Eliza
La tormenta había estallado sin previo aviso, oscureciendo el cielo al punto de borrar cualquier rastro de las estrellas, me apresure a cerrar todos los ventanales y me quede observando como la lluvia azotaba los cristales, con las gotas, estrellándose como pequeños espejos quebrados.
Había algo inquietante en la forma en que el viento se colaba por las rendijas, haciendo vibrar las ventanas, como si esa noche fuera el preludio de algo inevitable.
Suspire, estaba sola en casa esta noche, mis padres se habían ido de viaje de aniversario esta mañana y Lewis, tenía turno largo en el hospital, no era la primera vez que pasaba, pero con la lluvia azotando de manera furiosa, todo el lugar, se sentía demasiado grande, demasiado vacío.
De manera inevitable mi mente lo trajo de nuevo, como siempre.
Jonathan.
Hacía días no venía a casa, cinco para ser más exacta, justo desde la noche en donde me dijo que me fuera y me encerrara en mi habitación.
No había podido dejar de pensar en ello, o en él.
Dios, estaba tan enamorada, y Jonathan estaba tan lejos y tan ajeno a lo que sentía, lo había visto entrar y salir de mi casa, siempre presente, siempre inalcanzable.
Al principio, había sido solo una fascinación adolescente, no solo yo, mis amigas también suspiraban por él y por mi hermano claro, pero, con el correr de los años, fui entendiendo y dándome cuenta que eso que sentía era algo más, era un sentimiento que se había afianzado hasta volverse mucho más profundo, mucho más doloroso.
Había crecido y había cambiado, pero, mi amor por él, seguía intacto, como una herida que no sanaba.
De repente el timbre me saco de mis pensamientos, fruncí el ceño, no esperaba a nadie y no tenía idea quien se atrevería a salir con esta tormenta para venir a mi casa. Deje el control de la tele en la mesita y me levante del sofá, al abrir la puerta, mi corazón se aceleró como cada vez que lo tenía enfrente.
Ahí estaba el, el hombre de mis sueños.
Jonathan estaba empapado por la lluvia, con el cabello pegado a su frente y la camisa adherida a su piel. Su rostro era una mezcla de confusión y tensión, como si no supiera exactamente porque estaba aquí.
Lo que era extraño.
Lo mire por unos segundos hasta que finalmente, movió la cabeza como negando y saliendo de esa bruma en la que parecía encontrarse.
― Eliza ― dijo, su voz ronca por el frío y la lluvia―. ¿Esta Lewis?
Negué lentamente con la cabeza, sin poder apartar los ojos de él. Era demasiado perfecto para ser real.
―Lewis está en el hospital― dije―. Tiene guardia hasta mañana al mediodía.
Jonathan, frunció el ceño como si hubiera olvidado ese detalle por completo, lo que era raro en él, sin mencionar que nunca lo había visto de esta forma, luciendo tan vulnerable. ¿Qué le sucedía esta noche?
Se quedó allí de pie, sin moverse, con la lluvia golpeando su espalda, el aire de golpe se volvió denso, cargado de una electricidad que nada tenía que ver con la tormenta que se estaba desatando fuera.
―Pasa, por favor― finalmente pude decir―, no puedes quedarte ahí, bajo la lluvia.
Por unos segundos dudo, pero, entró dejando un rastro de agua en el suelo, cerré la puerta detrás suyo y el silencio entre los dos, solo fue cortado por el sonido de las gotas cayendo de su ropa. El calor en la casa, contrastaba con el frio por el agua helada que traía él encima y fui consciente de que el simple hecho de tenerlo tan cerca, había hecho que mi respiración se volviera más errática.
―Iré por una toalla para que te seques― murmure, subiendo las escaleras hasta el baño.
Cuando regrese, estaba de pie en el mismo lugar, observando cada uno de mis movimientos con una intensidad que me estaba desarmando. De alguna manera, como esa noche en la piscina, no me miraba como las otras veces, con la amabilidad distante del amigo de mi hermano mayor. No, había algo más, algo que no estaba segura de comprender del todo.
