Allison
No había pegado un ojo en toda la noche; la ansiedad me carcomía y finalmente termine levantándome a las cinco de la mañana. Me preparé con tres horas de antelación, seleccionando la ropa más decente y profesional de mi modesto armario, adaptando mi atuendo con un par de accesorios y un cinturón en un intento por darle un toque formal.
Sabía que no era la combinación perfecta, pero funcionaría.
Desde aquella llamada de Recursos Humanos, confirmándome que debía presentarme el lunes a las ocho, la ansiedad se había apoderado de mí. Durante el fin de semana, me descubrí repasando cada detalle de mi apariencia, mordisqueándome las uñas y mentalizándome para mi primer día.
No podía permitirme estropearlo.
Esta oportunidad significaba mucho más que un trabajo cualquiera: era la puerta hacia una estabilidad que no había conocido en años.
Cuando finalmente llegó el lunes, el nerviosismo y la náusea me atacaron de golpe. Casi me reí al pensar que quizás esa sensación de ganas de vomitar era tanto por el embarazo como por el simple pánico, respiré hondo, me recordé que podía con esto, y emprendí el camino a Knight Enterprise.
Con veinte minutos de antelación, llegué al edificio, pasé por Recursos Humanos para completar el papeleo final, sintiendo que cada firma me acercaba más a esa realidad en la que, al fin, estaba avanzando.
Luego, me dirigí al puesto de seguridad para recoger mi tarjeta de identificación, un pequeño rectángulo de plástico que simbolizaba mucho más que una simple foto con mi nombre, era un nuevo comienzo. Ahora, con la tarjeta en la mano y el estómago en un puño, estaba lista para subir al piso principal y ocupar mi escritorio.
No conocía aún a Edward Knight, pero sabía que su reputación le precedía; él era implacable, intimidante, y trabajar para él no sería fácil. Pero no importaba. Había llegado hasta aquí, y nada ni nadie me detendría ahora.
La primera persona que conocí, fue Katherine O’Neill, era una mujer de unos cincuenta años, con un increíble porte sofisticado y una seriedad que asustaría hasta al más extrovertido. Su actitud seria me ayudó a ponerme en modo profesional y entender la magnitud del cargo que desempeñaría de ahora en adelante.
Mi escritorio estaba justo delante de la puerta del señor Knight.
Katherine me explicó los conceptos básicos del sistema informático que utilizaban en la empresa y me enseñó dónde encontrar mi dirección de correo electrónico y mi calendario. Además de todo lo relacionado con el sistema de intercomunicación de los ejecutivos principales.
—Tanto Edward como Thomas, mi jefe utilizan el mismo sistema de comunicación interna, para mails, llamados y calendario. Cuando vuelva a mi escritorio, te enviaré por correo electrónico una muestra para que veas un ejemplo de cómo se hace bien.
Katherine trabajaba para la empresa desde hacía quince años, en sus primeros años había sido incluso la asistente de Jonathan Knight, el padre del señor Knight, es decir mi ahora jefe. Después de un tiempo, cuando estuvo por renunciar debido a la presión del puesto le ofrecieron ocupar el cargo de secretaria ejecutiva del director financiero, Thomas Richardson.
Algo más leve según ella.
—¿Cómo es el señor Knight? — pregunté, notando cómo los hombros de Katherine se tensaban apenas un instante.
—Edward es extremadamente exigente. No tolera nada a medias y es en extremo perfeccionista. Mientras hagas las cosas como él quiere, no tienes de qué preocuparte. Eso sí, no esperes que sea amable o cálido; él no va a agradecerte cada cosa que hagas. Simplemente espera que las hagas y las hagas bien.
Intenté sonreír para aligerar el ambiente, apartándome un mechón de pelo de la cara, pero el nerviosismo comenzaba a hacer mella.
—Bueno, espero tener mejor suerte que la última asistente— dije, tratando de sonar despreocupada. Katherine, sin embargo, no esbozó ni una sonrisa.
—Lo único que debe preocuparte es tu trabajo— dijo seriamente—. Esa es tu única prioridad a partir de ahora. Lo que hagan o dejen de hacer los demás no te afecta.
Sin darme tiempo a responder, se giró y comenzó a explicarme la rutina diaria de Edward Knight, detallando su horario y expectativas. Entonces, algo cambió en el aire.
El lugar se sumió en un silencio casi ceremonioso, y levanté la cabeza, curiosa, para descubrir qué causaba tal reacción.
