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Quiero divorciarme del príncipe

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Sinopsis

Angelica María Wallas, es una hermosa pianista profesional muy famosa en el Reino Unido, de 26 años de edad, perteneciente a la aristocracia inglesa, ya que, heredó el titulo de vizcondesa gracias a su padre el conde británico Henry Wallas y a su madre Rosa María Wallas, de origen latino, proveniente de Costa Rica, los cuales, son los dueños de una de las joyerías más famosas de todo el Reino Unido. Angelica es la única mujer de cinco hermanos varones, haciéndola la consentida de su padre Henry, quien desde pequeña le ha dado todo lo que ella ha querido. Sin embargo, Angelica a pesar de que es una mujer que siempre tuvo una vida perfecta, ella no estaba conforme y quería más. Ella soñaba con tener un titulo más alto en la nobleza, más que ser vizcondesa; quería ser reina o princesa. Asi que, como uno de sus mayores rasgos era ser una mujer extremadamente perfeccionista y algo altiva como su padre el conde Henry Wallas lo quería lograr.

Por lo que, en una boda, de uno de los príncipes de Inglaterra, donde ella fue invitada a tocar el piano, conoce al apuesto rubio Jean Paul Dubois, francés de 29 años, heredero del trono al principado de Mónaco, quien al ver a la hermosa vizcondesa tocar el piano de inmediato quiso conocerla. Ambos se conocieron y fue amor a primera vista. Jean Paul necesitaba una perfecta esposa para ser coronado príncipe y quien más que perfecta que esa hermosa chica de 24 años que también pertenecía a la aristocracia. Para los dos no solo fue amor a primera vista si no que encajaban perfectamente en sus necesidades internas. Angelica quería tener un titulo más elevado en la aristocracia y Jean Paul necesitaba una linda y perfecta esposa, por lo que, en menos de un año ambos se casaron y fueron nombrados príncipes soberanos de Mónaco.

Pero, no todo fue felicidad para Angelica, porque su matrimonio con el príncipe Jean Paul no era un cuento de hadas. El hombre en privado era muy diferente a lo que era por fuera, el cual hacia que Angelica fuera infeliz en su matrimonio de tan solo dos años. Sus padres y sus hermanos sospechaban que ella era infeliz, pero siempre lo negaba diciendo que su vida era perfecta. Sin embargo, la mujer ya estaba al borde del abismo con su esposo Jean Paul, porque sospechaba que le era infiel con la esposa de su hermano mayor quien estaba en silla de ruedas por un extraño accidente hace dos años atrás, pero hasta ahora no lo había descubierto y pensó en divorciarse porque se dio cuenta que antes era mucho más feliz. Sin embargo, el divorcio era muy difícil para una mujer de la nobleza y más de un principado.

Por otro lado, un hombre desconocido entra a la vida de Angelica de la nada a trabajar en ese castillo donde vivía. Aquel hombre de 26 años se llamaba Ivan Sajarov Jr. un apuesto pelinegro de ojos azules, de padre ruso con madre puertorriqueña, el cual tenía una misión y era matar al príncipe de Mónaco para ya ser ex comulgado y salirse del grupo de la mafia de donde trabajaba, porque su sueño era ser pianista de música clásica. Sin embargo, Ivan Sajarov Jr. no contaba con que aquella princesa le iba a parecer muy atractiva y, a su vez, no sabía que su padre Ivan, y los padres de Angelica, los Wallas, se conocían en el pasado haciendo que cualquier amor que ellos tuvieran fuera imposible. ¿Podrá la princesa divorciarse y vivir su vida? ¿Qué dirán sus padres cuando se enteren que tiene una aventura con Ivan Sajarov Jr. el hijo de un hombre que les hizo daño?

Nota de la autora Lily Andrews.

¡Si quieres leer más, ve al primer capítulo, espero que te guste mucho esta novela, te prometo mucho entretenimiento!

