Todo había iniciado con una charla común hasta el extremo hace unos cuantos días, había evolucionado en la degustación de unos cuantos platos exóticos en un finísimo restaurante para ir luego a las copas, todo ello envuelto en un aire de amistad recién estrenada, por ello no se explicaba como ahora la mano que hasta entonces le había acercado una taza de café, un plato de comida o una copa de vino se encontraba en sus bragas, con un par de dedos al interior suyo chapoteando en su sexo húmedo sin que ella opusiera mayor resistencia, al tiempo que ella misma se cubría la boca para no dejar escapar un gemido delator que resultaría harto bochornoso en el lugar en que se encontraban, la oficina misma. En un esfuerzo por ordenar las piezas del rompecabezas fue desmembrando con suma agilidad y rapidez lo ocurrido durante la última semana, lo hacía entre olas de momentáneo placer y furiosa resignación.
Estimo que el primer paso en dirección a ese momento que vivía ahora mismo lo había dado sin darse cuenta en ese almuerzo que había aceptado con un dejo de lastima, pues fue allí donde se convenció de que era todo tan grato al lado de ese alegre hombre, que podía bajar la guardia y dejar por un instante de pensar en lo correcto y lo incorrecto para entregarse simplemente a la risa, a la buena charla que echaba en falta muy seguido y en general al momentáneo olvido. Se dijo también que debió sospechar levemente del rumbo que empezaba a transitar cuando él jefe se presentó un par de días después y tras una acalorada discusión con el esposo que volvía a actuar extraño, diciendo que quería ir a cierto restaurante pero la vergüenza no le permia hacerlo solo y ella volvió a aceptar como lo haría con cualquier amistad, haciendo oídos sordos a la prudencia que le sugería que tanta coincidencia no podía sino ser impulsada por una voluntad velada y de malas intenciones.
Sin embargo, indignada por el comportamiento de su cónyuge se sintió con el derecho y casi la necesidad de divertirse también ella fuera de casa, en compañía de alguien que por lo menos parecía estar verdaderamente interesado en ella y no simplemente obligado a prestarle atención por la sortija del dedo. Se dio cuenta de que allí ya estaba un poco torcida su voluntad y que fue el instante en que recordó el olor extraño de su esposo y la charla rarísima que ella espió tras una pared cuando él se creía solo en casa el punto de inflexión que le dio la certeza de ser engañada y le transformo la dignidad en genuino deseo de venganza, pues era eso lo que albergaba en el pecho cuando finalizada la cena con el jefe el volvió a intentar la jugada de poner una mano sobre su pierna, pero ella se resistió al impulso de apartarla para dejarlo acariciar sus muslos, en un gesto que ya no tenía que ver con la mistad.
Continuo su tarea de investigadora recordado la gota que había colmado el vaso de su paciencia, no había sido esto otra cosa que el marido desaparecido la noche entera y lo peor, su patética y desinteresada explicación al día siguiente cuando ante sus reclamos había dicho simplemente que el alcohol lo había superado y que debía ser “la edad” que ya no le permitía beber como antaño, esto a pesar de que llegaba con la bobalicona expresión de satisfacción con la que se había presentado varias noches desde el comienzo de todo este embrollo de infidelidad tan mal disimulada. Así, mientras sentía que los dedos en su interior presionaban sitios demasiado placenteros para pedir a su pobre garganta que dejara de jadear encontró la última pieza del rompecabezas, la noche de copas a la que había sido llevada mas por el despecho que por el deseo de valerse de la compañía del jefe para tomar fuerzas para cumplir la tarea de enfrentar al infiel marido, que había sido la excusa que se había dicho a si misma mientras respondía afirmativamente el mensaje inesperado en el que era invitada a beber una noche de viernes que había presupuestado como una sesión de amargos lloriqueos.
Esa noche, contrario a lo que pasaba siempre cuando debía encontrarse con el jefe, no eligió su ropa más recatada, sino que escogió, la tela que encontró ligeramente provocadora sin llegar a producir algún malentendido, o ¿con la esperanza de crearlo?, en su momento creía tener claro el propósito, pero ahora la mente se le nublaba en el intento de entenderse a sí misma, después de todo, ¿quién hay sobre el mundo que pueda decir que se conocer a plenitud?, ahora, ya no cercana a la perfidia sino totalmente sumida en ella, se inclinaba por pensar que desde que encontró con la mirada el sensual vestido rojo, de falda corta y tirantes altos, que tan magníficamente resaltaba su busto, no dudo un solo instante en que serviría para la seducción. Nunca lo había vestido fuera de casa por temor a sus propios recatos, pero esta noche era especial, mientras cerraba la cremallera ubicada en la parte frontal, el sonido de cada dientecito entrelazándose con su compañero le mostraba un mundo de vanidad recién descubierta en el que ella era por fin de nuevo el centro de atención y ya no contra su voluntad como en otro tiempo. Lo único que amargaba el momento era la ausencia del desgraciado esposo, que no contento con despreciarla como mujer ahora también lo hacía como esposa y se había ido bien temprano diciendo alguna estúpida excusa de una reunión de ex alumnos o algo por el estilo.
