Eliza
Miro los planos una y otra vez, repasando cada línea, cada detalle. Patrick está a mi lado, sonriendo con un entusiasmo tan radiante que podría iluminar toda la oficina, su energía casi me da risa, pero mantengo mi seriedad, revisando cada trazo.
― ¿Y? Vamos, Eliza― me dice, con la ansiedad prácticamente rezumando por cada poro―. Si me haces rehacer una sola línea más, juro que voy a tirarme por la ventana, y no será bonito.
―Está perfecto, Patrick― le aseguro, alzando una ceja para enfatizarlo.
Su sonrisa se ensancha aún más y, antes de que pueda reaccionar, me agarra y me envuelve en un abrazo entusiasta, me levanta del suelo y me hace girar, provocándome un leve mareo.
― ¡Por fin! ¡Este jodido proyecto está listo! ― ríe, y yo le doy un golpe en el hombro, entre molesta y divertida.
― ¡Basta! ¡Ya bájame! ― exijo, tratando de mantener mi voz seria, pero él sigue riéndose mientras mis pies finalmente vuelven a tocar el suelo―. Primero, este proyecto apenas está empezando― le digo, dándole una mirada de advertencia―. Y segundo, te lo juro, Patrick, si vuelves a hacer algo así, voy a patearte las bolas.
Él me lanza una mirada divertida y se inclina hacia mí, acercando su rostro, todavía con esa sonrisa juguetona.
―Definitivamente, amo esta actitud de jefa mandona que has adoptado― dice, bajando la voz con un toque provocador―. Va muy bien contigo, y combina a la perfección con tu nuevo look.
Le doy un empujón en el pecho, manteniendo una sonrisa irónica en mis labios.
―No tientes a tu suerte, Patrick― le advierto, recogiendo los planos con rapidez y guardándolos en la carpeta―. Tenemos la reunión en una hora para que el cliente apruebe esto de una buena vez por todas. ¿Entendido?
Patrick levanta las manos en señal de rendición, pero no pierde su expresión burlona.
―Entendido, jefa. Aunque por ti volvería a hacer estos planos diez veces si fuera necesario― sacudo la cabeza, intentando no sonreír, mientras me vuelvo hacia la puerta.
―Ya, deja el teatro y vamos a prepararnos. En una hora, a fondo, ¿ok? ― digo, apuntando hacia la sala de reuniones.
Patrick asiente, poniéndose serio, pero antes de salir, me lanza una última mirada cómplice.
―Claro, Eliza. Pero que conste, esa actitud tuya… es peligrosa.
Yo sonrío, sin dejar que él vea cuánto disfruto de sus payasadas.
Cerca del mediodía, Patrick y yo entramos a la sala de juntas para preparar la reunión. Dejo el portátil sobre la mesa, donde tengo listas las diapositivas, y empezamos a organizar las carpetas en cada asiento, asegurándonos de que todo esté en orden.
La sala se va llenando lentamente de esa anticipación previa a una reunión importante, y siento la adrenalina por todo lo que está en juego.
Quince minutos después, la puerta se abre y Jonathan entra junto con el señor Brentford. Ambos nos saludan cordialmente, y Patrick se apresura a iniciar una conversación con nuestro cliente, en un tono tan animado que se convierte en el centro de atención.
Esto deja a Jonathan rondando cerca de mí, como una presencia silenciosa pero ineludible. Puedo sentir su cercanía, incluso antes de levantar la vista, y una incomodidad familiar se instala en mí, no sé qué decirle, y mientras reviso mis fichas de nuevo, finjo estar absorta para evitar iniciar una conversación.
Pero, él no parece dispuesto a dejarme en paz. Se acerca un poco más, invadiendo mi espacio personal, y su perfume sutil pero inconfundible me envuelve.
Un susurro suave y casi íntimo rompe la distancia entre nosotros.
― ¿Cómo estás, Eliza? ― me pregunta, en un tono bajo que parece un secreto, algo que solo pudiéramos compartir, él y yo―. ¿Te sientes mejor?
Una semana había pasado desde el choque, desde que su mano sostuvo la mía en esos minutos en que estuve en shock, también, hacía una semana que me había enviado esas flores, aquellas que nunca le agradecí.
Sentí una punzada de incomodidad al recordar el detalle, alzo la vista, encontrándome con sus ojos, y me sentí vulnerable bajo la intensidad de su mirada.
Fue un error, no debí hacerlo porque, había tanto pasando ahí.
―Sí, estoy bien― respondí, manteniendo la compostura―. Solo fue un golpe. Todo está bien.
―Me alegra escucharlo― murmuró, y en sus palabras había una calidez que me desconcertaba.
