Los ojos de la bestia

1164 Words
Mi cuerpo tiembla por el frío tan desgarrador que hace en este lugar que huele a humedad y a moho. No sé si es de noche o ya se está haciendo de mañana, llevo varias horas encerrada en este lugar tan silencioso sin poder ver una rayo de luz. Tengo cadenas que rodean mis tobillos y grilletes que apresan mis manos. Me pesan y me duelen. Tengo mucha sed, también hambre, frío y el dolor en mi cabeza es muy fuerte por el golpe seco que me dieron antes de traerme aquí. Debo decir que estoy muy asustada, tengo miedo de lo que harán conmigo, no sé si moriré o viviré, y si llego a vivir, ¿Qué será de mí?. Mis párpados se van cansando y poco a poco voy cerrando los ojos. Cabeceo para no quedarme dormida pero no lo logro. Todo se vuelve oscuro de nuevo. ... —¡Ah! —suelto un grito de sopetón brincando del susto y del frío cuando alguien me despierta con un balde de agua helada. No sé cuánto dormí, ni tampoco sé en qué momento alguien entró a este horrendo lugar. Mis ojos están abiertos con dificultad escurriendo el agua que fue esparcida en mi cara. Veo una luz, esa luz proviene del umbral de una puerta. Parpadeo logrando ver todo a mi alrededor, observo zapatos de hombres que se mueven y luego se acomodan en la entrada de la puerta como si le fueran dar paso a alguien más. Veo a otra persona parada en mi lado izquierdo que sostiene en su mano el balde con el que me echaron el agua. No grito. No lloro. Y casi pienso que no estoy respirando por el miedo que cargo temiendo de lo que me puedan hacer. Todo queda en un silencio rotundo, solo se escucha afuera del umbral el sonido de unos pasos fuertes de zapatos acercarse. Y cuando estos se acercan, en la puerta se nota la sombra de alguien. Un hombre. Este hombre se para en el umbral con un aire de autoridad que hace que los demás hombres que estaban esperando su llegada, inclinen su cabeza hacia adelante como si fuera un rey al que le hicieran una reverencia. Él está ahí, de pie seguramente mirándome, pero como la luz proviene de afuera hacia adentro, y no de adentro hacia afuera, no puedo verle el rostro. Solo noto que lleva una gabardina larga que le cuelga hasta los pies. Y va vestido todo de n***o. Retrocedo en el suelo ocasionando que el ruido de las cadenas sea lo único que se escuche en esa estrecha y húmeda habitación cuando ese hombre se va acercando a mí con pasos lentos e intimidantes. Mi espalda choca contra la pared sin tener opción de moverme sino de simplemente quedarme quieta con la respiración agitada por el miedo que me ocasiona este hombre. Se queda de pie frente a mi y yo alzo la mirada para verlo, pero sigo sin poder ver su rostro por lo oscuro que está, sin embargo, estoy segura que él me está detallando y nota el miedo que se refleja en mis ojos. —¿Q-quien eres? —me atrevo a preguntar con evidente miedo en mi tono de voz que por poco me sale en un hilo. No me contesta, solo me mira desde la oscuridad. Miro a los demás de mi alrededor y solo mantienen la cabeza agachada como si fueran estatuas. De repente el hombre se mueve, se inclina hasta mi altura agachado para quedar frente a frente. Quedo en shock al instante cuando veo su rostro, y no porque sea horrendo, es por lo hermoso y majestuoso que es. Sus ojos son fascinantes. Son muy poco comunes. Uno lo tiene de color dorado, se le suele decir color ámbar que busca entre el amarillo y el rojizo dorado, pero estos son amarillentos. Su otro ojo es de color azul oscuro como el mar, y en el iris tiene pequeños rastros de un color amarillo como si ambos tuvieran una combinación mezclada. Se le suele llamar heterocromía. Su cara es casi perfecta con una pequeña cicatriz en una de sus cejas oscuras. No tiene barba. Su puente de nariz es recto, su mandíbula cuadrada y labios finos bastante provocativos. El color de su cabello es n***o bastante oscuro como la noche con corte de ejecutivo. Por la sombra que vi hace un rato de él en la puerta pude darme cuenta que tiene los hombros anchos y es bastante grande en comparación con los otros hombres que lo rodeaban. Me sigue mirando directamente a los ojos sin decirme nada, como si estuviera escaneando cada centímetro de mi cara. Nunca lo había visto antes, pero debo decir que él sí parece conocerme. Aún así me da mucho miedo. —Elia —pronuncia mi nombre con voz ronca y profunda dejándome en completa perplejidad. ¿De donde me conoce?. Estira su mano enguantada e intenta tocarme la cara, pero no me dejo y la aparto rápidamente. —No me toque —le digo. No puedo dejarme tocar si quiera un cabello de un hombre que no conozco y que me tiene encerrada aquí con cadenas que me atan como si fuera un animal. El hombre frunce el ceño levemente y aleja su mano de mí, pero el color que tomaron sus ojos no me gustó nada. Suelta un suspiro poniéndose de pie acomodando su larga gabardina. Con pasos firmes y potentes se va alejando, se detiene de espaldas antes de salir por el umbral. —Sin comida y sin agua durante dos días —ordena y los hombres asienten. —¡Espere! ¡No puede hacerme esto! ¡Oiga! —comienzo a gritar intentando levantarme del piso, pero las cadenas que me atan no me lo permiten y caigo a bruces. El hombre salió de la oscura habitación sin mirarme ni una sola vez sin importarle cuántas veces le haya gritado para que se detuviera. Los hombres que estaban con él también salieron detrás cerrando la puerta con llave dejándome otra vez a oscuras y con ese frío infernal. Ahora estoy mucho peor porque me bañaron con agua fría y me dejaron puesta esta ropa mojada corriendo el riesgo de tomar una mala enfermedad. Pero prefiero enfermarme a que alguno de ellos me ponga un dedo encima. Vuelvo a mi puesto arrastrando conmigo estas pesadas cadenas frías. Me recuesto en una esquina abrazándome a mí misma rechinando mis dientes por el frío desgarrador que cala mis huesos. ¿Sin comida y sin agua durante dos días? Eso es demasiado cruel, me trata como a un animal. Ni siquiera lo conozco, jamás lo he visto, y no creo haberle hecho algo. Nunca debí salir a esa hora de la noche, debí negarme a mi madre. Ahora entiendo por qué me sentía vigilada desde antes, me estaban asechando y yo ni siquiera lo llegué a imaginar. «Tengo mucha hambre y sed...».
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