La propuesta

3366 Words
—¿Puede informarme si ha venido alguien a buscarme? —le preguntó Orestes a una de las chicas en la recepción del lobby. —Déjeme revisar, señor Vasileou —le contestó la mujer de piel blanca que amablemente decidió atenderlo. La vio revisar en el computador que tenía a su derecha y luego en un espacio que presumió que era el lugar donde dejaban las notas de recados. —No, señor Vasileou. No hay nada que indique que haya venido alguien a buscarlo, ¿si puedo ayudarlo en algo más? —inquirió la mujer. —Nada, gracias —le dijo volviendo a sentir enfado. Dándole la espalda a la mujer miró su reloj para comprobar que estaban cerca de las seis de la tarde lo que parecía complicar aún más su situación. No era que fuera el fin del mundo si al final decidía no asistir a la recepción, ya se había perdido la ceremonía, que lo hiciera con la celebración no tendría mayor diferencia, cuando mucho Auris le quitaría el habla por un par de meses y luego volvería a las suyas; no obstante ello, tenía un año completo sin ver a su madre. Esa visita sería la excusa para volver a verla. No veía a su madre desde el sepelio de Nadiuska. Dado que su familia y la madre de él vivían allí en los Estados Unidos, hizo a un lado las diferencias que él había tenido con ella y que los llevó al divorcio, también por la hija que los unía, se hizo cargo de todo lo necesario para su sepelio. Las exequias las hicieron ahí en Massachusetts, y el mismo día de la ceremonía de esparcimiento de las cenizas de ella precisamente en el lugar donde tuvo el accidente, tomó a Hanna y acompañado por Dilia, su ama de llaves, regresó a Grecia. Desde ese entonces no viajaba a ese país, había evitado hacerlo. Solo porque le salió ese gran negocio cuya reunión tuvo lugar en la tarde de ese día, donde todo salió como lo había planificado, fue que decidió ir a la recepción y así volver a ver a su madre. Lamentó haberse inventado esa mentira de la prometida, pensó que sería fácil encontrar a cualquiera que actuara el papel, no imaginó que ni siquiera por tener dinero se le complicaría conseguir una candidata que se amoldara a las exigencias que tenía. Frustrado decidió subir a la habitación y tratar de ver si lograba conseguir a otra mujer de cualquiera de las otras dos agencias que seleccionó. Para cuando el ascensor llegó al séptimo nivel y las puertas se abrieron, al frente vio que en el pasillo ya no estaba la mujer ni los conos señalizadores. Los había visto, claro que había sido consciente de que intentaba no dejar pasar a nadie, pero como él no sigue reglas de ninguna persona y menos que no estuviera a su nivel, aunado al nivel de enfado que carga, lo obvió deliberadamente. Salió de la cabina del ascensor y comenzó a avanzar hacía el ala norte, cuando en dirección contraria escuchó un ruido, volteó y se encontró de frente con la mirada de la mujer que antes le había mostrado otra cara de su esencia. El rostro que vio le gustó, el tono de su piel era como un imán una provocación, más sin embargo, ella lo miró con odio, no tuvo el mismo interés que él, la dureza de su mirada se lo dio a entender. Volvió a hacer lo mismo de minutos atrás, le dio la espalda y de pie le confirmó que era una mujer bien proporcionada, que no necesitaba acuclillarse para demostrarle una vez más que tenía con qué atrapar a un hombre. A él lo atoró en la duda, pero el sonido de su teléfono lo distrajo. Peyton tomó sus implementos de limpieza y abordó el ascensor de servicio para ir al siguiente nivel, ya se le había hecho tarde. —¿Si estás llamando desde un número local es porque supongo que por fin estás aquí con esa flamante novia que todos anhelamos conocer? —inquirió su prima Audris. Había intentado devolver la llamada a su madre, quien fue la que interrumpió el encuentro casual con la mujer del aseo en el pasillo. Al no lograr conectar con ella decidió llamar desde el hotel a la casa de su tía, lugar donde se realizaría la recepción. Orestes se sintió rebasado por la total ausencia de discreción de su prima. Por lo general no le da importancia a sus comentarios, porque en realidada Audris es así de imprudente, pero entiende que el tema de la supuesta prometida que se tuvo que inventar para que dejara de insistir en presentarle y mandarle el contacto de mujeres con la intención de lograra casarse una vez más y a lo que él se negaba para no volver a incurrir en el error de caer en una relación que no quiere en su vida. No desde la última experiencia. —Llamaba para saber si mi madre está