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Capítulo 1. Quiero el divorcio
—¡Arrodíllate, Angelica o si no, dormirás con los caballos! Angelica horrorizada por lo que acababa de escuchar exclamó con su voz quebrada: —¡¿Qué?! Mónaco- Francia. Palacio del príncipe, tres horas más antes… «¡Zip…Zip…Zip!» vibraba el celular El teléfono del príncipe no dejaba de sonar, con mensajes nuevos que escribía con un disimulo que a su esposa le estaba comenzando a intrigar. Ella durante media hora miraba de reojos hacia el celular de su esposo, para ver qué era lo que tanto escribía, y que era tan importante como para que él no le prestara atención a esa aburrida cena llena de lujos y personas de la realeza de Mónaco. Ellos estaban en la celebración del cumpleaños número 60, del expríncipe de Mónaco, y ahora duque Pierre Dubois. —¿A quién le estás escribiendo mensajes a esta hora? —susurró Angelica de 26 años entre dientes al oído de su esposo—… si tienes alguna amante ¿Puedes disimular un poco ante todos? —¡No te interesa a quien le estoy escribiendo—respondió Jean Paul de 30 años con mucho desinterés escribiendo en su celular, en un tono de voz bajo que solo los dos escuchaban—, solo come y deja de decir estupideces como siempre! —¡¿Estupideces? —Lo miró entrecerrando sus ojos y apretando sus dientes —¡ya me tienes harta Jean Paul, no entiendo porque no admites que tienes una amante! Jean Paul, se detiene de escribir por unos segundos, y mira a su esposa entrecerrando sus ojos. —¡Cállate, a veces me provoca pegarte una cachetada cuando te pones así de fastidiosa! Angelica al escuchar lo que le dijo su esposo, con mucho asombro le respondió: —¿Qué? ¿Estás amenazando con pegarme? —Eso es lo que me tientas a hacer. Ya no eres la niña consentida de tu padre, ahora eres mi esposa y últimamente te has estado portando muy mal. Angelica le indignó mucho lo que dijo su esposo el príncipe de Mónaco, por lo que, en ese momento se levantó de la mesa de manera muy brusca y todo el mundo puso su atención en ella. Sin embargo, Jean Paul, la tomó del brazo en ese mismo instante, y levantando sus cejas hacía arriba, le susurró: —¡¿Que mierdas estás haciendo, siéntate?! La joven Angelica, harta de toda la situación con su esposo el príncipe, decidió alzar su tono de voz. —¡Te estoy dejando que sigas conversando con tu amante Jean Paul! Todos en la mesa, incluyendo al homenajeado: El tío abuelo Pierre, escucharon a la princesa gritarle al príncipe que tenía un amante. El tío abuelo quien estaba sentado en el medio de la mesa al escuchar los gritos de la pareja, se puso muy serio y entrecerró sus ojos, porque no le agradó para nada esa situación en su gran celebración. El tío abuelo Pierre, era un rubio de ojos azules achinados, quien a pesar de que estaba cumpliendo sesenta años, no los aparentaba, más bien parecía de cincuenta porque estaba en buena forma. Su temperamento era de carácter muy fuerte y en toda situación siempre estaba muy serio. Por lo tanto, él con su ceño fruncido, se levantó de la mesa y acomodando su traje, con voz de mando, exclamó: —¡¿Que sucede?! El príncipe Jean Paul un tanto asustado porque su tío abuelo se veía molesto, tomó a Angelica del brazo y con una sonrisa fingida, le respondió: —¡Nada tío abuelo, ¡no te preocupes! El tío abuelo Pierre se separó de la mesa y con largas zancadas se acercó a la pareja, pero con su mirada en Angelica. Jean Paul quien sujetaba a Angelica fuertemente del brazo en tono de susurro, le comentó: —¡¿Viste lo que acabas de hacer? ¡el tío abuelo se molestó y todo por tu culpa! —¿Por mi culpa? ¿Acaso yo estaba mandándole mensajes a mi amante? El señor Pierre llegó hacia donde estaban ellos, y todos los invitados estaban callados mirando a aquel suceso. Él hervía de la rabia por dentro, pero no lo demostraba, así que, con una sonrisa fingida con su mirada clavada en Angelica le comentó: —Princesa, despues que se acabe mi homenaje, quiero hablar con ustedes en privado. Angelica quien era algo contestona porque era la hija consentida de su padre, le contradijo al señor: —Lo siento, pero yo ya me voy tío abuelo Pierre, no quiero seguir