El hombre que avanzaba hacia nosotras era inconfundible.
Sus largas zancadas parecían devorar el suelo mientras sus ojos helados se enfocaban en nosotras, llenando el pasillo de una tensión palpable. Katherine, hasta hacía un segundo tan directa y confiada, se enderezó visiblemente, y me di cuenta de quién era.
Aquel hombre que había chocado conmigo el día de la entrevista era, por supuesto, mi nuevo jefe.
Edward Knight.
La certeza me golpeó como un balde de agua helada. ¿En serio, tanta mala suerte? Mi mente repasó nuestro primer encuentro; su mirada glaciar, su tono seco y autoritario... y ahora, él era el jefe que no toleraba errores.
Su estatura y su imponente físico sumado al corte afilado de su traje a medida de color n***o, no hacía sino aumentar su aura de tiburón, de depredador. Me observó, con una ceja alzada y fijamente detrás de mi escritorio y de repente sentí la necesidad de que la tierra me tragara.
—Buenos días, Edward— dijo Katherine con una alegría mucho más efusiva de la que me había mostrado a mí.
—Katherine— asintió una vez—. Gracias por dar la bienvenida a la señorita Bennett. Yo me encargaré del resto desde aquí.
Katherine se alisó las manos, pasándolas por su falda para luego llevarlas detrás de su espalda.
—Por supuesto. Si hay algo más que pueda hacer para ayudar, Edward, yo...
—Te lo haré saber— afirmó.
Ante su inminente despido, me dio una palmada superficial en el hombro, una última mirada y se marchó rápidamente al otro lado de la planta ejecutiva.
El señor Knight esperó a que se fuera para volver a centrar su atención en mí.
Su mirada evaluadora me recorrió y tuve que evitar tirar de los puños de mi blusa y pasar mis manos por mi falda ya que la forma en que me examinaba aumentaba todas y cada una de mis inseguridades.
Hoy mi blusa era de seda color salmón, una de las mejores que tenía, y la había combinado con una falda tubo de color negra. La había planchado a las cinco de la mañana, cuando me había despertado agobiada por el nerviosismo.
Luego me había alisado las ondas de mi pelo, para dar una apariencia más seria y de ejecutiva y me había pintado las uñas de un rosa nude que en rigor de la verdad era el único que tenía y del que duda de la veracidad de su fecha de caducidad.
Podía decir que me había sentido bien con mi aspecto cuando me mire al espejo en casa, y esa sensación, había durado hasta ahora, que Edward Knight se me había quedado mirando fijamente.
Ahora, solo me sentía sucia y desaliñada.
—Venga a mi oficina. Hablaremos de mis expectativas diarias para usted y lo que espero que haga— se dio la vuelta sin esperar respuesta o preguntarme absolutamente nada. Me puse de pie y lo seguí, llevando conmigo una agenda de notas y un bolígrafo.
El entro a su oficina más grande que todo mi precario apartamento y se sentó en su escritorio, hice lo propio, sentándome frente a él, dispuesta a anotar cada cosa e instrucción que me diera.
Tenía que hacerlo bien por mí porotito.
Mi nuevo jefe se tomó su tiempo para acomodarse en su elegante silla, encender el ordenador y abrir lo que supuse era su agenda. Mientras comenzaba a teclear con una concentración implacable, me mordí el interior de la mejilla, luchando contra la necesidad de recordarle que estaba allí.
Era obvio que él sabía de mi presencia; esto era un juego de poder, un acto de dominación silenciosa. Ambos lo sabíamos, y el mensaje era claro: él era el jefe indiscutido en esta habitación, en este edificio, en esta manzana, y, si me atrevía a ser un poco más audaz, incluso en toda la ciudad.
Pasaron dos o tres minutos de silencio, durante los cuales mi nerviosismo aumentaba y me preguntaba si había tomado la decisión correcta al aceptar este trabajo. Finalmente, levantó la vista de su pantalla, y el impacto de su mirada me hizo sentir como si una corriente eléctrica recorriera la habitación.
—¿Debo llamarla señorita Bennett, o Allison es suficiente? — preguntó, su tono tan frío como su expresión.
—Allison está bien— respondí, intentando mantener la calma.
—Perfecto. Agradezco la formalidad.
Asentí con la cabeza, sintiéndome un poco más en control.
—De acuerdo, señor Knight— dije, moviendo el bolígrafo entre los dedos, tratando de proyectar confianza—. Estoy lista para empezar.
Entonces, su expresión se volvió más seria, como si estuviera a punto de develar un secreto.
