No habían apenas trascurrido una par de horas desde su llegada a casa y ya la atormentaba la conciencia de haber hecho algo terrible e irreparable, no se explicaba la facilidad con que era manipulada y mucho menos se explicaba ni quería admitir que no se trataba simplemente de que fuera obligada de algún modo contra su voluntad, sino que en realidad una parte secreta de su ser deseaba ser tratada de ese modo, con fuerte voz de mando y sin perspectivas de amor o sentimiento, simplemente deseándola por lo que es y puede dar su cuerpo.
Por fortuna había logrado escapar de la tentación mayor y una vez cumplió el jefe su parte del trato huyo de esa oficina como una cobarde ante la sugerencia en extremo apresurada de terminar la faena en la casa de alguno de los dos. Podría decirse que fue aquí un fallo del jefe el que la extrajo de mayores golpes de conciencia, tal vez si él se hubiera limitado a callar y seguir guiándola con las manos no hubiera ella tenido tiempo de plantearse lo que hacía. Pero no fue asi, el abrió la boca y ella entonces muy avergonzada y arrepentida balbuceo inteligibles excusas tras las cuales se introdujo en su auto y condujo hasta casa intentado mantener la mente sobre la via.
Pero la vía pronto se acabó, y la vista paso entonces a la acera siguió a la de las escaleras , de las escaleras a una puerta y finalmente de la puerta a un mundo entero que ella hacia su parte por derrumbar. La noche la hallo tendida sobre su cama, bajo la cabeza una almohada empapada de lágrimas saladas, no sintió hambre, ni frio ni sueño, su mente simplemente daba vueltas una y otra vez sobre el mismo tema, sobre las mismas preguntas y sobre los mismos deseos, pasaba del arrepentimiento mas amarga hasta la curiosidad más acudiente de esta a la tristeza nuevamente y de aquella a la excitación. Haber sido simplemente víctima de la tristeza la hubiera hecho paradójicamente, muy feliz, pues esto estaría de acuerdo con la educación religiosa de la que fue objeto toda su vida, pero no era así y lo que realmente la lastimaba era su incapacidad para suprimir pensamientos que debía censurar, imaginarse que hubiera sido de ella de haber aceptado la invitación, y la mucho más pecaminosa hipótesis de intentar representarse que se sentiría unir su cuerpo al de ese otro hombre, ser amada con deseo febril, con esa pasión que ella conocía solo de oídas y por un hombre tan experimentado en esos caminos de la vida, por un hombre que con su virilidad inverosímil le haría experimentar de nuevo el temor y el dolor de la primera vez.
Se odio por primera vez a sí misma, se odio por ser tan humana, se odio por haber luchado toda su vida vanamente contra algo que al final había hallado el modo de agarrarla bien por los tobillos y que parecía arrastrarla hasta el fondo de un profundo pozo. No quiso pensar de nuevo en volver a ver al esposo ¿con que cara lo miraría ahora a los ojos? Ahora ya extinta cualquier superioridad moral de su parte, ahora que ella también había sucumbido a otros besos y a otras manos no se creía capaz de aguantar la hipocresía inmensa que se cernía sobre cualquier encuentro entre los dos, volvió a acariciar la idea de una separación definitiva. Pero al percatarse de que ello la arrojaría a las fauces del lobo y que además implicaría traicionarse a si misma admitiendo que deseaba a ese otro hombre más que a sus propios principios, descarto rápidamente esa idea. Se dijo, en una de esas fórmulas vacuas pero útiles que nos sirven a todos los indecisos “que pase lo que tenga que pasar”.
El destino no parecía muy interesado en darle largas al asunto y entonces al dia siguiente mientras se encontraba aun atorada en su bucle infinito de arrepentimientos y deseos prohibidos recibió la inesperada llamada de su esposo, el muy hijo de puta insensible la apremiaba a tomar una decisión, aunque intentaba hacerlo con palabras suave y tono calmo dejo de inmediato al descubierto que en realidad trataba de ponerlo todo en orden en aras de la visita reglamentaria de sus padres que estaba ya muy cercana. No supo que responder, pero pensando que el simple hecho de que el tomara la iniciativa bastaba como esa señal de la vida que se había propuesto a esperar consintió en que si el prometía no volver a tener el mas mínimo contacto con esa otra mujer podía volver a casa, no a dormir en la misma cama por supuesto, pero por lo menos a intentar la reconciliación. Quedo entonces estipulado que al día siguiente retornaría a casa, tras la jornada de trabajo, ahora aún más contagiada del temor de las represalias sociales por el asunto por la visita de los suegros que había anunciado su esposo espero sinceramente que los pocos días de los que disponían fueran suficientes para limar las asperezas, no fuera a ser que se enteraran de los líos de adulterio de alguno de los dos, mucho menos de los de ella, moriría de vergüenza.
