Eliza
Mis ojos se abrieron con la sensación del amanecer filtrándose en la habitación, llenando el espacio de una luz suave y dorada, volví a cerrar los ojos, la lluvia había quedado atrás. Y, por un instante, me quede inmóvil, envuelta en el calor de las sabanas, reviviendo todo lo que había pasado la noche anterior, sintiendo como mi corazón latía más rápido solo recordándolo.
Suspire, pensado en él.
Jonathan.
Finalmente había tenido mi primera vez, con el hombre que había amado en secreto desde que tenía quince años, y aunque la idea aun me parecía casi increíble, la evidencia de todo lo que había pasado estaba en mi piel y en el aroma de su perfume que aun sentía en el cuerpo.
Extendí mi mano hacia el lado opuesto de la cama, pero estaba vacía y fría, abrí los ojos de golpe, cayendo en la realidad de que quizás, se había ido hacía mucho tiempo, y eso me provoco una punzada de tristeza, atravesándome el pecho.
Pero, no iba a dejar que eso me afectara, no quería, ni iba a arruinar el recuerdo de lo que había sido la noche más hermosa y perfecta de mi vida.
Me levante, dejando que esa mezcla de alegría y melancolía me acompañara mientras iba al baño y prendía la ducha. Me lave los dientes con una estúpida sonrisa en el rostro, había pasado tanto tiempo esperando, deseando este momento, y aunque se había ido sin despedirse, nada podía cambiar lo que sentía por él. Porque anoche, Jonathan, finalmente, había dejado de verme como la hermana de su mejor amigo, y me había mirado y tratado como una mujer.
Dejé de divagar y me sumergí bajo el agua caliente, permitiendo que el calor calmara cada músculo aún sensible, recordatorio exquisito del placer que su cuerpo había dejado en el mío. Cerré los ojos, dejando que los recuerdos me envolvieran, la forma en que su piel se fundía con la mía, como me llenaba de manera tan completa, tan profunda, que cada parte de mi ser temblaba de solo pensarlo.
Su cuerpo encajaba perfectamente con el mío, como si hubiéramos sido hechos para ese momento, y una oleada de estremecimiento me recorrió al recordar su contacto, aún palpable en cada rincón de mi piel.
Cerré la ducha y me sequé, fui hasta el vestidor, me puse ropa interior, un vestido, y trencé mi cabello. Después de ordenar la cama, deje la habitación para irme a preparar el desayuno, moría de hambre.
Bajé las escaleras despacio, mis pasos resonando suavemente en el silencio de la mañana. Al llegar a la sala, me detuve, y mis ojos recorrieron el espacio con una mezcla de nostalgia y desilusión. Todo estaba perfectamente acomodado, sin un solo rastro de lo que había sucedido allí la noche anterior.
Los cojines en el sofá estaban en su lugar, y la manta doblada cuidadosamente sobre el respaldo, ese lugar, en donde apenas unas horas atrás habíamos compartido secretos y caricias, estaba impecable, como si aquel momento solo hubiera existido en mi mente.
Sacudí la cabeza, no solo intentando alejar aquella sensación de vacío que me invadía el pecho, sino también, lo infantil que me estaba comportando. Era lógico que iba a acomodar todo, porque nadie podía enterarse aún de lo que había pasado entre nosotros.
Sobre todo, Lewis.
Fui directo a la cocina, donde el olor a café fresco me envolvió al entrar. Allí, junto a la cafetera estaba mi hermano, sirviéndose una taza humeante, con los ojos visiblemente cansado después de una larga guardia en el hospital. Alzo la vista ni bien entre, y me sonrió de manera cálida y protectora.
―Buenos días, lizi― dijo Lewis, extendiéndome una taza de café―. ¿Cómo has pasado la noche sola con semejante tormenta?
Le devolví la sonrisa mientras tomaba la taza de y me sentaba en la mesa, mi corazón latía un poco más de lo normal al recordar cómo realmente había pasado la noche, pero, él, no podía saber eso. Intenté sonreír con naturalidad mientras me encogía de hombros, tratando de disimular el rubor que inevitablemente sentía en mis mejillas.
―Oh bien. Ya sabes, solo fue un poco de tormenta― respondí, intentando sonar casual―. Has llegado temprano, pensé que tu guardia duraba hasta el mediodía.
―Sí, pero ayer me fui unas horas antes para cubrir a un compañero ¿recuerdas? ― asentí mientras bebía un sorbo de mi café―. Asiqué, hoy el cubrió sus horas y yo pude irme más temprano.
―Eso suena bien― Lewis me miró fijamente por más tiempo del normal, como si estuviera buscando algo en mi rostro, luego de unos segundos negó con la cabeza. Se sentó frente a mí con un suspiro cansado, tomando un sorbo de su café, mientras sus ojos se cerraban por el agotamiento que evidentemente tenía.