Bajé la mirada y di un paso atrás, intentando retomar el control de la situación. La distancia ayudaba, pero su presencia seguía tan avasallante como siempre.
―Gracias por las flores― añadí, intentando sonar neutral―. No tuve oportunidad de decirlo antes, pero fue... un gesto amigable de tu parte.
― ¿Amigable? ― repite, su tono cargado de una sorpresa que no esperaba―. ¿Piensas que quiero ser amigable contigo?
Sentí un vuelco en el estómago, y me esforcé por sostenerle la mirada, aunque la intensidad en sus ojos, amenazaba con desarmarme, pero, me mantuve firme.
―Sí, eso creo― respondí con seguridad―. ¿Comenzamos?
Patrick y el señor Brentford finalmente se acercaron y dimos por iniciada la reunión, poniendo una distancia entre mi jefe y yo, dándome un respiro de su avasallante presencia y de la inquietud que provocaba.
La reunión duró tres largas horas.
Durante la presentación, traté de concentrarme en los planos y en los detalles técnicos, aunque era muy consciente en todo momento de la presencia de Jonathan al otro lado de la mesa, observándome con esa mezcla de atención y misterio que siempre llevaba consigo.
Me mantuve profesional, mantuve mi enfoque, pero sentí que una parte de mí estaba permanentemente alerta, no dejándome olvidar ni un segundo que él estaba allí.
Al terminar, mientras nos despedíamos del cliente y recogíamos nuestras cosas, mi estómago protestaba de hambre; el almuerzo ya había pasado y apenas había tomado algo en la mañana. Sin embargo, me sentía eufórica, la presentación había sido un éxito, y el cliente aprobó nuestros planos, lo que significaba que estábamos listos para pasar a la siguiente fase del proyecto.
Patrick me dio un abrazo rápido, celebrando nuestro logro, y luego se dirigió a la puerta, al girarme, me topo una vez más con Jonathan, quien me esta observando con una leve sonrisa.
―Buen trabajo, Eliza― dice, con una suavidad que no coincide con la autoridad que siempre emana.
―Gracias, Jonathan― respondo, queriendo que la conversación termine ahí.
Pero antes de que pueda darme la vuelta para irme, él añade, en un tono bajo que no deja de sonar como un reto:
―Lo "amigable" es solo el principio.
Mi corazón se acelera, pero mantengo la compostura mientras recojo mis cosas y salgo de la sala, sin permitirle ver el impacto de sus palabras.
Después de dejar mis cosas en la oficina, tomé mi bolso y bajé hacia el comedor de la empresa, ahora, con la ampliación y el nuevo diseño, el espacio tenía una atmósfera mucho más acogedora, las paredes de tonos cálidos, las plantas en las esquinas y la luz natural que inundaba el lugar lo hacían agradable y relajante. Compré un sándwich de vegetales, una pequeña ensalada de hojas verdes y un jugo.
Tras pagar, subí a mi oficina nuevamente, queriendo comer allí para aprovechar el tiempo y seguir trabajando en algunos documentos pendientes.
Mientras revisaba unos correos, escuché un ligero golpeteo en la puerta.
―Eliza― me llamó Hannah desde el umbral, con una sonrisa amistosa en el rostro.
Levanté la vista de la pantalla y le devolví la sonrisa, agradecida por la breve interrupción.
―Pasa, Hannah― le dije, haciendo un gesto para que entrara―. ¿Qué sucede?
―Oh, bueno… algunos de nosotros vamos a ir al bar de la esquina a tomar unos tragos más tarde― dijo, lanzándome una mirada animada desde debajo de sus pestañas―. Patrick quiere celebrar que les aprobaron los planos, y como tú eres la otra parte involucrada… ¿te animas a unirte?
Su tono entusiasta me hizo sonreír, aunque por dentro dudaba. Me sentía algo cansada, y la idea de irme a casa, darme una ducha caliente, servirme una copa de vino y descansar temprano me tentaba mucho, pero, por otro lado, ya había rechazado sus invitaciones las últimas dos veces. No quería ser esa compañera que siempre evitaba las salidas, y, además, Patrick se lo merecía; había sido un gran compañero y habíamos hecho un gran trabajo en equipo.
Respiré hondo, pensando un momento mientras miraba a Hannah, que permanecía en la puerta con una expresión expectante y divertida. Decidí aplazar mis planes de descanso, después de todo, un rato de celebración no vendría mal.
―Está bien, me uniré a ustedes― le dije con una sonrisa―. Solo déjame terminar unos documentos, y nos vemos en el bar para el brindis.
Hannah aplaudió suavemente, casi como si acabara de ganar una apuesta.
― ¡Genial, Lizi! Te esperamos allí― respondió, guiñándome un ojo antes de salir.
