Capítulo 4

1154 Words
Estábamos en su auto, aquel Fiat punto 1, blanco. Estacionó en un hermoso lugar, donde había muchos árboles, silencio, el único sonido que interrumpía era el de la naturaleza. Nos bajamos, me apoyé sobre el capot del auto, él se paró frente a mí, nuestras miradas se cruzaron y nos miramos fijamente, ¿qué estaba pasando con nosotros? Me besó, fue ese tipo de beso que estaba deseando hace un tiempo ya, sentí sus cálidas manos rodear mi cintura, apegándome más a su cuerpo… Desperté en la mañana, ¡menudo sueño había tenido! Decidí ducharme para bajar la temperatura, y de paso, alistarme para esperar a Emanuel que vendría por mí en unos minutos. Me puse un short de jean, ojotas y una remera de tirantes, cabello suelto para dejar que se seque con el aire natural. Me preparé algo para desayunar, una chocolatada fría y galletitas. Aquel sueño no dejaba de rondar por mi cabeza. Tenía un mar de dudas ahora, ¿sentía algo por Emanuel? ¿Algo más que sólo primos? Sentí una bocina, busqué mi mochila de siempre, dónde llevaba cosas necesarias, por ejemplo, la billetera, llave de casa, desodorante, perfume, celular… Salí de la casa, cerré con llave, porque estaba sola, mis padres estaban en el trabajo. Fui hasta el auto y abrí la puerta de acompañante, subí. —Hola —sonreí, besé su mejilla. —Hola —sonrió, miró mi escote, luego mis ojos. —¿A dónde iremos? —¿Laguna? —sugirió. —Sí, buena idea —me encantaba ir a la laguna. Quedaba algo lejos del pueblo, pero en auto se llegaba rápido. Seguía pensando en el sueño, y… ¿si pasaba algo? Me daba un poco de miedo, pero a la vez curiosidad. Yo sabía muy bien que éramos primos, y él también lo sabía, o quizás… No le importaba eso tanto como a mí. —Traje el mate. —Buenísimo, yo me olvidé de prepararlo. Llegamos, nos bajamos y buscamos un lugar para poder sentarnos tranquilos frente al gran paisaje. El agua estaba serena, no había viento, era hermoso estar allí. —Reni… —murmuró Emanuel, volteé a verlo. —¿Sí? —lo miré. Suspiró, supuse que no tenía nada que decir, o si lo tenía, pero no sabía cómo hacerlo. Ambos mirábamos al suelo, me sentía incómoda. —Creo que… Será mejor irnos —estaba muy incómoda. —¿Por qué? —Esto me incomoda… —lo miré apenada. —Lo siento, no fue mi intención. Me recosté en el suelo, mirando el cielo, las nubes, muchas cosas pasaban por mi cabeza en ese momento. Emanuel hizo lo mismo, a mi lado. De pronto, en un movimiento, él se giró quedando frente a mí, nos quedamos mirando fijamente durante unos segundos, que para mí fueron una eternidad. Las pupilas de sus ojos se agrandaban poco a poco. Acomodé su cabello suavemente. Sonreímos. —Te necesito, no sabes cuánto te necesito —susurró a pocos centímetros de mi rostro. —Ema… Tú sabes que esto está mal. —Me importa una mierda si está mal o no, Renata. Luego de largos minutos allí hablando, cruzando miradas, él me tomó de la mano. —Te quiero mucho —susurró. —Y yo también lo hago, Ema. Emanuel acarició mi mejilla. Cerré los ojos, eran demasiados sentimientos juntos para tan poco tiempo. —¿Damos un paseo? —Sí —tomé mi mochila y salimos a caminar por allí. Caminamos un poco por la orilla de la laguna, ya me sentía un poco más tranquila. Paramos en unos bancos a tomar mate, me senté a su lado, juntos. Apoyé mi cabeza en su hombro, pasó su brazo por mi espalda abrazándome, besó mi cabeza. Cuando me quise acordar, ya se estaba acercando la hora del almuerzo, por lo tanto, debíamos regresar al pueblo. Llegamos al estacionamiento y nos subimos al auto. —Tengo miedo de arruinar todo —le dije. —No quiero perderte. Luego de media hora, llegamos por fin, se estacionó frente a mi casa, lo despedí y quedamos en volver a encontrarnos pronto. Entré a la casa, quería preparar algo para el almuerzo antes de que lleguen mis padres. También tenía miedo de que mis padres sospechen que podía llegar a haber algo más que solo una relación de primos. Era medio ilógico, pero estaba sucediendo. Mi celular comenzó a sonar. —¡Jere! —dije con emoción. —¡Rena! —dijo del mismo modo, reímos. —¿Qué se te ha dado por llamarme? —Necesito de tu ayuda para algo del colegio. —Bueno, ¿quieres que en la tarde vaya a tu casa? —Sí, por favor —nos despedimos. Terminé de preparar un rico guiso, faltaban diez minutos para las 1:00 pm, que era cuando mi madre llegaba. Puse la mesa, dejé todo acomodado y esperé. Escuché que la puerta se abrió. —Hola, Renata —sonrió mi madre—, que delicioso huele. —Hola, má —sonreí, besé su mejilla. También llegó mi padre, enseguida fuimos a almorzar. —Má, luego del almuerzo iré a la casa de Jeremías. —¿A qué? —Me ha llamado pidiéndome ayuda para una tarea del colegio. Asintió, ¿por qué dudaba tanto? ¿Qué sabía? Me puse nerviosa, imaginé lo peor. Mi celular no dejaba de sonar, eran mensajes. No le di importancia en ese momento, en la mesa tenía prohibido utilizar el celular, a menos que sea algo importante. Terminamos de almorzar, ella se encargó de limpiar la cocina, así que yo me alisté para irme a la casa de mis primos. Busqué mi celular para ver quién me escribía tanto, era Emanuel. “¿Puedo verte de nuevo?” “Rena, te deseo…” “Necesito estar contigo, necesito abrazarte, te necesito” “Quiero dormir de nuevo contigo, como en Mar del Plata.” ¡Wow! Yo no sabía en qué embrollo me estaba metiendo, que locura estaba viviendo. No le respondí los mensajes. Terminé de alistarme y salí hacia la casa de mis primos. Hacía muchísimo calor. Busqué una botella de agua para el camino, no quedaba lejos, sólo seis cuadras aproximadamente, pero se hacían interminables con el clima así. Llegué, toqué timbre y enseguida me atendió Emanuel. —Reni —Emanuel se sorprendió al verme. —Hola —hice una mueca. —¿Qué haces aquí? —murmuró—. Entra —se hizo a un lado para dejarme pasar. —Vine por Jeremías. Al parecer mi comentario no le agradó mucho, pero… ¿por qué? Ambos eran mis primos, ¿no podía estar con Jeremías también? —No respondiste mis mensajes —murmuró. —¡Aquí estoy! —apareció Jeremías, mi salvación—, vamos a mi habitación. —Bueno —le sonreí—. Debo irme, luego te veo —le dije a Emanuel y fui a donde me llamaban.
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