Capítulo 4. Una anaconda en el rio Tamesis

1833 Words
Posteriormente, Angelica se alistó, tomó su desayuno y luego, con su equipo de sirvientes, se fue hasta su avión privado para ir a Londres, en donde pronto haría un concierto. Las princesas anteriormente no podían tener ningún tipo de oficio al casarse. Si eran actrices, o cantantes debían dejar sus carreras y dedicarse al mundo de la nobleza, pero ya eso formaba parte del pasado y si las princesas querían seguir ejerciendo sus antiguas profesiones, podían hacerlo. Por lo que, Angelica, aun continuaba tocando el piano y hacía conciertos porque eso era lo que más le gustaba. Asi que, estando muy elegante, fingiendo que todo en su vida era color de rosas, se fue del palacio dirigiéndose hasta Londres para visitar primero a sus padres. Horas más tarde… Eran casi las doce del mediodía en un día nublado y muy frio típico de Londres. A comparación de Mónaco que siempre era caluroso y soleado. Angelica, se encontraba pasando en su lujoso auto sobre el puente de Westminster que quedaba sobre el rio Támesis. Ella observaba al reloj Big Ben, esbozando una leve sonrisa porque sentía que ya había llegado a su hogar de clima frio y gris como le gustaba. La hermosa joven siempre paseaba por ese puente de pequeña tomada de la mano junto con su padre, algunas veces en las tardes cuando se sentía abrumada por alguna cosa, ya que, siempre se destacó por ser perfeccionista. Por lo tanto, ese lugar era muy especial para ella y desde hace días anhelaba estar ahí. —¡Déjame aquí por favor, quiero fumar un cigarrillo! —decía Angelica pidiéndole al chofer que se detuviera. —¿Fumarás? —preguntó Carmen su asistente con sus cejas alzadas—. Pero si te huele tu mamá y tu papá se van a enfurecer contigo mira que aunque estás casada te tratan como si tuvieras 12 años princesa. —Comeré un chicle y me echaré perfume. Siempre lo hecho. Ella abrió la puerta y antes de salir, vio como su asistente Carmen se iba a bajar con ella, pero Angelica la detuvo. —Quiero estar a solas como por media hora, si quieres den una vuelta y después pasen por mí. El chofer con su rostro preocupado, le exclamó: —¡Pero no tiene escoltas señora! —¡Si, y como estás vestida es obvio que se nota que no eres alguien común princesa! Ella ese día usaba una costosa gabardina de color rojo escarlata de botones dorados, un vestido de color negr0 por dentro, y medias pantis negrąs. Como accesorio un pequeño sombrero con unas pequeñas plumas azabache, unos finos guantes de encaje negr0s, y zapatos de tacón negr0s de punta fina con suela roja. Por lo tanto, como lo dijo Carmen, no se veía para nada común. Entonces, Angelica la miró con desinterés y le contestó: —¡Ay por Dios, ¿qué me va a pasar por aquí? es obvio que nada, he estado más elegante y con muchas joyas en ocasiones anteriores y nada ha pasado —alzó sus cejas en señal de mandato —Quiero estar sola, vayan a dar una vuelta y luego vengan. Ella metió su celular en uno de sus bolsillos y la caja de cigarrillos, y se bajó del auto. Su asistente y el chofer sabían lo molesta que Angelica se ponía cuando no cumplían sus órdenes, así que, le hicieron caso y la dejaron a solas en el puente Westminster. La hermosa joven, se acercó al puente y sacó su celular, tenía un mensaje de su hermano mellizo Antonio el cual le preguntaba si ya había llegado. Pero decidió contestarle luego, y sacó su cigarrillo. Sin embargo, al momento de buscar en sus bolsillos se dio cuenta de que no tenía encendedor por lo que, se frustró un poco. —¡Ah, mierda! Luego, ella parada en sus altos tacones se volteó y con su cigarrillo en la mano una persona que venía corriendo la empujó haciendo que le cayera su celular al suelo pero este cuando lo hizo rodó un poco hacia un pequeño canal con mucha agua estancada que estaba cerca de la acera. —¡Ay perdone, perdone señorita! —¡Aish! —exclamó enojada mirando que su celular cayó hacia aquella zanja con agua. La persona que la empujó era una mujer, y siguió corriendo porque se veía que tenía prisa y Angelica con mucho enojo, fue hasta aquella zanja a recoger su celular de esa agua estancada, y estando agachada viendo con desagrado a que el agua que estaba sucia exclamó: —¡Ah no puede ser! ¿Ahora todo me sale mal? Y mientras estaba agachada ahí pensaba si recoger su celular o dejarlo ahí en el suelo. —¿Qué hago? Si alguien lo recoge, puede ver que tengo fotos comprometedoras. Ah, lo recogeré con uno de mis guantes. Asi que, ella estando agachada con su labio superior alzado hasta su nariz, se quitó uno de sus guantes con mucho desagrado, y mientras estaba ahí un auto pasó a toda velocidad y como ahí estaba ese charco de agua estancada porque había llovido en la mañana, mojó el rostro de la mujer. Ella se quedó pasmada y mojada estando ahí agachada con sus ojos cerrados y su boca abierta. Aquel auto que iba a alta velocidad luego se detuvo de inmediato, debido