Capitulo 13

4864 Words
Llegado el fin de semana la invadió una necesidad apremiante de dejar de pisar el acelerador, se excusó ante un par de compromisos sociales y solo dejo en pie la cita con el doctor. Cita que debía realizarse ese mismo día, lo hizo así porque aquello constituía una manera única de obligarse a sí misma a tomar una decisión definitiva sobre su porvenir, podía por un lado decidirse a seguir con el tratamiento, caso en el cual estaría aceptando perdonar al esposo, o cesar en su empeño de tener hijos y llegar entonces a la conclusión de esa larguísima etapa de su vida.   En otro momento esta decisión no hubiera constituido problema alguno, pero ahora que ella también había probado de la manzana prohibida y observaba como los días anteriores estando sumergida en una especie de éxtasis obsceno había cedido a los delirios sexuales del que había sido hasta esos momentos uno de los seres que más despreciaba, no podía decirse sin pensar que tal vez todo esto había llegado a una especie de equilibrio entre los pecados de cada quien. Por supuesto, era plenamente consciente de que aplicar matemáticas a las relaciones humanas, es como solía decirlo su esposo, “estupidisimo” y que una beso no se venga con otro ni el sexo con otra cama y otra carne, pero por muy reduccionista que fuera esto no dejaba de sentir que el odio le habían disminuido tras cada traición y que por ejemplo el orgasmo experimentado en brazos de otro no solo era la liberación de todas las posibilidades sexuales de su cuerpo sino también un insulto secreto que había tenido el efecto de desinflamarle los celos y la tristeza.   Había además elegido el peor de los lugares para hacer una decisión imparcial, aquel en el que encontraba juntos todos los objetos que habían ido acumulándose como demostración de su estilo de vida como pareja. Estaba allí sobre la repisa que adornaba la recepción la cerámica italiana que adquirieron durante su luna de miel aun cuando la economía lo desaconsejaba y luego tuvieron que pedir dinero prestado muy abochornados. en el comedor la silla que rechinaba de manera muy molesta pero que ambos habían consentido. Sin acuerdo verbal, pero si con complicidad silenciosa, en no reemplazar por que hacía de prueba de una noche en que la pasión los encontró extrañamente sueltos y se asomaron por primera vez a las maravillas del buen amor sobre lo primero que encontraron, que fue la pobre sillita que incapaz de aguantar el peso crujió provocando en ambos sonoras carcajadas, nunca volvieron a encontrar esa inspiración sensual y ello hacia doblemente nostálgico el recuerdo. El en estudio, encontró la lámpara que ella le obsequio de improviso un día cualquiera tras escucharlo quejarse para sí mismo de la mala ubicación de la luz en su rinconcito especial de la casa. Él la había abrazado con cariño inaudito y agradecido al oído que se fijara en detalles tan ínfimos, otro momento en que rozaron con la yema de los dedos lo que debió haber sido desde el principio, allí, también en el estudio, en la parte central del librero, las historias que habían leído juntos antes de perder la buena costumbre de fabricarse cosas en común, el las había ordenado de manera que era fácil asociar cada libro con una etapa de la vida, desde el primero. Muy a la izquierda, hasta el ultimo muy a la derecha, eran todos ellos una especie de marcador que servía para rememorar un incidente concreto, como su primera reunión social como casados en la que se deleitaron secretamente de ser tan admirados y felicitados, o la primera mención de un futuro con hijos, ante la que él se había mostrado primero tan emocionado, aunque luego los ánimos se le fueron calmando hasta el punto que ella llego a sospechar que en realidad no quería tenerlos.   Hasta la silla de cuero café, comprada hace 8 años, ya cuarteada por el tiempo y los pocos cuidados que le dispensaba su tenedor, le parecía una cosa muy triste porque era el primero de una larga cantidad de objetos que él se había empeñado en introducir a su hogar aun cuando a ella le parecían de muy mal gusto, objetos que con el tiempo en vez de producirle desagrado le suscitaban ternura pues los veía con los mismos ojos con lo que ve una madre los juguetes desperdigados de los hijos caprichosos que luego de divertirse con ellos un rato los relegan al olvido, había ocurrido eso con la consola de videojuegos con la que él quiso probar que no se estaba poniendo viejo pero que había servido para lo contrario porque lo aburrió muy rápido, también con un montón de prendas en su closet, ropajes comprados en un intento por vestirse juvenilmente aunque lo cierto era que él era totalmente incapaz de permanecer más de un par de días con camisetas y tenis.   