Del solmene momento en que adorno su cuerpo escultural con el vestido rojo, sus recuerdos saltaron al instante en que ya sin ninguna precaución de ser observada por los vecinos chismosos abordo la alta camioneta de su cita justo en frente del portal del edificio. La mirada atónita que la recibió, el saludo un poco tartamudeado y en suma el aspecto de su acompañante al divisarla le dieron la última y final confirmación de que aún era hermosa, y con ello basto para vencer las lacónicas inseguridades que aun afrodita debía de resguardar en algún lugar secreto de su anatomía, se saludaron con un beso en la mejilla. Ella, aun en ese momento seguía creyendo en lo inocente de sus propósitos a pesar de su vestimenta que decía todo lo contrario, entonces volvió a abandonarse completamente, no pensó más en el marido ni tampoco en cualquier intención velada de su acompañante simplemente quería vivir el momento, perderse en un presente que nunca se agotaba para así escapar de un porvenir que empezaba a revelarse en el horizonte como algo lastimero y poco placentero.
En compás con el ambiente sentado por su elección de vestimenta la conversación mudo también sus ropajes, pues abandonados los recatos de un lado invitaron a abandonarlos del otro, no probó suerte de nuevo poniendo su mano sobre el muslo, por estimar que era muy pronto para ello sino que simplemente fue empujando la charla hacia temas cada vez más impúdicos, llego el punto en que sin saber cómo se vio ella respondiendo con un leve rubor que su esposo había sido su único hombre y ante la obligada pregunta de si había experimentado curiosidad hacia otros hombres no recordó muy bien las palabras exactas
pero si la vaga impresión de haber respondido negativamente, no obstante añadir que eso estaba empezando a cambiar. Divertidísima quedo la ver que esto dibujaba una sonrisa sardónica en su acompañante, que de seguro hizo uso de un gran autor control para no destruir la sutileza del momento con alguno de sus comentarios subidos de tono.
La cercanía del lugar en el que habían planeado tomar esas copas impidió que las palabras siguieran deslizándose hacia ese autodescubrimiento que se tiene al hablar sobre intimidades y entonces la corporeidad volvió a el centro de toda atención, el bar, contrario a lo que ella esperaba, no era para nada juvenil, se veían hombres de cierta edad, eso sí, todo con acompañantes bastante menores que ellos, un primer vistazo del paisaje le dio una ligera impresión de asco pero al prestar atención y caer en la cuenta de que realmente las chicas se divertían como nunca y veían en sus canositos amantes una verdadera fuente de placeres fue olvidado su prejuicio. Luego al ver los precios hizo una mueca de asombro que su acompañante noto con toda premura, pero la frase -tranquila yo invito todo- basto para devolverla al sosiego despreocupado que ansiaba tanto, pidieron una botella de carísimo wiski y dada la imposibilidad para hablar normalmente por el tono de la música se sentaron muy cerquita, con las piernas chocándose bajo la mesa. Todo cuando se decía venía acompañado de un cosquilleo pequeñito en el lóbulo de la oreja, causado por la cercanía del aliento de la otra persona que se veía obligada a acercarse mucho para ser entendida, cuando principiaba ya la quinta o sexta copa los recuerdos empezaban a tomar el cariz difuminado que les brinda el alcohol.
Entonces dejo de entender el idioma hablado y se concentró tan solo en las sensaciones, ese otro lenguaje que se pronuncia solo en ciertas situaciones y con quienes tienen la llave para su descubrimiento, ya no prestaba la mas mínima atención al sentido de lo que le iban susurrando al oído sino simplemente a su lujurioso tono, al roce de la mano bajo la mesa mientras lo decía y a la sonrisa con la que respondía ante sus propias bromas. Todo esto mientras no la miraba a los ojos, como ella siempre lo había preferido sino a los labios. Como nos ocurre a todos al sentir que una parte de nuestra anatomía está siendo sopesada medida y deseada empezó a ser excesivamente consiente de su sensibilidad, a cada movimiento de labios iba imaginando como seria chocarlos con otros, deslizarlos por la carne desnuda y e incluso el tacto contra el frio vidrio de la copa en la que reposaba su alcohol se le antojaba delicioso, empezó ella también a mirar los labios de él.
Sus recuerdos dieron de nuevo un salto, ya no motivados por la intensidad del momento sino porque genuinamente había perdido la traza de lo ocurrido durante un instante de tiempo. Volvió a ser consiente al verse bailando, la señal más patente de que cuanto hacía ya había rebasado los limites conyugales fue no encontrarse mirando los labios que finiquitaron su remembranza anterior sino el espacio vacío, mientras que una mano le tomaba la cintura desde atrás al tiempo que guiaba su trasero de un lado al otro, el más vivido esta cadena de sucesos tan bochornosos al día siguiente fue aquel en el que ella llevada por una incipiente excitación quiso apretarse más contra él y descubrió la enrome erección que el había intentado esconder hasta entonces, la sintió en toda su extensión sobre una nalga y la longitud de su virilidad no pudo más que sorprenderla e incluso atemorizarla un poco, aun así se hizo la que no lo notaba y tras presionar un poco más el bulto de la entrepierna del jefe volvió durante un instante a sus cabales, instante en que la culpa la obligo a pedir tregua de la danza y volver a la seguridad del asiento, se disculpó con una susurro al oído del que era esa noche su hombre y fue al baño.