Cuando se fue, me recosté en el respaldo de mi silla, mirando por un momento hacia la puerta ahora vacía.
Sentí una ligera emoción ante la idea de la celebración, aunque aún quedaba trabajo por hacer. Sabía que, al menos por esta noche, un cambio de ambiente y un poco de diversión serían buenos para mí, asiqué, con una renovada energía, regresé al trabajo, dispuesta a terminar rápido para unirme al grupo y festejar nuestro logro.
Eran casi las ocho de la noche cuando apagué el computador y me di cuenta de que la oficina estaba desierta, moví el cuello contracturado, aliviando un poco la tensión, y recogí mi bolso antes de dirigirme al baño para retocar el maquillaje. Me miré en el espejo, viendo los rastros del cansancio en mis ojos, y me refresqué rápidamente, recordando que me estaban esperando en el bar.
Una vez lista, caminé hacia el ascensor. Las puertas se abrieron y entré, recostándome contra una de las paredes mientras presionaba el botón para la planta baja. Cerré los ojos, esperando a que las puertas se cerraran, pero, justo antes de que lo hicieran, una mano las detuvo.
Jonathan.
La sorpresa cruzó por sus ojos al verme ahí, y su sola presencia pareció reducir el espacio en el ascensor. Él entró sin decir nada, llenando el ambiente con su aroma, esa mezcla inconfundible que siempre llevaba, su imponente figura ocupó el pequeño espacio, y pude sentir la tensión en el aire cuando presionó el botón del subsuelo, evitando mi mirada.
― ¿Se te ha pasado el tiempo? ― preguntó, mirando al frente sin siquiera girarse. Observé su perfil, su mandíbula marcada, los hombros amplios y firmes que apenas a unos pasos parecían un muro y ….
Sacudí la cabeza, recordándome quién era, y respondí con calma.
―Sí, me quedé revisando los planos y los listados que tenemos que llevar el viernes a la obra.
Él asintió casi imperceptiblemente, y después de un silencio pesado, soltó:
― ¿Y tu amigo ese? ¿Cómo era su apellido? ― dijo en un tono mordaz―. Ah, sí… Allister.
Mis ojos se entrecerraron ante la manera en que lo dijo.
― ¿Qué pasa con él? ― pregunté, cruzándome de brazos.
― ¿No debería estar ayudándote? ― su voz rebosante de una ironía que me picó. No se molestó en mirarme―. Hasta donde sé, este proyecto es de los dos, ¿no?
Inspiré profundo, intentando mantener la compostura.
―Claro, Jonathan. Este proyecto es de ambos, y cada uno tiene su parte. Esta era la mía― respondí, mirándolo directamente―. Patrick es un excelente profesional, no dudes de eso.
―Por supuesto― respondió, en tono seco.
Un sonido sordo nos interrumpió de golpe, y un segundo después, el ascensor se detuvo. La luz se apagó, sumiéndonos en la oscuridad total y en un silencio que parecía aplastante.
Sentí cómo el pánico crecía dentro de mí.
“No, no, no”, pensé, intentando contener la respiración. No podía estar encerrada aquí, no en este espacio tan reducido, sin salida. El pecho comenzó a comprimirse, y sentí cómo el aire se volvía insuficiente.
Intenté controlar el impulso de hiperventilar, pero las paredes parecían acercarse cada vez más. Cerré los ojos, intentando buscar una imagen mental que me tranquilizara, pero, la respiración empezó a acelerarse, y pronto estaba luchando por cada bocanada de aire.
―Eliza― la voz de Jonathan, baja y firme, atravesó la oscuridad. Sus manos se posaron en mis hombros con suavidad, tratando de estabilizarme.
―No… no puedo, Jonathan… necesito… necesito salir de aquí― dije, mi voz temblorosa y entrecortada. Las palabras salieron a trompicones, mientras el temor me dominaba. Encendí la linterna de mi teléfono y me acerqué a la puerta, golpeándola, esperando que alguien nos escuchara.
―Eliza, respira― insistió él, acercándose un poco más. Su tono, aunque serio, tenía una calidez inesperada―. Escúchame. Toma aire lentamente… así… muy despacio. Estás a salvo.
Tecleo algo en su teléfono y volvió su atención a mí, que sentía que no podía sostenerme con mis piernas.
―Mira, mírame― me dijo suavemente. Con la mano en mi barbilla, levantó mi rostro hacia él, aunque apenas pudiera verlo en la penumbra―. Estoy aquí. No estás sola, ¿entiendes?
Y quise creerle, sentir que toda estaba bien, pero no podía. Mi mente se había enfrascado en un espiral de pánico del que no podía salir.
Intenté ser razonable, pero fue inutil, el miedo se habia atenazado dentro mío, sin dejarme escapatoria.