Estuvo en ese caminar de espíritu perdido desde la mañana hasta la tarde, se le paso la hora de almorzar y ni siquiera se percató de que las tripas empezaban a crujirle a medio día, atrapada en la trampa que ella misma se había tendido y vulnerable por su naturaleza muy sentimental y sensible a este tipo de estados pasajeros pero ineludibles. Un par de horas antes de su encuentro con el doctor ya estaba casi completamente convencida de que no valía la pena desechar años de construcción continua de recuerdos superpuestos hermosos y significativos por un desliz que a fin de cuentas ya había sido cometido también por ella. Tomo una última precaución antes olvidar por completo el camino tan desalentador de la separación. Lo llamo, sin saber que el con total convencimiento de que todo se había ido ya a la completísima perdición estaba facilitándole a la sociedad el trabajo de desecharlo entregándose a una nueva traición, de la que hablaremos luego, para fortuna y garantía de la paz mental de su esposa esta situación no le ocupaba la boca sino que mantenía ocupada la boca de otra persona por lo que no sin parecer bastante distraído y sorprendido a la vez respondió a su pregunta de si él estaba dispuesto a arreglarlo todo diciendo   -Pero claro, como no iba a quererlo-   Ella achaco la extrañeza de su voz al sentimiento y con una resolución firme de la que iba a arrepentirse en no mucho tiempo partió a la cita con su doctor. El edificio era el mismo que su esposo visito durante aquella entrevista en la que los dos hombres discutieron sobre la importancia de los hijos y la familia, pero esta era la única similitud entre aquella ocasión y esta pues ambos veían la vida con filtros bien distintos, el con una curiosidad que había dejado de aplacar hasta hace poco y ella con nada más que un espíritu muy pragmático que solo se le olvidaba cuando se entregaba a su intuición de mujer. Allí donde su esposo había experimentado dudas más que razonables sobre los locos ella veía simplemente a descarriados que daban el primer paso a la reconciliación con la sociedad, en los sitios de paredes blancas y gente uniformada en las que el esposo había visto una contradicción ella solo tuvo una suerte de felicitación no pronunciada para los doctores que tanto empeño ponían en darle a los enfermos una espacio diáfano de toda fantasía en el que volverían a entrar al mundo renacidos, no se deba cuanta que tal como había ocurrido a ella en el principio de todo este embrollo al desear otra cosa para su casa tan paliducha los locos también miraban con aburrimiento interminable las paredes que hacían su encierro.   Esto sin embargo no la preocupaba mucho y de hecho tan rápido como dedico un instante de pensamiento a los locos los olvido para poder volver sobre sus propios problemas. Al alcanzar el piso 5 golpeo la puerta e igual que hace unos días sucedió a su cónyuge, se encontró con el viejito de mirada santurrona que la invito a pasar, esta vez obligado a ser un profesional de verdad y no una secuaz de la traición el doctor tomo asiento de inmediato en su escritorio y la invito a ella a sentarse en la silla que siempre corresponde a los pacientes.   -Cómo le va- interrogo el viejito -Muy bien, si señor- respondió, como lo había hecho siempre ante esa pregunta -Como no recibí ninguna llamada asumo que el milagrito no se nos ha hecho- -No doctor, eso es lo único que me amarga la semana -¿Lo único?- dijo el viejito mientras revisaba algo en su computador en un gesto de fingido desinterés Sintiendo que resultaba estúpido aparentar felicidad idílica dijo ella –Pues no lo único, pero si lo más importante -Bueno, me alegra eso, pero tengo malas noticias, y la verdad no sé cómo dárselas- contesto el señor canoso -No me diga eso doctor, ¿ninguna esperanza nos ve usted? -Ya probamos todo y nada nos funciona mi niña- dijo con una ternura que confundiría al mismísimo polígrafo-Han considerado la adopción Toda esta triquiñuela tan vergonzosa había sido ya pactada con el esposo hace pocos días cuando después de ser lanzado de la casa llamo al viejito ofreciéndole mucho dinero para que cerrara el engaño sobre su esposa, impidiendo así a la pobre mujer cualquier pretensión de reavivar el matrimonio con ese proyecto insensato de tener hijos, por lo menos de tener hijos con el   Viéndola sumergida en un profundísimo silencio más pensativo que triste el viejito añadió-Las últimas pruebas, arrojaron que su útero es incapaz de albergar vida- esto  mientras se interrogaba si había sido buena idea achacarle la culpa a ella y no a él, después de todo en este tipo de cosas por más que no se intente culpar a la pareja por algo que escapa a su alcance un rencorcito pequeño siempre se instala en el corazón, un rencorcito dirigido al incompetente incapaz de reproducirse, en este caso un rencor contra sí misma, sin embargo dado que no se encontraba al tanto de la situación que ella atravesaba estimo que este último gesto sería una especie de extra para el esposo que había dicho que no le importaba la excusa sino el resultado. Esto sin darse cuenta que daba una estocada final a alguien a punto de derrumbarse.   