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1887 Words
—He venido a hablar de algo muy importante contigo, Isabell —pausó—. Se trata de tus ideas de ir a Chernobyl —la pelinegra pasó de aburrimiento a una gélida expresión al escuchar lo último.            Silencio sepulcral. Afuera seguía lloviendo y eso se podía constatar mirando hacia el cristal de la ventana ubicado a un lado lateral con respecto a ellas. —Es eso lo que he decidido —expresó Isabell con determinación. —Es una idea s*****a, Isabell —objetó Margott—, podrías morir en el intento, es demasiado arriesgado. —Utilizaré los mejores trajes NBQ que estén en el mercado —aseguró—. No tienes de qué preocuparte. —¿Irás sola? —Lo haré si nadie me apoya en todo esto —afirmó con una mirada azul sin brillo. Hubo un silencio prolongado entre ambas. —¿Qué hay de la persona en el espejo? —quiso saber la mujer sin haber probado el chocolate—. ¿Has hablado con ella recientemente? —Lo hago siempre —contestó Isabell. Margott adoptó un expresión preocupada, estaba más que confirmado que su hija sufría de algún trastorno mental—. No puedo esperar más tiempo para ir a por mi hermana.            La pelinegra arrastró los pies dentro de sus pantuflas y tomó asiento ante la mesa para proseguir con su trabajo. —Isabell, debes oírme —pidió Margott con desespero—, no es correcto que vayas a Chernobyl. —Estaré cuidándome —contestó, negándose a ceder. Sabiendo que el lugar al que pensaba llegar era no menos que el punto cero. —Comprende… —¡¿Qué?! —estalló Isabell volteando a mirarla— ¡¿Qué debo comprender?! Madre, eres tú la que debería comprenderme —la joven respiraba agitadamente cuando un trueno tras una centella emitió un sonido desde el cielo a las afueras del edificio, haciendo que la mujer mayor se sobresaltara.            Margott sintió muy por dentro una chispa de regocijo al mirar que su hija se mantenía reacia a cumplir una misión con la ciega intención de buscar a su hermana, era un gesto noble y valiente, muy similar a alguno que algún día hubo tenido Margott con su propia hermana muchos años atrás, algo que no consiguió obtener con éxito y que hasta entonces le había causado una avalancha de remordimientos. La mujer mayor suspiró, aunque se sentía orgullosa de que Isabell le hubiera heredado en parte el carácter, sentía que más motivos tenía para hacer lo posible con tal de que esta se sacara esas ideas riesgosas de la cabeza. Mientras tanto la lluvia continuaba cayendo sobre toda la ciudad de Chicago que ahora se dejaba arropar por la noche.             En otro lugar de la ciudad de Chicago, Thompson mantenía el ceño fruncido en el interior de su dormitorio; asintió una vez que confirmó en un libro virtual desde su portátil. Dio un par de clicks y siguió leyendo:              “Esquizofrenia paranoide: Es la más frecuente de todos los tipos de esquizofrenia, se caracteriza por la presencia de alucinaciones auditivas y delirios. Las personas con ese tipo de esquizofrenia suelen enfadarse con facilidad, debido a la visión distorsionada que tienen de la realidad…”            Todavía dentro del apartamento en aquel edificio Isabell seguía ofuscada, mirando a su madre con severidad y Margot, con la taza de porcelana en su mano, miraba con angustia a su hija hablarle con vehemencia en su punto de vista. —Eres tú la que debería comprender por lo que estoy pasando —pronunció Isabell con los dientes casi afincados unos con otros. Las lágrimas salían de sus ojos azules, como las gotas de agua desde el cielo n***o sobre Chicago y todos sus brillantes rascacielos, mientras ambas mujeres permanecían en el oscuro interior del apartamento apenas iluminado con los rayos de luz que se filtraban desde afuera por el cristal de la ventana. Otro trueno tras una centella, la lluvia se vuelve más fuerte—. No tienes ni la más mínima idea de cómo me afectó perder a Juliett. Tampoco sabes cómo me sentí tras el abandono de Erick después de ese trágico acontecimiento.   —Ese muchacho nunca te quiso —insistió Margott sin duda y sin remordimiento. —… —Además, si hubiese estado “tan” enamorado de ti, hubiera decidido volver. Las palabras de la mujer visitante eran como cuchillos filosos entrando por los oídos de Isabell.   —Erick ahora es parte del pasado —replicó la joven con dolor aunque con orgullo—, pero Juliett es y será mi presente. —Juliett está muerta —insistió la señora cuidadosamente. —¡No es cierto! —explotó en un rugido cargado de furia—. ¡Juliett aún vive y la encontraré! —rugió, pareciendo ser más bien una bomba de tiempo, un volcán derramando enojo—. ¡No se les ocurra intentar detenerme, mi decisión ya está tomada! —elevó la voz y tras una pausa apaciguó un poco más el tono—. Partiré lo más pronto que se me haga posible —agregó con más calma al fin.   Tras eso, se hizo otro silencio similar al de algún cementerio. Martin Thompson se había graduado muy joven en la secundaria, decidiendo estudiar medicina; por ser excelente alumno se tomó el atrevimiento de asumir el reto impuesto por el mismo, cuyo fin era aceptar el adelanto que le ofrecían, llegando muy joven a obtener una licenciatura, seguido a esto se especializó en psiquiatría y por aparte cursó las clases debidas para obtener un credencial avalado por la Harvard University, que confirmaba su nombramiento de psicólogo como carrera lateral. Martin Thompson era el tipo de personas que estaba sobrado con el sueldo que le otorgaban por su trabajo y sin embargo dictaba talleres acerca del tema en escuelas de psicología con menor prestigio sin cobrar ni una moneda, prestando servicios gratuitos también en instituciones públicas dos veces al mes. Para él servir de guía emocional para mujeres maltratadas, niños huérfanos y adolescentes rebeldes era un propósito de vida, vocación que lo definía como un hombre cuerdo, condescendiente y solidario.  