Eliza
Llegué a la empresa diez minutos antes, notando al instante el cambio en la fachada. Ahora, en letras doradas y brillantes, el edificio proclamaba “Urbanismo y Diseño Kingston”.
Ese apellido maldito.
Me seguía como una sombra que nunca terminaba de desaparecer, recordándome una historia que había intentado dejar atrás. Pero no iba a permitir que eso me afectara; esta empresa era mi refugio, el lugar en el que podía volcarme en lo que amaba sin que nada más importara.
Este era mi lugar feliz, y él no lo arruinaría.
Después de aparcar en mi lugar habitual, me dirigí al ascensor y subí al piso de mi oficina. Las puertas se abrieron y ahí estaba Hannah, con su eterna sonrisa iluminando la mañana.
― ¡Buenos días, Hannah! ― le dije, correspondiéndole con una sonrisa mientras colgaba mi abrigo en mi brazo―. ¿Cómo estás hoy?
―Muy bien, Eliza. ¿Y tú? ― preguntó con un tono de genuina preocupación―. Ayer me quedé preocupada por cómo te fuiste.
―No te preocupes, Hannita― respondí, intentando sonar despreocupada―. Solo fue un bajón de presión, nada serio. ¿Alguna novedad importante esta mañana?
―Sí, Patrick me pidió que le avise cuando llegues. Me dijo que tienen que trabajar juntos en un proyecto nuevo o algo así― comentó con una sonrisa cómplice.
―Gracias, Hannita. ¡Nos vemos en el almuerzo! ― le guiñé un ojo, tratando de contagiarme de su entusiasmo.
Me dirigí a mi oficina, sintiendo que empezaba un día prometedor. Dejé mi bolso en el sofá, colgué el abrigo en mi silla, encendí la computadora y respiré hondo, enfocándome en la lista de tareas. Unos minutos después, Patrick hizo su entrada con un montón de carpetas y esa energía contagiosa que siempre traía consigo.
― ¡Buenos días, pequeña Eliza! ― saludó, dejando las carpetas sobre mi escritorio mientras me dedicaba una sonrisa amplia―. ¿Lista para empezar?
―Más que lista. Vamos, cuéntame, ¿qué me tienes preparado hoy? ― respondí, entusiasmada, mientras organizaba los papeles.
Patrick abrió la primera carpeta y comenzó a hablar sobre los nuevos proyectos con la emoción de alguien que vive su trabajo. Entre planos, ideas y bocetos, empezamos a trazar el concepto de diseño para un complejo residencial que debía destacar por su estética moderna y ecológica. Trabajar con Patrick siempre era un placer; su energía y creatividad hacían que el tiempo volara.
En medio de la charla, solté una risa ante uno de sus comentarios, y él sonrió, notando mi entusiasmo.
― ¿Ves? ― dijo, guiñándome un ojo―. Sabía que esto te iba a gustar.
Sonreí ante la desfachatez de Patrick mientras él aprovechaba el momento para apartar un mechón de pelo de mi rostro, acomodándolo tras mi oreja en un gesto natural y cercano. Pero en ese preciso instante, un ruido en la puerta nos hizo dar un sobresalto.
Jonathan.
Allí estaba, parado en la entrada de mi oficina, irradiando una presencia abrumadora que parecía incluso mayor que la del día anterior. Su porte imponente y esa mirada fría y calculadora traían de vuelta recuerdos de años atrás, cuando su simple presencia podía desestabilizarme.
Patrick se apartó de inmediato, y yo intenté respirar hondo, preparándome para lo que seguramente sería otro de sus comentarios que dejaban el aire cargado de tensión.
―Buenos días, señor Kingston― saludó Patrick, con su característico optimismo, aunque su tono reflejaba una cierta incomodidad.
―Buenos días —respondió Jonathan con frialdad, sin apartar sus ojos de mí, como si pudiera traspasarme con la intensidad de su mirada.
Intenté recobrar la compostura. Me obligué a mirarlo directamente, manteniendo mi voz lo más firme posible.
― ¿Necesita algo? ― logré preguntar finalmente―. Patrick y yo estamos en medio de un proyecto importante.
― ¿Es eso así? —respondió, dando dos pasos calculados hacia el interior de mi oficina. Su presencia comenzó a invadir el espacio que hasta hacía un momento se sentía tan cómodo―. Porque, desde donde yo estaba, lo que vi fue más parecido a una… escena íntima.