al lado de su sobrino que le está mandando mensajes a quien sabe que perra. ¡Me voy a mi habitación! La intrépida Angelica, se soltó del agarre de su esposo y se dio la media vuelta, pero antes de siquiera dar un paso, el tío abuelo con sus manos hacía atrás en un tono de voz demandante, le exclamó: —¡Princesa, la espero en mi oficina junto con su esposo el príncipe dentro de un rato. Si no está, la mandaré a buscar con los mayordomos. ¿Entendido?! Jean Paul la tomó del brazo, y con una sonrisa fingida mirando al tío abuelo, le respondió: —Si, no te preocupes tío, Angelica y yo vamos a conversar un poco. —¡Yo no tengo nada que conversar contigo, me voy! Angelica se soltó del agarre de Jean Paul haciendo una escena ante todos y se fue del lugar hasta su habitación. A su esposo el príncipe, no le quedó más remedio que ir detrás de ella. El tío abuelo miró a sus invitados con algo de vergüenza por el bochorno que le hizo pasar la princesa en ese momento. Y conteniendo su enojo sonriéndoles de manera fingida, les dijo a todos: —¡Las parejas y sus cosas. Pueden… seguir disfrutando de la celebración. No se preocupen! Mientras tanto, Jean Paul yendo detrás de Angelica su esposa, logró alcanzarla y con mucha rudeza la tomó del brazo para detenerla. —¡¿Que te pasa? ¿No te pudiste aguantar frente a todos? Le hiciste pasar vergüenza al tío! Angelica poniendo su mirada en él apretando sus dientes, le respondió tratándose de zafar de su agarre pero no pudo. —O sea, ¿Qué tu tío te importa más que yo? Me estabas faltando el respeto escribiendo en tu celular por una hora. Ni siquiera tocaste tu comida. ¿Tu crees que yo no sé que tienes amantes? ¡No soy estúpida Jean Paul! —No tienes pruebas de que tenga una amante. —¡Entonces, dame tu celular para revisarlo! —No. —exclamó él con autoridad. —El celular es algo privado. —¡Pues entonces, quédate con tu privacidad—miró a Carmen quien era su asistente y casi que su sombra —¡Vámonos de aquí! Ambos miraron que venía alguien y Jean Paul soltó a su esposa y esta de inmediato se fue para su alcoba. Angelica era una hermosa británica de 26 años, mezclada con madre latina de piel blanca muy tersa y radiante, cabello castaño oscuro, semi ondulado y su cara era delicada con unos enormes ojos café de grandes pestañas, los cuales heredó de su madre y eran su mayor atractivo. Su nariz era respingada y sus labios carnosos. Si la veías a simple vista, la princesa emanaba un aire de misterio, ligado con elegancia. Decimos misterio porque casi nunca sonreía cuando estabas con ella, y no sabías que siempre pasaba por su mente cuando te miraba. Ella sonreía al menos que algo fuera muy gracioso pero todo eso era debido a su personalidad un tanto pretenciosa y altiva, rasgos que heredó de su padre el británico el conde Henry Wallas. Su cuerpo era curvilíneo de buen trasero pero de pocos pechos, los cuales le excitaban siempre al príncipe al verla desnuda. Por otro lado, Jean Paul francés de 30 años, su esposo, no se quedaba atrás con su gran atractivo. Él era rubio, cuyo liso cabello le llegaba hasta la altura de los hombros, costumbre del linaje real de los Dubois. Sus ojos eran azules y tenía buen cuerpo de espalda ancha, piernas atléticas porque practicaba futbol en sus momentos libres. Él era de esos hombres cuya presencia imponía gracias a su elegancia y buen atractivo al llegar a cualquier lugar. Sin embargo, su personalidad también altiva y pretenciosa era insoportable, la cual en el noviazgo no se veía pero con ya dos años de casados la convivencia con él era invivible. Ya Angelica tenía dos años sufriendo con Jean Paul y deseaba dejarlo lo más pronto posible. Ella pensó que casarse con él iba a ser el sueño de niña que siempre deseó pero, no lo era así. Más bien, fue todo lo contrario porque ese matrimonio era un martirio. Ella se fue hasta su habitación junto con su asistente Carmen y no quiso seguir asistiendo más a la celebración del tío abuelo de Jean Paul; sin embargo, él si se quedó en dicha reunión. Tres horas más tarde… La celebración se terminó, y tal y como lo dijo el tío abuelo Pierre, varios sirvientes fueron a buscar a Angelica