Capitulo 13

2128 Words
Eliza Había pasado el día entero en la cama, envuelta en la calidez de las sábanas, dejándome llevar por esa sensación de agotamiento que parecía envolverme como una nube densa y pesada. Las emociones que había vivido en las últimas veinticuatro horas seguían presionando sobre mí, como si cada una de ellas hubiera dejado una marca tangible en mi cuerpo y mi mente, drenando cualquier energía que me quedara. Ayer por la tarde, luego de que Lewis me revisara con detenimiento, asegurándose de que estaba bien y que el golpe no había dejado más que un ligero moretón, ambos salimos del consultorio. Pero al cruzar el umbral, me encontré con la última persona que esperaba ver, de nuevo. Jonathan. Allí estaba, sentado en la sala de espera, y no pude evitar que el corazón me diera un vuelco al verlo. Había estado esperando todo ese tiempo, solo para asegurarse de que estaba bien, una oleada de emociones me recorrió, pero hice todo lo posible por mantener una expresión serena. Después de todo, mi hermano estaba justo a mi lado. Lewis, sin rodeos, le confirmó que estaba fuera de peligro, y noté el alivio reflejado en los ojos de Jonathan, un destello sutil pero inconfundible. Ambos me acompañaron a casa, cuidando cada detalle, asegurándose de que me sintiera cómoda, pero antes de que se marcharan, Jonathan se acercó con un tono calmado pero decidido y me informó que ya había mandado a arreglar mi carro, y, además, me dio el resto de la semana libre, insistiendo en que debía tomarme el tiempo para descansar y recuperarme por completo. Había algo en sus palabras, en la forma en que me miraba, que me dejaba desconcertada. Jonathan er un hombre difícil de leer, con un control férreo sobre cada expresión y cada gesto, y a esta versión suya, no la conocía en lo absoluto, pero ahora… ahora había una suavidad en él que me desconcertaba. Era como si me mostrara un fragmento de su verdadera preocupación, una faceta que hasta ahora me había sido ajena. Demasiado atento, demasiado protector… y no sabía cómo reaccionar a eso. Mientras me hundía en el colchón, observando el techo sin fijar realmente la vista en nada, mis pensamientos volvían una y otra vez a él. No podía evitar recordar la mirada que me lanzó antes de salir, esa mezcla de angustia y alivio que nunca había visto en sus ojos. Me estremecí al recordar la intensidad con la que había insistido en que me cuidara. Jonathan había cruzado la línea sin pensarlo, actuando de una forma que, por más que intentaba racionalizar, no terminaba de entender. Intenté cerrar los ojos y liberar mi mente, pero cada vez que lo hacía, su imagen volvía con fuerza. ¿Por qué estaba tan afectada por esto? Quizás porque, en el fondo, había algo en Jonathan que despertaba sentimientos que llevaba tiempo reprimiendo, algo que me asustaba admitir. Pero, esos sentimientos volverían a ser silenciados como hasta ahora, era probable que estuviera sensible por el choque del auto, por el miedo que sentí y porque él, fue la primera persona en contenerme y cuidarme. Era eso, nada más. Sentí el cuerpo pesado mientras me levantaba de la cama, como si cada músculo se resistiera a la idea de moverse. Después de una larga ducha caliente que me envolvió en vapor, me sentí un poco más relajada, como si el agua lograra llevarse una parte de la tensión acumulada. Me puse ropa cómoda y caminé hasta la cocina, donde me preparé algo sencillo de comer, no había probado bocado en todo el día, y ahora, con el estómago rugiendo, unas rápidas pastas con salsa rosa me parecieron lo justo. Con la bandeja en mano, me acomodé en el sofá de la sala y encendí el televisor, buscando distraerme con alguna serie que pudiera mantener mi mente ocupada, aunque no recuerdo haber llegado al final del capítulo. Lo siguiente que supe fue que el timbre de la puerta sonaba con insistencia, sacándome de un sueño profundo. Parpadeé, desconcertada al notar que la luz del amanecer iluminaba la sala, apenas consciente de lo que sucedía, me levanté y caminé hacia la puerta, con la pesadez de alguien que acaba de despertar en un