Allison
Ayer había cumplido nueve semanas de embarazo, y a Jackson le había tomado ese mismo tiempo, aburrirse de la paternidad, romper cada promesa que me había hecho y abandonarme con un mensaje escrito en una servilleta arrugada.
Ni siquiera había sido digna de que me cortara en la cara.
Y tampoco podía decir que esa era la peor parte de todas, la noche que había llegado a casa y descubrí que se había ido, también me encontré con que se había llevado mi dinero, esos dólares de la indemnización que yo había guardado como un respaldo y en especial por cualquier cosa que pasara con él bebe. No le había importado en lo absoluto, me había abandonado y me había dejado sin nada.
Estaba en la ruina completamente, embarazada y sola.
Sabía que lo más inteligente de mi parte seria no traer un hijo al mundo en estas condiciones, y si bien nunca había soñado o me había visto a mí misma siendo madre, estas semanas habían bastado para saber que no podría renunciar por nada del mundo a mi pequeño porotito.
No tenía un instinto maternal, pero era mío y ya vería yo como resolvería las cosas, había estado sola desde los dieciocho años, y siempre me las había arreglado, podría con esto también.
Ahora seriamos mi bebito y yo contra el mundo.
Eran las ocho en punto de la mañana cuando pisé la acera frente a Knight Enterprise, las imponentes torres de vidrio y acero se alzaban sobre mí, intimidantes y a la vez emocionantes.
Cuando envié mis datos, realmente no pensé que me llamarían para una entrevista; así que, cuando recibí la llamada del departamento de recursos humanos, casi salté de emoción. Pero ahora, frente a este edificio que parecía tener una vida propia, mi confianza flaqueaba.
Necesitaba este trabajo, eso estaba claro.
No había mucho margen para fallar, pero también estaba mentalmente preparada para no conseguirlo. Este lugar, tan grande, tan opulento, parecía diseñado para gente mucho más segura y experimentada que yo.
¿Qué hacía yo aquí?
No tenía idea de si ser asistente o recepcionista era el trabajo de mis sueños, pero la realidad era que ni siquiera sabía cuál era mi verdadero sueño. Lo único seguro era que necesitaba dinero, y este empleo era mi oportunidad para ganar un salario decente, empezar a ahorrar, y acondicionar el pequeño apartamento que se convertiría en el primer hogar del bebé que venía en camino.
Respiré hondo y me tomé un segundo para ordenar mis pensamientos. Miré mi reflejo en los grandes ventanales tintados, intentando calmar el pánico que se reflejaba en mis propios ojos.
—Vamos, Ali— me susurré—. Puedes hacerlo. Esto es tuyo, y lo vas a conseguir.
Repetirlo en voz baja me ayudó a sacudirme la ansiedad, aunque fuera un poco.
Ajusté los hombros, acomodé mi bolso, y, con una última mirada de determinación a mi reflejo, atravesé las puertas de Knight Enterprise, lista para enfrentar el día que podía cambiarlo todo.
Antes de que pudiera moverme en cualquier dirección, mi cuerpo chocó contra un muro sólido y cálido que me hizo tambalear hacia atrás. Una bebida salió volando, y el líquido aterrizó sobre mi camisa blanca, esa que había planchado con tanto esmero para causar una buena impresión.
—¡Oh, no! — grité en voz alta—. ¡Oh no, no, no! Esto no puede estar pasándome. ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Es un desastre!
Cerré los ojos un segundo, esperando que, al abrirlos, este fuera solo un mal sueño. ¿Qué tan mal karma tenía que estar pagando? ¡Por favor! Me habían dejado embarazada,
después me habían dejado sola y, por si fuera poco, me habían robado. Yo creo que mi cuenta karmática ya debía estar más que saldada.
Fue entonces cuando noté que el hombre frente a mí, el mismo con el que había chocado, me sostenía por los codos con una firmeza que me tomó por sorpresa. Murmuró una maldición en voz baja, y no pude evitar notar lo terriblemente atractivo que era. Tenía una mirada gélida, imponente, como el hielo derritiéndose al contacto; una combinación de dureza y frialdad en sus ojos que hizo que mi corazón diera un vuelco.
Se tomó un instante para recorrerme de arriba abajo con la mirada, y aunque probablemente solo evaluaba el desastre en mi camisa, me sentí como si me estuviera juzgando por completo.
—Tenga más cuidado la próxima vez, por favor— dijo con voz firme y ligeramente exasperada. No me dio tiempo a responder; simplemente recogió su vaso de café derramado y entró en el edificio sin volver la vista atrás.
Idiota.
Me quedé allí de pie, aturdida, procesando el desastre en mi camisa mientras veía cómo se alejaba el arrogante desconocido. Miré mi reloj y me di cuenta de que apenas tenía diez minutos para arreglar esta situación, asiqué, al salir de mi estupor y recuperar la compostura, me dirigí al baño del edificio, donde intenté limpiar mi blusa tanto como fue posible, aunque el daño ya estaba hecho.
Respiré profundo y me abroché el blazer hasta el último botón, tapando la mancha tanto como podía, y me acordé de un pañuelo en mi bolso. Lo saqué y lo acomodé alrededor del cuello para disimular el desastre, tal vez no era el look que tenía en mente para mi entrevista, pero era lo mejor que podía hacer en ese momento.
Me miré en el espejo, reajusté el pañuelo y traté de reunir fuerzas. Necesitaba este trabajo, no solo por mí, sino también por lo que estaba en camino. Mis problemas se multiplicarían si no lograba conseguirlo.
