Capítulo 2

1535 Words
Al día siguiente, como todas las mañanas, mi plan era salir a correr, como lo hacía en mi pueblo, pero… Tenía un problema, y era que aquí no conocía nada y era una ciudad muy grande para andar sola. Dudaba mucho que alguno de mis primos quisiera acompañarme. —Buen día —dije al aparecer en la cocina, estaban solo mis tíos, los demás dormían. —Buenos días, cariño —dijo mi tía, le sonreí. Me senté, Sandra me preparó el desayuno; café con leche y tostadas con mermelada de frutilla. Era delicioso. Acabé de desayunar. —Tía… Quiero salir a correr —ella me miró. —Sola no, hija, no conoces por aquí, puede ser peligroso —dijo mi tío, él era tan bueno conmigo. —Pero no tengo con quién ir. —Dile a Emanuel. —Vale —me levanté, me encaminé a mi habitación. Mi primo estaba profundamente dormido, estaba solo en bóxer, mi vista se clavó allí, y tenía una notable erección. —Wow —susurré para mí misma. Me acerqué lenta y silenciosamente, me senté a su lado en la cama. —Ema —susurré acariciando su pelo suavemente. —Mm —se quejó, sonreí. —¡Ema! —susurré más fuerte. Se despertó. Me miró, le sonreí. —¿Qué sucede? —dijo entre dormido. —Levántate, tenemos que salir —le dije. Se quejó de nuevo, me levanté y con mis manos en sus costados de la panza lo moví un poco, él reía y se despertó, por fin. Fue al baño, salió y me miró. —¿A dónde iremos? —Saldremos a correr, así que vístete, porque en bóxer no te llevaré —reí mirándolo por completo. —¿¡A correr!? —dijo escandaloso Emanuel. —Sí, a correr, así que dale —le dije de nuevo. Bufó y se vistió con ropa más cómoda para correr, yo estaba observando cada movimiento que hacía. Tomó unos mates con su padre y luego salimos. Cerca de la cabaña había un lugar dónde iba a caminar las personas, fuimos allí. Comenzamos a correr, a los pocos minutos él ya estaba cansado, tuvimos que parar a descansar. —Así no se puede correr —fingí estar enojada, miré a otro lado, y no a él. —Pero si se pueden hacer otras cosas —dijo pícaramente, tomándome del brazo y acercándome a él. —¿Qué? —dije mirándolo a escasos centímetros. —Muero por besarte —susurró para que solo yo escuchara. Lo empujé, ¿qué le pasaba? Quise regresar, tenía miedo, estaba nerviosa, un poco asustada, no sé bien qué era lo que sentía. ¿Por qué me dijo eso? ¡Era mi primo! Fui directo al baño. —¿Qué le sucede a Renata, hijo? —preguntó mi tío, escuché. —No lo sé, quizás esté cansada. Bufé al oír eso, ¡idiota! Salí del baño, llegó Jeremías, así que me fui con él, hablamos durante un rato. Llegó la hora del almuerzo, nos alistamos, yo me puse un vestido corto de verano en color blanco y ojotas en los pies, recogí mi cabello en una cola de caballo. Salimos en busca de un restaurante. ¿Por qué no podían ser unas vacaciones familiares? Nunca se había comportado así. No iba a negar que mi primo estuviera guapo, pero hay algo que nos impide, y es que era mi primo. Encontramos un restaurante rápido, entramos allí y buscamos una mesa. Me senté entre Jeremías y Oscar. Emanuel y Sandra estaban frente a nosotros, él no me quitaba la vista de encima. —Rena, ¿ya has pensado en que harás en tu futuro? —preguntó mi tía. —Sí, en realidad, no estoy muy segura, pero algo tengo en mente. —Puedes ir a visitarme a mi departamento cuando gustes, prima —me miró Emanuel. —Claro, sería muy lindo ir a visitarte —dije con cierta ironía, pero nadie la notó. Emanuel el año próximo ya se iba a la universidad, se iba de nuestro pueblo. Acabamos de comer, esperamos un momento más mientras charlábamos, hasta que mi tío pidió la cuenta y pagó. Nos levantamos y salimos de aquel restaurante. Decidimos caminar un poco por el centro de la gran ciudad turística, y buscar alguna heladería. Sentía algo de angustia, tristeza, no entendía porque Emanuel actuaba así conmigo, nunca antes lo había hecho. Eso me lastimó, y mucho. —Allí hay una heladería —dijo Jeremías. —Vamos ahí —dijo mi tía. Nos encaminamos a ese lugar, entramos. Yo pedí un cucurucho, me encantaba. Me lo entregaron y salí afuera del