Capítulo 4: De mal en peor

4198 Words
Hubiera sido lindo decir que el abrazo de Michelino le sirvió para pasar una noche agradable, pero eso no fue lo que sucedió. Si bien el afecto de su gatito le ayudó a descansar un poco, Camila no pudo dormir bien. Se despertó sobresaltada al menos tres veces y le costó encontrar una pose con la que pudiera sosegarse de manera ininterrumpida. Gracias a eso pospuso más de una vez la alarma de su teléfono móvil que siempre sonaba a las cinco de la mañana, todos los días. Cuando finalmente se puso de pie descubrió que ya se le hacía tarde. Aún tenía puesto su vestido de noche y estaba profundamente transpirada e incómoda, por lo que era imperioso que se bañara. Unos diez minutos después había logrado vestirse, pero no maquillarse. Además terminó de acomodar el cinturón de su pollera de tubo en el ascensor y se arregló el cabello húmedo, tan bien como pudo en la pared espejada de la recepción del edificio. Cuando estaba haciendo esto notó dos cosas. La primera fue que el hall estaba repleto de cajas y de todo tipo de pertenencias. Lo segundo fue la cara resignada de la señora Eduarda, la encargada del edificio quien estaba supervisando toda esa situación para que sucediera de la manera más ordenada en lo posible. — ¡Buenos días, Camila!— la saludó— ¡Tanto tiempo sin verte! — ¡Hola, Eduarda!— Respondió ella con confianza. — Es que usualmente salgo más temprano, pero hoy se me ha hecho tarde. — Imagino que vas a tener que correr. — Tendré que tomar un taxi, no me queda otra. — Si, supongo que eso te va a ayudar. Camila miró con curiosidad todos los bártulos acomodados en el hall y los numerosos empleados de un servicio de mudanzas, que se estaban encargando de trasladarlas a algún lado. — ¿Por qué es todo esto? — preguntó con curiosidad. — ¿No has visto en el grupo de w******p? Hoy se muda el nuevo al piso catorce, junto a ti. ¡Al menos ahora tendrás un vecino! El edificio tenía una distribución particular. Cada nivel estaba organizado en departamentos y semipisos. Ella rentaba una propiedad cómoda y funcional con un baño, una habitación, una cocina y un comedor. Ocupaba el catorce B. Junto a este estaba el catorce A, que era un habitáculo posiblemente del doble del lugar en el que ella vivía. Algunos vecinos afirmaban que era muy elegante y moderno, que había sido equipado con lo mejor. Recordó el mensaje al que se refería la encargada. El jefe del consorcio de vecinos avisó una semana atrás que ese día habría una mudanza que implicaba un buen volumen de pertenencias. En el mismo comunicado también aseguró que estaba a cargo de un servicio profesional que se encargaría del asunto con efectividad y sin demoras innecesarias. Todo el traslado estaría resuelto en unas horas, antes de que finalizase el día. Por lo tanto agradecía la paciencia y tolerancia ante los trastornos que este suceso pudiera provocarles. — ¡Claro! — Exclamó — Así que el nuevo se muda hoy. Espero poder saludarlo más tarde. — No creo que lo encuentres, niña. Es un señorito muy importante y le sobran los billetes. Basta con decirte que está tomando posesión de una de las propiedades de su familia. — Repuso la encargada— Como verás ni siquiera está aquí para supervisar este desastre. Esa linda tarea me la ha dejado a mí. — dijo. — Bueno, igual he oído maravillas de estos servicios. Hacen todo por ti. ¡Ojalá hubiera podido contratar una empresa de mudanzas para que se hiciera cargo de mis bártulos, cada vez que me debí cambiar de departamento! — Sí, claro. Suena genial, — terció la señora Eduarda— pero algunos lo tienen todo, otros debemos dar gracias si tenemos trabajo y salud. — ¡Amén!