Jonathan En cuanto crucé la puerta del apartamento de Eliza, su aroma me golpeó como una ola, llenándome de un extraño mareo que no sabía si atribuir al efecto que ella tenía sobre mí o a la tensión que se acumulaba en mi pecho. Ella dejó su bolso en el sofá, y yo aproveché ese instante para observar el lugar. Cada rincón, cada detalle, gritaba su esencia. Desde los cuadros en las paredes hasta la manta cuidadosamente doblada en el sillón, todo era tan suyo que ya estaba enamorado del espacio, como lo estaba de ella. Mis pasos me llevaron a su lado, que permanecía junto al sofá con la mirada clavada en el suelo y un temblor apenas perceptible en las manos. Estaba nerviosa, y joder, yo también, mis manos estaban heladas, pero mi corazón palpitaba con una fuerza desmedida. ―Siéntate―