entre ustedes —le manifestó en un tono de voz odioso, evadiendo con toda intención responderle—. Me acaba de llamar y no me contesta la llamada de vuelta Se sentía fastidiado de lo exagerado que le estaba resultando la insistencia de todas las mujeres de su familia en que debía recomenzar su vida, que ya había vivido el tiempo de duelo suficiente para dar el paso que para ellas era el ideal de todo hombre, y más él en su situación. Era un padre soltero. Audris era la que más insistía en que se había encasillado mucho tiempo en duelo. «¿Duelo? ¿Cuál duelo?» se preguntaba constantemente cada vez que alguna de ellas caían en la misma interrogante. Para Orestes, nunca había existido esa palabra, no es de los se permite caer en sentimentalismos, estimaba que no tenía tiempo para ello, simplemente no quería formalizar ninguna relación en su vida, estaba rotundamente negado a darle cabida a otra mujer en su vida en un plano que no fuera el netamente s****l, y le enojaba que un grupo de mujeres ociosas constantemente pretendieran hurgar en su vida como si fuera el diario de distribución gratuita de la ciudad, al dominio de todo aquel que ellas quieran que se interesen en su vida. Para Orestes era importante que las personas se interesaran en su vida, claro que era así. Deseaba ser reconocido, pero como el empresario exitoso que se había preocupado llegar a ser, y no como el padre soltero desesperado, tal como lo estaba promocionando Audris. Todo para conseguirle una mujer para amarrar su vida a lo que él estimaba sería la hipocresía de un matrimonio donde uno de los dos, según su juicio la mujer que ellas escogieran o él consiguiera en el camino, la cual estaba seguro terminaría fingiendo amor y felicidad para atraparlo, asegurarse una vida cómoda y a escondidas engañarlo con cualquier otro. Suspiró de solo recordar lo buena actriz que fue Nadiuska, ella fingió a la perfección el libreto de la esposa enamorada y atenta. —Mi tía Laura no ha llegado —le respondió Audris—, llamó hace dos horas que venía llegando, pero ya sabes como es, se distrae en cuanta tienda se le atraviesa en el camino —agregó, su prima, la promotora de toda esa locura. Se lo creía, ya conocía quien era su madre. Agradeció que su madre estuviera distraída, miró el reloj y decidió hacer el último intento de conseguir esa acompañante para ir a la recepción. Así como Audris va a casar a su hermanita menor, quiere que suceda con Orestes, pero él gracias a su desagradable experiencia recién vivida tres años atrás, había preferido mantenerse lejos de todo eso y, sobre todo, de Audris. Miró el reloj, este marcaba cerca de las cinco y cincuenta y cinco de la tarde y fue más que consciente de que de la agencia aún no le enviaban a la mujer que solicitó como dama de compañía para esa noche, y que no al enviarían. Comenzaba a subir de nivel su estrés. —No me vas a decir ni siquiera ¿qué tan bella es? —insistió Audris en referencia a la misteriosa prometida. —Nos vemos en la ceremonía, querida primita —le dijo seco y dio por concluida la llamada. Se incorporó de la cama donde había estado reposando luego de llegar de la reunión y decidió a bajar a la recepción. Llamó a las dos agencias que tenía registradas y de ambas le enviaron el catálogo de mujeres, revisó una a una de las que consideraban exclusivas. Revisó dos veces las fotografías de las mujeres enlistadas y ninguna entraba en el perfil de la que había seleccionado de la agencia anterior. Sintió mucho enojo, no le gusta improvisar y el verse a última hora buscando a una mujer que físicamente se acercara al perfil de la que consideraba apta para pararse al frente de los Vasileou sin dejarse arrastrar a las trampas que él estaba seguro tenían planificada, le estaba causando mucha ansiedad. Al final decidió no asistir, apagar el teléfono y descansar para regresar al día siguiente a Grecia. Estaba a punto de presionar el botón de apagado de su teléfono móvil cuando entró la llamada de su madre. —Orestes, mi amor —lo saludó su madre. —Buenas noches, madre, ¿dónde estabas? estuve llamándote —le dijo él. —Estaba comprando un detalle para Hanna —le anunció. Abrió los ojos de par en par porque nunca consideró llevarla consigo. Más bien últimamente no la consideraba, le recordaba mucho a Nadiuska y por eso prefería mantenerla distante. —Vine por negocios, no por placer madre —fue su excusa. —¡Cómo te atreves a venir a Boston y no traerla! —reclamó—. Eres un desconsiderado, tenemos tiempo sin verlos a ambos y ahora vienes tan tranquilo que