— afirmó Camila, mientras terminaba de hacerse un arreglo básico en el cabello. A continuación salió a la calle y logró tomar un taxi casi de inmediato. De todos modos, eso no evitó que llegara diez minutos tarde. Sabía que no iba a ser un problema porque siempre era quisquillosamente puntual. No le iban a llamar la atención por una vez que no arribara a tiempo. Sin embargo, estaba disgustada con el hecho de que eso le sucediera justamente a ella. Odiaba que existiera siquiera una vez en que hubiese dejado de ser un ejemplo de compromiso con su trabajo. Se prometió que sin importar si un huracán arrasara las calles, que eso no iba a volver a pasar. Al llegar la recibió Mariana, quien estuvo a punto de preguntarle la razón de su tardanza. Sin embargo cuando su jefa le dirigió una mirada malhumorada se dio cuenta de que no era una buena idea. Se limitó a darle las novedades y a recordarle los asuntos más importantes del día. Previamente se dio el gusto de charlar durante unos minutos con Juan Pablo, quien ya había ingresado en su oficina. La tardanza de Camila le permitió averiguar algunas cosas sobre el nuevo, como que era de libra y que había tenido novia, pero que ahora estaba soltero. Mientras lo miraba con ojos ilusionados, no se le escapó el hecho de que su interlocutor observó con curiosidad hacia la oficina de Camila, preguntando dónde estaba. — Aún no llega— le respondió— Y si se tarda unos minutos más voy a suponer que vienen los jinetes del Apocalipsis detrás de ella. — ¿Es así de puntual?— preguntó él intrigado. — Nunca la he visto llegar tarde. Bueno, hasta ahora. — repuso ella. Juan Pablo pasó sus manos por su cabeza acomodándose el flequillo. Su cabello lacio estaba orientado en una línea desde la derecha y caía en ocasiones de forma levemente desprolija sobre sus ojos. Posiblemente le tocaba ir a la peluquería, pero Mariana rogó que no lo hiciera. Ese look le daba un aire rebelde y encantador, que no se cansaba de admirar. — Bueno, supongo que tiene buenas razones para retrasarse. — Repuso él— Todos podemos tener algún día en el que las cosas no salen tan bien como quisiéramos. — agregó, tras lo cual ingresó en su despacho para comenzar a trabajar. Ese simple gesto hizo que la asistente suspirara con un aire soñador. — No sólo es lindo, además es un buen compañero. — comentó en voz baja. La mañana transcurrió de manera rutinaria. Camila se entrevistó con candidatos para puestos vacantes en la radio. También supervisó la emisión de los boletines de la hora e incluso se reunió con el subjefe de la FM con el cuál confirmaron pautas para los siguientes spots publicitarios. Imbuida en el trabajo, por momentos sintió que había recuperado el equilibrio. Pero entonces recibió un audio de w******p de Alcázar que la puso sobre ascuas. Cuando lo reprodujo, la asaltó una sensación de intranquilidad. — ¡Buenos días, Camila! — Siempre comenzaba de manera educada, incluso si lo que seguía era una conversación difícil— Quería comentarte que hoy he recibido una notificación certificada del abogado del concejal Ordoñez, con el cuál ha formalizado el inicio de la demanda legal contra la emisora. Podrás imaginar mi desilusión al respecto, nunca hubiera pensado que esto sucediera durante tu administración de la programación. — Hizo una pausa para carraspear— No te preocupes, ya he hablado con el departamento legal de la empresa que se prepara para darle pelea. No obstante, debo advertirte que este es un tópico del que debemos hablar en nuestra próxima reunión. La ira la invadió por momentos. ¡Era tan injusto! La maniobra era completamente inútil, porque se respetaron los derechos legales del funcionario. Se trataba de un ataque infructuoso, cuyo único objetivo era amedrentar a los medios de comunicación. Y sin embargo, ya estaba teniendo malas consecuencias para ella. De alguna forma su jefe la estaba haciendo responsable de lo sucedido. Respiró profundamente para relajarse y mantener la calma. Por el momento no era oportuno protestar. — De acuerdo, Heriberto. — Repuso en un audio— Con gusto hablaremos del asunto en la siguiente reunión. Cerca del mediodía, tras regresar de la sala de transmisión en dónde intercambió algunas directivas con