Sobreponiéndose momentáneamente a las ganas de desatar el llanto pregunto en tono lastimero-Entonces no existe la más mínima posibilidad   El doctor siempre un poco temeroso de que los estragos hormonales que causaba en el esposo tuvieran un momento de sosiego permitiendo el embarazo por muy improbable que fuera, anoto- Siempre existe, pero no es muy grande, no se me haga ilusiones, para mi lo mejor sería desistir dejar de pensar en ello   Tras escuchar esa sentencia a su porvenir, las lágrimas le corrieron las mejillas, no solo se enfrentaba a la maldad del hombre encarnada en su esposo infiel, sino que también tenía que vérselas con la maldad de Dios mismo que no contento con atravesarle a su esposo en el camino la tentación de la cual no supo librarse ahora la incapacitaba para lo que ella sienta era uno de los propósitos centrales de su vida.   Nuestro doctor, como ya sabemos, muy entregado a que las consultas se le volvieran un recital de consejos personales dada su incapacidad de hacer ojos ciegos a la desgracias ajenas se vio ofreciendo consuelos honestos a la llorona tan preciosa pero desdichada que acogía en su consultorio, cuando tras probar todas las formas de tierno consuelo quiso probar las razones diciendo –Pero mi niña, no es el fin del mundo, vea yo tengo un par de hijos, me llaman 1 vez al mes los desgraciados, al final fue mi carrera lo único que me mantuvo firme en el mundo- una mirada de profundo odio le atravesó el corazón.   -No es tan simple doctor, es que esto no se trata solo de los hijos y la crianza se trata de mi vida entera, una reivindicación para un matrimonio que se tambalea.   En este punto, el doctor a sabiendas de que este era el desenlace natural de una relación en la que un hombre que ofrece semejantes cantidades de dinero para cerrarle la felicidad a la esposa hace parte, estuvo fuertemente tentado a revelar la verdad, pero no lo hizo por temor a una reputación dañada, opto por el punto medio en que el salía libre de toda culpa y dijo –Perdón por hablar de mi todo el rato, pero de qué otra cosa se habla mejor sino de la experiencia propia- dijo  estirando la mano y poniéndola sobra la mano temblorosa de ella, en un gesto de conmiseración verdadera que vemos por primera vez en este relato- Yo me case, tuve hijos e intente una vida familiar, no nos faltó nada ni la plata ni la obediencia de los niños ni siquiera el cariño pero aun así se nos fue todo al carajo, ni ella ni yo nos soportamos dentro de la misma habitación, uno quiere pensar en los hijos como un remedio mágico contra la aversión que se empieza a sentir por la pareja, pero la verdad es que no es así, no quiero decir que su matrimonio este perdido, ni más faltaba, sino que deben probar otras cosas, otros caminos, no se deje vencer mi niña.   Ella lo escucho en medio de las brumas liquidas de sus ojos rojos de tanto llanto y quiso creerle, respondió que lo intentaría y sin que terminara el tiempo de consulta se marchó a casa para masticar en soledad sus desgracias superpuestas, estando dentro del automóvil recibió una llamada del jefe que intentaba de nuevo el truco de fingir problemas en la oficina –Puedes venir a ayudarme- aun con ganas profundas de hundirse en su soledad ese espíritu practico del que ya hemos hablando le sugirió que, sin entregarse de nuevo a ese hombre podía hallar distracción pasajera en sus palabras por lo que aun por muy falaces que fueran sus intenciones ir a verlo sería por lo menos una forma de apartar la mente de los mil y un problemas que la cercaban. Entonces al tiempo que se revisaba en el espejo para constatar que el desastre del llanto tenia remedio con un poco de maquillaje acepto ir a ayudarle, siguiéndole la cuerda en ese jueguito que el tanto disfrutaba, estuvo un rato limpiándose las lágrimas aplicando el maquillaje y después tocio el volante. No a la derecha que conducía a casa, sino al oeste y estuvo en la oficina en no más de 30 minutos. Descendió de su vehículo con el corazón