Eliza
Estaba enamorada y no podía evitarlo.
No desde que tenía quince años.
Jonathan Kingston se había convertido en mi amor imposible, prohibido e inalcanzable, porque, no solo era ocho años mayor que yo, sino porque, además, era el mejor amigo de mi hermano.
Y ahora, estaba sentada en la isla de la cocina mirándolo conversar con Lewis en las tumbonas de la piscina como una jodida acosadora.
Y es que, era imposible no quedarse embobada mirándolo. No conocía y creo que nunca conocería a un hombre más hermoso, sexy y perfecto que él. No solo porque tenía unos ojos azules como el océano profundo, o su cabello oscuro, cuidadosamente despeinado, sino porque, ese metro noventa de pura fibra y musculo, lo hacían ver más grande que la vida misma.
E igual de inalcanzable.
Entonces caía en la realidad de que nunca se fijaría en mí, porque para él, siempre seria la hermanita pequeña que nunca tuvo, la dulce e inocente Eliza, por más que hiciera meses que había cumplido dieciocho y ya no fuera tan pequeña o inocente.
―Cariño― dijo mi madre entrando a la cocina, ve a poner la mesa que en diez minutos estará la comida.
―De acuerdo ¿Jonathan se quedará?
―Estoy segura que sí, pero ve a preguntarle― me pidió mientras dirigía su atención al horno. Respire hondo, como cada vez que estaba frente a él, me ponía nerviosa y me hacía sentir como esas fanáticas con su crush de su boy band favorita.
Si no mejoraba mi confianza, él, nunca, y con eso me refería a jamás en la vida se fijaría en mí.
Camine hasta la puerta y me acerque a ellos, mi hermano fue el primero en notarme y me tiro de la mano hasta recostarme a su lado.
― ¿Qué sucede, pequeña lizi? ¿Estas aburrida? ― odiaba que me llamara de esa forma frente a él, no era claramente la imagen que quería darle. Le di un codazo y me senté.
―Hola, Eliza― algo que tenía Jonathan era su voz, ronca y profunda, había puesto a mi imaginación a trabajar muchas noches, pero esa no era la cuestión. Él, nunca me llamaba por mi apodo, como todo el mundo, y lo conocía desde que tenía como cinco años.
Siempre, fue Eliza para él.
Y no sabía porque eso me hacía sentir estúpidamente especial, porque, no significaba nada para el mejor amigo de mi hermano, no era tan estúpida como para no saberlo.
―Hola, Jonathan― respondí, volviendo mi mirada hacia Lewis, que sonreía mientras me observaba―. La cena estará lista en diez minutos ¿te quedaras a comer? ― mire de nuevo al hombre de mis sueños, él, se levantó y se sentó, quedando frente a mí, en el momento en que su mano, se acercó a mi rostro, la respiración se me corto, y esperaba con demasiada fuerza, no sonrojarme como una colegiala. Mire de reojo a mi hermano que estaba poniendo toda su atención al teléfono.
Jonathan tomo un mechón de pelo que caía al costado de mi rostro y lo llevo detrás de mi oreja.
―Solo, si te sientas a mi lado, Eliza― bueno, creo que, en mi tarea de no sonrojarme a este punto, podía darla como perdida, porque, sentía mis mejillas arder. Asentí, sin dejar de mirarlo y me levanté para desaparecer por la puerta mientras él sonreía de una manera, estúpidamente sexy.
¿Cómo hacía para verse así, todo el jodido tiempo?
Casi corrí hacia mi habitación para evitar pasar vergüenza, y, me encerré ni bien pasé la puerta. ¿Por qué no podía actuar normal frente a él? ¿Cómo se fijaría en mi si me comportaba como una adolescente hormonal?
Bueno, lo de adolescente no aplicaba, pero lo de hormonal, no estaba muy lejos de eso.