los productores del programa Diariamente, regresó a su oficina. Debía prepararse para una reunión con nuevos patrocinadores para la radio. Tomó asiento en su escritorio, frente a su laptop. Entonces, antes de la siguiente reunión se dedicó a redactar un texto que posiblemente necesitaría presentar para hacer frente al problema en relación al concejal Ordoñez. Estaba concentrada en su tarea, señalando en el escrito puntos importantes de su presentación, cuando una música invadió el ambiente. Era una melodía electrónica que provenía de algún lado, que no era precisamente la sala de transmisión de ninguna de las radios. Era la primera vez que lo escuchaba, ya que usualmente esa zona del edificio era muy tranquila. Trató de ignorarla pero no pudo. No era música mala, pero la sacaba completamente de concentración. Abrió la puerta durante unos segundos tratando de adivinar de dónde provenía la irrupción. Mariana estaba en su escritorio enfocada en sus asuntos, cuando se volvió hacia ella. — ¿Todo bien, Camila?— le preguntó. — ¿De dónde viene esa música? — Creo que de la oficina de Juan Pablo. Me dijo que a veces, cuando tiene que poner en práctica su creatividad, necesita escuchar música. — ¡Guau! ¡Conque así ejercita su creatividad! — exclamó Camila. — ¿Qué no sabe que no está solo en el planeta? — ¿Quieres que le diga que baje el volumen? — No es necesario. Voy a hacerlo yo. — Repuso, tras lo cual salió de su oficina para golpear la puerta. Lo hizo una vez y esperó unos segundos. Pero no sucedió nada. Volvió a hacerlo con un poco más de fuerza y aguardó una vez más. ¡Nada! Era evidente que no estaba prestando atención al mundo que lo rodeaba. Volvió a hacerlo esta vez con tanta fuerza que retumbó en el corredor… Entonces, obtuvo la respuesta esperada. — ¡Pase! — dijo Juan Pablo desde su asiento. A continuación, Camila abrió la puerta e ingresó en el lugar. Juan Pablo pareció gratamente sorprendido de verla. Sonrió carismáticamente como era su costumbre. — ¡Camila! — Exclamó— ¡Qué gusto verte! ¿A qué debo el honor de tu visita? Ella sólo avanzó unos pasos, no tenía intención de quedarse a charlar. — ¡Hola, Juan Pablo! — Respondió ella amablemente— No venía por nada en particular, sólo quería pedirte que por favor bajaras la música. Estas paredes no son muy gruesas y el sonido no me deja pensar. Su cara cambió levemente, avergonzado por su falta. Se incorporó en su asiento y tomó su móvil que era el lugar de dónde provenía la melodía. Primero bajó un poco los decibeles en el dispositivo. Camila se preguntó por qué sonaba tan fuerte si provenía sólo de un teléfono inteligente. Pero a continuación lo vio acercarse a un parlante de tamaño mediano, para reducir el volumen general del audio. Comprendió que había establecido una conexión inalámbrica con su dispositivo personal. — ¿Así está mejor? — Si, bastante. — respondió ella. — Bien, continúa con lo tuyo. — le anunció tras lo cual volvió a abrir la puerta para volver a sus asuntos. — ¡Un minuto, jefa! — le dijo— Ya que la montaña ha llegado hasta Mahoma, me gustaría que siguiéramos hablando de lo que nos quedó pendiente. — ¿Tiene que ser ahora?— preguntó ella— Porque no es un buen momento. — Bueno, citando tus palabras, nunca lo es. Por eso, si tan sólo me dieras unos segundos… Ella resopló un tanto fastidiada, realmente no quería hacer eso ahora. Pero no le dejó muchas alternativas. — De acuerdo, — aceptó— pero sólo dos minutos. Volvió a cerrar la puerta y su interlocutor le señaló la silla frente a él. — Ponte cómoda. — le dijo. Ella tomó asiento y cruzó las piernas. Lo hizo deliberadamente para manifestar su oposición hacia el nuevo, desde el lenguaje corporal. Pero lejos de incomodar a su interlocutor, lo que hizo fue darle una imagen sexy. El tajo trasero de la prenda facilitó que sus piernas delgadas asomaran en todo su esplendor, destacadas por sus tacones altos. Su camisa levemente entreabierta permitía que