—No sé dónde acabará esto —respondió su amigo viendo a través de la ventana con aburrimiento en su expresión—. Pero espero solucionarlo pronto. —Te llevaré al lugar del que te hablé —predijo el hombre de cabellera rubia rojiza—. Iremos los dos, no queda muy lejos, solo a unos quince minutos. Es mi cálculo. —Georg —pronunció Martín previa a una pausa—. Recuerdo que cuando estaba pequeño aluciné con la imagen de mi abuelo ya fallecido. —¿Hablaste con él? —tuvo curiosidad Georg, rodando por un par de segundos los ojos hacia Martin y luego devolviendo la mirada a la autopista. —Sí. Bueno… no. Mejor dicho, hablé con esa imagen en mi cabeza —aclaró como si aquello lo confundiera y eso le generara frustración—. Ya cuando cumplí quince años decidí creer que todo era una farsa, los niños imagi