— ¿Quieren comer algo? —La señora preguntó en un nuestro idioma y yo asentí con efusividad.
— Por favor…
— ¿Qué les gustaría?
— Lo que sea —respondí.
No sabía cómo demostrarle el agradecimiento que tenía a la señora. Solamente podía hacer gestos sobre lo deliciosa que estaba la comida mientras continuaba comiéndola. Había preparado un estofado, que al haber pasado tanto tiempo sin comer algo, sabía a gloria. Además de que realmente si estaba demasiado bueno como para no probarlo.
— Come con calma, muchacha —se rió la mujer y su esposo sonrió.
— Lo la-lamento —murmuré entre dientes.
— ¿Llevan mucho tiempo por aquí?
— Algo —respondió Robert, comiendo—. Les agradecemos todo esto.
— No se preocupen. Yo trabajé en Estados Unidos un tiempo —la mujer explicó—. Por eso puedo entenderlos completamente.
— Muchas gracias.
Sonreí y terminé la comida que me habían servido. Me sentía exhausta y esperaba poder dormir un poco más. Al siguiente día tendríamos que salir temprano y continuar nuestra travesía, cosa que me hacía sentir un poco nerviosa. Hacía un mes era una persona tranquila. Una científica que se estaba encargando de la investigación de uno de los virus más cuestionables que habían llegado al mundo y ahora, estaba luchando por mi vida y la de mi esposo.
— ¿No quisieran acompañarnos en la sala un poco? Tomaremos algo de chocolate y veremos la televisión —La mujer expresó levantándose de su lugar y su esposo la siguió con una sonrisa.
— ¿No es mucha molestia?
Robert parecía que quería seguir compartiendo con ellos. En todo momento, también hubiese querido yo hacerlo, pero ahora, solamente deseaba dormir un poco, aunque bueno, si él aceptaba aquello, yo no tendría cara para negarme.
— ¡Para nada! Ustedes son nuestros invitados.
Mi amigo me miró unos segundos y pude entender que él realmente quería pasar tiempo con ellos. Por mi parte, solté un pequeño quejido y asentí, para que él estuviera cómodo. Si yo le decía que no lo haríamos, claramente él se negaría y se iría a dormir en el cuarto que nos habían ofrecido, pero no quería hacerlo.
Tal vez llevaba mucho tiempo sin pasar con personas mayores y de alguna forma, proyectaba a sus padres en ellos. Además, estaba contrariada con todas las cosas que estaban sucediendo ya que él había perdido a su bebé y su esposa. Aunque esperaba que no fuera del todo cierto.
Aquellas cosas pasaban en los experimentos. Siempre era necesario testear en algún ser vivo; lastimosamente. Esa era una de las cosas que no me gustaban de mi profesión, pero era casi imposible poder hacer algo para evitarlo.
Según varios de los docentes que tuve en la universidad, algunos grupos de científicos habían comenzado a estar en contra del testeo en animales y habían propuesto otra forma de hacerlo: con personas. Al principio hubo diferentes bandos ya que para algunos las vidas de los animales no eran igual a las de las personas, pero otros se encargaron de convencerlos y al final del día, habían tomado una decisión.
Testearían lejos de la prensa, en personas.
Las personas debían escoger ello por voluntad propia y estar en sus cinco sentidos. Tiempo después de que hubiesen aceptado que hicieran eso alrededor del mundo, se comenzaron a conocer casos de laboratorios que estaban utilizando reclusos para sus fines. Luego, había sucedido lo de los habitantes de calle y al final, habían prohibido que se hiciera aquello.
Pero eso no había importado.
Ellos seguían testeando y desapareciendo personas alrededor del mundo sin explicación.
— ¿Qué pasa, Joy?
— Lo siento —me disculpé—. Estaba pensando en algunas cosas.
— Vamos con ellos.
Asentí y seguí a Robert lejos de la cocina. Los ancianos ya estaban acomodando todo en la sala y después de algunos minutos, nos encontrábamos todos sentados, viendo una película y tomando un poco de café. Agradecía a la vida que podía tener un momento de tranquilidad.
— ¿Dónde está mi maleta? —Cuestioné mirando a Robert.
— Allí —señaló una de las sillas lejos de la puerta y pude reconocer el objeto.
— Perfecto. No podemos perderla de vista.
— Está bien. Relájate.
— No nos vamos a relajar. Tenemos que ser precavidos.
Robert rodó los ojos y continué tomando de mi bebida. Mis ojos iban y venían de la maleta hacia el televisor y nos quedamos allí hasta tarde. Me sentía cansada que mis párpados cada vez se cerraban más, así que, con pesar y un quejido, me levanté y decidí despedirme de todos para ir a descansar.
— Esperamos que descanses, querida.
— Muchas gracias, señora. Que duerman.