a que un hombre que estaba en el puente cerca de Angelica le hizo señas sonriendo con sus dos brazos al que iba conduciendo el auto. —¡Hey, hijo de perra estoy aquí! Aquel conductor, comenzó a retroceder para llegar hacia donde estaba esa persona. Mientras que Angelica aún estaba agachada ahí y luego se paró muy rabiosa, mirando a que el hombre del auto el cual era un Mustang modelo de los años ochenta, de colección, color amarillo y venia en retroceso. Aquel hombre pelilargo, usaba unos lentes de sol, chaqueta de cuero color rojo, la cual atrás tenía una gran serpiente bordada de aspecto muy impactante que te daba algo de miedo y pantalones de jean negr0s. Cerró la puerta de su Mustang amarillo, sonriéndole a su amigo. —¡Jajajaja no te vi maldito! —exclamó al salir del auto. Mientras que, Angelica con el rostro mojado con su rímel regado en todo su rostro y aún sosteniendo su cigarrillo empapado fue hasta donde aquel hombre muy molesta. —¡Oye! ¡Oye! Aquel hombre se volteó y mirándola detrás de sus lentes frunció el entrecejo, viendo como ella taconeaba dando largas zancadas, hasta acercarse a él, y ella al tenerlo enfrente apretando sus dientes, subiendo la mirada porque era más alto le exclamó: —¡Mira lo que hiciste idiota! Él alzando una de sus cejas detrás de sus lentes de sol porque no vio a la mujer anteriormente, le preguntó con desdén: —¿Qué hice? Angelica abrió su boca estando muy indignada y le respondió: —¡¿No ves? ¡Me empapaste con tu auto! —Mmmm, no te vi. —dirigió su mirada hacía su amigo ignorándola por completo—.Hey ¿trajiste el sobre? Angelica en ese momento se llenó de ira, porque aquel hombre ni siquiera se disculpó si no que más bien la ignoró, entonces, en un ataque de enojo, con una de sus manos lo empujó muy violenta tocándole uno de sus brazos. —¡Claro que si me viste, estaba agachada! Aquel hombre con sus lentes aun puestos abrió su boca también indignado porque odiaba que lo tocaran y más de la forma en que lo hizo Angelica. —Oye, perra ¿qué te pasa? ¡Te dije que no te vi! —¿Me llamaste perra? —Si. A mí nadie me toca—Se acercó a ella para intimidarla. El amigo de aquel hombre lo tomó de un brazo y enseguida para calmarlo le dijo: —Hey, hey, tranquilo Ivan, vámonos ¿sí? ¡no te metas en problemas! —¡Idiota! Por lo menos te puedes disculpar por lo que hiciste—exclamó Angelica. —¡Discúlpate tú, al menos no te pegué! ¡No te mojé apropósito! —¡Ivan, vámonos! —¡Pero me llamaste perra, maleducado! —Oigan, ya, ¿sí?. Discúlpelo, señorita, a veces él es caradura. Me… disculpo por él. Aquel hombre, tomó al pelinegro llamado Ivan de un brazo y se lo llevó hasta su auto. Luego, ambos se montaron en el auto, y aquel hombre lo encendió. —Oye ¿Le ibas a pegar? —No, obvio no. Pero me molestó, tiene fuerza la maldita—exclamó el malhablado pelinegro—, me entumeció el brazo. Luego, el hombre antes de arrancar veía por el espejo retrovisor como Angelica desde lejos veía su auto entrecerrando los ojos, y luego, quitándose los lentes, echándolos al tablero exclamó algo enojado: —¡Ah, si no fuera mujer le habría dado unos cuantos golpes. Que abusadora, enserio no la vi! Luego, su amigo, le dio un sobre el cual el pelinegro ansiaba tener. —Oye toma, y debes tener cuidado a quien te le enfrentas, mira que se veía que no era una pobretona. Ivan abrió el sobre y enseguida le dijo con una sonrisa: —¿Las conseguiste? —Pues… solo conseguí los asientos de la parte de atrás del concierto de la pianista. Se agotaron y ese revendedor amigo mío tenía solo esos. —Lo miró como si él fuera un bicho raro —Que raro un hombre como tu le gusta asistir a esos conciertos y de música clásica. —¡Ah cállate no es de tu incumbencia! Luego, por el espejo retrovisor vio que Angelica se agachó de nuevo viendo a aquel canal, y estaba quitándose su guante pensando si iba a agarrar un objeto de ahí. «Mmmm, con que así estaba» pensó Ivan. El pelinegro tomó sus lentes de sol nuevamente porque no le gustaba que lo reconocieran mucho, y como no era tan de mal corazón, se sintió un poco mal porque si se dio cuenta que la mojó apropósito. Asi que, abrió la puerta de su auto y su amigo con sus ojos abiertos de par en par, viéndolo que iba hacia donde Angelica exclamó: —¡Oye, oye, ya no la riegues más anaconda, déjalo así! Él dio largas zancadas y llegó hacia donde Angelica quien estando agachada aun no quería meter sus manos al agua sucia, pero era algo de doble moral porque estaba toda mojada con esa misma agua. Asi que, él de una vez tomó el celular de aquella agua, lo secó con su camisa y se lo dio. —Toma. Pareces una perra loca estando ahí agachada. Ella se levantó y lo miró con desdén. —Já, idiota, ¿Vienes a disculparte? —No, solo te ayudé a tomar tu tonto celular. Para la próxima cómprale una armadura o algo por el estilo. Se nota que tienes dinero pero de seguro eres tacaña.
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