crispado, reventando fuerte como una locomotora en su pecho, intento convencerse de que esta no era su reacción al encuentro con el jefe sino simplemente un efecto secundario de la noticia recibida hace escasos momentos, el auto engaño le duro poco, pues mientras penetraba por las puertas automáticas de vidrio transparente y giraba para ascender sobre los escalones que conducían al segundo piso, la mente distante del hijo que nunca tendría se revolcaba en pensamientos de lo más lascivos, se interrogaba sobre que parte de su ser seria hoy sometida a la vigilancia grosera de los ojos carnívoros de quien la invitaba, seria acaso su cintura o su senos, o tal vez lo que parecía el preferir, su trasero, el colmo de lo que ella llamo “desvergüenza” un par de días después, llego cunando le entro la duda sobre la ropa interior que llevaba puesta, ¿sería la adecuada?, no fue sino hasta este momento que se acordó de que antes de salir para ver al doctor había consultado al marido sobre el perdón y esto la convertía en no más que una hipócrita cualquiera, casi de la misma calaña que su conyugue. Se detuvo con el pie derecho puesto en el último escalón y el izquierdo en el escalón anterior, con el cuerpo atraído por una fuerza de magnetismo carnal y la conciencia aplastada en el peso de sus culpas que le decía en un último soplo de agonía que aún no estaba tarde para inventar una excusa y conducir de vuelta a casa.   Como siempre, ayudado por una coincidencia. Que alguna complicidad debía tener con el destino mismo, el jefe había bajado esas mismas escaleras minutos antes y ahora subía de nuevo para encontrarla allí titubeante teniendo así el privilegio de evitarle la duda con el simple acto de posarle la mano en la cintura y susurrarle al oído –estas hermosa-, ella cerro los ojos en un convencimiento de que la vida empezaba a tratarla como una marioneta para la satisfacción de los antojos caprichosos de algún espectador ladino y permitió que la frase le calara bien hondo en el cerebro, acertó solo a decir con fingida modestia-Lo dudo mucho- fue conducida por la risa sonora del hombre a su lado hacia la oficina que ahora no era más que el recinto penoso en que dejara una silla empapada de su desvergüenza.   Se sentó en la silla que se le ofrecía queriendo sentirse mal pero en realidad solo llena de expectativas, la trampa parecía bien preparada a juzgar por los papeles aparentemente urgentes que regaban el escritorio, fue torturada haciéndole creer durante más de media hora que en realidad se trataba de una visita totalmente profesional, discutieron sobre los ingresos de la semana siguiente sobre la posibilidad de subir un sueldo aquí y recortar presupuesto allá. Ella confundida y sintiéndose a la deriva respondía todo con actitud dispersa y voz distante, no fue sino hasta la sugerencia de abrir una botella de vodka que él tenía sobre una de las mesas de los flancos que se dio cuenta de que simplemente jugaban con ella, como lo haría el gato con el ratón, saboreándole el miedo y midiéndole bien las intenciones, en vez de sentirse ofendida por ser rebajada al nivel de un juguete la ansiedad le escalo espumosa por la espalda, como un escalofrió.   Le fue entregada una copa rebosante de un líquido trasparente que nunca había soportado bien y siempre la dejaba fuera de combate tras pocos tragos, no bebió con moderación por temor a que le hiciera perder el control de sí misma sino por el miedo de que se le borrara de la mente algún momento por mínimo que fuera. Tras unas copas y con el objeto de destruirle unos escudos que él no sabía estaban ya totalmente desechos, el jefe pregunto sobre su matrimonio, fueron pocas las insistencias necesarias para que ella admitiera a medias y veladamente que tal vez estaba siendo engañada, el aprovecho para indicarle que acercara la silla a su lado del escritorio y se sentara cerca de él para encontrar apoyo en un abrazo que fuera de toda intención lujuriosa ella en realidad necesitaba, con los primeros tragos de alcohol ya empantanándole un poco el discernimiento se encontró  apresada entre dos fuertes brazo, con la cabeza apoyada en el pecho de ese hombre, al separarse el volvió a recurrir al recurso del susurro que parecía tener en ella resultados de lo más deseables – No voy a decirte que le venganza te va a curar el corazón, pero si te va a distraerte el presente- ante esa primera declaración directa, que ya no apelaba a sensaciones corporales sino a su razón misma ella no supo que responder, simplemente levanto la mirada en un intento de que fuera el quien siguiera tomando las molestísimas decisiones, estuvieron a punto