además se pudieran ver sus senos que no eran demasiado exuberantes, pero sí debidamente atractivos. Apoyo sus brazos en los soportes de la silla y se aseguró de poner una expresión poco amigable. Su actitud era intimidante, pero sin quererlo se vio algo seductora. Al observarla, por la cabeza de Juan Pablo cruzó un pensamiento pecaminoso. Bueno, tal vez dos. Esa mujer lucía malvada, pero destilaba un s*x-appeal que era tentador. Bajo la mirada por segundos, mirando sus papeles, tiempo en el cual decidió enfocar sus pensamientos. — Bien, tú dirás. — Repuso la Jefa de Programación. — Cómo verás estamos a cargo de darle un nuevo rumbo a la radio más importante de la ciudad. — Comenzó a explicarle — Mi trabajo es renovar su imagen y darle una nueva impronta que llame la atención de una mayor audiencia. A Camila le pareció que era el preludio de una macho explicación. Le lanzó una advertencia. — Si, ya lo sé. No es necesario que lo repitas. — No lo digo porque no crea que no seas capaz de comprenderlo. Lo digo, porque espero que recuerdes el objetivo impuesto por la gerencia, el mismo con el que debes colaborar. Necesito que abordes este asunto conmigo, para que ambos tengamos éxito. Camila terció el gesto, en evidente disconformidad. — Comprendo perfectamente lo que dices, Juan Pablo. Pero a pesar de eso, estamos frente a un problema, porque tus ideas no tienen nada que ver con lo que debe hacer una radio. Y veo difícil que podamos ponernos de acuerdo en eso. — dijo. — ¿Por qué no? ¿Qué tendría de malo que consideraras ideas nuevas? — Las que me has planteado son ridículas, y puedes tener por seguro que no van a funcionar. — Explícate un poco, ¿Qué mal le haría al programa Diariamente tener un estilo un poco más entretenido? — Diariamente ganó la audiencia de las mañanas de Rosario por su estilo comprometido con la información. A las personas les gusta que les den una visión completa de lo que está pasando en la realidad. No necesitan tener al payaso Chispita detrás del micrófono. — Me temo que estoy en total desacuerdo contigo, a las personas también les gusta que las entretengan para enfrentar con más ánimo el día a día. — Te he dicho antes y te lo diré otra vez. Eso no es por lo que el show se hizo famoso y sin dudas, no lo necesita para poder continuar en el aire. — Me he especializado en conocer lo que la gente quiere, y créeme que si no consideras factores de renovación en el estilo, te arrepentirás. Si no ofreces algo nuevo, la audiencia puede aburrirse y abandonarlos. Sabes muy bien lo fácil que es apagar la radio, encender el televisor, un ordenador o un teléfono móvil. — Eso es algo que no necesito que me digas, lo tengo presente cada día como Jefa de Programación de esta Radio. — Entonces, prueba con la locutora, como te dije. Camila comenzaba a exasperarse. Si algo era seguro, es que no se pondrían de acuerdo jamás. Le respondió haciendo una voz sensual falsa: — ¡Oh, sí! ¡Aquí la ex Radio del Sol, ahora convertida en Radio Caliente del Rosario!— después agregó con su voz normal — ¡Idea de hombre tenía que ser! — Puedes acusarme de sexista si quieres, pero no hay nada de mano en poner un poquito de sexo en un producto. Numerosos estudios han confirmado, que apela al cerebro reptiliano en las personas. ¿Alguna vez has escuchado hablar de eso? — ¡De sobra!— afirmó ella— Se trata de la parte primitiva del ser humano que concentra sus instintos más básicos de supervivencia. En otras palabras, la parte que desea comer y aparearse. — ¡Exacto! — No puedes pretender que me base en una simple teoría para realizar cambios determinantes en la programación. Y si esa es la manera en la que piensas, desde ya te diré que… ¡No! — ¿Por qué? — Porque una radio no hace eso, para empezar. Lo que tiene que hacer es ser una voz que acompañe a las personas todos los días. ¡No somos una tiendita amorosa!