lugar desconocido. Al abrir, me encontré con un repartidor sosteniendo un impresionante ramo de rosas blancas, volví a parpadear, aún adormilada, y noté la tabla electrónica en sus manos. ― ¿Eliza Harper? ― preguntó, verificando mi identidad. ―Sí, soy yo. ―Esto es para usted― dijo, extendiéndome el ramo con una pequeña sonrisa profesional―. Firme aquí, por favor. Firmé automáticamente, mis dedos aún torpes por el sueño, y me quedé allí, atónita, mirando el ramo después de que el repartidor se despidiera, cerré la puerta y llevé las flores a la mesa, buscando alguna nota, algo que explicara este inesperado gesto. Mis ojos encontraron un pequeño sobre n***o con ribetes dorados. Con los dedos temblorosos, lo abrí y saqué la tarjeta. Eliza, Espero que esta mañana te encuentres mejor. Quiero que sepas que puedes llamarme por cualquier cosa que necesites, sin importar la hora. Las flores… simplemente sentí la necesidad de enviártelas. Espero las aceptes. Lo siento, Eliza, pero no puedo volverte invisible. Nunca lo has sido. J.K Leí la nota dos veces, tratando de procesar cada palabra. El mensaje era simple, pero cada frase parecía entrelazada con algo más, una especie de intención o promesa oculta que me desconcertaba. Mi pulso se aceleró, y noté que mis manos temblaban. ¿Por qué Jonathan me había enviado flores? ¿Qué buscaba al decirme que no podía volverme invisible? Sabía que era una respuesta a algo que yo le había pedido días atrás, pero, aun así…. Su tono, su elección de palabras, eran tan diferentes a lo que esperaba de él, tan directas y.… personales. Dejé la tarjeta sobre la mesa, mi respiración, volviéndose más errática a medida que trataba de comprender lo que esto significaba. Me obligué a sentarme en el sofá, sintiendo que el suelo temblaba bajo mis pies, intenté calmarme, pero el impacto de sus palabras resonaba en mí, despertando emociones que había enterrado, que había fingido no sentir. Mi mente se llenaba de preguntas sin respuesta. ¿Qué era lo que quería realmente? ¿Por qué ahora, después de tanto tiempo se comportaba así conmigo? ¿Por qué tenía que recordarme que nunca fui invisible para él, cuando lo hizo durante cinco años? Las dudas me sobrecogieron, como si cada una de ellas fuera una piedra que añadía peso a mi pecho, y me di cuenta de que, aunque no quisiera admitirlo, esa sola tarjeta había derrumbado una parte de mis defensas. Jonathan estaba cruzando una línea que yo no sabía si estaba lista para cruzar también. Apreté la tarjeta contra mi pecho, cerrando los ojos mientras intentaba sofocar el torbellino de emociones que sus palabras habían desatado. Por un momento, el recuerdo de aquellos días me invadió, cómo él me había llenado de ilusiones solo para después alejarse, dejándome en un mar de dudas y preguntas sin respuesta. Recordar el vacío que me dejó y lo mucho que me costó recomponerme era como abrir una vieja herida que apenas había comenzado a cicatrizar. Negué lentamente, como si con ese gesto pudiera deshacer los pensamientos que surgían, no, no podía permitirme volver a esa situación, había dedicado demasiado esfuerzo en sanar y en construir una vida propia. Me recordé también, que él, estaba en otra etapa de su vida, a punto de casarse, mientras que yo, por fin, estaba aprendiendo a vivir sin depender de nadie. Retomar el contacto, aunque fuera desde la distancia de unas flores y unas palabras, solo sería revivir un capítulo que debía quedar cerrado. Respiré hondo, decidida a no dejarme envolver nuevamente en su presencia. Me puse en pie y llevé el ramo a la cocina. Aunque sabía que lo lógico sería deshacerme de esas flores, una parte de mí no podía hacerlo, eran hermosas, un regalo inocente atrapado en las intenciones de quien las había enviado. Así que busqué un jarrón, lo llené de agua y coloqué las rosas en él, apreciando su frescura y la suavidad de los pétalos. Decidí que las flores no tenían la culpa de pertenecer a un hombre que había causado tanto dolor. Con el ramo acomodado en la mesita de la sala, miré a mi alrededor, tratando de enfocarme en algo más, asiqué, recogí