del beso, pero a sabiendas de que es una acto tierno que conduce sin mucho deleite y por atajo aburrido a lo que él quería se apartó, se recostó en el sillón y mientras la observaba confusa al encontrar los labios contra el aire la interrogo- Recuerdas lo que hiciste en esa silla, hace un par de días-   Ella asintió tímidamente- te gusto- interrogo de nuevo Esta vez hubo una respuesta en forma de palabras-creo que sí, es algo que nunca me había ocurrido- El ofreció otra copa, ambos apuraron el contenido y volvieron a mirarse a los ojos, el prosiguió con el interrogatorio – entonces si yo quisiera que tu espalda se arquera de nuevo contra esa silla y tus piernas temblaran en éxtasis como ese día no te resistirías-   Tan bochornoso y obsceno le parecía todo esto que el rostro se le pinto de rojo profundo al responder con fingidisma dignidad –No soy tan fácil   -No dije que lo fueras, 5 años y un mal esposo me han tomado que aceptes la primera invitación, pero ahora ya es tarde para echarse para atrás y yo sé que tú lo sabes, aunque te remuerda la conciencia, deséchala esa cosa no es más que una molestia, más bien escúchame bien te voy decir que es lo que debes hacer para que me ocupe de esa necesidad tan penosa que tienes de volver a dejarme la sillita empapada-   Ella se sintió desfallecer de pudor, pero tan absurdamente atractiva era su seguridad grosera y deliciosa la promesa de poder volver a estremecerse en un orgasmo que respondió- Que debo hacer Con la certeza adquirida a través de la experiencia de que las mujeres casadas son muy volubles, un día se deshacen en placeres salvajes para al sol siguiente rechazar con orgullo renovado hasta las más placenteras experiencias, el momento debía aprovecharse. Sin perder un solo instante le ordeno que se arrodillara entre sus piernas, ella no lo hizo de inmediato, sino que lo miro con expresión de niña perdida, como si no bastara esa orden para anticiparle lo que le deparaba esa postración, él le hizo el favor de no complicarla con más palabras y se bajó la cremallera del pantalón. Ella se había resistido a concebir en la imaginación lo que se le pedía realizar, pero entonces la curiosidad represada la noche de la fiesta cuando sintió su inmensa virilidad sobre las nalgas basto para convencerla, de modo que adopto la posición y estando ya sobre sus rodillas las manos temblorosas no sabían dónde posarse, el se inclinó hacia adelante y le tomo la cara entre las manos le dijo – enderézate bien- y entonces ella sin perder la posición se estiro cuanto pudo para asi sentir en los labios el beso que un rato antes le había sido vedado, perdió por fin todo nerviosismo y se encontró así con la prueba irrefutable de que ese hombre hacia estragos en su principios, cuando se separaron los labios ella agitada y sin recursos para seguir conteniéndose a sí misma desabrocho el cinturón y halo los pantalones hasta que el por pura misericordia de verla tan entregada a esa tarea levanto las caderas facilitándole la tarea de dejarlo medio desnudo.   Lo más impresionante de la revelación que tuvo no fue el abultamiento más que considerable que ya esperaba sino el verlo flácido tras la tela de su ropa interior, mientras que para ella el solo un beso había bastado para arrebatarle el vientre y darle hormigueos en zonas que no se atrevía a pensar el seguía con la masculinidad impávida. Entonces en uno de esos saltos increíbles que era capaz de dar su corazón brinco de la sumisión al recelo y los dedos inclementes libraron el m*****o frente a sus ojos de toda vestidura, era un monstruo horrendo y grandísimo que ella nunca creyó posible, caído por su propio peso, tanto más que el asco que se quedó esperando le produjo una explosión de ansiedad que se tradujo en intentos furiosos por despertar esa bestia, lo estrujo entre sus manos lo midió y sintió con cada centímetro de las palmas. Una mano que la tomaba del mentón la distrajo de la exploración animalesca en la que se había perdido ya durante un par de minutos, le guio el rostro hacia arriba y le indico – usa la boca- ella, que sin saberlo había estado deseando la orden tan inflexiblemente impartida se dispuso a desencajarse la mandíbula, logro hacer desaparecer tras sus dientes una tercera parte de ese m*****o imposible y entonces lo sintió por fin hincharse y endurecerse como ella lo había sentido la noche de la fiesta, no tuvo más noticias de sí misma, perdida quedo en un situación de la experiencia humana de la cual creyó nunca seria víctima. El ansia de complacer como si se estuviera complaciendo ella misma, comprendido en un instante de lucidez el porqué de grandes hombres y mujeres de la historia extraviados en intentos de hacer felices a otros que el mundo entero estimaba mucho más pequeños que ellos mismos. El tacto recién descubierto de esa cosa entre su boca no pudo evitar comparaciones y pensó en su marido, en el momento de la primera desnudez y en las confidencias que había hecho luego a otras mujeres que le habían dicho suertuda, esto mientras derivo en la divertida hipótesis de como habrían denominado a otra que les hubiera relatado lo que en este momento hacía, se dijo que tal vez hubieran estallado en jubilo, y hasta una fiesta hubieran hecho.   