Elia.
Me quedé mirando la puerta un rato más antes de soltar una maldición apretando mi mandíbula. ¿Qué demonios acaba de pasar? No puedo creer que ese maldito bastardo se haya ido dejándome así.
Y, peor aún, me siento como una miserable. Me había dejado llevar por este inexplicable deseo que se despierta en mí cuando lo tengo cerca, y lo besé. Nunca debí hacerlo. Pensará que quizás tengo interés en él y que en realidad está logrando sus objetivos conmigo.
¿Qué me pasó en ese momento cuando lo tomé tan sorpresivamente y devoré su boca? Es algo que no puedo explicar. Desde el primer orgasmo que tuve cuando se aprovechó de mí en el sótano, he sentido algo extraño que traté de ignorar todo este tiempo, o más bien, no aceptar.
Suspiro y, tragándome el enojo, me voy de espaldas en la c
