la dama de compañía. Planificó todo lo que haría ese día antes de ir a la recepción de la boda de su prima, y el que la mujer no apareciera en la puerta de la habitación donde se hospedaba le estaba haciendo ganar un mal humor que ni él estaba soportando. —La chica que usted escogió va en camino al lugar de encuentro, señor Vasileiou —le informó la mujer que lo había venido atendiendo—. Acabamos de confirmar su asistencia. —Gracias —se limito a responder eso y colgó la llamada. Pensativo mientras miraba a través del vidrio del ventanal, pensó que debía esperar un rato más, aunque la ansiedad le estaba ganando. Ya había llamado a la boutique del hotel para llevar a la mujer a escoger un vestido y el resto de los accesorios no solamente caros sino también fueran recatados pese a las características físicas de la mujer. Al final decidió recurrir a este método, optó por buscar a una mujer venida de esas agencias de damas de compañía, en sí una mujer cualquiera, pero refinada. Buscó entre las mejores agencias de damas de compañía. Optó por una de las más reconocidas en el medio, son muy organizados en sus negociaciones, no tendrán contacto directo con nadie de la agencia nada más que con la chica que usaría por solo esa noche, lo que para Orestes era conveniente, dada la premura que tenía y la necesidad de desechar a la mujer inmediatamente se cumpliera el objetivo por el que recurrió a ella. Luego de revisar minuciosamente el catálogo de las chicas con que contaba la agencia que le fue enviado a su correo, se decidió por una chica de estatura normal, morena de piel canela, cabello lacio, bastante largo, rostro normal sin signos de ser una devoradora de hombres, aunque sabía que de trabajar allí lo era, voluminosa en cuanto a la grandeza de sus atributos físicos, buenos pechos y unos glúteos que eran una provocación. Decidió que si iba a pagar por alguien que lo acompañara en esa farsa, se haría de una buena mujer, una que no solo esté dispuesta a actuar el papel de su prometida y que esté a la altura en educación, sabiendo cuándo y lo qué debía hablar, sino que también estuviera en total disposición de atenderlo como bien se merecía al final de esa noche. Pasados cuarenta y cinco minutos se sintió burlado, al punto que decidió volver a llamar a la agencia, la respuesta fue la misma, y por esa razón se aventuró al lobby del hotel para ver si por casualidad la mujer estaba allí y no le estaban dando entrada ni le notificaban de su llegada. Cerró detrás de él la puerta con brusquedad, no le importó que pudiera molestar a otros huéspedes. Distraído avanzó por el pasillo en dirección a los ascensores. Si bien fue consciente de la presencia de una mujer parada a un lado con un trapeador en la mano, no le dio importancia. Para Orestes en ese instante era más importante su problema que lo que pudiera estar sucediendo a su alrededor; de hecho, en su acontecer diario siempre ha sido más importante lo que incidiera directamente en o sus intereses y el mundo a su alrededor pasa a no contar. Precisamente eso era lo que estaba dejándole ver a Peyton, quien minutos antes sudorosa pese a que el aire central estaba funcionando, pasó su mano derecha por su frente para limpiarse la sensación de sudor que estaba sintiendo, sostuvo el trapeador con la otra mano y resopló mientras miraba el piso que acababa de limpiar, había decidido esperar a que este se secara para continuar con el resto. A la distancia, a su espalda, escuchó el ruido de una puerta cerrarse, lo que le alertó que alguien vendría, supuso que mínimo se excusaría para atravesar el área húmeda. No imaginó la persona que fuera tuviera tanta inconsciencia y desconsideración como la que demostró el hombre de altura intimidante, porte seguro y elegante, un hombre que de solo verlo de espalda, como le sucedió, pudiera robarle un suspiro a cualquiera. Peyton reconoció que lo hubiera hecho con ella si no se encontrara en la situación que estaba en ese instante y si él no hubiera actuado de manera