los restos de mi cena y lavé los platos, cada movimiento me ayudaba a calmar el torbellino en mi pecho. Una vez que terminé, fui al baño y lavé mi cara, permitiendo que el agua fría despertara cada rincón de mí que aún se sentía atrapado en esa confusión. Mientras me secaba, sentí una punzada de inquietud. Ahora tenía toda una semana libre, algo raro en mi vida llena de rutinas y compromisos, la pregunta de cómo ocuparía esos días me dejó pensativa. Podría aprovechar este tiempo para hacer cosas que había dejado pendientes o simplemente disfrutar de mi espacio. Quizás una salida con Emily, recorrer un poco la ciudad… algo que realmente me permitiera sentir esa libertad que había tardado tanto en ganar. Miré mi reflejo en el espejo, una ligera sonrisa asomó en mis labios. Sí, ahora era mi turno de vivir para mí misma, sin dejarme llevar por los fantasmas del pasado. Fui hasta mi vestidor y con esa idea en mente, me puse unos pantalones cómodos, un suéter suave y unos tenis, preparándome para una mañana de tranquilidad. Me miré al espejo, apliqué un poco de corrector en las ojeras, algo de rubor para darle vida a mi rostro, y un toque de bálsamo labial. Estaba lista para enfrentar el mundo con una frescura que hacía tiempo no sentía. Decidí desayunar afuera; necesitaba el sol, el aire, y la simple libertad de pasear. Apenas salí, la brisa fresca me acarició el rostro, despejándome de cualquier rastro de pesadez. Caminé sin rumbo fijo, dejándome llevar por el ritmo de la ciudad que ya comenzaba a despertar del todo, cada paso me iba alejando un poco más de los muros de mi apartamento y de las dudas que habían rondado mi mente. Me detuve frente a algunas vitrinas, curioseando en pequeñas tiendas, donde cada una parecía guardar una historia distinta. Llegué a una librería de barrio, un espacio que olía a papel viejo y tinta fresca, un aroma que siempre había amado. Era como si la vida entera estuviera contenida entre esas paredes llenas de estantes, me perdí en los pasillos, dejando que mis dedos recorrieran los lomos de los libros, hasta que encontré unos títulos que llevaba tiempo queriendo leer. Con una sonrisa de satisfacción, los compré, sintiendo la ligera emoción de saber que cada página me llevaría a un rincón nuevo del mundo y amaba eso. Continué caminando hasta que mis pasos me llevaron a una pequeña cafetería con un aire encantadoramente francés, paredes de ladrillo a la vista, mesas de mármol y el cálido aroma a café recién molido que se entremezclaba con el dulzor de la pastelería. Era justo lo que necesitaba, el refugio perfecto para detenerme un rato. Elegí una mesa junto a la ventana, desde la cual podía ver el ir y venir de la gente en la calle, cada uno inmerso en sus propias historias. Cuando el café y el pan de chocolate llegaron, parecían extraídos de una postal parisina. El café humeaba en la taza y el pan tenía un dorado perfecto, crujiente y suave a la vez, tomé el primer sorbo y cerré los ojos un instante, disfrutando de la calidez y del sabor fuerte y reconfortante del café. Un bocado del pan me llenó de una dulzura ligera y suave, y por un momento me sentí como si el tiempo se hubiera detenido. Abrí uno de los libros recién comprados y acaricié su tapa, dejando que el aroma de las páginas recién impresas se mezclara con el del café. Con cada palabra, me iba sumergiendo en un mundo distinto, donde las preocupaciones no tenían cabida, todo en ese instante parecía calmo, como si la vida me susurrara que estaba bien tomarme este momento para mí misma. A través de la ventana, el sol iluminaba las calles, y la ciudad seguía con su ritmo, pero yo estaba en mi propio rincón de paz, un remanso en medio del ajetreo. Sonreí, agradecida por el simple placer de este desayuno, y me permití perderme en la lectura, saboreando cada palabra, cada sorbo, y cada minuto de esa serenidad que, aunque fugaz, era perfecta. Mañana podría preocuparme por Jonathan y el caos que estaba desatando en mi vida, pero hoy, justo ahora, me quedaría con esta tranquilidad.
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