Jonathan tomo la toalla que le estaba ofreciendo, sus dedos rozaron los míos, en un toque breve, casi accidental que hizo que sintiera una corriente de calor por todo el cuerpo.
El silencio, se volvió más pesado, más peligroso.
―Gracias― murmuro, secándose el cabello de manera distraída y sin dejar de mirarme, como si estuviera buscando algo que ni siquiera él, sabia.
Mi corazón latía rápido y cada vez, era más consciente de su proximidad, de lo que había deseado durante años y lo inalcanzable que siempre había parecido. Pero, esta noche, algo había cambiado, podía sentirlo porque estaba ahí, en la forma en que me estaba mirando, la tensión que se había formado a nuestro alrededor y que no podía negar.
Durante días, había pensado en nuestra última interacción, en las cosas que me había dicho, en la manera en que me había mirado. Una corriente subterránea que finalmente, amenazaba con romper la superficie.
De pronto me di cuenta de algo, él conocía los horarios de mi hermano porque prácticamente estaban todo el día juntos, asiqué la incertidumbre de su presencia se hizo evidente.
― ¿Por qué has venido, Jonathan? ― pregunte en un susurro.
Dejo la toalla a un lado, su pecho subiendo y bajando lentamente, como si estuviera midiendo o controlando algo que se le escapaba. La distancia entre los dos, se redujo, aunque ninguno se había movido a había dado un solo paso.
―No lo sé. Solo…. sabía que necesitaba venir aquí― su voz era baja y llena de una frustración que parecía dirigida no solo a el mismo, sino también a mí.
En ese momento, sentí que algo dentro mío se rompía, pero que, al mismo tiempo, se liberaba. Todos esos años de amor silencioso, de deseos reprimidos, de fantasías nunca realizadas, se arremolinaban en mi pecho. De repente, esa distancia, que siempre había existido entre los dos, ese muro invisible, comenzó a desmoronarse.
―Jonathan…― intente decir, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.
Él cerro la distancia entre los dos, inclinándose hacia mí, su respiración caliente y entrecortada, acaricio mi mejilla. Sentí mis manos comenzar a temblar, mientras él alzaba la suya para acariciar suavemente mi rostro, sus dedos rozando mi piel como si estuviera probando que era real.
No me aparte.
No podía.
Lo deseaba desde siempre.
―No deberíamos…― su voz fue algo volátil, casi un susurro y llena de dudas, sin embargo, sus labios, ya estaba peligrosamente cerca de los míos. Tan cerca.
―No me importa― respondí, y esas tres palabras, parecieron desatar lo impensado, lo que era inevitable en este momento.
Sus labios buscaron los míos, encontrándose, primero con suavidad transformándose rápidamente en un beso duro, con urgencia. Mi primer beso de verdad, uno que había deseado durante demasiado tiempo.
Jonathan me tomo de la cintura, acercándome más hacia él, pegándome a su pecho, como si quisiera borrar cada segundo de distancia, y yo, me deje llevar, entregándome a ese beso, sintiendo como el mundo se desvanecía a mi alrededor.
Todo era un cumulo de sensaciones y me sentía levitar.
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, mientras sus labios marcaban un camino de besos que hacían que cada fibra de mi ser ardiera en deseo puro. Fue llevándome hasta el sofá, con movimientos torpes pero cargados de una necesidad que al parecer no podía controlar.
Sabía lo que podía pasar, pero no tenía miedo, porque lo quería.
Lo quería desde siempre.
Sentía el pulso de mi corazón martillando en mis oídos, las luces tenues de la sala proyectaban sombras suaves, y la tormenta afuera continuaba azotando, pero aquí adentro, todo se sentía extrañamente detenido. Jonathan estaba frente a mí con su rostro tan cerca que podía sentir su aliento mezclarse con el mío.