Los tres se despidieron de mí y tomé la maleta para subir escaleras arriba. Con Robert tendríamos que compartir habitación, pero ya habíamos quedado en que él dormiría en el sofá cama y yo me quedaría en la cama. No era muy grande, solamente cabía una persona, pero se sentía tan cómoda como para caer en coma allí encima.
Al llegar a la habitación abrí la maleta y revisé que estuviera el computador y la USB; cosa que estaba. Exhalé con tranquilidad y prendí el computador para averiguar un poco más sobre lo que estaba pasando. Me había dado cuenta de que esa inteligencia artificial quería ayudarme y no perdería la oportunidad de aprovecharlo a mi favor.
Al prender le computador, éste vibró y sonreí. Al parecer aquella era su manera de saludar. Nos sabía cómo habían programado la IA y toda la información que poseía, pero, quería saber si habían programado de alguna manera su sistema que pudiese sentir.
— ¿Te sientes bien? —Le cuestioné, esperando que me respondiera como si se tratara de una persona.
Al pensar en ello, solté una pequeña risa. No podía esperar que un computador me hablara y mucho menos que me dijera si sentía algo.
La pantalla se puso negra y varias letras comenzaron a salir en la misma. Mi ceño se frunció y traté de entender lo que me estaba queriendo decir.
C-U-I-D-A-D-O
— ¿Cuidado? ¿De quién?
Sabía que debía tener precaución. Pero si me estaba diciendo aquello, debía reconocer de quién debía cuidarme y la razón.
— ¿Robert?
El computador no hizo nada y creí que aquello significaba una respuesta negativa.
— ¿Julián Fox?
La pregunta era algo lógica. Inmediatamente el computador comenzó a vibrar y asentí. Había entendido su respuesta.
— ¿E-El virus?
Vibró.
— ¿Me estás ayudando?
Vibró por tercera vez y mi pulso se aceleró.
Estaba hablando con el computador.
— ¿Eres una máquina?
Para mi sorpresa; el computador no hizo nada.
— ¿Eres una persona? —Mis labios temblaron. Tenía temor de que fuese una persona desconocida metida en mi computador. Por encima de cualquier cosa, en ese aparato tenía miles de documentos y cosas importantes que, si llegaban a ser hackeados, podían hacer que me metiera en serios problemas y demandas.
El computador tampoco hizo nada.
Decidí cerrar el computador y recostarme encima de la cama. Tenía miedo cada vez que prendía ese objeto y darme cuenta de que había cosas que no sabía, de las que era completamente ignorante.
¿De quién debía tener miedo?
De Julián, era algo obvio. Él siempre había sido una persona poco confiable y no esperaba menos de él. Lo mismo pensaba de Félix y mucho más después de lo que había hecho conmigo cuando me habían raptado. El solo hecho de recordar lo que había sucedido, generaba que un escalofrío recorriera mi espalda y mi pecho se apretara. Nunca quería volver a pasar por una situación así de grave.
Mis sentidos se pusieron alerta cuando el mango de la puerta comenzó a moverse y tomé lo primero que encontré. Un bate de beisbol.
Pero solamente se trataba de Robert.
Apreté los dientes y bufé al verlo entrar, algo divertido.
— Casi me rompes la cabeza.
— Avísame que eres tú.
— Claro que debía ser yo. ¿Quién más?
Recordé lo que me había expresado la IA y su silencio frente a Robert. Aquello según lo que yo creía, significaba que él era una persona de confiar y podría seguir pensando lo mismo.
— ¿Qué pasó?
— ¿Con qué?
— Te quedaste callada de la nada.
— ¿Ah? —Moví varias veces la cabeza y me despejé un poco.
— Joy…
— Lo siento, lo siento…
— Vale, ¿qué pasó? Estás un poco pálida.
— No, no. Solamente me sentí mal después de todo lo que comí. No fue buena idea comer de esa manera después de tener tanto tiempo el estómago vacío.
— ¿Estás segura?
Él no me creía y la verdad, no esperaba que lo hiciera. Solo quería que dejase de preguntar por cosas de las que no quería hablar.
— Está bien.
Robert decidió comenzar a explicarme un poco más de los ancianos con los que estábamos tratando. Sus nombres eran Carmen y Christian. Eran dos personas pensionadas que habían trabajado cerca al lugar donde estábamos y eran solamente ellos dos. No tenían hijos y el hombre, Christian, solo tenía un hermano, el cual vivía en otro país.
— ¿Estás seguro de todo eso?
— Si, ¿por qué no lo estaría?
— Por nada. Sabes por lo que hemos pasado. Es solo eso.
Escuchamos el timbre de la casa sonar y los dos nos miramos con prontitud. Mi boca se abrió unos centímetros y vi cómo las manos de Robert comenzaron a temblar. Él tragó saliva y se asomó un poco en la puerta, intentado escuchar lo que hablaban.