Capítulo 3: Continuar con el corazón roto

4014 Words
Camila permaneció durante un rato con una extraña sensación de inmovilidad en el alma. Acababa de escuchar palabras frías, desdeñosas e impasibles que la sumergieron en la indeseable sensación del desamor. Imaginó que tendría un diálogo diferente con Darío. Pensó que hablarían de amor, pasión y de ser muy felices para el resto de sus días. Ahora enfrentaba una desilusión enorme, al encontrarse en ese escenario inesperado. Es posible que él no quisiera lastimarla. No obstante, no podía cambiar la naturaleza cruel de sus palabras. El daño ya estaba hecho, ahora tendría que lidiar con estos sentimientos dolorosos. Aún lo amaba mucho. Era la persona ideal, con la que soñó que tendría una familia, un futuro juntos… en definitiva, esas cosas terrenales que significaban felicidad y realización para la mayoría de los mortales. Su pena se entremezcló con una sensación de desconcierto. Su mente sencillamente no podía procesar lo que estaba pasando. ¡No era justo! ¡Tenía derecho a exigirle una explicación! Se llevó los dedos a la frente, profundamente consternada. — ¿Cómo es posible que ya no me ames? ¿Qué pasó? ¡Íbamos a estar juntos para siempre! Darío bajó las manos de la mesa y se apoyó por momentos en el respaldo de su silla. Suspiró antes de responderle. — Hubo un tiempo en el que nos hicimos promesas de amor eterno. Sin embargo, nos distanciamos. Debes admitirlo, lo que teníamos era más que nada una amistad. — Eso no es lo que yo recuerdo, Darío. Vivimos juntos durante seis años. Hicimos planes, íbamos a construir una familia ni bien nos afianzáramos en nuestras carreras. — Te mientes a ti misma, entonces. Me fui del departamento porque me sentía muy solo incluso estando a tu lado. Trabajábamos todo el día y al llegar no hacías más que hablar de tu empleo y de los dolores de cabeza que te causaba. Prácticamente no hablabas de otra cosa. — Siempre pensé en ti como mi mejor amigo, alguien incondicional al que podría contarle lo que fuera. — Y usualmente así era. Pero el problema es que dejaste de verme como hombre. No me mirabas, ni me tocabas. — repuso Darío con tristeza— ¡Si hasta dejamos de hacer el amor! — Las parejas pasan por etapas en las que no tienen intimidad. Es natural caer bajo la rutina o el peso de las preocupaciones diarias. Sin embargo, podemos recuperarnos. — Dijo Camila acariciando sus manos con cierta vehemencia— Sólo debes darme una oportunidad, prometo que te compensaré cualquier decepción que te haya causado en el pasado. Darío percibió el contacto de su piel y lejos de emocionarse en realidad se sintió más incómodo. Volvió a apartar sus manos suavemente. — Camila, — dijo— estoy seguro de que en otras circunstancias habríamos recuperado nuestra relación. No dudo de tu capacidad de ser apasionada… — una vez más hizo una pausa, mientras trataba de encontrar las palabras menos dolorosas que fuese posible evocar— Pero sucede que ahora mis circunstancias han cambiado. — continuó. — ¿Cambiado? — repitió Camila tratando de entender— ¿Cómo? ¿Qué es lo que ha cambiado? Darío se quedó en silencio, no había manera de responder a sus preguntas sin transformarse en un grandísimo canalla. Ella de alguna forma lo adivinó y le ahorró el trabajo de tener que hacerlo. — Entiendo, — afirmó inexpresiva, en un esfuerzo de contener el caos en su interior— ¿Quién es? — Le preguntó— ¿la conozco? Él bajó la mirada durante un segundo, no podía decírselo directamente. — Es Tatiana…— repuso. — ¿Tatiana? ¿Qué Tatiana? — preguntó ella desorientada al menos en un principio. Entonces, lo recordó — ¿Te refieres a la prima del campo de tu amigo Víctor? — Darío