lugar, había unos bancos así que me senté a esperar a los demás allí. Llegó Emanuel, se sentó a mi lado. Yo estaba probando mi helado, delicioso. —Si sigues comiendo así el helado, no te salvas —susurró en mi oído. Me tensé. Lo miré, ¿a dónde quería llegar? Eran alrededor de las 4:00 pm, fuimos a la cabaña de nuevo a cambiarnos de ropa para ir a la playa. Llegamos a la cabaña, entré y me dirigí a la habitación en búsqueda de mi bikini. Emanuel entró detrás de mí y cerró la puerta. —Me quiero cambiar —le dije. —Hazlo, no te miraré. Bufé. Me di vuelta, dándole la espalda y me quité el vestido. Me quité la ropa interior y me puse mi bikini rápidamente, volví a ponerme el vestido que tenía antes, ya estaba lista para ir a la playa. Emanuel también se cambió, fuimos al living a esperar a los demás. Llegamos a la playa y de nuevo fui al agua a jugar con Jeremías. Estábamos riendo a carcajadas, llegó Emanuel al rato con nosotros. De nuevo se estaba formando tormenta, así que mis tíos dieron la orden de irnos a la cabaña por seguridad. Llegamos, me duché primero, fui a la habitación a buscar ropa, me cambié con un short de jean y una remera de tirantes, volví al comedor. —Encargamos pizzas, ¿te parece? —me dijo mi tío. —Sí, me encanta —sonreí. Emanuel salió de la ducha, tenía puesto solo un pantalón corto, sin remera, no podía evitar mirarlo. Nos sentamos en la mesa a esperar el delibery, mi tío había comprado cerveza. Sandra, Oscar y Emanuel tomaban, Jeremías y yo no porque aún éramos “pequeños”. El timbre sonó, mi tía abrió, nos trajeron la comida, acomodé la mesa y cenamos, riendo, charlando. Emanuel estaba sentado a mi lado. Terminamos de cenar, sugirieron jugar a las cartas, acepté enseguida, me gustaba. Jugamos al chinchón, obviamente, siempre ganaba yo. Era medianoche, a mí se me cerraban los ojos del sueño que tenía, decidimos irnos a la cama. Entré a la habitación y me quité la ropa, sólo me dejé una remera puesta para dormir. Salí de allí para ir al baño, me lavé la cara, al mirarme en el espejo algunas lágrimas brotaron de mis ojos. Regresé a la habitación. Mis tíos ya estaban en la cama, y Jeremías también ya estaba medio dormido. Cerré la puerta y me encaminé a mi cama, trataba de que Emanuel no me vea, no quería que me vea mal. —Renata… —susurró él. —¿Qué? —susurré cortamente. —Tenemos que hablar —no lo miré. —Ahora no, estoy cansada —me terminé de acomodar en la cama. Estaba dándole la espalda a mi primo, a los pocos segundos, automáticamente, las lágrimas comenzaron a salir, hacía ruido con mi nariz a cada rato, no quería que él me escuché, pero era imposible. Sequé un poco las lágrimas de las mejillas, pero aún seguían saliendo. —¿Renata? —dijo mi primo, acercándose a mi cama. —Déjame —susurré entre lágrimas. —Rena, ¿qué sucede? —volvió a insistir, sentándose a mi lado. —Nada, en serio —no quería que siga preguntando. Con su pulgar secó las lágrimas que rodaban por mis mejillas, volteé para mirarlo, aún no había quitado sus suaves dedos de allí. Me hice a un lado en la cama, dándole lugar, él entró conmigo y se acostó a mi lado, medio apretados porque la cama era pequeña. Yo no tenía intenciones de nada, simplemente quería que me abrazara, lo necesitaba. Nos dormimos juntos. —¡El parque es tan divertido! ¡Me encantaría vivir aquí! —dijo Emanuel, mientras yo empujaba el columpio—. ¡Yahu! —Bueno, que ya es mi turno, che —él negó con la cabeza—. Vamos, yo quiero. —Nopi. Entonces comencé a correr, si él no quería darme el columpio, ¿por qué yo tenía que empujarle? —¡A que no me atrapas! —dije, mirando hacia atrás, gran error. Tropecé con una piedra, lastimé mi rodilla. Emanuel llegó rápidamente hasta mí, y sin decir nada, tomó mi brazo y lo colocó alrededor de su hombro, levantándome. —Me duele —dije, adolorida. Me llevó con mi tía, me senté en el banco. Mi primo tomó algodón, agua oxigenada y muchas curitas del bolso de su madre, y comenzó a curarme. —Muchas gracias, Ema —lo abracé.
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