— dijo ella bastante ofuscada, cuando un poster desplegado detrás de él, le llamó la atención— ¿Acaso sabes cuál es la audiencia de las mañanas? Juan Pablo se quedó en silencio unos instantes. En ese momento Camila se puso de pie y se acercó a la gigantografía. Era un esbozo de la nueva imagen publicitaria que identificaría a la emisora. Había un logo nuevo, bastante estilizado en colores vivaces que a la Jefa de Programación no le parecieron tan mal. Al parecer el naranja sería el leitmotiv en la mayoría de los flyers y elementos decorativos. Hasta ahí, todo correcto. Pero lo que terminó por enojarla fue la imagen principal. Era la silueta de una mujer desnuda recostada en una silla reclinable desplegada al extremo, de modo que exhibía su anatomía. La piel de gran parte de su cuerpo estaba reemplazada por una textura que simulaba ondas sonoras. La mujer tenía los ojos entrecerrados, sugiriendo que estaba en alguna clase de enajenación y debajo se leía un slogan que rezaba: “Invadida por la radio” Camila quedó por momentos con una expresión pasmada. — ¿Qué es esto?— le preguntó. — La nueva imagen para la radio…— afirmó el interpelado. — Si, se cae de maduro. — Repuso ella— Lo que quise decir es, ¿qué se supone que significa? Juan Pablo se puso de pie y comenzó a explicarle, mientras señalaba la imagen. — Para la nueva impronta de la emisora queremos transmitir pasión, energía y vitalidad. La imagen de la mujer es perfecta, ya que transmite la sensación máxima de placer ante la experiencia de la radio. Se quedó durante segundos en silencio esperando que ella le diera su opinión, la que por cierto, no tardó en llegar. Su interlocutora estalló en una risa sarcástica. — ¿De verdad esta es la nueva imagen de La Radio del Sol? ¡Santo Dios! ¡Eres increíble! Debido a cómo venía la conversación no era de extrañar que Camila opusiera resistencia. Sin embargo, esto no evitó que se sintiera decepcionado. Igual trató de justificar lo que había creado. — Obsérvalo un poco más de cerca por favor. Verás que se ha creado siguiendo una simbología lógica. — No tengo nada que observar, — repuso ella— no hay que ser un genio para comprender que has diseñado esto, guiado por tu entrepierna. — Alcázar dijo que deseaba una imagen más atrevida que llamara la atención. — Si, con esto llamará la atención de manera equivocada. — ¿Podrías al menos considerar todos los factores? Camila lo miró con una expresión desconcertada: — ¿De qué factores estás hablando? Tus “ideas renovadoras” no hacen más que replicar criterios de baja calidad del marketing. — ¡Son principios que funcionan! — ¡Para vender cervezas, tal vez! ¡No para una radio! — No me dejas alternativa, le expondré estas ideas a Alcázar y veremos lo que él piensa al respecto. Semejante amenaza, la de apelar a la alianza entre hombres que parecía tener con el jefe, fue la copa que llenó el vaso. — ¡Pues bien! ¡Ve a mostrarle este desastre a Heriberto! Juan Pablo resopló por momentos. Se culpó de perder el control y de no poder llegar a un acuerdo con ella. Esa no había sido su intención. — Camila, — dijo— no quiero que nos enfrasquemos en una guerra. Eso solo será algo malo para los dos. — Si no quieres un enfrentamiento, entonces muéstrame que puedes pensar out of the box. ¿Sabes lo que eso significa? — Fuera de la caja… — Una radio es un medio que sólo se destaca si se le habla directamente a la gente. Si quieres establecer ideas nuevas para Diariamente no puedes dejar de lado que la principal audiencia de la mañana son mujeres. Si no les hablamos a ellas, nada de esto va a funcionar. — dijo. A continuación se dirigió a la puerta— Llámame, cuando no tengas una idea estereotipada ni absurda. Hasta entonces, no me vuelvas a molestar. A continuación cruzó la puerta y regresó a su oficina. Juan Pablo quedó solo con sus pensamientos y durante minutos trató de reorganizar sus ideas. Defendería el diseño del afiche, a pesar de que a Camila no le gustara. Sin embargo no ignoraría lo que había escuchado. La