atinó sólo a asentir con la cabeza. Camila abrió los ojos, bastante pasmada ante semejante revelación. Era algo impensable, que no obstante, le despertó cierta suspicacia. — ¡Santo Dios! ¡Es una niña! ¿Qué edad tiene? ¿Veinte? — Los cumplirá pronto— respondió él. Cualquier otra mujer habría armado una gran escena, un descomunal espectáculo para el deleite (o no tanto) de todos los presentes en el lugar. Pero ella decidió en cambio reír sarcásticamente. — Recuerdo ese día en que la descubrí mirándote como una devota a un santo. Entonces te dije que tuvieras cuidado, que tenía intenciones románticas contigo. ¿Recuerdas lo que me dijiste? — le inquirió mientras hacía un gesto pensativo. Darío permaneció sin decir ni una palabra. — ¡Ah, sí! ¡Lo recordé!... — continuó— Me dijiste que no fuera paranoica, que era sólo una niña que no podía pretender nada con un tipo mayor como tú. Porque le llevas… ¿cuánto? ¿Once, doce años? — Volvió a reír burlonamente— Me hablaste con tanta seguridad que no tuve más opción que creerte. Lo que menos iba a imaginarme es que fueses capaz de corresponder a sus sentimientos. — Camila,... — logró balbucear Darío — debes creerme, esto fue algo completamente inesperado para mí… — Ella levantó una mano en el aire para que se detuviera. Acababa de tener una epifanía adicional sobre ese asunto. — Ahora que lo pienso, si el problema fue nuestra “distancia emocional” o “mi falta de cariño”, ¿por qué me pediste tomarnos un tiempo? ¿Acaso no habría sido más justo que terminaras conmigo en ese momento? ¿Por qué me ilusionaste de esta forma? — Es que te amé por mucho tiempo, quería saber cómo me sentía. — Mi madre me dice con frecuencia piensa mal y acertarás. — Afirmó ella — Y puedo ver cuánta razón tiene… Porque te conozco, Darío. Le tienes pavor a la soledad. Me mantuviste en suspenso y mientras tanto, probaste a ver cómo te iba con la niña. Si no funcionaba lo único que tenías que hacer era regresar conmigo y seguir en dónde nos quedamos… — Supones demasiado, Camila. A pesar de lo que parece, esto no es una aventura. — ¿Cómo puedes saber eso? ¿Cuánto hace que estás con ella? — Ocho meses. — ¿Ocho meses? — Preguntó Camila— No soy una experta, pero suena como el período de tiempo que algunas personas definirían como una aventura. — Y sin embargo, en este caso no es así. Lo que tenemos es especial. Estamos muy enamorados. — ¿Cómo lo sabes? ¡Te tomó más de un año declarar tu amor por mí! Dime, ¿qué tiene ella que es tan especial? — ¡No puedo explicarlo! ¡Simplemente lo sé! — Pues, ¡deberías poder hacerlo! He estado todos estos años loca por ti, y ahora me dices que el amor que alguna vez me tuviste tan sólo se esfumó. ¿Por qué me haces esto? — No puedo cambiar lo que siento. Lo único que puedo hacer es ser sincero contigo. — Pues, no me lo creo. Aquí está pasando algo más. ¡Tienes que decirme qué es! — ¡Ese es el problema contigo! ¡Eres experta en abrir las heridas! ¡Te encanta sumergirte en el dolor! — gruñó Darío. — ¡Lo único que quiero es la verdad! Por el pasado y por el futuro que ya no será, ¡me lo debes! — ¡Deberías aceptar lo que te digo y dejar las cosas en paz! — ¡No puedo! ¡Dímelo, Darío! — Qué te diga, ¿qué? — ¿Por qué es tan especial? ¿Por qué estás tan seguro de que la amas? — Ya te lo dije, ¡sólo lo sé! — ¡No te creo! — Pues es cierto, lamento que te lastime, pero las cosas son lo que son. — ¡Cobarde! ¡No me lo estás diciendo todo! Si había algo que Camila era capaz de predecir era que le sonsacaría a Darío lo que deseaba saber. Se quebraba fácilmente bajo presión. Sobre todo, si se trataba de algo que muy en el fondo quería confesar, para tener un peso menos en