Había confirmado ahora todo lo que ya sabía, Isabell necesitaba de un tratamiento. Pero ¿Cómo aplicárselo sin decirle para qué era? Sin decirle lo que realmente estaba sucediendo y evitar que se enojara a tal punto que decidiera abandonar las citas. Era obvio que lo tomaría a mal, y si perdía su caso, Isabell podría estar en peligro, ser víctima de sí misma por culpa de un trastorno mental. Hundió los dedos en su cabello en un gesto de frustración y agotamiento.              Apartó su portátil una vez apagada y decidió dormir, respirando lentamente y adentrándose en una bruma asfixiante llamada pesadilla.            Flash-back:            Calor asfixiante. Humo. Fuego. Una pequeña casa ardiendo. —¡No puedo dejarla! —exclamaba el joven de cabellera negra—. ¡Jenny sigue dentro de la casa! —¡No! —gritaban los vecinos en una especie de coro distorsionado, mientras la madre del joven de la niña, (que permanecía dentro de la casa), no hacía más que estar en crisis emocional fuera del hogar en llamas. El padre en cambio estuvo a punto de entrar por la fuerza, aún con las voces de los bomberos diciéndole que no lo hiciera, lo intentó, pero dos de ellos le impidieron la entrada. Sin embargo el hijo mayor de este, logró escabullirse del equipo de rescate, sin pensarlo mucho para adentrarse dentro de la casa. Tos. Picor en los ojos. Temperatura demasiado alta.            El joven de 23 años con su hermana en brazos. Bomberos. Plástico derretido cae desde alguna parte. Choca contra su rostro. Quema demasiado…            Fin de flash-back.            Martín Thompson despertó sobresaltado. Con el corazón a mil. Respirando agitadamente y todo empapado de sudor a pesar del frío del aire acondicionado en su habitación y la lluvia que continuaba precipitándose sobre Chicago a horas de la madrugada.            Ese otro día Isabell seguía con su mente divagando en información clasificada acerca de la tragedia en Chernóbil, recordando que el agua evacuada de los tanques subterráneos que permanecían bajo el reactor accidentado fue a parar al río de la ciudad; cientos de kilómetros de tierra contaminada, inhabilitada en su totalidad para la siembra o algún otro tipo de explotación, miles de millones de átomos inestables invadiendo los tuétanos de cada ser vivo y destruyéndolo, conllevándolo lentamente a alguna mutación que deformó lo que estaba en proceso de una natural evolución. El gobierno seleccionó una brigada que se encargara de evacuar la ciudad y otra que días después tuvo como misión eliminar cualquier animal que estuviera dentro de la misma o sus alrededores, un montón de especies que por mala suerte circulaban por allí.              Un gato que con pupilas dilatadas se incorporaría en sus cuatro patas al sentir la puerta abrirse, colocando su cola erecta como una antena mientras daba vueltas como loco en medio de maullidos, entusiasmado al creer que al fin alguien le cambiaría la caja de arena, le daría de beber, lo alimentaría para después mimarlo; quizá se refregó contra la pata de una silla, antes que sin explicación o motivo alguno esa persona que irrumpió en su hogar halara del gatillo apuntando la cabeza de este.            Una perra y su camada alimentándose de ella, fundidos a balas sin más alternativa que morir. Las aves que volaban libres o las que permanecían en silencio sobre las ramas de árboles, observándolo todo. O aquellas vacas que, documentado está, tuvieron que sacrificar aun cuando los campesinos no estaban de acuerdo, pero nada pudo impedirlo, eran órdenes superiores y por el beneficio común.            Cientos de c*******s de animales que fueron inconscientes de los acontecimientos y del peligro radiactivo que suponía el hecho de que permanecieran vivos. Fosas comunes, sepultados bajo arena, granito y boro.            Isabell imaginó que en la ciudad de Prypyat, años después de quedar vacía, todavía, si se prestara mucha atención, se escucharían vagos rumores de personas hablando entre murmullos ininteligibles, ruidos de cosas arrastrándose de un lugar a otro y pasos resonando en los pisos de cada edificio; en las estancias que fueron escuelas, empolvadas, se ahogaría el eco de las risas de los niños que en ese lugar se formaron educativamente, en los salones vacíos de cada hospital se detectaría el desplazamiento de las ruedas de cientos de camillas que en su momento transportaron enfermos de un lugar a otro, incluso c*******s; el sonido fantasma que llega a los oídos de cualquier humano sugestionable, formándose en base al recuerdo, mezclado con un poco de conocimiento adicional y agregándole algo de imaginación también. Acontecimiento mental que puede provocar sobre cualquier cabeza una lluvia de delirios, fuente que podría inundar la psiquis del ser, ahogándolo en la demencia si no se conoce cómo permanecer flotando al ras de una mentira que pudiera confundirse con la verdad.            Pero Isabell sabía estar bien parada, reaccionando ante los golpes emocionales de la forma en que cae un gato, en sus cuatro patas, o al menos eso creía ella. Lo que sí es que era una mujer obstinada, con una certeza de lo que quería y lo que no; una determinación de acero que a veces parecía un escudo y otras veces un arma con la cual volarse la tapa de los sesos. 
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