Thompson levantó la mirada y asintió. —Claro, claro… entiendo perfectamente —dijo al instante, incorporándose del asiento—. Aquí tiene mi número telefónico y dirección. Necesito que me llame en cuanto se sienta mejor. La mujer tomó con cuidado y dudas la tarjetita que este se había sacado del bolsillo interno de su saco. —Lo haré, lo prometo —respondió colocando vagamente la vista en la serie de números de la tarjeta. Mientras tanto las voces en la cabeza de Martín Thompson continuaban, casi no lo dejaban entender las palabras de la mujer en frente de él. Salió velozmente luego de despedirse de la forma más rápida y amable posible, afincando la mandíbula para evitar sacudir la cabeza nuevamente y dar una extraña impresión de él mismo mientras le parecí