Fui hasta el baño y me moje la cara con agua fría para bajar el calor que estaba sintiendo, respire hondo un par de veces, me ate el pelo en una coleta alta, y me puse un poco de bálsamo labial con color, algo sutil, nada demasiado llamativo.
Volví a bajar a poner la mesa como mi madre me había pedido.
No había nadie en el comedor, asique fui por los platos y los cubiertos, los acomode cada uno en su puesto, cuando regrese a la cocina por los vasos, mi madre y Lewis, salieron, dejándome sola con el hombre que me quitaba la respiración.
Pero, me negué a mirarlo para evitar seguir pasando vergüenza.
Lo podía ver por el rabillo del ojo, observar cada uno de mis movimientos, fui hasta la alacena a buscar los vasos, que estaban demasiado atrás para la poca altura que tenía.
Tuve que estirarme lo más que pude y aun así no llegaba.
De golpe, una figura grande y maciza se cernió detrás mío, casi aprisionándome contra la encimera, nunca fui tan consciente de nada, como lo era ahora de su cuerpo, de su calor y de su perfume.
Casi me hizo sentir mareada.
―Déjame ayudarte, Eliza― su susurro fue tan sutil, su aliento golpeo mi piel y mi nuca, provocando un escalofrió en todo mi cuerpo. No pude decir nada, no supe que, estaba demasiado mareada, porque, nunca, se había acercado tanto a mí. Nunca se había acercado, en realidad. Bajo hasta la altura de mi oído y el sonido de su voz, suave y ronco, me hizo hormiguear lugares que no quería―. Solo di, gracias Jonathan.
―Gracias Jonathan…― mi voz, salió casi como un gemido lastimero, y me odie por ello.
Su cuerpo se alejó del mío, pero fui incapaz de darme vuelta, lo escuché salir de la cocina, riéndose.
¿Qué mierda había sido todo aquello?
Me tomo un momento, volver a normalizar mi respiración, y pasos acercándose me alertaron, cuando me giré, encontré a Lewis entrando con paquete.
― ¿Todo bien lizi? ― me pregunto, mirándome fijamente.
―Sí, ¿por qué? ― camine alrededor de la isla de la cocina, abrí la heladera y saque la jarra con la limonada.
―Porque tu cara esta roja, ¿te sientes bien? ― casi se me cae todo.
―Sí, todo está bien, y me siento perfectamente, Lewis― me miro, unos eternos segundos más, asintió y se fue.
Salí de la cocina casi detrás suyo, cuando llegué al comedor todos, incluido mi padre, ya estaban en la mesa. Por supuesto, el lugar que quedaba vacío, era al lado de Jonathan que me miraba con una estúpida sonrisa en el rostro.
¿Qué le pasaba hoy?
Dejé la jarra de limonada sobre la mesa y me senté a su lado, intentando, no notar la forma en que su pierna ocasionalmente rozaba la mía. Mi madre, tan cálida como siempre, nos sirvió la comida a todos y enseguida Lewis y su amigo se enfrascaron en una conversación con mi padre sobre deportes, ya que todos eran fanáticos del deporte en general y siempre estaban mirando algún partido de algo.
Después de cenar, mis padres se retiraron a dormir, y Lewis que tenía una noche libre del hospital se perdió en algún lugar de la casa con Jonathan. Levante la mesa y lleve todo a la cocina para lavar los platos y dejar todo limpio.
Cuando termine subí a mi habitación, y me cambie, eran los últimos días de vacaciones, pero el calor, todavía seguía azotando con fuerza, me puse un bikini de color rojo y un vestido encima, y como no estaba cansada, decidí bajar a la piscina y nadar un poco.
No había nadie, lo que era mejor para mí.
Deje una toalla en la tumbona y el vestido cuando me lo saque, y sin dudarlo me tire en la piscina.
Mi cuerpo se estremeció ante el contacto del agua fría con el calor de mi cuerpo, extendí mis brazos y nade de un lado al otro varias veces, hasta que me canse. Entonces me quede ahí, flotado mientras miraba el cielo estrellado.
