Siniestro

1643 Words
*** Hoy no sé si es mi día uno o voy llegando al dos ya que no llevo el conteo de las horas como si fuera calculadora. Solo sé que estoy débil, no siento mi cuerpo, mi boca está seca, mis músculos parecen gelatina y me sigue doliendo la cabeza desde el primer día que llegué aquí. Tengo mucha pero mucha hambre y sed. Nunca en mi vida, ni cuando estaba en el orfanato, me hicieron pasar por algo tan torturoso como esto. Dejar a una persona sin las principales y esenciales fuentes para sobrevivir es muy cruel que solo alguien inhumano haría. El estómago me duele tanto que aveces en este cuarto silencioso y oscuro se escuchan mis quejidos bajos pero dolorosos. Desde que llegué aquí no he sabido que es tener el cuerpo limpio ya que ni siquiera a un baño me llevan. Tengo que levantarme del piso frío y sucio para orinar en una esquina con el fin de que mi vejiga no se explote —poniéndolo de manera exagerada—porque aunque no he consumido líquido quién sabe por cuántas horas, es una necesidad. Este cuarto no solo tiene ese hedor a humedad y moho, sino que también a orina, y es de lo más desagradable. Las cadenas me siguen atando como una prisionera que cometió el peor de los crímenes y que está pagando por sus pecados —algo que no he cometido—, y como si fuera poco un hombre ha estado viniendo en estas pocas horas para echarme encima un balde de agua helada. Y eso ha pasado en tres ocasiones. Ni siquiera soy capaz de gritar porque no tengo fuerzas, y no solo por eso, sino porque al parecer ahí afuera no hay nadie. No escucho ni un solo ruido de insecto. El lugar, desde que estoy aquí, ha estado invadido por un silencio bastante espeluznante como de una película de terror y suspenso. El hombre que vino la última vez no se volvió a aparecer. Es hermoso, pero me di cuenta desde el primer instante, que detrás de la apariencia de un príncipe, también puede haber un horrendo sapo. Y eso lo descubrí después de que me visitara. Es majestuoso, hermoso y perfecto con respecto a su apariencia. Pero ese hombre está podrido mentalmente por haberme dejado aquí encerrada echándome agua helada, sin darme opción de asearme, y soportando hambre, sed y frío, como si fuera una cosa desechable. ... Cabeceo tratando de no caer inerte de nuevo al piso por la debilidad que cargo. Quisiera salir, ver la luz del día, tomar un baño, comer la comida de mamá y retomar mi vida normal. Solo de pensar en eso me dan ganas de llorar. Logro cerrar los ojos despacio, de todos modos no veo nada aquí adentro. Me recuesto en el piso frío y húmedo. Así pasaron horas y horas, ya sentía que esto era eterno y que me estaba muriendo lentamente. Hasta que me despierto por inercia cuando escucho pasos de zapatos pisando fuerte acercarse. La puerta se abre y como por tercera vez veo un poco de luz que proviene del umbral. Pero no puedo ver más allá de eso. —¿Quién está ahí? —la voz me sale tan débil que incluso me sentí patética. La poca luz me cegaba la vista que no me permitía ver quién era la persona que había entrado. Tenía miedo que nuevamente me echaran agua helada. De repente, los pies de esa persona se mueven en ese pequeño cuarto hasta que de súbitamente, encienden un interruptor el cual ilumina todo el lugar. Entrecerré mis ojos colocando una mano frente a mi perfil para que la impetuosa iluminación no me diera en la cara. Mis ojos se fueron acostumbrando a la luz, y cuando miré por fin a mi alrededor, me asusté visiblemente al ver a ese hombre sentado en una silla en la esquina de este húmedo cuarto. Lo puedo ver con claridad. Lleva otra de esas gabardinas largas puesta, sus manos enguantadas, pantalones negros, camisa negra, literalmente todo de n***o como si estuviera de camino a un velorio. Su cabello está peinado de manera elegante como si fuera un ejecutivo, sus ojos son preciosos. No me dejan de encantar. Por más miserable que sea este tipo, su belleza es innegable. Me mira con neutralidad sin gesticular ni una sola palabra. Me observa desde arriba, porque yo estoy justo tirada en el piso como un animal, toda maloliente y sucia con este vestido de hace dos días. —¿Qué quiere de mi? —me atrevo a preguntar, y él sigue mirándome sin contestar. Es una mirada sin emoción, no tiene vida, pero eso sí, da mucho terror. De repente una mujer ya de edad avanzada entra por la puerta con varios útiles de aseo y ropa. Más atrás entran tres hombres al parecer con...