Capitulo 15

2204 Words
Eliza Intenté ser razonable, pero ni mi cuerpo ni mi mente respondían. Una oleada de escalofríos me recorrió y sentí el sudor frío bajar por mi columna y empapar mis manos. El aire se sentía denso, sofocante, y mi pecho subía y bajaba con una fuerza descontrolada, como si no pudiera llenarse. Los latidos de mi corazón eran erráticos, golpeándome desde dentro. ―No puedo respirar, Jonathan… yo…― mi voz tembló, quebrándose, y sentí cómo su mirada se endurecía con preocupación. Sin decir nada, me quitó el bolso de las manos, junto con el teléfono, y los dejó en el suelo con cuidado. Traté de mantener mis ojos en él, enfocándome en cada pequeño detalle, buscando un ancla que me sacara de esta espiral. ―Eliza, mírame― su voz sonó firme pero suave, mientras tomaba mis manos temblorosas entre las suyas, transmitiéndome su calma―. Ya he llamado para que nos saquen de aquí. Intenté responder, pero el nudo en mi garganta me impedía hablar. Mis ojos vagaron desesperados por el ascensor, como si una salida pudiera aparecer de la nada, aunque sabía que estábamos atrapados. ―No puedo… respirar…― susurré, con el pecho cada vez más apretado. Jonathan aferró mis manos, un poco más fuerte, como si quisiera que sintiera su propia seguridad en mi piel. ―Mírame, cariño, por favor― sus palabras parecían colarse entre el ruido ensordecedor de mi cabeza, así que lo miré―. Nos sacarán pronto, ya lo están solucionando. Confía en mí. Mis labios se entreabrieron, pero no lograba articular nada coherente. ―Voy a quitarte esto― dijo suavemente, deslizando sus manos hacia mi chaqueta y bajándola por mis brazos. Su voz era tranquila, meditada, mientras me miraba atentamente, cuidando cada movimiento―. Ahora voy a desabrocharte los primeros botones de la camisa para que puedas respirar mejor, ¿de acuerdo? No pude responder, pero tampoco me aparté. Mis manos seguían temblando, y mi mente aún estaba abrumada por el temor y la ansiedad, pero me quedé quieta, permitiéndole hacer lo que consideraba necesario. Sentí sus dedos rozar suavemente mi piel al abrir los primeros botones de la camisa, y un escalofrío distinto recorrió mi cuerpo. Me tensé al instante, y él lo notó. ―Lo siento…― susurró, retirando las manos con una suavidad casi dolorosa. Desabrochándose sus propios botones, Jonathan tomó mi mano, tirando de mí con firmeza hasta sentarse en el suelo. Me guio a su lado, ubicándome entre sus piernas y presionando mi espalda contra su pecho, donde podía sentir los latidos de su corazón, fuertes y constantes. El calor de su cuerpo comenzó a disipar el frío que parecía haberme invadido desde el inicio del ataque de pánico. La luz de su linterna iluminaba el pequeño espacio, proyectando sombras en las paredes metálicas, que parecían acercarse cada vez más. Sentí su aliento cerca de mi oído y, por un instante, todo lo demás se desvaneció. ―Jonathan… ― susurré, apenas encontrando fuerzas para decir su nombre. ―Lo sé, cariño― murmuró, su voz suave y reconfortante―. Solo respira. Inhala… y exhala. Siente los latidos de mi corazón, aquí…― colocó una de mis manos en su pecho, sobre su camisa, dejando que la calidez y la regularidad de sus latidos me envolvieran―. Solo sigue este ritmo. Comenzó a deslizar sus manos por mis brazos en un movimiento lento y rítmico, ascendiendo y descendiendo, casi como si quisiera guiar mi respiración a través de sus caricias. ―Háblame de algo… lo que sea, Eliza― susurró, en un tono tranquilizador, como si su voz pudiera disipar el miedo en el aire. Su aliento acariciaba mi mejilla, creando un contraste entre el frío del ascensor y el calor de su cercanía. Intenté pensar en algo, pero mi mente estaba aún atrapada en el eco de mi propio pánico. Apreté ligeramente los ojos, intentando encontrar algún recuerdo o pensamiento que pudiera sacarme de este pozo. ―No sé… ― logré murmurar, sintiendo mi voz quebrada―. Mi mente está… en blanco. ―De acuerdo, lo haré yo― murmuró Jonathan, con una voz tan baja que apenas fue un susurro. Su mano se deslizó hacia mi cabello, y al sentir sus dedos envolviéndolo, un escalofrío recorrió mi espalda―. Me gusta mucho tu cabello, ¿sabes? ― dijo, sus ojos iluminándose con una intensidad que no había visto antes―. Este corte…― jugó con un mechón entre sus dedos, acariciándolo como si quisiera memorizar cada hebra―. Es como si estuviera hecho especialmente para ti, Eliza. Su voz me envolvía, y todo a mi alrededor parecía esfumarse, dejando solo su tono profundo y la forma en que cada palabra resonaba en mi pecho. Negué lentamente con la cabeza, tratando de aclarar mi mente, pero estaba completamente perdida. ―Pero lo que más me gusta… ― dijo, su voz apenas un murmullo―, es la forma en que brillan tus ojos. Son tan hermosos. ―Jonathan…― susurré, mi voz temblorosa, incapaz de romper el hechizo. ― ¿Qué, Eliza? ― sus dedos se deslizaron por mi mejilla, y al girar mi rostro, nuestros ojos quedaron atrapados a escasos centímetros. Su respiración era tan errática como la mía, su pecho subiendo y bajando con una intensidad que me dejaba sin aliento. Sus ojos no se apartaban de los míos, y el espacio entre nosotros se sentía pequeño, denso, y peligrosamente íntimo―. ¿Acaso no sabes lo hermosa que eres? ― susurró, su mirada bajando lentamente hasta mis labios, haciéndome arder bajo su escrutinio. Deslizó su dedo pulgar sobre mi labio inferior, justo donde tenía un pequeño lunar, y el roce fue suficiente para hacerme temblar. ―Este lunar… es la cosa más sexy que he visto en mi vida― murmuró, con una honestidad que me dejaba sin aliento―. He soñado tantas veces con él. Mi corazón martilleaba en mi pecho, mientras luchaba por controlar la oleada de emociones que me embargaban. Negué débilmente con la cabeza, tratando de recuperar el control, de salir de este trance en el que me estaba sumergiendo. ―No… ― logré murmurar, sin mucha convicción. ―Y adoro tus pecas también. Creo que me gustan aún más cuando estás sonrojada― se acercó un poco más, su mano deslizándose desde mi barbilla hacia mi cuello en una lenta y provocadora caricia―. Dios… ni siquiera es lógico, la forma y la cantidad de veces que he soñado con esta boca tuya. ―Jonathan… ― intenté resistirme, pero su nombre salió de mis labios como un suspiro. ―Eres tan hermosa… ― susurró, acercándose hasta quedar a solo un par de centímetros de mí. Sus labios rozando los míos, casi sin tocarlos, y el mundo entero pareció detenerse. Todo el espacio se redujo a nosotros dos y al calor palpitante entre ambos. El tiempo se congeló. Sentí que mi respiración se detenía… solo para volverse frenética segundos después. Jonathan cerró la distancia y sus labios encajaron con los míos en un beso profundo, tan natural como devastador. Sentí su mano aferrarse a mi cuello mientras intensificaba el beso, mordiendo mi labio inferior antes de profundizarlo aún más. Su calor, su aroma, y su cercanía me envolvieron por completo, borrando cualquier rastro de resistencia o de dignidad. ¿Qué estaba mal conmigo? ¿Por qué no me alejaba? ¿Por qué no detenía esto? Sus manos se aferraron a mí con una firmeza que me hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, deseada. Me consumía en cada beso, su boca sobre la mía con una pasión salvaje y desesperada. Mi cuerpo traicionaba cualquier intento de razonamiento, mientras el calor en mi interior crecía, y la humedad en mi ropa interior me hacía sentir expuesta y perdida. Y entonces, de golpe, la luz volvió. El ascensor se sacudió y el mundo volvió a la realidad, obligándome a recordar que esto no era un sueño ni una fantasía. El espacio entre nosotros se volvió incómodamente real, pero no podía mirarlo, todo lo que quería era desaparecer, escapar de la intensidad de lo que acababa de suceder. Sin embargo, lo miré, y lo que vi en sus ojos me desarmó. Sus ojos, oscuros y encendidos, estaban llenos de una furia abrasadora y de una intensidad que me dejaba en ruinas. Me levanté de inmediato, tambaleándome un poco mientras abotonaba mi camisa apresuradamente y me ponía de nuevo la chaqueta. Traté de alisar mi cabello con manos temblorosas, recogiendo mi bolso y mi teléfono del suelo, y esperando a que las puertas se abrieran. Jonathan también se incorporó, pero no dejó de mirarme ni por un instante. Sus ojos seguían fijos en mí, y el peso de su mirada me hacía sentir cada segundo de lo que acababa de pasar. ―Eliza…― su voz fue