su conciencia. Y tal como se lo propuso, resultó victoriosa. — ¡Está embarazada! — le soltó de repente, mientras ella abría más los ojos, si acaso eso era posible — Además, nos casaremos el mes que viene. — agregó después. Está embarazada. Era un bonito nombre para el último clavo que terminaba de sellar el ataúd en el que descansaba lo que alguna vez fue un gran amor. Resopló brevemente y esgrimió una mueca sardónica. — ¡Sí que aprovechaste el tiempo que estuviste lejos de mí! — ¡No te atrevas a mirarme de esa forma, Camila! — ¿De qué forma? — preguntó ella asombrada de que le hablara con la entonación propia de alguien ofendido. — Cómo me han mirado todos desde que se sabe la noticia, incluyendo al mismo Víctor. Como si fuese un idiota que deshonró a una niña y que ahora tiene que reparar su error. — ¿Acaso puedes explicarlo de alguna otra forma? — Ya te lo dije, nos amamos. Y si bien todo esto fue sorpresivo, en realidad yo estoy muy feliz. Finalmente tendré lo que siempre quise, una familia. Camila sintió que había cierto descaro en la manera en que se lo estaba diciendo, como si ella fuese un ser frío que nunca hubiese querido tener una. Durante un segundo atroz tuvo el impulso de gritarle, insultarlo y desearle que el infierno se abriera bajo sus pies para tragarlo. Pero, a pesar de que hubiera estado en todo su derecho decidió contenerse. ¿Para qué? ¿De qué hubiera servido? Suspiró profundamente en un intento de liberar al menos parte del dolor que la inundaba. No funcionó, se sentía destrozada. Sin embargo se aferró a su orgullo, de ninguna forma haría una escena indigna. Se puso de pie y colgó su cartera en su hombro derecho. — Bien— dijo— Creo que ya está todo dicho. ¡Adiós, Darío! — repuso después. A continuación dio media vuelta y se alejó unos pasos. Darío la siguió y la aferró brevemente de un brazo. — Camila, tienes que saber que lo siento. Lamento mucho cómo resultó todo esto para ti. Ella lo apartó con un gesto brusco. Lo miró a los ojos y le dijo: — Que seas muy feliz, Darío. Buena suerte con el inicio de tu nueva vida. Dio media vuelta y salió a la calle para sumergirse en la avenida iluminada. Ese boulevard era posiblemente el más grande de Rosario. Abundaba en restaurantes, bares y pubs. A esa hora comenzaban a reunirse personas por lo que era un escenario concurrido, colorido y lleno de actividad. Sin embargo ella permaneció apática frente a sus encantos. Durante unos minutos se dedicó a caminar sin rumbo, sin saber qué hacer exactamente. Ahogó sus sentimientos hasta que estos se hicieron una bola pesada en su pecho. No quería llorar, pero se dio cuenta de que no podría evitarlo cuando percibió que dicha pelota subía por su interior hasta su garganta, en dónde comenzó a tensar sus cuerdas vocales. Mientras caminaba sus párpados se habían inmovilizado haciendo que sus órbitas se desecaran y lucharan por hidratarse de alguna forma. Entonces, tan sólo sucedió, las lágrimas brotaron de sus ojos y comenzaron a bajar por sus mejillas. Su mente rememoró todos los sueños de felicidad que había construido en torno a Darío. Imaginó su casamiento ideal, sencillo pero romántico. También visualizó esa familia que pensó que formarían y el barrio bonito y seguro en el que creyó que vivirían. Todo se completaría con algunos viajes por el mundo, tras lo cual envejecerían juntos, plenos de amor y felicidad. Sin dudas había armado una imagen perfecta de lo que sería la vida junto a su amado, pero ahora debía enfrentar el hecho de que nada de eso iba a pasar. Comenzaba a sentirse angustiada al imaginar cómo seguiría de ahí en adelante. Llegó a una pequeña plaza que estaba iluminada y tomó