¿Más cadenas? Y llevan un balde que creo que contiene agua o yo que sé. Me lleno de miedo imaginándome cualquier barbaridad que esta gente pueda hacerme. El sonido de las cadenas llenan el pequeño cuarto cuando me muevo tratando de alejarme lo más posible como si eso fuera a funcionar. —Prosigue —ordena ese animal a los hombres que sostienen las cadenas. —¡No! ¡Déjame! ¡Qué me sueltes! —grito, pataleo y forcejeo cuando ellos me levantan a la fuerza quitándome las cadenas que me atan para luego colocarme unas más largas. No pude poner resistencia por mis pocas fuerzas. Estoy tan débil que quiero desmayarme, pero no puedo darme ese lujo. —¡Oye! ¡Déjame! —espeto con disgusto cuando me levantan y me llevan al centro del cuarto —¿Qué demonios hacen?. Tiran la cadena por un gancho de hierro que queda en el techo, y lo que pasó a continuación no me gustó nada. Quedé con las manos extendidas hacia arriba solo sosteniéndome en las puntas de mis pies. Hice una mueca de dolor por el amarre de las cadenas en mis muñecas. Justo parecía un cerdo que iban a descuartizar. Literalmente no podía moverme, me tenían lista para el matadero. —Salgan ustedes —les ordenó el hombre de ojos de colores a sus subordinados. Eso creo que son por la forma tan sumisa de comportarse. Solo quedó la mujer de edad avanzada que permanecía como estatua con la cabeza mirando hacia el piso mientras yo seguía como un cerdo amarrado de las patas, en mi versión, las muñecas. —Quítale la ropa y continúa —indicó a la mujer. —¿Qué? —reaccioné en alerta —¡No se atreva a tocarme! ¡Quítame las manos de encima! ¡Que no me toque!. Parecía una fiera por lo enojada que estaba, pero me quedaba cansada de tanto gritar por esta debilidad que me cargo. La mujer hizo caso omiso a mis gritos y tomó una tijera que traía guardada e hizo pedazos mi vestido dejándome solo en bragas. Quedé expuesta, en bragas, delante de ese hombre que no dejaba de mirarme con el rostro neutro, y completamente humillada. Quería llorar, quería gritar, y quería lanzarme encima de ese tipo y matarlo. —¿Q-qué hace? —me alerto al darme cuenta que la mujer también quería destrozar mis bragas con las tijeras —¡Oiga! ¡No haga eso! ¡Déjeme!. Me sigo sacudiendo como un gusano, pero entre más lo hago, más me lastimo las muñecas, así que decido quedarme quieta. Mi rostro se pone rojo por la vergüenza y la humillación cuando esta anciana me hace picadillo las bragas dejándome completamente desnuda. Cierro los ojos con fuerza simplemente soportando todo este infierno. Miré de reojo mi cuerpo y pude darme cuenta lo delgada que estaba, bajé mucho de peso en estos dos días, y cómo no si no probé ni un bocado de comida. La mujer termina de desnudarme y luego mira a su jefe el cual le da una orden con el simple hecho de mover la cabeza. Lo siguiente que me azota es una oleada de frío cuando el primer chorro de agua cae sobre mi cabeza y termina de desplazarse por todo mi débil cuerpo. Tiemblo como una hoja, pero no solo por el frío desgarrador, sino por la mirada de ese hombre que no deja de comerme con esos ojos tan siniestros y oscuros. Se relame lentamente el labio inferior sin quitar su mirada de mi parte baja mientras tiemblo. Siento que huele a metros mi miedo, que me escudriña hasta los poros, y que sus ojos se clavan en lo más recóndito de mi piel. La mujer empieza a untar una especie de shampoo líquido en mi cabello con un olor bastante agradable que me transporta a un jardín de flores. Es un aroma fragante. ¡Pero maldita sea! ¡Por qué me tiene que bañar como a un perro encadenado!. Esto me molesta demasiado. Me frustra, y también me llena de tristeza porque no sé cómo fue que terminé así. —Oye —le hablo al hombre, y su mirada lentamente sube de mi entrepierna, hasta mis ojos —¿Qué crees que haces? ¡Dime qué es lo que quieres!. La mujer sigue masajeando mi cuerpo sucio con sus manos usando una barra de jabón. También huele delicioso, no quiero admitirlo, pero sus manos me relajan. No obstante, eso no es lo importante ahora, el hombre me sigue mirando sin responderme nada. Eso sigue molestándome. Mis piernas se cansan de tanto sostenerse. No puedo declinar porque quedaré guindando como un cerdo, y probablemente cortaré mis propias muñecas con mi peso. Estas gelatinas llamadas piernas no pueden más, necesito descansar. Levanto la mirada de nuevo, y abro mis ojos sorpresivamente al verlo a él de pie. Es demasiado alto, y peor aún, viene hacia mí.
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