a su habitación incluyendo su esposo Jean Paul quien no pudo entrar con facilidad porque ella cerró la puerta con seguro. La princesa estaba dormida y fue despertada por el tocar de la puerta, el cual era estruendoso porque el que tocaba era su esposo Jean Paul. «¡Pum, Pum, Pum!» La voz enojada de su esposo Jean Paul, se escuchaba desde afuera. —¡Angelica, ábreme! Ella semi abrió sus ojos y pudo observar que eran las dos de la madrugada. Así que, como no quería dormir con Jean Paul, se puso la almohada sobre su cabeza y siguió durmiendo. —¡Que se canse de tocar ese imbécil. Que duerma con su amante! Jean Paul seguía tocando, y Angelica no le prestó atención, pero luego de unos dos minutos se detuvo. Luego, el príncipe mandó a buscar al mayordomo mayor del palacio quien era un señor de setenta años llamado Lumiere y este le dio la llave de la habitación. Jean Paul abrió la puerta, encendió la luz y dando largas zancadas fue hasta donde Angelica y la despertó con un pequeño empujón con una de sus manos. —¡Que te levantes! —¿Qué te pasa? ¡Déjame dormir! —Se volteó de nuevo y se cubrió con su sábana de seda. —¡El tío abuelo quiere hablar contigo ahora! —¡Pues que sea mañana, hoy no voy a hablar con él! Jean Paul, enojado porque su esposa no le hizo caso, miró a los sirvientes que venían con él, y les ordenó que tomaran a la princesa de los brazos y la sacaran de la cama. Angelica quien era algo intrépida forcejeó un poco pero le fue imposible porque aquellos hombres eran más fuertes. —¡Si no te quieres ir a las buenas, será a las malas entonces! —¡¿Que mierdas te pasa idiota?, suéltenme! —¡Llévenla al despacho del tío abuelo! Aquellos hombres se llevaron a Angelica hasta el despacho del tío abuelo casi que arrastras. Ella dejó de resistirse porque era imposible y minutos después junto con Jean Paul, llegaron hasta el despacho. «¡Toc, toc, toc!» Jean Paul con leves toques tocó la puerta del despacho del señor Pierre, quien estaba sentado fumándose un gran cigarro. —¡Tío soy yo, Angelica está aquí conmigo! —comentó Jean desde afuera. —Pasa. El príncipe tomó a su esposa de un brazo, la cual estaba callada con enojo en su mirada y a regañadientes la llevó hacía donde el tío abuelo. El señor Pierre al verla también su rostro cambió porque sentía mucho enojo con ella. Por lo que, apagó su cigarrillo y mientras lo hacía, con su mirada al cenicero le dijo: —Princesa, ¿Sabe que no me gustó su actitud en mi fiesta de cumpleaños? La verdad pensé que los británicos eran personas mucho más educadas. Ah, pero luego recordé que usted no es británica de pura cepa porque su madre es… ¿latina no? Angelica miró al tío abuelo con desagrado y en un tono algo contestón le respondió: —¿Y eso que tiene que ver? Mi papá es inglés y yo nací en Inglaterra. Y si, mi madre es latina, no entiendo a que viene su punto tío. Además, si estaba enojada era porque su sobrino—miró a Jean Paul— no dejaba de mandarle mensajes de texto a quien sabe quien en toda la cena. Así que, la culpa fue de él por irrespetarme y no mía. El hombre con una sonrisa sarcástica se sentó en un sofá que estaba ahí y la miró de forma burlona. —Lo sé, pero si le molestaba lo que estaba haciendo el príncipe, tenía que arreglar la situación era después de mi homenaje, no durante del mismo. La falta de respeto fue usted. Pero luego recordé otra cosa. Que usted no sabe de modales, porque en sí es solo una pianista más no de la realeza como nosotros. Angelica alzó una de sus cejas y con aspereza en sus palabras le contestó: —Antes de casarme tenía el título de vizcondesa, ¿o… es que acaso no lo recuerda? Pero… a todas estas ¿Qué sucede? ¿Por qué me está diciendo todas estás cosas a estas alturas? —Si, pero su titulo de vizcondesa usted lo heredó de su padre, quien heredó ser conde por su bisabuela la señora Agnes Wallas porque ella le cedió el título a través de una herencia. Más no fue de linaje como nosotros. —Já, pero si usted le cedió el trono a Jean Paul, ¿No es lo mismo? —alzó una de sus cejas. —Pues no, no es lo mismo. Jean Paul está en el árbol genealógico de los herederos al trono. En cambio usted y sus padres tuvieron