Si el amor que encontraba el esposo en brazos de otra era perfecto por la compatibilidad inmensa que había con la amante, por las maravillas de acróbata, las posiciones , visiones sonidos y en general voluptuosidades de toda gama, el sexo que ella ahora experimentaba era maravilloso por los motivos contrarios, por su extremada simpleza sin artificios y sin complejidades, consistía en nada más que entregarse con los ojos cerrados a las sensaciones animales, no había miradas a los ojos ni sonrisas ni risas, todo era nada más que un rito de olvido sin reflexión. Ya con la boca adolorida y los miembros exhaustos después de varios minutos de forcejo logro por fin que él se viniera, recibió toda la carga blancuzca en la cara, mientras escuchaba un resoplido como de volcán que provenía del hombre del que se había olvidado mientras se ocupaba de la batalla recién ganada.   Se sintió olvidada durante el instante que él se recuperó del estremecimiento, busco con que limpiarse el desastre del rostro, una vez librada de esa señal exterior de la abominación totalmente insalvable del adulterio que recién realizaba se miró al espejo que siempre cargaba junto a los cosméticos, se encontró tan irreconocible que durante un instante un susto de película de terror le hizo quedarse entumecida en la comprobación de lo mucho que se desfigura el rostro con las mutaciones del carácter. Noto una gran verdad, que cada quien ve en el espejo no únicamente un reflejo de lo que tiene de materia su cuerpo sino también que la vidriosa superficie devuelve una impresión de quienes somos por dentro, no la devuelve en los detalles pequeños, en la posición de las cejas, en los músculos tensados para hacer la sonrisa o incluso en la actitud de los ojos. No sabía identificar lo que sugerían sus rasgos concretos, pero tenía si la certeza de que no le gustaba. Durante el rato que se estuvo desentrañando los misterios del rostro, el hombre que reposaba complacido sobre el sillón a escasos metros se dispuso a cumplir su parte del trato, se enfundo de nuevo en su ropa interior y pantalones y con sigilo se acercó por la espalda y dándole un beso en la mejilla completo así el paisaje horroroso que ella se estaba pintando, lo vio en el reflejo como un demonio que le trepaba sobre el hombro tan espantoso como irresistible, de sonrisa sardónica y rasgos exagerados de pura maldad, al lado de su propio rostro que sintió en ese momento era el propio de quien debe servir y obedecer, una especie de ángel vencido corrompido y acabado no más que un rehén. Profundamente fraccionado como estaba su propio ser, abrumada por los descubrimientos constantes vergonzosos y hasta cierto punto decepcionantes sobre sí misma, bajo el espejo y se dijo lo que ya él había replicado “no hay marcha atrás”. Inicio entonces un correr y descorrer de las inmensas manos de obrero del hombre a sus espaldas, que camino los rumbos de su cuerpo estremecido, los valles y montañas de su biología, haciendo paradas contemplativas en aquello que ella creyó eran sus partes favoritas, estando allí de pie, despojada de sus ropas, giro por fin el cuerpo y haciendo caso a ese convencimiento algo ridículo pero siempre presente, de que son los besos el verdadero sello del amor se negó a volver a prestar sus labios para el adulterio, girando el rostro cada vez que el hacia un intento de acercarse, en compensación, entrego sin reservas todo cuanto del cuello para abajo él quiso profanar. Tan entregada estuvo a este ritual de pagana complacencia que sin darse cuenta se halló medio desnuda y tendida sobre el escritorio, con las nalgas sobre los blancos papeles que servían de excusa a este encuentro. La historia entonces se repitió, unos dedos le revolvieron las entrañas, el cuerpo entregado a ese éxtasis infinito perdió control de sí mismo y se revolvió en espasmos penosos para que un nuevo charquito de sí misma oscureciera aquello los folios sobre los que permanecía sentada.      
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD