Cuando comienzo a volver en mí, sólo veo dos cabezas observándome desde lo alto. Aparentemente, al caerme he abierto la puerta del armario y a juzgar por el dolor en mi rodilla derecha me he debido dar un buen golpe. Roberto me mira con una cara que es un poema, me coloca una mano detrás de la cabeza y me ayuda a incorporarme. Al incorporarme mi cuerpo se libera del amasijo de ropa que he arrastrado fuera del armario y ambos comprueban para su asombro que estoy casi desnuda.
Para mi sorpresa, Claudia comienza a sacar conclusiones precipitadas y estalla en una rabieta que más bien parece un huracán.
- ¡Sois unos enfermos! Yo no me había prestado a esta clase de depravaciones. Si queréis un juguetito vais a tener que buscaros a otra. Yo no me presto a estas cosas. Sabía que erais unos raritos, lo tenía clarísimo. – Mientras soltaba su sarta de improperios había conseguido ponerse casi toda la ropa, pero se retorcía como si algo le molestara, poniendo una desagradable mueca se saca la cola de gato y se la lanza golpeando a Roberto a la cabeza. Roberto no reacciona al golpe y mantiene los ojos como platos en una expresión de incredulidad completa. Claudia se dirige entonces hacia la puerta de la casa sin dejar de gritar - ¡Malditos pervertidos! Quedaros con vuestros juguecitos, ¡Roberto, que te coja la siesa de tu novia! A mi no me molestes más – Y cierra la puerta de la casa con un portazo extremadamente fuerte.
Y en ese momento, después de todo lo que había pasado en los últimos tres días, no puedo hacer otra cosa que reírme a carcajadas. Roberto comienza a partirse de risa también. Y durante un largo minuto es como si el mundo se hubiera parado, finalmente es Roberto quien rompe el hechizo. El intenta acariciarme la mejilla y en el segundo en el que su mano toca mi piel, me sacude una descarga eléctrica. De pronto vuelvo a ser consciente de lo que acaba de hacer y ahora soy yo la que grito - ¡No me toques! ¡No te atrevas a tocarme, cabrón! – Roberto se sorprende al principio, pero enseguida baja la mirada consciente de lo que ha hecho. En ese momento rompo a llorar, se que los vecinos me estarán oyendo, pero me da igual, ahora mismo me desgarra el dolor. Me siento ahogada en esta casa, tengo que salir de aquí.
Empujo a Roberto que había hecho un ademán de acercarse y me pongo de pie, cojo la primera ropa que encuentro, me visto y salgo por la puerta con lágrimas en los ojos. Esto sólo se puede arreglar en un bar. Recorro las dos cuadras que separan nuestro departamento del bar más cercano y entro en el local.
El bar se llama la Toscana, esta regentado por Carlos, un hombre en la cincuentena hijo de inmigrantes italianos que habían montado el bar varias décadas atrás. Como vamos a este bar con asiduidad, Carlos me saluda por mi nombre y se da cuenta de que estoy llorando.
- ¿Qué ha pasado Cata? ¿Todo bien? – Yo me desmorono completamente y me vuelvo a abandonar al llanto, y sólo consigo articular el nombre de Roberto, Carlo se pone muy serio - ¿Roberto? ¿Qué ha hecho ese desgraciado? ¿No te habrá pegado? – Yo, consciente de lo que estoy preocupando al buen hombre intento serenarme – No… está con otra ¿Me pones una cerveza? – Carlos toma un vaso a regañadientes, pero cuando me lo trae, me lo sirve acompañado de un consejo – mira Cata, yo no soy quien para meterme donde no me llaman, pero son muchos años detrás de la barra y te digo con total seguridad que la respuesta no la vas a encontrar en el fondo de un vaso, tienes que hablar con ese malnacido y cortar de raíz - mi mirada cristalina hace que se ablande un poco y finalmente me termina confesando – mira, yo estuve casado y mi mujer me ponía los cuernos con el chico del reparto, cuando lo supe, ni siquiera la acusé, sólo me refugié en la bebida, al final ella me dejo por borracho ¡Menuda pájara!... Lo que quiero decir es que tienes que enfrentarlo, no se va a solucionar por si sólo. A esta invita la casa, pero no te voy a servir más hoy.
En ese momento, siento un gran sentimiento de gratitud hacia el barman. Confiada en que tiene razón apuro el vaso y con el coraje que aporta el alcohol tomo el camino de vuelta a casa, donde me espera el destino para darle una vuelta completa a mi vida.