—Quiero ser claro y honesto contigo, Allison. Trabajar para mí no es fácil— hizo una pausa, observándome con una intensidad que me hizo cuestionar mi decisión—. Te voy a dar unos minutos para que pienses si esto es algo que realmente podrás manejar. Trabajo muchas horas, viajo con frecuencia y no me detengo a comprobar tus sentimientos. Lo que busco y espero de ti no es menos que la excelencia.
Su declaración pesó en el aire como una advertencia.
Sentí cómo la presión aumentaba, el desafío era innegable. En ese momento, supe que no solo me estaba ofreciendo un trabajo; estaba poniendo a prueba mi determinación y mis límites, pero, en el fondo, la adrenalina que circulaba en mi sangre me decía que esta era mi oportunidad, y estaba decidida a no dejarla escapar.
Permanecí imperturbable.
Puse mi mejor cara de profesional, esa que no dejaba vislumbrar ninguna emoción, aun cuando por dentro miles de sensaciones chocaran una con otra.
—No se preocupe por mis sentimientos, estoy capacitada para manejar lo que sea que se me presente.
Resopló casi riendo.
—Bien por ti, me alegra escucharlo— movió el mousse y tecleo algo en su ordenador—. Cada mañana, me enviaras mi horario por correo, pero las reuniones más importantes o urgentes del día, las resaltaras en verde— abrió un cajón y saco una carpeta, mientras anotaba todo en mi agenda—. Nos reuniremos así todas las mañanas, en esa carpeta encontraras las pautas para enviar los archivos importantes y los mails laborales de los contratos, si tienes preguntas para mí, éste será el momento de hacerlas, de lo contrario avanzaremos con lo demás. Con respecto a tu horario, tengo entendido que te dijeron que era de ocho a cinco, pero en algunas ocasiones, mi horario se extiende hasta las nueve, diez de la noche
—Comprendo— dije asintiendo.
—¿Es demasiado para ti? — me preguntó con un tono tan cortante que casi me estremecí.
Simplemente genial.
—No lo es. No tengo ningún problema en quedarme horas extras— afirmé, convencida.
—Perfecto— murmuro—. ¿Tienes idea del trabajo que hacemos en Knight Enterprise?
—Sí— respondí, segura. Había pasado todo el fin de semana estudiando todo lo que tenía que ver con esta mega corporación— Desarrolla propiedades y las vende o las alquila, además de, la construcción de grandes e imponentes rascacielos.
—En resumen, si— hizo dos clics con el ratón y me pregunté si eso era lo que decía cuando estaba enfadado. Había simplificado demasiado su empresa.
La verdad era que Knight Enterprise, poseía no solo rascacielos sino sucursales en más de quince países y sus beneficios ascendían a miles de millones.
—Mi agenda está bastante llena de viajes de negocios, son al menos diez al mes, con lo que espero que puedas acompañarme como mi asistente personal.
—¿Viajaré con usted? — pregunte entre asombrada e incrédula, sin poder reprimir mi reacción.
—Por supuesto, esto está dentro de tus obligaciones como mi asistente, lo eres en donde yo este. ¿Hay algún inconveniente?
Negué con la cabeza.
—Por supuesto que no.
—Perfecto porque en veinte días viajaremos a Paris, necesito que organices todo con respecto a ello, dejare todas las instrucciones en tu correo antes del final de la semana— explico—. Tienes pasaporte, ¿no?
—Sí.
—¿Tienes miedo a volar?
—No, no tengo problemas con eso.
Bajó la barbilla.
—Entonces, eso es todo por ahora.
Se apartó de mí y volvió a centrar su atención en el ordenador. No había que ser un genio para saber que era mi momento de retirarme, aun cuando mil preguntas giraban en mi mente.
Cerré mi agenda y me levanté, deteniéndome por un instante para darle una última mirada y asegurarme de que realmente había terminado conmigo. Como él no levantó la vista, me dirigí a la puerta.
Mi mano estaba sobre ella cuando llamó:
—Allison— me di la vuelta.
—¿Sí, señor?
Su mirada me recorrió.
—Bienvenida, y buena suerte. Estoy seguro que la va a necesitar.
Asentí, sonriendo tímidamente.
Me había metido en la boca del lobo, pero no había vuelta atrás. Necesitaba este trabajo y estaba dispuesta a dar solo lo mejor de mí, en ese momento, comprendí que, a pesar del desafío, estaba lista para enfrentar lo que viniera.