asiento en uno de los bancos, ubicados frente a una fuente. Por momentos se quedó mirando un horizonte inexistente con el corazón hundido en el dolor. Repentinamente escuchó una voz, la de alguien que se detuvo a un par de metros de la banca. Durante unos segundos que habían pasado inadvertidos para Camila, esa persona la había observado con curiosidad, hasta que confirmó que se trataba de ella. — Quién quiera que sea, estoy seguro de que no merece que derrames ni una sola lágrima por su causa. Giró la cabeza sorprendida hacia la derecha y se asombró enormemente cuando comprobó la identidad de la persona que le había hablado. — ¡Juan Pablo! — exclamó, al comprobar que se trataba de su nuevo compañero de trabajo. Definitivamente, la última persona en el universo que esperaba hallar en ese lugar o en esas circunstancias. — ¡El mismo que viste y calza, jefa! — respondió él con una cálida sonrisa. Se sintió totalmente descolocada por el singular encuentro. Emitió una sonrisa leve, aunque poco creíble en un intento de disimular su incomodidad. Después pasó sus manos por su rostro tratando de limpiar sus lágrimas. Juan Pablo se sentó en la banca a su lado y ella le dio levemente la espalda mientras buscaba algo en su cartera. ¡Santo Dios! ¡Tenía que encontrarlo ahora, en ese momento! ¿Qué otra cosa podía salir mal ese día? Sacó un espejo pequeño que tenía y comprobó que se veía deplorable. Su rostro estaba pálido y gran parte del delineador y del rímel se habían deslizado como un lienzo desdibujado sobre sus mejillas. A esto se sumaba el trabajo infructuoso de sus dedos que lejos de limpiar sus facciones, acentuaron más el desastre. Por si fuera poco había olvidado las toallitas desmaquillantes que podrían haberle ayudado a mejorar su apariencia. Buscó afanosamente en su cartera algo que le sirviera, así fuera un pedazo de papel de cocina. Pero no encontró nada. — ¿Estás bien? — le preguntó Juan Pablo honestamente preocupado. — Si, yo… — dijo ella un poco confusa—… estoy bien. Sólo que… — dijo de forma entrecortada y un poco ofuscada por no poder dar con nada que la ayudara. — verte aquí es… ¿cómo decirlo? — ¿Inesperado? — repuso él mientras la observaba. — Si, ¡exacto! — respondió ella. — Las cosas inesperadas de la vida, pueden ser las más emocionantes. — Bien, si tú lo dices… — dijo ella condescendientemente. Aunque si hubiese tenido que ser sincera, hubiera discutido el concepto. Ese día la idea de algo inesperado, era sinónimo indudable de desastre y caos. Al menos para ella. Observó que el nuevo vestía como un simple mortal. Lucía una camiseta de punto ligera en color malva, que le llegaba hasta la cintura, levemente ceñida a su torso atlético. Tenía mangas cortas y un cuello levemente abierto. Lo acompañaba con unos jeans y unas zapatillas urbanas bastante atractivas. La sorprendió el contraste que ofrecía ese aspecto terrenal, en comparación con el look totalmente corporativo que exhibía usualmente en el trabajo. Ahora que lo veía así, tenía una nueva impresión, un poco más humana y amigable. Parecía un hombre totalmente diferente, como si en realidad estuviera frente a su hermano gemelo. Metió la mano en uno de sus bolsillos de dónde sacó un pañuelo y se lo extendió. — Límpiate. — le dijo. — No, gracias. — respondió ella. — ¡Vamos! Te sentirás mejor. Extendió su mano derecha levemente temblorosa para tomarlo. Era un lienzo fino, de color blanco con un grabado de doble línea ocre en los bordes. Hacía tiempo que no veía uno parecido. No lo desdobló, lo tomó como estaba y lo deslizó por sus ojos. — ¿Segura que estás bien? — le volvió a preguntar. ¿Que si estaba bien? ¡Por supuesto que no! En ese