La Bestia. —Solo les pedí una cosa —le doy una calada al cigarrillo que sostengo en mi mano, y luego le doy un sorbo al whisky que tengo en la otra —¿No estoy siendo claro con mis órdenes acaso?. —No es así, mi señor, es mi culpa —Inés se inclina, tomando la infracción en sus hombros —. Yo la dejé recorrer el jardín, estuvo bajo mi responsabilidad. Observo la larga hilera de empleados que tengo reunidos en la sala. Cada uno con la cabeza mirando hacia el piso, y con las manos unidas hacia adelante. No puedo creer que habiendo hombres entrenados para matar, preparados para la vigilancia y el espionaje, mujeres encargadas del servicio del castillo, no hayan podido tener bajo control a una jovencita de tan solo veintiún años. —¿Es esto así? —mi cabeza cae hacia atrás en el espaldar