Jonathan Dejo caer la última carpeta de documentos sobre la mesa y me quito los anteojos, masajeándome el puente de la nariz. Mis ojos arden de tanto forzarlos y la mente me pesa por las horas que he pasado aquí, enterrado en papeles y sumergido en un mar de trabajo que parece no tener fin. Han sido cinco horas seguidas, dedicadas a cualquier cosa que pueda mantener mi cabeza ocupada y mis pensamientos lejos de ella. Cierro los ojos, buscando unos segundos de descanso, pero al instante, la veo. Esa mirada azul claro, esa intensidad que me esfuerzo por mantener lejos de mi mente, invade mis pensamientos como un huracán que se niega a disiparse. Es imposible. Ella siempre vuelve, irrumpiendo con la misma fuerza implacable desde hace cinco días, desde que la vi por primera vez en años, revi