Sus palabras cayeron como una piedra en mi estómago, y la tensión en mi voz fue inevitable.
― ¿Qué? ― solté, sintiendo una mezcla de desconcierto y rabia. ¿De qué estaba hablando? No había nada de inapropiado en lo que había pasado y si así lo fuera no era su maldito problema.
Jonathan no se inmutó, y dirigió su siguiente comentario a Patrick, que lucía tan perplejo como yo.
―No creo que sea necesario recordarle que la empresa tiene políticas claras de no confraternización entre empleados, ¿verdad, señor Allister? ― Jonathan habló con una calma gélida, como si en lugar de regañar a un colega, estuviera recordando una norma obvia.
Patrick asintió de inmediato, buscando mantenerse en control ante la intimidante presencia de nuestro jefe.
―Por supuesto que no, señor Kingston― contestó, esforzándose en sonar profesional y sereno, aunque podía notarse la tensión en su voz.
Jonathan observó a Patrick por un breve segundo y luego volvió a clavar sus ojos en mí.
―Perfecto, entonces. Lo espero en mi oficina por la tarde― agregó, sin un atisbo de amabilidad―. Tenemos que discutir el nuevo proyecto que acaba de entrar.
Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y salió de la oficina, dejando tras de sí un ambiente cargado de incomodidad, el silencio se hizo palpable, y ambos permanecimos quietos por un instante, asimilando lo que acababa de suceder.
Patrick soltó una risa nerviosa, intentando romper la tensión.
― ¿Qué demonios fue eso? ― murmuré, todavía confundida y un poco irritada―. ¿De verdad creyó que…?
―Parece que el señor Kingston no conoce la palabra "confianza"― comentó Patrick, en un tono bajo, antes de dirigirme una mirada preocupada―. ¿Está bien?
Asentí, aun intentando ordenar mis pensamientos.
Jonathan había invadido mi espacio sin razón, y ahora pretendía supervisar cada uno de mis movimientos, pero estaba loco si pensaba que iba a controlarme de alguna manera.
El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos, y para mi suerte, no volví a cruzarme con Jonathan en la oficina. Sin embargo, justo cuando estaba por salir, lo vi de reojo en el estacionamiento, a lo lejos, subiendo a su auto con la misma arrogancia que tenía siempre desde que llegó.
Me giré de inmediato, evitando mirarlo por más tiempo del necesario, y me dirigí a mi coche.
De camino a casa, decidí pasar por la tienda a comprar una buena botella de vino y algunas provisiones. Emily, mi amiga de toda la vida, vendría a cenar esta noche, y después de las últimas veinticuatro horas, necesitaba una noche de chicas casi más que respirar.
Cuando llegué a casa, me di una ducha rápida, me cambié a algo cómodo, y me puse a preparar la cena con la calma que tanto necesitaba. Cocinar siempre había sido mi forma de liberar el estrés, y esta noche no era la excepción.
Incluso preparé un postre especial, algo que sabía que ambas disfrutaríamos.
Cerca de las nueve, el timbre sonó, y cuando abrí la puerta, vi a Emily sonriéndome con una bolsa llena de botellas de vino.
―Sonabas como que íbamos a necesitar refuerzos― dijo, soltando una risa mientras dejaba las botellas sobre la mesa y me abrazaba. Me permití soltar una risa también, aunque en el fondo sentía un nudo en el estómago.
―No tienes idea― murmuré, tratando de que no se notara la inquietud que Jonathan me había dejado.
Serví la comida, y mientras nos sentábamos a la mesa, no pasó mucho tiempo hasta que surgió el inevitable tema del regreso de Jonathan y para mi sorpresa, fue ella quien sacó lo saco primero.
Me miró con esa mezcla de preocupación y curiosidad que solo una amiga de toda la vida podía tener.
― ¿Sabes que el idiota volvió? ― preguntó, con un tono de disgusto tan sincero que me hizo soltar una risa amarga. Ella era la única persona que conocía cada detalle de lo que había pasado entre nosotros, de lo cruel que había sido conmigo.
―Sí, ¿cómo lo sabes tú? ― le pregunté, desconcertada, ya que yo no le había contado nada específico.
― ¿Recuerdas que te dije que ayer tenía una sesión de fotos con una pareja comprometida? ― asentí, curiosa por saber más―. Pues era él. Llegó con ese aire de grandeza más exagerado que nunca, y con una mujer tan insoportable que casi podría competir con mi compañera de trabajo, y eso ya es decir mucho.