Nuestros ojos se encontraron y no hubo necesidad de decir nada más, al menos no de mi parte, todo lo que sentía por el desde que tenía quince años, estaba ahí, materializado en su mirada. Dios, Jonathan que siempre había sido inalcanzable, ahora era una realidad tangible, y podía sentirlo con sus manos acariciando mi piel con una suavidad que me hacía temblar.
No tenía dudas, solo había un deseo que había crecido con el tiempo y que esta noche finalmente se desbordaba, y en el momento en que nuestros labios se encontraron de nuevo, supe que no había marcha atrás. La pasión que se desato a nuestro alrededor, no la había experimentado nunca y me abrumaba.
Jonathan me pego más a él, eliminando cualquier distancia, y a este punto no sabía dónde terminaba él y empezaba yo.
Me deje guiar, mis manos temblorosas recorrieron su espalda, sintiendo cada musculo de su piel mojada. La intensidad del beso se profundizo y ambos caímos en el enorme sofá, con su cuerpo cubriendo el mío, dejándome sentir su calor, su peso y la realidad de todo lo que había deseado por tanto tiempo.
De golpe se detuvo un momento, con su frente apoyada sobre la mía y respirando de manera agitada, sus ojos se encontraron con los míos.
―Eliza…― su voz era un susurro cargado de emociones―. Por favor, detenme.
―No…― mi voz, temblorosa por todo lo que estaba sintiendo, era incapaz de hacer aquello que él me pedía.
― ¿Estas segura? ― asentí sin dudar, con mi corazón latiendo tan rápido que estaba segura que podría escucharlo. Sabía lo que significaba este momento, lo que estaba a punto de hacer y nunca me sentí tan segura de algo, porque la verdad era que, lo había estado desde hacía mucho tiempo.
―Si― dije suavemente, lleve mis manos a su pelo y me aferre a el―. Estoy segura, quiero esto, quiero que seas mi primero.
―Joder…. Eliza…― cerro los ojos con fuerza y no supe si fue un gemido de dolor, de derrota o que, me miro durante unos segundos, buscando una señal de duda, de arrepentimiento, pero no había nada de eso, solo la certeza de que quería esto.
Antes de que pudiera decir cualquier cosa, su boca se estampo de nuevo contra la mía, mas suavemente, como si quisiera esta vez, saborear cada segundo. Sus manos recorrieron mi cuerpo con delicadeza, encendiendo el calor de mi piel con cada toque suyo.
Sus dedos rápidamente se deslizaron bajo mi blusa, acariciando mi piel desnuda, cerré los ojos, entregándome a la sensación de su contacto, no había lugar para nada más que el deseo creciente, para la intimidad que habíamos construido en estos minutos que se sentían como una eternidad.
Me levantó ligeramente, quitándome la blusa con un movimiento lento, sus ojos nunca dejaron los míos, como si quisiera leer cada una de mis emociones, sentí un rubor extenderse por mi piel, pero no aparte la mirada. No había lugar para la vergüenza, solo para el deseo y el amor que sentía por él.
Cuando sus manos encontraron el botón de mi short, contuve la respiración, pero no por temor, sino por la expectación de lo que estaba a punto de suceder. Cada uno de sus movimientos eran suaves, cuidadosos, como si quisiera asegurarse de que esto era algo que deseaba y dios, jodidamente lo hacía.
Sus dedos recorrieron mi cintura mientras me quitaba la ropa, sus labios trazando un camino de besos en mi vientre, erizándome la piel.
Se deshizo de mis bragas y en cuestión de segundos mi mente se aturdió mientras lo veía desnudarse lentamente frente a mí. Estaba segura, quería esto, pero Jesús, era la primera vez en mi vida que veía un hombre desnudo.
Y no uno cualquiera, a él.
Cualquier fantasía que hubiera tenido, no le hacía justicia.
Y definitivamente iba a suceder, por primera vez en mi vida, sentía que ese amor imposible, al menos por esta noche, estaba siendo correspondido.