apenas un susurro cuando las puertas se abrieron. ―Lo siento― susurré, con la voz quebrada, antes de salir del ascensor, casi huyendo. Mi mente estaba en caos, atrapada entre el deseo y la culpa. Había sido tan vulnerable, tan expuesta… y había dejado que el último hombre con el que debería estar se adueñara de mí en un instante de debilidad. Mientras las puertas del ascensor se cerraban detrás de mí, dejé escapar un suspiro entrecortado, sabiendo que esto cambiaría todo. Había cruzado una línea de la que no estaba segura de poder regresar. Tan pronto como mis pies tocaron la acera, una ráfaga de aire frío me envolvió, sacándome de golpe del trance en el que había estado minutos antes en el ascensor. La ciudad a mi alrededor seguía vibrando con vida, ajena al caos que ahora hervía en mi cabeza, me abracé a mí misma, sintiendo cómo el aire helado atravesaba la tela de mi chaqueta, tratando de disipar el calor que aún ardía en mi piel. Joder, me había besado con Jonathan. Y el impacto de ese pensamiento seguía retumbando en mi mente como una campana incesante, imposible de ignorar. Aceleré el paso hacia el bar de la esquina, donde sabía que mis compañeros me estaban esperando. Necesitaba la distracción, la calidez de la compañía, y, sobre todo, el olvido que el alcohol podía ofrecer, no estaba segura de cuánto me haría falta, pero sabía que necesitaba algo fuerte y rápido. Mientras caminaba, mis pensamientos se amontonaban en un remolino de confusión y culpa. Jonathan no solo era el hombre que había roto mi corazón una vez, sino que estaba comprometido… iba a casarse con otra mujer. Esa realidad pesaba como una piedra en mi pecho, recordándome que lo que había sucedido en el ascensor era un error, un peligroso desliz que nunca debió ocurrir. No debería dejarme envolver por él, de nuevo. Al llegar al bar, forcé una sonrisa y me acerqué a la mesa donde mis compañeros estaban sentados, conversando y riendo ajenos a mi tormenta interna. Uno de ellos levantó su copa y me hizo señas para que me uniera a la conversación, yo solo asentí, intentando aparentar normalidad, tratando de actuar como si no sintiera un caos por dentro. Pedí un shot de vodka tan pronto me senté, ignorando las miradas curiosas de mis amigos. Cuando el vaso llegó, lo levanté y, sin vacilar, lo bebí de un solo trago, el licor quemó mi garganta al bajar, llenándome de un calor abrasador que hizo que cerrara los ojos. Esperaba que eso calmara el ruido en mi mente, que silenciara los ecos de su voz y la intensidad de su mirada, pero en lugar de eso, los recuerdos se volvían más nítidos. Lo peor era que, aunque sabía lo incorrecto que era, una parte de mí deseaba volver a sentir ese calor, a perderme en sus labios como lo había hecho en el ascensor. ¿Qué estaba mal conmigo? No debería quererlo, no debería sentirme así por alguien que me había lastimado tanto y que ahora pertenecía a otra persona. Pero ahí estaba, intentando borrar su huella de mi piel, y fallando miserablemente. Mis compañeros seguían hablando, riendo y brindando, pero yo estaba atrapada en mis propios pensamientos, observando el fondo vacío del vaso en busca de respuestas que no llegaban. Pedí otro shot, y luego otro, cada trago alimentando una falsa sensación de calma, un momentáneo olvido. Pero debajo del entumecimiento, los recuerdos seguían vivos, ardientes, como brasas que no podía apagar. Al final, el alcohol hizo su trabajo. Las risas de mis amigos se hicieron más fuertes y el bar pareció más cálido y acogedor. Me encontré sonriendo, aunque fuera solo para fingir que había logrado dejarlo atrás, pero en el fondo, sabía que lo que había sucedido en ese ascensor no se borraría tan fácilmente. Porque Jonathan había reabierto heridas que apenas estaban cicatrizando, y yo estaba jugando un juego peligroso, uno que ya había perdido una vez. Suspiré y dejé que el vaso vacío golpeara la mesa con suavidad, mi sonrisa desvaneciéndose un poco. Porque, aunque había logrado distraerme por unos instantes, no podía engañarme a mí misma, el caos en mi interior seguía ahí, esperándome, como una tormenta contenida, lista para arrasar con todo.

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