Eliza
Nunca había sido parte de algo tan tortuoso como la cena que estaba presenciando. La única razón por la que no me levantaba y me iba era porque Lewis, con una emoción infantil, había insistido en que cenáramos todos juntos, porque, tenía un anuncio importante que hacer y quería que todos estuviéramos aquí.
Desde el primer saludo, me quedó claro que este hombre, el Jonathan que conocí años atrás, se había convertido en alguien que ya no reconocía en lo absoluto. Y su prometida, una talentosa diseñadora de modas en ascenso, parecía hecha a su medida, distinguida, elitista y para mi gusto, completamente insoportable.
Estábamos todos sentados en el comedor, degustando ya el postre que mi madre había preparado, que casualmente era el favorito de Lewis y Jonathan, desde siempre. La atmósfera alrededor de la mesa era amena y agradable, pero, dentro mío todo se sentía cargado, pesado, como si estuviera en una obra de teatro y no tuviera el mínimo interés de actuar.
Me comporte, por mi hermano y mis padres.
―Esto está delicioso, Sara― dijo Jonathan, con una sonrisa que mi madre respondió con una mirada afectuosa―. He soñado todos estos años con este postre, y créeme, no he probado nada igual.
―Gracias, hijo― respondió ella con una calidez que casi me hacía estremecer. Si supiera―. Nos alegra mucho tenerte de nuevo en casa.
A mí, desde luego, no me alegraba nada.
A duras penas podía soportar su presencia en la misma habitación. Traté de ignorarlo, de no pensar en él, de convencerme de que su existencia era tan irrelevante como una sombra en la pared, me esforcé en dirigir mi atención hacia otros, riendo un poco más de lo normal con Carol y comentando trivialidades con papá, pero, aun así, sentía el peso de su mirada sobre mí.
En algunos momentos, cuando pensaba que nadie lo veía, Jonathan lanzaba una fugaz mirada en mi dirección y cada vez que lo hacía, un antiguo y amargo sentimiento se revolvía en mi pecho.
―Eliza, ¿verdad? ― interrumpió Natalie, su prometida, llamando mi atención. Giré hacia ella con una mezcla de sorpresa y curiosidad―. Jonathan me ha hablado mucho de ti.
¿De mí? La ironía de sus palabras hizo que un toque de sarcasmo se asomara en mi voz.
― ¿En serio? —pregunté, sin siquiera mirarlo―. No creo que haya dicho mucho entonces.
Ella me sonrió, sin detectar el filo en mi tono, y acarició con dulzura el brazo de Jonathan, como si fuera una figura perfecta en su vida ideal.
―Por supuesto que sí― insistió, con la misma sonrisa―. Me ha contado que te conoce de toda la vida, igual que a Lewis.
―Oh, claro― respondí, entremezclando mis palabras con una risa amarga―. Aunque su vínculo siempre fue con mi hermano, no conmigo. Yo solo era la hermanita menor, la niña mimada de la casa. ¿No es así, Jonathan?
Fue la primera vez en toda la noche que lo miré directamente.
Él permaneció en silencio, pero noté cómo sus músculos faciales se tensaban, especialmente su mandíbula. Mi comentario resonaba con las mismas palabras con las que me había descartado años atrás.
―Claro, entiendo― respondió Natalie, bebiendo de su copa de vino con elegancia―. Pero ahora tendrán la oportunidad de verse más seguido, ya que tú trabajas en el estudio de arquitectura que Jon ha comprado.
"Jon" pienso.
¿Qué clase de mujer lo llama Jon? En mi mente, él era Jonathan, porque su nombre emanaba la misma presencia y autoridad que él tenia. Pero incluso eso, ahora, parecía como si nunca hubiera sido autentico.
―No sabía eso, Jonathan― dijo Lewis, visiblemente sorprendido―. Bueno, si es así, tienes suerte de tener a lizi en tu equipo, porque ella es sencillamente la mejor.
Sentí el calor de la aprobación de Lewis y le sonreí, agradecida por su apoyo. Sin embargo, cuando miré de nuevo a Jonathan, su expresión se mantenía impasible, con una calma calculada.
―Ya lo creo que sí― murmuró, desviando su atención de inmediato hacia otra conversación, como si yo no fuera más que un simple detalle en el fondo de su mundo ordenado.
Me quedé mirando mi plato, intentando no dejar que la humillación se filtrara en mi rostro. Este hombre, el mismo que años atrás fue mi primer amor y mi desilusión más dolorosa, se había convertido en alguien a quien apenas reconocía.
Cuando trajeron el café, noté que lo acompañaban con copas de champagne en lugar de las tazas habituales. Estábamos todos en el jardín interno de la casa, ahora transformado en un rincón mágico: las luces cálidas colgaban en guirnaldas sobre nuestras cabezas, iluminando las flores que adornaban cada rincón.
