Eliza
La luz del amanecer se coló por la ventana, tiñendo la habitación de tonos cálidos.
Mis ojos, aún pesados por el llanto de la noche anterior, se abrieron lentamente, como si cada parpadeo me pesara más que el que había hecho antes, la cabeza me daba vueltas, todavía aturdida por todo lo que habíamos dicho, todo lo que habíamos dejado salir después de cinco largos años de silencio.
Las palabras, por fin, se habían derramado, pero el dolor que seguía entre nosotros aún parecía estar fresco, palpable.
Respiré hondo, intentando que el aire llenara mis pulmones, pero algo no estaba bien. Mis manos, temblorosas, fueron en busca de su contacto familiar en el costado de la cama, pero allí solo había vacío.
El espacio que había ocupado su cuerpo la noche anterior ya no estaba.
Mi cora