Solté una risa amarga y asentí.
―Ella es perfecta― suspiré―. Pero no solo me he enterado de que volvió, sino que lo hice en la empresa. Porque resulta que... es mi nuevo jefe.
Emily abrió los ojos como platos y casi derrama su copa de vino.
― ¿¡Qué!? ― exclamó―. ¿Cómo que es tu jefe?
―Resulta que su empresa compró por completo la compañía donde trabajo― expliqué, pasándome una mano por el cabello, frustrada―. Así que ahora no solo es el dueño, sino que además es mi jefe directo.
Emily negó con la cabeza, horrorizada.
―Eso es… ¡una pesadilla! ¿Y entonces qué harás? ― preguntó, como si intentara ayudarme a encontrar una salida.
―Nada― le dije, firme―. No voy a renunciar a mi trabajo por él. Ya dejé que arruinara mi vida una vez, hace cinco años. No dejaré que lo haga otra vez. Jonathan se fue, hizo su vida, y yo hice la mía. Nada va a cambiar solo porque haya vuelto.
Emily me miró, su expresión llena de solidaridad y de preocupación, y por un momento, el peso de todo lo que sentía se me vino encima. Había intentado aparentar que estaba bien, que la presencia de Jonathan no me afectaba, pero, en el fondo, me sentía atrapada.
Emily tomó mi mano, dándome un apretón reconfortante.
―Sé que eres fuerte, Eliza, y sé que puedes manejarlo. Pero recuerda que no tienes que pasar por esto sola. Estoy aquí, ¿ok?
Sonreí, agradecida, y me sentí un poco más aliviada. Tener a Emily a mi lado era un recordatorio de que no estaba sola en esta batalla.
―Lo sé, gracias― le dije, sintiéndome verdaderamente agradecida por su apoyo.
Emily me miró con una sonrisa traviesa, como si estuviera tramando algo.
― ¿Sabes lo que necesitas? ― preguntó, inclinándose hacia mí con entusiasmo.
― ¿Qué? ― respondí, intrigada por la intensidad en sus ojos.
―Salir, tener citas― dijo, con una naturalidad que me descolocó―. En serio, Eliza. No has salido con nadie de verdad desde… ya sabes. Es hora de avanzar, de dejar definitivamente a ese idiota atrás y ver qué más hay por ahí para ti.
Me quedé en silencio, pensativa.
No podía negar que tenía razón, después de lo que pasó con Jonathan, cada intento de cita había sido fugaz, una cena aquí, un café allá, pero nada que realmente me importara. Me había enfocado en mi carrera, y no me arrepentía de ello; ser la mejor en mi trabajo era algo que me llenaba de orgullo, pero, al escucharla, sentí que quizás había llegado el momento de intentar algo distinto.
Había logrado lo que me había propuesto en mi vida profesional… ¿por qué no intentarlo ahora en mi vida personal?
― ¿Entonces? ― Emily arqueó una ceja, divertida, como si pudiera ver la batalla interna que libraba en mi mente.
Suspiré y luego sonreí, sintiendo una chispa de emoción y determinación que no había sentido en mucho tiempo.
―Creo que tienes razón― dije, con una confianza renovada y una sonrisa que incluso a mí me sorprendió.
Emily dio un pequeño aplauso, como si ya estuviera planeando mi nueva vida amorosa.
― ¡Por fin! Bueno, lo primero que haremos es renovar tu perfil en esa aplicación de citas. Te daré algunos consejos y el empujón que necesitas para que por fin te animes a darle una oportunidad a alguien.
― ¿Aplicación de citas? ― reí, divertida y sorprendida―. No sé si estoy lista para algo tan… público.
― ¡Claro que lo estás! ― insistió Emily―. Mira, es más seguro y mucho menos incómodo de lo que parece. Solo una oportunidad para conocer gente, reírte un rato, y ver si hay alguien interesante ahí fuera. Además, tú decides cuándo y cómo llevarlo.
―Está bien, pero nada de fotos demasiado obvias― advertí, medio en broma―. Esto será un experimento, no una exposición.
Emily sonrió, satisfecha, y levantó su copa.
― ¡Por Eliza, su libertad y sus nuevas aventuras románticas!
Chocamos nuestras copas, y aunque al principio dudé, a medida que la noche avanzaba, la idea de abrirme a nuevas experiencias dejó de parecerme tan descabellada.
Tenía veintitrés años, si no vivía ahora ¿Cuándo lo haría?