Las sombras suaves danzaban sobre los rostros de mis padres, de los padres de Carol y del propio Lewis, cuyo nerviosismo no pasaba desapercibido para nadie.
―Bueno… familia, amigos― comenzó mí hermano, lanzando una mirada cómplice a Carol antes de dirigirse a todos nosotros con una leve sonrisa de ansiedad―. Con Carol hemos decidido dar un paso más en nuestra relación, y le he pedido que se case conmigo.
Un jadeo suave escapó de los labios de mi madre, quien se llevó las manos a la boca con una mezcla de sorpresa y emoción.
―Oh, por Dios… Lewis, Carol― dijo, mirándolos alternativamente, como si necesitara confirmar que aquello no era una broma―. ¿Es en serio?
Lewis soltó una risa nerviosa y burlona, como si intentara aliviar la tensión en su propio pecho.
―Claro que sí, mamá. No haríamos todo esto si fuera una broma― respondió, y en ese instante sacó de su bolsillo un pequeño estuche, abriéndolo para revelar un anillo de diamantes cuya piedra centelleó bajo las luces del jardín. Todos conteníamos la respiración mientras Lewis se giraba hacia Carol y, con ternura, deslizaba el anillo en su dedo.
Los aplausos rompieron la quietud, y en un instante todos estábamos abrazándolos, rodeándolos de sonrisas y palabras de felicidad. Mi madre, ya con lágrimas en los ojos, fue la primera en estrecharlos, seguida por mi padre y los padres de Carol, quienes también parecían profundamente conmovidos. Sus expresiones reflejaban algo más que alegría: se veía la satisfacción de ver a sus hijos tomar un paso hacia su propio futuro.
Cuando llegó mi turno, abracé a Lewis con fuerza, consciente de lo importante que era este momento para él.
―Felicitaciones, hermanito― le susurré, sintiendo la calidez de su abrazo antes de girarme hacia Carol y rodearla en un abrazo igual de sincero―. Estoy muy feliz por ustedes.
―Gracias, lizi― dijo Lewis, abrazándome una vez más con un brillo de gratitud en sus ojos.
Carol, sonriendo con lágrimas de felicidad aún frescas en sus mejillas, se apartó un poco y me tomó las manos con ternura.
―Quiero que seas mi dama de honor― me pidió, y al ver la sinceridad en sus ojos, mi corazón dio un vuelco.
― ¡Claro que sí! ― respondí, asintiendo sin poder contener mi propia alegría―. Sería un honor para mí, Carol.
Nos abrazamos nuevamente, y en ese momento, mientras el champagne fluía y las risas llenaban el jardín, me sentí genuinamente feliz, como si cada preocupación o tensión del día que había tenido, hubiera desaparecido, al menos por ahora. El compromiso de Lewis y Carol era un recordatorio de que, a pesar de los altibajos, aún había motivos para celebrar el amor y la unión familiar.
El momento era perfecto: lleno de amor, promesas y futuros compartidos bajo las luces suaves que seguían brillando en el jardín.
Poco después, cuando los padres de Carol se habían despedido y mis padres también se retiraban a descansar, supe que era el momento adecuado para marcharme. La noche había sido agotadora, una mezcla de emociones y sorpresas que me habían pasado factura. Necesitaba regresar a casa, donde pudiera sumergirme en el silencio y, si era posible, dormir hasta borrar cualquier rastro del comienzo de este día.
Mientras todos se ocupaban en sus propias despedidas, me acerqué a la cocina, donde mi madre me había dejado un recipiente con un poco de postre y pastel. Era tan propio de ella, sabía cuánto me encantaban los dulces, y en cada pequeña cosa siempre había algo de su cariño. Sostuve el recipiente en mis manos como si fuera un ancla, un recordatorio de algo sólido y confiable.
Con todo listo para irme, caminé de regreso hacia la puerta de entrada, cuando, de pronto, Jonathan emergió desde las sombras de la sala, cruzándose en mi camino. Su presencia era ineludible, su perfume llenando el aire entre nosotros como un recordatorio insistente de lo que había sido y lo que nunca sería.
Intenté ignorarlo, mis ojos fijos en la puerta, decidida a no cederle un segundo más de mi atención. Pero él se movió rápidamente, bloqueando mi salida antes de que lograra escapar.
―Eliza― pronunció mi nombre con una suavidad que me estremeció, como si el simple hecho de decirlo le otorgara el derecho de hacerlo después de tanto tiempo―. ¿Por qué sigues huyendo de mí? ― murmuró, y su voz era tan cercana que el tono me traspasó como una descarga.
―No estoy huyendo de ti― contesté, tratando de sonar neutral, mientras retrocedía un paso―. No tengo motivos para hacerlo.
―Lo hiciste hoy por la mañana, lo estás haciendo ahora.