momento se sentía sumergida en el noveno círculo del infierno. Sin embargo, no era el momento ni el lugar de exponer sus pesares. Suspiró para relajarse un poco y recuperar un semblante digno. — Lo estaré. — dijo. — Lamento que se te arruinara la noche. — ¿Por qué lo dices? — Puedo ver que estás muy guapa. Evidentemente planeabas pasarla muy bien con alguien. Se sintió un poco tonta con su pregunta. Su maquillaje estaba corrido, pero cualquiera lo hubiera adivinado con tan sólo observar su vestido elegante, sus tacones altos y sus accesorios brillantes. — No conozco al sujeto que te mortifica pero puedo apostar a que es un idiota. Si una mujer como tú viniera a mí, no la dejaría ir por nada del mundo. Lo miró por segundos, confundida. Lo que acababa de decir era increíblemente lindo, casi emocionante si lo pensaba un poco. No obstante, no se dejó impresionar. Seguramente era un gesto amable, un intento de congraciarse con ella. — Gracias. — repuso con una sonrisa leve, que en realidad era más parecida a una mueca. Si no tenía otra alternativa, más que la de charlar con él, al menos orientaría la conversación en otra dirección. Suspiró y reparó en la increíble casualidad que implicaba encontrarlo ahí en esa plaza. — ¿Qué haces por aquí? — le preguntó. — Me estoy quedando momentáneamente en el piso de mi madre, desde que volví de Houston. — Le explicó señalando el edificio bonito y moderno que se erigía frente a la plaza — Afortunadamente mañana me mudaré a mi apartamento que ya está casi listo. — ¿Saliste a tomar aire? — Si, algo así. En realidad estoy sacando a pasear a mi niña. ¿Una niña?, pensó sorprendida. ¿El nuevo era padre? ¡Eso sí que era todo un descubrimiento! — Es su tercera salida del día, algo con lo que hay que cumplir escrupulosamente para que no haga un berrinche después. — le explicó brevemente. A continuación se inclinó un poco y emitió un silbido rítmico. Entonces comprendió a lo que se refería. La “niña” en cuestión era una pequeña perrita a la que había dejado andar libremente por unos minutos. Cuando escuchó la voz de su “papá” corrió a él de inmediato para que la tomara entre sus brazos. Era una canina de tamaño reducido, muy portátil. Tenía un pelaje abundante y elegante, de una tonalidad similar a la de un caramelo de miel. Juan Pablo la abrazó y acercó su cara a la trompa diminuta de la mascota, para dejar que esta le prodigara pequeños lametazos. — Esta es Dalila, mi adorable alimaña. Era de mi abuela, quien falleció hace unos meses. Soy la única persona con la que se ha relacionado aparte de ella, por eso le di mi palabra de que la cuidaría. Verlo ahí sosteniendo paternalmente al pequeño animal entre sus brazos, le reveló otro aspecto inimaginable del nuevo. Se le escapó una risita pícara y honesta. — ¿Qué? — preguntó él desconcertado. — ¿Tengo algo en la cara? — No, no es nada. — Respondió ella— Es que la mayoría de los hombres prefieren dejarse ver con un perro que se vea más viril, como un pastor alemán, un rottweiler o un pitbull. Jamás imaginé que alguien como tú tendría una perrita pomerana. — Es que esto es amor, jefa. — Repuso él con confianza — Y ya sabes lo que se dice, no elegimos a quién amar. — Si, bueno, — Dijo ella —… no es más que otra frase cliché bastante sobrevalorada. ­­­– agregó después con cierta amargura. Dalila estaba en el regazo de su dueño bastante tranquila. Era un ejemplar bonito y se veía simpática. Camila tuvo el impulso de acariciarla. Entonces se percató de por qué previamente se había referido a ella como una alimaña. Súbitamente la mascota emitió un gruñido y se montó en cólera. Sus ojos se enrojecieron como inyectados en sangre y le