Eliza Había pasado el día entero en la cama, envuelta en la calidez de las sábanas, dejándome llevar por esa sensación de agotamiento que parecía envolverme como una nube densa y pesada. Las emociones que había vivido en las últimas veinticuatro horas seguían presionando sobre mí, como si cada una de ellas hubiera dejado una marca tangible en mi cuerpo y mi mente, drenando cualquier energía que me quedara. Ayer por la tarde, luego de que Lewis me revisara con detenimiento, asegurándose de que estaba bien y que el golpe no había dejado más que un ligero moretón, ambos salimos del consultorio. Pero al cruzar el umbral, me encontré con la última persona que esperaba ver, de nuevo. Jonathan. Allí estaba, sentado en la sala de espera, y no pude evitar que el corazón me diera un vuelco al v