Suspire, en unos días empezaría la universidad, y estaba emocionada por aquello, esperaba que esta nueva etapa trajera con ella, nuevas personas, y aventuras porque hasta ahora, mi vida, había sido bastante monótona.
No había salido de fiestas, no había tenido novio, y por supuesto a mis dieciocho años, seguía siendo completamente virgen. Lo que no era algo malo, no me molestaba, creía que cuando fuera el momento indicado lo sabría.
Además, en mis fantasías, ese momento especial, seria con la persona de la que estuviera enamorada, y yo lo estaba de alguien que nunca se fijaría en mí.
Eso sí era un problema, al menos para mí.
― ¿Qué estás haciendo despierta tan tarde Eliza? ― el sonido de su voz, me tomo desprevenida y casi me ahogo, tuve que mantenerme a flote para no hacerlo.
― ¿Qué hora es? ― pregunte cuando deje de toser por el agua que había ingerido, Jonathan estaba en la orilla de la piscina, mirándome fijo y sonriendo divertido por el vergonzoso momento que acaba de suceder.
―Más de las once― dijo―. Ya deberías estar descansando ¿no crees?
―No me di cuenta que era tan tarde― confesé, lo que era verdad, perdí la noción del tiempo en el agua y ya, hacía más de una hora que estaba aquí. Nade hacia la orilla, esperando que él se corriera, lo hizo, solo para tomar la toalla que había dejado acomodada en la tumbona.
Salí, y contrario de lo que pudiera pensar, Jonathan no me dio la toalla, el mismo me envolvió y empezó a secarme la cara primero.
―Estas helada, Eliza― murmuro, concentrado en su tarea y muy cerca. Primero seco mi rostro, luego mi cuello, después bajo a los hombros y todo el camino sobre mis brazos.
No podía quitarle la mirada de encima, Jonathan había estado raro todo el día de hoy, más cerca y consciente de mi presencia que de costumbre y no sabía cómo leer aquello.
Y me confundía.
No hizo más nada, me arropo con la toalla, me dio mi vestido y suspiro.
Cuando me miro, finalmente, el color intenso de sus ojos azules, me quitaron la respiración. Eran como una tormenta en medio de un Océano bravío, furioso e indomable.
Como aquellas mareas que te arrastran y te devoran antes de que puedas asimilarlo siquiera.
―Vete, Eliza― susurró―. Vete lejos de mí, enciérrate en tu habitación y descansa.
― ¿Qué? ― pregunte aturdida cuando su dedo indicie delineo el contorno de mi rostro, su mirada se endureció en un segundo y dio un paso atrás como si le quemara estar cerca mío.
―Vete a tu habitación y cierra la puerta― fue lo último que escuche antes de hacer aquello que me había ordenado.
Nunca se había acercado a mí de esa manera, pero tampoco nunca me había hablado de esa forma.
Me fui, casi corriendo y lo dejé atrás.
Cuando llegué a mi habitación, cerré la puerta e hice estúpidamente lo que me dijo, le puse seguro. No sabía porque me había dicho aquello, quizás ni siquiera había sido eso sino la forma en que lo había dicho.
Nunca lo había visto así, lejos del Jonathan bromista y alegre que siempre era, esta versión suya, era más oscura e inquietante.
O quizás yo estaba sobredimensionando todo, y dándole un significado que no era real. Negué con la cabeza y suspiré mientras me iba en el baño.
Prendí la ducha, me quité el bikini y me metí bajo el agua tibia.
Cuando termine de bañarme, me seque, me puse un pijama y fui directo a la cama, el peso del día de hoy y el comportamiento de Jonathan, estaban empezando a pesar en mí y mis ojos, de a poco fueron cerrándose solos.
Hasta que me quede profundamente dormida.
Mañana seria otro día.