solo viniste para atender tus estúpidos negocios. Te has vuelto un hombre frío —recalcó ofendida. —Ajá madre, ¿Quieres discutir a esta hora? —le inquirió alejando el teléfono de su oído. —Solo quiero saber ¿por dónde vienes? Voy a esperar que me busques en mi casa, quiero llegar a la recepción de tu brazo. —Pensé que habías ido a la ceremonía. —Sí fui, pero viene a casa a descansar un rato, por eso es que te estoy esperando aquí, en dos horas quiero que vengas por mí para que por lo menos le lleves el obsequio a mi princesita ya que no tuviste la sensibilidad de traermela —le dijo la mujer en un tono de voz de reclamo y con una carga de manipulación usual en ella. Orestes resopló, alejó una vez más el teléfono de su oído y miró los lados. Ya había dado por sentado que no iría a ningún lugar porque en realidad no tenía con quien ir para cerrarles la boca a todos. —No trajiste a Hanna pero sí a esa mujer —expresó su madre evidentemente sentida—. Preferiste andar del brazo de una recién conocida que con tu hija. ¡Dónde se ha visto que un padre haga eso! Orestes no es de los que soporta regaños de ninguna persona, de Laura su madre es de quien medianamente ha aguantado uno que otro, pero ver que actúe con recelo en contra de quien ni siquiera existe era el colmo de la invasión a su privacidad. Se fastidió. —Ya sabes Orestes, dos horas, voy a darme una siesta de media hora para arreglarme, tu padre y yo te esperamos aquí —ordenó la mujer y colgó la llamada. Sintiéndose rebasado miró alrededor, el smoking que debía usar no lo solicitó a la tienda, así como tampoco tenía a la acompañante. Por momentos se bloqueó y solo el recuerdo de la mujer del aseo de inmediato llevó a su cabeza una idea, una sola idea que de seguro acabaría con el problema de momento. De inmediato vio la solución a sus problemas, la tenía ahí en el hotel, no tendría que estar llamando a más nadie ni revisando ningún catálogo, lo que había visto de frente superaba a cualquier modelo de las que había visto ese día en su móvil, solo tendría que bajar y proponerle una pago. Ahora cómo abordarla no sabía eso sí que sería algo fuera de lugar. Sí en el pasado había pagado por sexo, esa sería la priemra vez que no solo le propondría una noche de sexo sino también fingir frente a su familia que esas noches llevaban varios meses sucediéndose. Totalmente decidido a que fuera la mujer que vio en el pasillo, se incorporó de la cama, tomó de la mesita de noche su móvil, su cartera y la llave magnética. Con prisa bajó los diez pisos por las escaleras hacia la recepción. Solo cuando recuperó el aliento fue capaz de hablarle a la misma chica que lo había atendido minutos atrás. —Perdón —respiró profundo—. ¿Sabe si ya hubo el cambio de guardía de todo el personal de limpieza? —No sé, señor, ¿por qué? ¿Sucedió algo con alguno de ellos? —preguntó la chica al no entender por qué razón él pudiera estar buscando información sobre eso. —¿Hacia donde es el área de su supervisor? —preguntó ignorando la interrogante de la chica. —Eso es en la otra ala señor —le indicó y hacia allá se dirigió Orestes apurado. Lo que pudo haber solucionado con solo una llamada no lo consideró en su momento y llegó a la oficina de la administración del hotel. —La señorita que busca acaba de salir, apenas unos cinco minutos marcó su salida —le informó un hombre, precisamente el encargado de supervisar al personal de aseo—. ¿Si puedo ayudarlo en algo? ¿La señorita le hizo algo? —No, nada, gracias —adujo Orestes y se giró sobre sus pies para salir a ver si lograba darle alcance. La encontró precisamente cuando estaba por cruzar la calle frente a la entrada principal. —Hey —la llamó a todo lo que le daban sus ahogados pulmones. Es un hombre que hace ejercicios semanalmente pero jamás había corrido tanto en un espacio tan reducido y menos por alcanzar a una mujer, una desconocida que pareciera ser su amuleto de la suerte frente a la insistencia de su familia. La mujer no le prestó atención, actuó como si él fuera un loco y eso le ofuscó. —¿No escucha que la estoy llamando? —reclamó él llamándola una vez más. Al ver que la morena, ya vestida de manera diferente, para él provocadora, no le prestó la más mínima atención la tomó por el hombro y la sacudió sin medir su fuerza. —¿Usted? —escuchó que la mujer cuestionó molesta al verlo—. ¿Qué carajo le pasa? —reclamó—. ¿Por qué me maltrata? Apenas ella hizo esa observación él la soltó con rapidez. Ver sus ojos color miel lo hipnotizó, entendió que había hecho buena elección, pues