Sus palabras me irritaron, llenándome de una mezcla de dolor y furia contenida. ¿Tan fácil era para él asumir que aún tenía algún poder sobre mí?
―No te creas tan importante, Jonathan― respondí, mis ojos fijos en los suyos, tratando de hacerle entender cuánto había cambiado todo―. Simplemente estoy cansada y quiero irme a mi casa. Me despedí de todos; no es como si eso calificara como huir. Y sobre esta mañana… ― negué con la cabeza, recordando lo que había sentido al verlo después de tanto tiempo―. La impresión de verte después de… después de cinco años fue, digamos, un tanto abrumadora.
Él guardó silencio por un segundo, como si mis palabras realmente lo hubieran afectado, pero entonces dio un paso hacia adelante, cerrando la distancia que había logrado establecer entre nosotros.
― ¿Podemos hablar? ― preguntó, y había algo casi vulnerable en su voz, casi. Pero no me engañaría de nuevo con sus falsos modales.
Di otro paso atrás, manteniendo mi postura firme.
―No, Jonathan. No tenemos nada de qué hablar― dije sin titubear, mi tono helado―. No eres mi amigo, eres el de Lewis, y en el trabajo, eres mi jefe. Lo acepto y respeto eso. Pero fuera de ahí… ― hice una pausa, tomando aire―, fuera de ahí no hay absolutamente nada que tengamos que discutir. No sé qué es lo que buscas de mí, pero te lo digo claramente, mantente alejado.
Él pronunció mi nombre una vez más, como si al hacerlo pudiera desarmar mi resistencia.
―Eliza…
No le di tiempo para insistir. Señalé hacia el jardín, donde sabía que su prometida seguía esperándolo.
―Vuelve con tu novia, Jonathan― dije, mi voz impregnada de una calma forzada―. Y hazme el favor de convertirme en invisible de nuevo. Has hecho un excelente trabajo ignorándome los últimos cinco años, no veo razón para cambiar ahora.
Sin esperar su respuesta, pasé por su lado y abrí la puerta, escapando de su presencia con toda la dignidad que pude reunir. Mi corazón latía con fuerza cuando finalmente me subí al auto, sintiendo el impulso urgente de huir, de poner kilómetros de distancia entre él y yo, entre sus ojos, su perfume y esos recuerdos que tanto tiempo había tardado en enterrar.
Conduje rápido, casi sin mirar el camino, buscando solo llegar a la paz de mi departamento, un lugar que aún estaba intacto de él y sus fantasmas.
La sensación de seguridad finalmente volvió al estar en mi piso, lejos de su mirada inquisitiva y del torbellino de emociones que me provocaba. A salvo, por fin.
Cerré la puerta tras de mí, dejando fuera todo el peso del día. La oscuridad y el silencio de mi apartamento me recibieron como una manta fría, pero familiar, fui a la cocina y guardé el recipiente en la heladera con movimientos lentos, sintiendo cómo la tensión de la noche se aferraba a mis músculos.
No necesitaba dulces ahora, solo necesitaba apagar la cabeza y dormir.
Me dirigí al baño, quitándome cada prenda con una sensación de alivio, como si desprendiera capas de una piel que ya no me pertenecía. Me desmaquillé con movimientos automáticos, borrando los rastros de la máscara que había llevado puesta toda la noche, una máscara de indiferencia y control, finalmente, me metí bajo el chorro de agua caliente, dejando que el calor se llevara poco a poco la rigidez de mis hombros y el peso de su mirada, que aún sentía como un eco sobre mi piel.
Mientras el vapor llenaba el baño, apoyé la frente contra la pared, cerrando los ojos. Mis pensamientos se aferraban a cada palabra que él había pronunciado, cada mirada furtiva, cada silencio incómodo. ¿Por qué seguía teniendo ese efecto sobre mí? ¿Cómo podía un solo encuentro desatar tanto dolor oculto? El agua caliente corría sobre mí piel, y me quedé así unos minutos más, como si el calor pudiera limpiar también las cicatrices que había vuelto a abrir esa noche.
Cuando finalmente terminé, me sequé despacio, sintiendo el cansancio como un peso inmenso sobre mis hombros. Me puse mi pijama y caminé hasta mi habitación, mis pasos apenas audibles en la quietud de mi apartamento, me sumergí entre las sábanas frías, y suspiré, esperando que el agotamiento fuera suficiente para empujarme al sueño y, con suerte, que este día terminara siendo solo un mal recuerdo.
Quería despertar al día siguiente y encontrar que nada había cambiado, que la seguridad que había construido a lo largo de los años seguía intacta.
Suspiré, cerrando los ojos con la esperanza de tener esa suerte. Poco a poco, el cansancio se fue apoderando de mí, envolviéndome en una neblina densa y oscura que, por fin, me arrastró lejos del día, lejos de Jonathan, de su voz y de las emociones que me habían invadido como un viento huracanado.