Pero Thompson no estaba para muchas esperas, así que se removió sobre sus pies, incómodo y colocando los antebrazos sobre la alargada mesa de recepción, para estar cómodo y para tener más amable cercanía con la recepcionista a quien pretendía convencer de lo siguiente. —Necesito entrar a su habitación, seguramente debe haber algún número de teléfono dentro, que facilite su búsqueda. La recepcionista se inclinó un poco hacia atrás, apartando la mirada y rascándose con la punta del dedo índice una de las comisuras de sus labios rojos. Normalmente no era antipática, pero evitaba cuanto podía explicarle muchas cosas a gente extraña. —En ese caso debe presentar usted una orden policial —le dio la opción, negándose de la manera más diplomática de acuerdo a las normas—. No puedo permitirle en