lejos del enfado que ella le dejó ver, tenái uan voz sutil, la apropiada para la mujer que él hubiera escogido si le hubieran dado tiempo a escoger a su futura esposa, cosa no era tal, pero que le permitió aceptar que esa morena de cabellos largos y caderas provocativas era la mujer que él estaba necesitando esa noche. —¿Cuánto? —le preguntó sin titubear luego de sentirse recuperado—. ¿Cuánto me cobra…? Vio la duda en la mirada de la mujer, miró alrededor y luego lo volvió a mirar como si lo tomara por loco. «El hombre del pasillo», se repitió en su cabeza varias veces al verlo de cerca, tan sorprendida y atraída como él lo estaba de ella. —¿Cobrarle para qué? o ¿por qué? —le preguntó Peyton extrañada al reaccionar y aceptar que es no era situación normal, se zafó de su agarre pues el hombre si bien le soltó el hombro la había agarrado de su muñeca derecha y pensó que ese hombre estaba enfermo de la cabeza, no tenía otra explicación. Estresado por la hora que era para ese entonces, Orestes no razonaba, por lo que se le estaba haciendo fácil cometer un error. Era normal, la rabia que tenía por todas las complicaciones y ahora ver de frente a la mujer no le permitían mantenerse tranquilo. —Ya —Peyton lo vio que se puso la mano en el pecho—. Quise decir —agregó finalmente Orestes con claridad, suspiró y adoptó una parada erguida, en ese momento sí se parecía al hombre odioso de arriba—, mejor dicho preguntarle, ¿accedería usted a asistir a un evento conmigo si le ofrezco…? Peyton escuchó que el desconocido pronunció una cantidad de dinero que para ella pareció un juego, una ilusión, sus oídos se taparon después de escucharla. Por varios minutos ella no reaccionó, lo miraba fijamente y con la boca abierta ante lo grotesca de la suma de dinero. Ni el mismo Orestes pensó al pronunciar la cifra, movido por la necesidad de quedar bien con su familia y además responderle a sus instintos porque su cuerpo de inmediato le alertó que esa era la mujer que dubai estar en su cama esa noche, consideró que no había otra opción que proponerle el pago de la cantidad que pronunció. Tenía dinero suficiente, no se declararía en quiebra si ella accedía pero si le resultó una locura ofrecer lo que le dijo por una sola noche de pasión. —Señorita, ¿escuchó lo que le dije? —le preguntó el hombre y volvió a sacudirla. Peyton se enojó porque le estaba pareciendo un hombre abusivo y agresivo. —Se presentaría como mi acompañante ante mi familia y deberá pasar esta noche conmigo —le explicó él pensando que ella le estaba prestando atención. Peyton no podía creer lo que escuchó, su mente voló, se perdió entre números, el arriendo, Saanvi, la posibilidad de conseguir un lugar propio, pequeño, pero de ambas, y su situación de salud que era lo que más estaba alterando sus sentidos en toda esa tarde. Volvió a sentir una sacudida que la llevó al presente. Se enfadó. —¿Qué le pasa? —gritó—. Suélteme. —Le decía que no solo debe acompañarme a esa recepción, sino también pasar esta noche conmigo —agregó dejándola más impactada, ignoró su reclamo—, como mi novia, mi prometida. Por esa razón la considerable suma de dinero. Enmudecida lo miraba una y otra vez a los ojos, en ese momento corroboró que los ojos del hombre eran grises, tan brillantes como la plata y tan hipnotizantes que se obligó a desviar la mirada de golpe para no caer en ellos. La hizo sentir intimidada. Su corazón comenzó a palpitar sin control. Su madre siempre le había hablado de los milagros, jamás le creyó, pensaba que solo eran palabrerios de las personas mayores para envolver los problema en una bruma de ilusión que le permitiera sobrellevar el día a día y no sentir tan fuerte los golpes de la vida. Ahora siente que ella tenía razón, si ese hombre decía la verdad, eso era un milagro, una muy grande que estaba necesitando. —¿Acepta? —preguntó el hombre con una naturalidad que sobrepasó la cordura de una Peyton incrédula—. Es una cantidad de dinero importante. Le serviría para alejarse de este trabajo por unos meses si quisiera. «¿Unos meses? ¿Alejarme del trabajo? nooo, mijo, si fuera verdad, que no lo creo, eso me salvaría la vida», le respondió en su mente atreviendose a mirarlo a los ojos ante su imposibilidad de gesticular palabra alguna. No creía en lo que el desconocido le había asegurado, pero en él no había burla, no dejó escapar una mínima sonrisa que le pudiera llevar a concluir que estaba burlándose de ella, y eso le causó más desconfianza.
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