ese título solo por suerte. Angelica con una sonrisa burlona de medio lado, le respondió: —Bueno, ¿pero ahora soy princesa no? ¿No significa que ya subí de escalafón? Pero bueno, si le soy sincera, ya eso no me importa. —Lo miró de forma desafiante —Ya no quiero ser la esposa de su sobrino. ¡Quiero el divorcio! Él tío abuelo Pierre le había cedido el trono a su sobrino Jean Paul Dubois hace tres años, porque pensó que ya quería un descanso y quería vivir su vejez libremente. Él no tuvo hijos, ya que, su antigua esposa la princesa Joanie era estéril y murió en un extraño accidente de auto, en cambio, su hermano Peter quien también murió, pero de cáncer, si tuvo dos hijos varones. Y Pierre al no tener descendientes, sus sobrinos eran los que seguían en la línea de sucesión del trono del principado de Mónaco. Sin embargo, quien debía ser el príncipe, era el hermano mayor de Jean Paul, llamado Gerald de 33 años, por ser el quinto en tener el puesto del trono. Pero como tuvo un accidente también en un auto, por una de las curvas de esa ciudad de Mónaco, se quedó paralitico y no estaba en condiciones de tener el principado, por lo que Jean Paul, siendo el sexto en la línea de sucesión al trono fue nombrado como príncipe gracias a su tío abuelo Pierre. El tío abuelo quien era considerado como una persona fría y sin escrúpulos a puertas cerradas, aceptó a Angelica como esposa de su adorado sobrino Jean, por ser ella famosa y muy codiciada entre la nobleza, pero en sí la aborrecía un poco, porque su título nobiliario era bajo y no solo eso, sino que era por una herencia. Entonces, molesto porque la hermosa joven era algo contestona, se levantó del asiento y se acercó a ella a decirle lo siguiente en un tono amenazador: —¿Divorcio? ¿Quién dijo que un Dubois se divorcia? Mire no me gusta su actitud Angelica. Me hizo quedar muy mal ante mis invitados y eso no se lo voy a perdonar. De paso, las mujeres de este palacio, nunca le han contestado a sus hombres y menos han tenido el descaro de pedirles el divorcio. Todo lo que usted está diciendo son muchas faltas que merecen un castigo por si no lo sabía. Angelica frunciendo su entrecejo del asombro le preguntó: —¿Qué rayos está diciendo? ¿Qué me va a castigar? —Si. Se merece castigo por tener esa actitud tan intrépida con nosotros. Recuerde que usted es simplemente una extranjera en este país. Su esposo el príncipe y yo tenemos un título más alto que usted, así que, necesito que nos pida perdón a los dos por su actitud, y lo del divorcio olvídelo. Jean Paul estaba ahí parado con sus manos hacia atrás mirando todo con desinterés porque para él, su tío abuelo Pierre, era el que tenía la última palabra. A su vez, hasta ahora Angelica, no había conocido ese lado déspota y hostil del tío abuelo. Angelica se comenzó a enojar y en un tono de voz alto le dijo al señor: —¿Qué le pasa? ¡Yo no hice nada malo, el que hizo todo fue él quien sé que me está engañando con otra! —Usted no tiene pruebas que él la está engañando. —Si, no tienes pruebas. Y últimamente me has estado faltando el respeto. El tío abuelo la miró con desprecio como si no valiera nada y alzando una de sus cejas le sugirió en tono de mandato: —Arrodíllese y pídanos perdón! En ese instante, Angelica estando al lado de su esposo el príncipe, lo miró muy confundida porque ya todo se había salido de control. Según ella no había hecho nada malo y el culpable de todo era Jean Paul, por lo tanto, el que tenía que pedir perdón era él y no ella. Pero como ambos eran machistas al 100% no les importaba los sentimientos de Angélica, la cual pudo corroborar más que el haberse casado con Jean Paul fue el perfecto error de su vida. Entonces, ella teniendo una pizca de fe en Jean Paul que la defendería ante la loca petición del tío abuelo Pierre, mirándolo muy confundida le dijo: —Jean Paul ¿Qué le pasa a tu tío? Jean Paul clavó su mirada en ella y alzando una de sus cejas le dijo: —¡Arrodíllate o si no, te vas a dormir con los caballos! Nota de la autora Lily Andrews. ¿Será que Angelica se arrodillará? Revisa el siguiente episodio.

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