tan desconsiderada. Lo odió. —Señor, ¿no ve que aún está húmedo el piso? —reclamó Peyton enojada. Se sentía fatigada, su respiración era irregular, lo que le hizo recordar la necesidad de darse un descanso, pero del mismo modo sabía que no podía, no debía detenerse, parar era un dolor de cabeza totalmente distinto y superior al mal que la aquejaba si era verdad que tenía el tumor que le dijo el doctor en la mañana. Normalmente cada vez que el cuerpo le pedía un descanso, el subconsciente actuaba al unísono y le recordaba su realidad, no podía darse ese lujo, se daba fuerzas y retomaba la actividad que estuviera haciendo y más si era en hora de trabajo. La presencia del hombre la tomó por sorpresa, se suponía que los conos señalizadores de la prohibición temporal del paso era un mensaje claro para que cualquiera entendiera que debía parar por unos pocos minutos o si quiera excusarse, no obstante ello, él los ignoró deliberadamente y pasó por todo el centro del pasillo que Peyton acababa de lustrar, lo consideró un abuso de su parte. Esa actitud de prepotencia hizo que a Peyton se le subiera algo más que la presión, sintió un mal humor incontenible, le hizo desear dejar todo tirado e irse a casa, resopló porque anhelaba acostarse y cerrar los ojos por espacio de una hora, y en lugar de ello se veía obligada a estar allí soportando el maltrato de quienes se creen con derecho a desvalorizar su trabajo. Al ver que el desconocido ni se disculpó sino que siguió adelante ignorando por completo su advertencia, sabiendo que estaba necesitada más que nunca del empleo, y más si era en un hotel tan reconocido, se mordió la lengua bajo un enfado tremendo, lo dejó terminar de pasar y colocó otro cono que cualquiera que lo viera sabría interpretar como una prohibición, dado que él la ignoró Peyton tomó dos más de los cuatro que le sobraban y los juntó de mala manera para llamar su atención. Ella le dio la espalda para volver a trapear por el mismo lugar que el descarado marcó con sus lujosos zapatos casuales. Hasta eso detalló Peyton del hombre que estaba odiando. Mientras azotaba el piso de porcelanato pulido con el trapeador, pensó que era evidente que ese hombre tenía muchísimo más dinero del que ella podría imaginar, solo quien lo tenía podría hospedarse en ese lugar, lo que no sería en su caso, ni en sueños. El aroma de la loción que llevaba el desconsiderado fue el catalizador a su mal humor, y no era porque fuera desagradable, sino porque sintió que el mismo era tan exquisito que no le quedaba a la prepotencia y la mala educación que acababa de demostrar. Orestes curioso giró levemente la cabeza para mirar a la mujer que le acababa de reclamar, buscó fulminarla con la mirada, pero al terminar de voltear se encontró con que la chica le estaba mostrando una imagen que le hizo cambiar de opinión, inclinada sobre contenedor rodante donde vertió el trapeador para humedecerlo, Peyton sin saberlo le estaba regalando una visión completa de lo único que más le estaba atrayendo en los últimos tiempos de una mujer. Sus anchas caderas, y la extensión de sus nalgas bien distribuidas y lo delicadamente torneadas y provocativas que se veían asfixiadas debajo la tela del uniforme, hizo que espantara el mal humor que venía sintiendo. La reacción de su cuerpo fue casi instintiva, los vellos de su cuerpo se erizaron por completo. Cierto que es adorador de una buena mujer, físicamente hablando, pero ninguna le había hecho sentirse como lo provocó la mujer del aseo con las nalgas respingadas de cara a él. «¡Wow!» sintió una sacudida en su entrepierna, y en su pecho, algo extraño para él. Aceptó que lo poco que vio de la desconocida le gustó, sintió un cosquilleo en las manos por palpar ese bulto tentador, abrió y cerró las manos varias veces y luego sacudió la cabeza ante el pensamiento y la reacción de su cuerpo, recordó la razón de estar allí, y decidió continuar a su destino, avanzó hacia el ascensor.
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