Salí del baño con una confianza renovada, llamé al ascensor y subí al piso de entrevistas. Cuando llegué, me senté un momento para recobrar la calma y me repetí en silencio que esto iba a funcionar, que estaba preparada para cualquier cosa.
Cuando escuché mi nombre, me levanté de inmediato, colocando la mejor expresión profesional en mi rostro, lista para dar lo mejor de mí.
Este trabajo iba a ser mío.
Entré en mi casa y cerré la puerta de un portazo lo bastante fuerte como para que las paredes desnudas y la fina capa de pintura descascarada que lo cubría casi todo, volara. Apreté la mano contra el corazón acelerado y respiré hondo.
Había terminado.
Había sobrevivido a la entrevista.
Solté el bolso en el perchero, me quité los zapatos, y me dejé caer en el sofá. Un dolor de cabeza punzante me recordaba todo el estrés acumulado, y, mientras cerraba los ojos, no podía dejar de preguntarme cómo había permitido que mi vida llegara a este punto. Me repetí que era temporal, que todo esto era solo una fase, un tramo difícil que superaría. Y aunque sabía que la situación pasaría, no lograba evitar la sensación de estar atrapada, con el peso del mundo en los hombros.
Respiré hondo, pero un nudo insistente se formaba en mi garganta.
Estaba agotada, tan cansada que lo único que quería era llorar, este embarazo me había tomado completamente desprevenida. A mis veinticuatro años, apenas estaba descubriendo quién era y qué quería en la vida. ¿Cómo iba a criar a un bebé cuando aún no había logrado ni cuidar de mí misma?
Me llevé las manos al vientre, acariciando el lugar donde crecía mi porotito. Quizás, en el fondo, sabía que encontraría la fuerza de algún lado. Pero, en ese instante, en la soledad de mi sofá y con la presión envolviéndome como una tormenta, todo se sentía como una montaña imposible de escalar.
Con mucho pesar me levante y fui directo al baño a darme una ducha, después de esa entrevista, tenía que seguir abriendo el panorama laboral y me pase todo el día llevando mis datos a cuanto lugar necesitara empleado y concurriendo a dos entrevistas más.
Abrí la ducha y me quite la ropa, deje que el agua caliente me relajara y aliviara un poco del dolor de cabeza, de manera instintiva me lleva las manos al vientre, cerré los ojos y suspire.
—No tengo idea de que hacer, porotito— le dije, acariciando mi piel—. Pero te prometo que haré todo lo posible para que tú y yo estemos bien.
Salí un poco más renovada y me sequé, me puse el pijama y sin importarme que eran recién las siete de la tarde me metí en la cama y me dormí.
Me desperté a las seis de la mañana, lo bueno del embarazo es que no había tenido las famosas nauseas del primer trimestre, lo malo, me sentía cansada todo el tiempo, aun cuando había dormido más de doce horas.
Me desperece y me levante, fui al baño, me lave los dientes, la cara y fui a la cocina a prepárame algo de comer. Bueno, eso era, técnicamente un eufemismo, solo tenía huevos y café y el médico me había dicho que solo podía tomar una taza al día, asique como no había muchas más opciones me predispuse a prepararme unos huevos revueltos y mi bebida preferida.
Con todo listo me senté en la mesa, mire si tenía alguna notificación en mi teléfono y saque la caja de cupones, este último mes había estado estirando los únicos dólares que me quedaban, unos que tenía aparte de mi ahorro y con estos cupones que canjeaba en la tienda por vivieres.
Deje todo limpio y ordenado cuando termine de comer, fui a mi habitación, hice la cama y me vestí, organice mis carpetas y me prepare para salir de nuevo en busca de trabajo, hoy presentía que sería un buen día.
Volví a hacer mi recorrido, pero esta vez por una zona diferente, cerca del mediodía pase por la tienda y compre las cosas esenciales para subsistir lo que quedaba del mes, había tenido suerte y me había alcanzado incluso para darme el gusto de un chocolate que era mi favorito.
Llegue a casa y mi celular sonó, me apresure a dejar las bolsas en la mesa y se cortó antes de que pueda apretar el botón de aceptar, el numero marcaba como desconocido. Volvió a iluminarse cuando estaba justo por sacar las cosas y con temor de que sea algún cobrador atendí.
Si, Jackson no tenía el mejor historial en esa área y ya me había visto pagando una deuda que no era mía.
—¿Hola?
—Buenos días. ¿Hablo con la señorita Allison Bennett?
—Sí, soy yo ¿quién habla?
—Mi nombre es Marianne Lewis, soy la jefa de recursos humanos de la empresa Knight, quería informarle que ha sido seleccionada para el puesto de asistente ejecutiva.
—Oh por dios ¿enserio? — me temblaba la mano, en shock sin poder creer lo que escuchaba.
—Sí, felicitaciones— respondió—. ¿Puede empezar el lunes a las ocho de la mañana? Debe saber que es un trabajo altamente calificado, el señor Knight es muy riguroso y valora la puntualidad.
—Si, por supuesto. Estaré ahí el lunes puntual.
—Perfecto, debe pasar por recursos humanos antes de tomar su puesto, anúnciese cuando llegue y pregunte por mí.
—Por supuesto, sí.
—Perfecto entonces, señorita Bennett la esperamos el lunes. Que tenga buena semana.
—Gracias, usted también.
Me asegure de que había colgado antes de dejar el teléfono sobre la mesa y empezar a saltar de la alegría. Dios, si, finalmente podía sentir que iba a ver luz al final del túnel, creo incluso que llore de la emoción.
Había conseguido el trabajo.
—Lo logramos porotito, conseguimos el empleo— le susurre en medio de las lágrimas—. Vamos a estar bien, ya veras, mami te lo promete.