mayor audiencia era femenina, y por lo tanto debía tenerlo en cuenta en su trabajo. El resto del día transcurrió sin demasiadas novedades. Al final de la jornada Camila regresó a su apartamento y pasó un buen rato descansando frente al televisor, con la compañía invaluable de Michelino. Entonces el ambiente fue invadido nuevamente por una melodía que le resultó familiar. Se dio cuenta que venía del apartamento del frente. Adivinó que el nuevo vecino se estaba poniendo cómodo en su nuevo hogar. Tuvo el impulso de ir a pedirle que bajara el volumen. Pero decidió que por ser la primera vez que sucedía, sería tolerante. No era partidaria de meterse demasiado con los vecinos. Pero el problema era que la música estaba inundando a los otros departamentos… Prueba de esto fue el mensaje de audio de w******p que recibió de Margarita Achával, la vecina del trece A. Es decir, del departamento que se encontraba debajo del de ella. — ¡Perdona las molestias, Camila! Intento dormir a mi bebé, pero esa música me lo está haciendo difícil. Los vecinos en el grupo aseguran que viene de tu compañero de piso. ¿Me harías el favor de pedirle que baje el volumen? Yo lo haría pero aún no ha ingresado en el grupo y no puedo dejar sola a mi niña para ir hasta su puerta. Existía una excelente camaradería entre los habitantes del edificio, sobre todo a través del w******p. Siempre mediaba un buen entendimiento entre ellos y la mejor disposición para convivir en armonía. — ¡Claro! Iré ahora mismo, y de paso lo saludaré.- respondió de inmediato. Le tomó segundos ponerse de pie, calzarse con unas alpargatas cómodas y atravesar el corredor que separaba su departamento del semipiso del nuevo vecino. Entonces tocó el timbre. Se escuchó un campanilleo eléctrico. En ese momento tuvo una sensación de déjà vu, como si esa escena ya la hubiera vivido. Se dio cuenta de que la melodía era la que había invadido su despacho por la mañana. ¡Qué curioso! ¡Otro admirador de la misma canción! No recibió ninguna respuesta, por lo que volvió a tocar el timbre. Quien quiera que fuera, estaba tan ensimismado en lo suyo que no le prestaba atención a lo que ocurría a su alrededor. Volvió a pulsar el timbre, esta vez por más tiempo, aunque corriera el riesgo de ser descortés. Entonces, alguien bajó el volumen de la música un poco. A continuación percibió el retumbar de unos pasos que se dirigían a la puerta. Camila se preparó para sonreír y de este modo contrarrestar cualquier posible reacción adversa que pudiera presentarse. Sabía que podía ser amable pero al mismo tiempo, firme. Se presentaría y le daría la bienvenida al edificio y después apelaría a su solidaridad hacia el resto de las personas que habitaban el lugar. Esperaba encontrar la mejor disposición para una mejor convivencia en el edificio. Planeó todo esto, en los segundos que le tomó a su anfitrión abrir la puerta. Pero todo esto se derrumbó, se evadió completamente de su mente cuando vio de quién se trataba. Repentinamente supo por qué la escena le resultaba tan familiar y por qué de hecho era la misma melodía que había escuchado al mediodía. Se trataba de una persona que conocía muy bien y que con esto terminaba de invadir su día. Con los ojos azorados exclamó: — ¡Juan Pablo! El aludido vestía un pantalón de gimnasia y una camiseta con tirantes, bastante delgada y laxa. La prenda permitía observar una musculatura no demasiado grande, pero bien marcada y firme, lo que no era para nada desagradable observar. Estaba transpirado, como resultado de una rutina de ejercicio que practicaba rigurosamente todos los días. En los primeros segundos también se sorprendió de ver a Camila frente a su puerta. Ahora vestía ropa un poco más holgada e informal, que sin embargo destacaba las partes más bonitas de su figura. También pareció perplejo por la increíble casualidad. — ¡Caramba, jefa! — Exclamó— ¿Tú aquí?
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