mostró sus dientes pequeños como si se trataran de colmillos atroces y temibles. En la fracción de segundos que hizo esto, atinó a proferirle un tarascón a los dedos de Camila que había tenido la intención de tan sólo mimarla. No pasó nada grave, apenas si sintió el roce de esos pequeños dientes en su piel. Su dueño abrió los ojos, asustado. — ¡Cuidado! — Dijo mientras la apartaba hacia el lado opuesto — ¡Disculpa! Olvidé decirte que no la tocaras. Es que soy la única persona a la que ama y acepta. Después de mí la única con la que se lleva medianamente bien es la señora que la alimenta cuando yo no estoy en casa. — A continuación se volvió hacia la mascota — ¡No, Dalila! ¡Niña mala! ¡Eso no se hace! Después se volvió hacia Camila. — ¿Estás bien, te lastimó? Ella extendió la mano para mostrarle que no le había hecho ningún daño. — Descuida, aún tengo todos mis dedos. — afirmó mientras reía brevemente. — ¡Menos mal! — Repuso un poco más tranquilo — Así tan pequeña como se ve, le sacó sangre a un par de personas. — Comprendo. Eso me recuerda el por qué prefiero a los gatos. Debía reconocer que esa charla casual había logrado distraerla al menos un poco de su tristeza. Pero decidió que ya era hora de despedirse. Miró la hora y comprobó que se estaba haciendo tarde. — Fue un placer charlar contigo, pero es hora de que me retire. — anunció. — ¿Vives muy lejos? — Preguntó su interlocutor — Si me esperas unos minutos podría llevarte hasta tu casa. — No, gracias. Tomaré un taxi. — Se volvió hacia él y notó que había enganchado una pequeña correa en el pretal de la perrita — Te dejo a solas con tu cancerbera de bolsillo. Procura que no se coma a ningún niño mientras estén aquí, en la plaza. — Ya la alimenté antes de salir, pero trataré de que no suceda. — repuso con un poco de sarcasmo. Camila se despidió rápidamente haciendo un gesto con su mano derecha. Hubiera sido pertinente despedirse con un gentil beso en la mejilla, pero no se animó a acercarse. Imaginó que la pequeña psicópata podría ir a por su nariz. Entonces dio la vuelta para dirigirse hacia la avenida. — ¡Nos vemos mañana, jefa! — la saludó él a lo lejos. — ¡Hasta mañana! — respondió ella para seguir su camino. Llegó a su departamento y fue directamente a su habitación. Sólo se quitó los zapatos, se arrojó sobre el lecho y se abrazó amargamente a la almohada, mientras reanudaba su llanto. Pensó que iba a estar así toda la noche, sin poder dormir. Por suerte se equivocó porque alguien acudió en su auxilio. Michelino fue directamente hacia ella y comenzó a ronronear. Al mismo tiempo restregó su morro y su lomo contra su cara, tras lo cual se tiró a su lado exhibiéndole su panza para que lo acariciara. Cuando ella hizo esto el gatito se subió sobre su abdomen y comenzó a amasarlo, al tiempo que emitía pequeños maullidos pausados y suaves. De esta forma mantenía con ella el diálogo más reconfortante y afectuoso que era capaz de repararle el alma. No emitía palabras pero le decía mucho. Era como una charla telepática. Su dueña entendía perfectamente su significado. Le decía: “No estés triste, tonta. ¡Yo estoy aquí! Si todos se van, no importa porque yo no me moveré de tu lado. Está bien, llora, libérate del dolor. Sin importar lo que pase estaremos juntos. Será siempre así, hasta el final de mis días.” Entonces ella lo abrazó y lo mantuvo un buen rato en el regazo. De esta manera, logró conciliar el sueño a pesar de que parecía algo difícil de lograr. Debía continuar con el corazón roto, por más que le doliera. Pero al menos, en ese momento, tenía alguien que le ayudaría a sanar sus heridas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD