Era mediados del año 1990, Chicago todavía era ciudad en pleno auge, conocida coloquialmente como “La Ciudad de los Vientos” o “La Segunda Ciudad”, la ciudad más grande del Estado de Illinois, colonizada en principio por Jean Baptiste Poin DuSable, un europeo que se casó con una indígena del lugar y con la que tuvo dos hijos, construyendo la primera vivienda permanente a orillas del río. Con el paso de los años la población fue en aumento, así como las alternativas de resurgimiento económico para cada civil del lugar, llegando a ser en la década de los 90 una de las ciudades con más inmigrantes en Estados Unidos. Y en poca combinación con ese año y el ambiente del lugar, Isabell era la mujer sombría, eficiente en su trabajo pero con pocos amigos y una persona muy desconectada de los movimientos animados y alegres que celebraba la sociedad, era más de vivir su propia vida en solitario con intensidad, analítica para lo innecesario y ciega ante lo obvio, pero muy determinada, tosca, renuente y leal a quien amaba.
A bordo de un taxi Isabell repasó mentalmente el informe cuya información había extraído de la web, imaginando con nitidez la posible forma que tendrían las cosas durante el suceso de hace varios años ya; después de la explosión del reactor número 4, se constató que el núcleo estaba abierto, que el grafito estaba ardiendo, que el combustible se derretía y que por ende la fuerza armada soviética descargaba sobre tal, arena y boro; alguien más contribuyó, aportando su estimación de que con suerte la estrategia de sofocar el incendio con arena y boro apagaría el fuego pero que inevitablemente la temperatura volvería a ascender, haciendo que el combustible llegara a la plataforma de hormigón que había bajo el núcleo del reactor, incendiando un campo biológico que estaría en su camino, junto con el uranio fundiendo la arena y trasportándose después, en forma de lava, a tanques subterráneos que para ese entonces servían como embalses de agua para el sistema de enfriamiento de los reactores.
El personal trabajador afirmó que esos tanques estaban casi vacíos, pero el contribuyente del que se habla constató que eso no era cierto, la verdad era que estaban llenos y el problema aquí radicaba en que cuando la lava entrara en los tanques haría que se sobrecalentaran y evaporaran aproximadamente siete mil metros cúbicos de agua, causando una importante explosión térmica. Las estimaciones con esto fueron entre dos y cuatro megatones; arrasaría absolutamente todo a un radio de treinta kilómetros, incluyendo los tres reactores que quedaban en la región, entonces todo el material radiactivo de los núcleos sería eyectado con tal virulencia y propagado por una gran ola sísmica, pudiendo alcanzar aproximadamente doscientos kilómetros y ser letal para la población. La liberación de radiación sería inmensa e impactaría sobre la Ucrania Soviética, Letonia, Lituania, Bielorrusia, así como Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y la Alemania Oriental. Ese impacto supondría para estos países contaminación de las aguas y sus fuentes de alimentos, trayendo consigo un alto índice de muertes por enfermedades congénitas y cáncer. Para las regiones más cercanas al núcleo, Ucrania y Bielorrusia, provocaría una inhabitabilidad de cien años como mínimo, afectando sin duda a más de cincuenta millones de personas que allí residían. Pero gracias al sacrificio de las vidas de al menos media docena de trabajadores que se internaron a la parte subterránea para abrir las compuertas y desaguar los tanques, nada de esto ocurrió.
Dejó el taxi, caminó pocos metros, pasó la puerta giratoria de un edificio y después de hablar con la recepcionista se encaminó hacia el consultorio de Martín Thompson.
—Me alegra volver a verte, Isabell —saludó el psiquiatra amable, recordando la actitud de ésta la última vez—. Adelante, toma asiento.
—Gracias —contestó la joven mujer con ligera vergüenza pero siempre con la frente en alto, tomando asiento.
—¿Y bien…? —le instó a comenzar, con una confiable sonrisa a labios cerrados.
—Yo… —titubeó, inclinó un poco la cabeza, bajando la mirada hasta sus manos juntas en inquietas —lamento lo de la última vez, pero no he venido a pedir disculpas; quiero… hablarte de algo más, —expresó.
El doctor Thompson ladeó la cabeza en un gesto aprobatorio, dándole luz verde.
—Cuéntame.
Flash-back:
Un romance entre dos jóvenes. Una mejor amiga y consejera de la pareja (Juliett).
Una excursión de exploración científica planificada por un reconocido centro de investigaciones.
Una Juliett poco animada, un padre severo y manipulador.
Una madre que se mantenía al margen.
Una partida hacia una zona desconocida.
Suspenso… una trágica noticia, incertidumbre colectiva.
La desaparición, carencia de respuestas.
Crisis emocional en Isabell.
La despedida de su novio sin explicar motivos que lo llevarían a tomar la decisión. Soledad…
Fin de flash-back.
El doctor Martin Thompson se removió sobre su asiento, incómodo.
—¿Qué le está pasando, doctor? —preguntó Isabell arrugando el entrecejo ligeramente—. Se ha puesto pálido.
—No es nada, descuida —respondió, sintiéndose un poco mareado—. Estamos aquí por ti y no por mí, por favor, continúa.
—Pues —se encogió de hombros, arqueando las cejas para proseguir luego—. Continué mis estudios universitarios. Me gradué y decidí independizarme. Actualmente vivo sola, gano buen dinero, no tengo pareja y mi única amiga es una mujer que me habla desde el espejo.
Inhaló y exhaló suavemente, mirando al doctor y suplicando mentalmente que esta vez una terapia funcionara. Anteriormente había visitado varios especialistas, pero las terapias consistían mayormente en hablar y hablar, y eso no la hacía conseguir solución a su inquietud principal: por qué miraba a su hermana hablarle desde el espejo.
—¿Cómo es la relación actual entre tus padres y tú? —dijo Thompson.
Hubo un silencio sepulcral luego de la pregunta.
Evidentemente ese no era un tema del que le gustara conversar, para ella ese aspecto de su vida en particular era como una constante dosis de ácido mezclándose con su flujo salival por debajo de su lengua. Pero se atenía a las condiciones, así que prefirió hablar.
—Desde que ocurrió el incidente con mi hermana, nada volvió a ser como antes. Comencé a culpar a mi padre por lo ocurrido.
Flash-back.
—No seas estúpida, Juliett —grita Jeremy—, esa es una gran oportunidad, ganarás millones de dólares si aceptaras ir.
—Pero… estaría arriesgando mi vida —responde una tímida y titubeante Juliett.
—¿De qué sirve una vida sin tomar riesgos? —preguntó su padre como respuesta—. No puedo creer que a estas alturas de la vida te acobardes. Estás decepcionándome —bramaba Jeremy mientras su hija mayor permanecía cabizbaja.
—Ella es libre de tomar la decisión que crea más apropiada —intervino Isabell en defensa de su hermana.
—¡Tú cállate, Isabell! —rugió aún más enojado hacia su hija menor—. Esto no es tu asunto —Margott observaba todo con angustia desde un sofá. El calvo hombre se volvió hacia Juliett—. Me prometiste que serías la mejor científica de la compañía. Pero veo que te falta valor —concluyó con un movimiento de cabeza en gesto desaprobatorio hacia la mujer de cabello rojizo como el de su madre.
—Está bien —dijo Juliett, resignada al fin— iré, papá.
Fin de flash-back.
—Así que la decisión estuvo tomada, Juliett aceptó ir, por el “honor” de la familia. Y para continuar siendo el orgullo de nuestro padre.
Agregó Isabell con amargura en su voz.
Flash-back:
—Juliett, tampoco creo que sea buena idea que vayas a ese lugar —expresó Isabell su preocupación —estarías expuesta a un peligro que puede ser mortal. Incluso, podría afectarte cuando decidas tener hijos.
—Todo saldrá bien, Isa —respondió su hermana mayor, fingiendo seguridad y despreocupación—. Tendremos éxito en la exploración. Imagínalo, con el dinero que la empresa me pague por ser una de los cinco que iremos hasta el Punto Cero podré pagarte la universidad, podré hacer muchas cosas, dedicárselo a mi familia, por ejemplo —dijo tras una pausa, con esa ligera y noble sonrisa que diría que todo estaba bien, que solo servía como anestesia para que no le doliera tanto el mundo derrumbándose a su alrededor.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó la implacable Isabell.
—Isa, seré feliz dándole a mi familia todo lo que merece —consideró, ajustando sus cuadradas gafas de aumento con la punta del dedo índice—. Les debo todo lo que soy. Papá y mamá se esforzaron mucho al costarme la universidad. Ahora me toca agradecer, y ya me han dicho cómo hacerlo.
Fin de flash-back.
—No pude detenerla —lamentó Isabell, sentada sobre el diván, sintiendo culpa, remordimiento y rabia.
Martín Thompson guardaba el silencio necesario siempre que ella necesitara expresarse y para hacer preguntas era mediamente directo, sin rozar con puntos cuya fragilidad la hicieran reaccionar violentamente. Su trabajo consistía en hacer de su consultorio un espacio en el cual su paciente se sintiera acompañada y protegida.
—Luego de la desaparición de Juliett, ¿Cómo reaccionó Jeremy?
Al escuchar la pregunta, Isabell apretó fuertemente sus manos en puños, con una mirada gélida y poco humana.
—Se encerró dentro de su habitación, amargado, desde entonces no hablaba a menos que fuera extremadamente necesario. No salía, entró en completo desánimo al razonar y aceptar que Juliett estaba desaparecida y posiblemente estuviera muerta.
Thompson asintió tranquilamente en el frío de aquel consultorio.
—¿Y tú, Isabell? —persuadió— ¿Aún crees que Isabell esté viva?
—¿Por qué dudarlo? —replicó la pelinegra con aquellos ojos azules centelleantes.
El psiquiatra se removió en su asiento, inclinándose un poco hacia adelante y colocando los brazos tranquilamente sobre su escritorio.
—Isabell. Cada átomo liberado después de la explosión de aquel reactor en Chernobyl, es capaz de destruir a un ser humano en tan solo horas. Dependiendo de la intensidad radiactiva a la que se exponga y también de la cercanía que se tenga respecto al punto de origen del problema —explicó Thompson—. Lo menos que causarían es cáncer. La radiactividad nuclear no es juego, ¿Piensas que después de días sin probar un bocado y sin beber una gota de agua, Juliett se haya resistido a tomar de un charco contaminado? —Isabell permanecía en silencio, sin aceptar aquella razonable explicación—. Han pasado tres años desde entonces, lo más lógico es que los restos de Juliett… se encuentren a metros de profundidad. Hundidos entre kilos y kilos de huesos y polvo.
Isabell prefirió mantenerse en silencio ante aquella respuesta
>. Le habló a la fantasmagórica imagen de Juliett en su mente.
—De todos modos, quiero probar algo en ti —pronunció Thompson, sacando un objeto de una de las gavetas del escritorio —demuéstrame lo que dices ver.
La mujer de oscuro cabello actuaba como un animal acorralado ante aquella sorpresa. El psiquiatra ladeó un poco la cabeza, sin dejar de verla, como instándola a tomar aquello que se le estaba ofreciendo.
—Necesito que me digas qué ves.