Alli, frente al espejo, había por lo menos una docena de bellísimas mujeres con sus rasgos tan distinguidos y sus cuerpos torneados, la mayoría portaba orgullosamente sensuales vestidos de todos los colores y otras pocas tal vez por elección de su acompañante apretados jeanes y cortitas blusas que terminaban de dar una impresión de contraste entre ellas y quien gastaba el dinero. Frente a ese vidrio que revelaba al resto de esas mujeres se vio el semblante tan deliciosamente relajada y sensual que estuvo punto de soltar una sonora maldición al cruzársele por la mente la imagen del esposo, con su correspondiente remordimiento, el yo que había intentado dejar en casa la alcanzaba y le sugería como un eco lejano que regresara al hogar aseverando que una traición pagada con otra traición no puede sino conducir a resultados nefastos. Sin embargo, solo una inesperada situación basto para acallarla, entrar al inodoro para descargar la vejiga y notar una mancha de humedad en su lencería, algo provocado sin besos, solo con caricias y gestos sugerentes, atónita quedo ante el poder sensual del macho que se impacientaba en la mesa, no dudo en volver a su lado a intentar azuzar el fuego de nuevo.
Hacerlo no le resulto para nada complejo, los ojos del el prendados de puro deseo parecieron incluso refulgir aún más en su cortísima ausencia, ella no lo sabía pero este hombre veía en esa noche uno de sus triunfos más memorables, no solo era ella una mujer casada, sino, además una que se esforzaba en seguir siéndolo, nada que ver con esa simplonas que se lanzaban a sus brazos en la primera cita ante el primer contacto con la vida de ensueño que se habían planteado tener mientras revisaban sus r************* . En ella no había nada de ese vulgar deseo tan estúpidamente fácil de complacer, sino, según lo veía el, las ansias reprimidas por muchísimo tiempo de descubrirse a si misma. En ese breve instante en que ella se perdió en el baño y llego también a sus propias conclusiones el por su parte se preguntó como podía un hombre que se llamara a si mismo psicólogo dejar que semejante diamante en bruto se le escapara de las manos sin intentar limarle los bordes para hacerlo así un placer de exquisita degustación.
Al sentarse de nuevo uno al lado del otro estuvieron ambos muy complacidos y lo que quedo de noche no se desvió en lo más mínimo del plan que uno inocentemente y el otro con toda malicia empezaban a fraguar en su interior. Cuando finalmente los recuerdos se le agotaron ella se encontraba al borde de un placer desconocido, no era simplemente la estimulación física en la que el demostraba conocer todos los puntos placenteros y su mano incansable, sino la situación misma lo que la encendía hasta el fondo sacando de un polvo nunca removido un cajón de su interior para el que creyó no había ninguna llave y en el que hallo esa malicia que de seguro en otro tiempo fue confundida con el pecado original. Cuando estuvo a punto de alcanzar un sorprendente orgasmo que hasta este momento ella había dejando en el campo de los mitos de cama, la última imagen que pudo salvarse del remolino salvaje que se le hacía en el vientre y el temblor de sus piernas fue el n***o profundo de sus parpados cerrados al sellar la noche de la fiesta con un beso profundo con el que rompía definitivamente todo vínculo con su vida anterior.
El por fin deslizo su mano fuera de las bragas, ella completamente avergonzada por el pequeño charquito que le mojaba los muslos le dirigió una mirada de auxilio, el entonces dijo sonoramente, con la intención de que escucharan incluso los que estaban afuera
-No te preocupes yo me encargo de eso- al tiempo que guiñaba pícaramente un ojo, ella tuvo que permanecer un par de segundos más sentada de ese lado del escritorio mientras fingía revisar unas cosas en la pantalla del computador, para darle así tiempo a sus piernas de recuperar las fuerzas, pasados algunos segundos recobro los ánimos en sus extremidades y abandono la oficina del jefe preguntándose como carajos una visita realmente profesional se había deslizado con tantísima naturalidad a lo que acababa de ocurrir, ella había penetrado en la habitación inocentemente luego rodeado el escritorio para ver algo que el señalaba en su computador finalmente acerco una silla a petición de él y lo siguiente que supo fue que mientras hablaban con toda seriedad una mano juguetona le caminaba primero por la pierna y luego por el abdomen, cuando quiso oponer cualquier resistencia ya no había vuelta atrás y su vientre empecinado en obtener placer le cerro toda vía de escape, entregándole eso si un momento memorable, entro a su propia oficina con una mueca de felicidad poco sutil