De esta manera encontró fuerzas renovadas en el temor y apartando su celular que no dejaba de vibrar un solo instante ante los mensajes del jefe que pedía perdón por su comportamiento. Se encontró pronto ocupándose en las tareas del hogar de las cuales se había olvidado los últimos días, la visita de los suegros tal vez encontrara un matrimonio astillado, pero no suciedad sobre el suelo ni pelusas bajo las sillas y ni siquiera bajo las camas, volteo el apartamento de un lado a otro, hizo equilibrios de artista marcial con los muebles al ponerlos unos encima de los otros y así tras un día entero de esfuerzos sobre humanos logro que todo se viera reluciente.
Al día siguiente, cuando el llego a casa, un halito de cosa limpia lo recibió de lleno al tiempo que ella observaba complacida que el carbón podía no fijarse donde metía el m*****o, pero por lo menos seguía percatándose de esta clase de cosas, el también estuvo complacido de que se tomara esas atenciones con sus padres, ambos los sabían unos maniáticos del orden, pero siempre había sido ella la que se encargaba de cumplirles el capricho de ver a su hijo en un hogar envidiable. Sin embargo, fue esto lo único que pudieron encontrar ambos de complaciente en la situación, no sabían si mirarse a los ojos y en las pocas ocasiones en que lo hicieron se sintieron observando completos desconocidos, ella se preguntaba ¿este es en realidad mi esposo?, ¿es el hombre que amo o ame?, era el mismo de siempre, con su vestimenta simple su camisa planchada sus zapatos relucientes y su cara de sabérselas todas, pero tal vez había cambiado algo en sus ademanes o tal vez algo en ella, pero parecía ya no encontrarlo tan atractivo como lo había observado toda su vida.
El por su parte no sufrió ese artificio del desencanto, en parte porque lo había sufrido muchos años antes, una mañana sin tiempo y sin fecha de la que solo recordaba haber despertado y haberla observado entre las nubosidades del sueño para percatarse de que contrario a las habladurías de todo el mundo no se había casado con una mujer hermosa, sino con una estatua inerte, igual en la vigilia que en el sueño, nada le perturbaba el ánimo, siempre con sus sonrisas postizas y sus encantos prestados, nada parecía original en ella y aun cuando lo lucia todo con mayor maestría que quienes la iniciaron en cada arte seguía habiendo en ella algo tieso y muerto que el a pesar de intentarlo nunca logro descifrar. De ahí en más soporto estoicamente el imaginario olor a muerto que desprendía para él la mujer de alabastro y mármol que día con día se despertaba a su lado, para recorrer siempre el mismo camino de aquí a allá, como guiada por rieles, siempre idéntica siempre aburrida.
Fuera tal vez ese desengaño prematuro lo que principiaba todas las amarguras, tal vez no quería el para sus hijos el control inflexible que ella de seguro les impartiría y por ello refugiándose en una cobardía que conocía mejor que esa verdad quiso negarse a la prole, tal vez fuera también esto lo que facilito que con tantísima rapidez se inmiscuyera otra persona en su relación y finalmente tal vez fuera también este el motivo de que ella se sintiera también decepcionada aun cuando se negaba a creerlo, pues aun muerta como la consideraba su esposo, un sinfín de ilusiones se le escaparon cada día entre los dedos, primero la de la felicidad absoluta, que vio rápidamente imposible cuando se estancaron ambos en ese trabajo sin futuro en el que no había ni viajes ni algarabías simplemente despertares afanados y disputas por saber quién debía usar antes el baño y quien había dejado lleno de pelos el lavamanos, y segundo el panorama de verlo adentrarse sin remedio en sus lecturas nocturnas, para despreciar así aquella nueva lencería que había comprado y no notar el perfume exquisito que a ella tanta ilusión le había causado usar en su presencia