― ¿Estas bien? ― me pregunto, con esa mirada escudriñadora de nuevo―. Estas…diferente esta mañana.
Mi corazón se detuvo, y el pánico me invadió. ¿Cómo que diferente?
Respire hondo de manera interna, él no sabía nada, y no tenía forma de saberlo. Solo era yo, haciendo trabajar a mi cabeza.
―Estoy perfectamente, Lewis― le dije sonriendo y tocando mis mejillas―. Y si me ves diferente es porque he dormido profundamente a diferencia de ti, como por doce horas.
Nunca había mentido tanto en mi vida, como en estos escasos segundos.
―Bueno, me alegra que hayas podido descansar, a diferencia de mi― respondió, estirándose un poco―. Por cierto, esta noche invite a algunos amigos para una pequeña reunión. Te aviso por si quieres unirte o… si prefieres estar fuera en casa de Emily.
Asentí, sintiendo una ligera punzada de ansiedad en el estómago al pensar en volver a ver a Jonathan. No de la manera que esperaba, rodeada de sus amigos, pero, la idea de cruzarme con él, después de lo que habíamos compartido la noche anterior, me provocaba escalofríos de emoción.
―Gracias por avisar, Lewis― respondí, mientras bebía un poco de café―. Luego veré que hago y te aviso.
Mi hermano, ajeno a mis pensamientos, me sonrió y me dio un pequeño golpe en el hombro.
―De acuerdo, Lizi. Ahora iré a descansar un rato, estoy agotado― murmuro, estirándose y bostezando―. La guardia fue una locura y necesito dormir, pero, no me quería ir sin darte los buenos días. Nos vemos en la tarde, ¿sí?
Asentí, observando como desaparecía de la cocina, dejándome sola, con el eco de sus palabras resonando en mi mente.
Una reunión esta noche.
Él, vendría.
A medida que avanzaba el día, intente mil maneras de distraerme en casa, aun cuando los recuerdos de la noche anterior me acompañaban en cada rincón. Jonathan estaba ocupando mis pensamientos de forma constante y aunque él, no tenía mi numero para llamarme, me aferraba a la esperanza de que también estuviera pensado en mí.
Cerca del mediodía, Emily mi mejor amiga de toda la vida, vino a pasar el día conmigo. Nos acomodamos en la mesa del jardín, que estaba cerca de piscina, y almorzamos allí, contándonos las novedades de los últimos días, ya que ella había llegado ayer de vacaciones.
Charlamos y reímos, mientras yo, intentaba disimular la emoción y el nerviosismo que sentía por dentro. Ella era mi confidente en todo, pero, no sabía si contarle aun lo que había pasado anoche. Sin embargo, Emily era jodidamente receptiva y me miró con curiosidad.
―Estas, rara Lizi― me dijo―. Vamos, cuéntame ¿qué paso? Porque estoy segura que algo ha pasado en mi ausencia.
Me mordí el labio inferior, titubeando antes de responder, dudando hasta que las palabras salieron solas.
―Anoche, Jonathan y yo…― susurre, dejando que el resto de la frase se diluyera en el aire.
― ¿Qué Jonathan? ― preguntó sin entender.
―El amigo de mi hermano… mi Jonathan― dije, ruborizándome.
―Oh… ―susurró y me miró―. Tú y Jonathan. ¿Qué?
―Nos acostamos― Emily abrió grande los ojos, con sorpresa e incredulidad. Siempre había sabido de enamoramiento por él, pero también que él, nunca me había mirado de otra forma que no fuera como, la hermanita de su mejor amigo.
Hasta anoche.
―No…― la mire, asintiendo con una sonrisa que no me cabía en el rostro―. Pero ¿cómo? Oh por dios, lizi― dijo con emoción―. Cuéntamelo todo y con detalles.
Me abrazo y me pase la tarde con ella compartiendo los detalles de la noche que me había marcado y que sentía, me había cambiado la vida.
Cuando se fue, casi al atardecer, los nervios empezaron a hacer nido dentro mío, sintiendo como mi estómago se encogía, la emoción y la ansiedad se mezclaban, mientras me preguntaba cómo sería verlo de nuevo.
Cuando todos llegaron no bajé, decidí que darme en mi habitación porque, aunque conocía a varios, no eran mis amigos y no quería entrometerme. Sin embargo, estaba pensado en una excusa para tratar de encontrármelo, porque era obvio que no vendría a buscarme a mi habitación con la casa llena de sus amigos.
A medida que avanzaba la noche, podía escuchar el bullicio en la planta baja, decidí tomar coraje y salir de la habitación, para ir por un vaso de agua, el pasillo estaba iluminado suavemente y los murmullos de las conversaciones y risas se escuchaban por todos lados.
Cuando llegue a la sala, mi respiración se cortó y mi corazón empezó a retumbar casi queriéndoseme salir del pecho.
Jonathan estaba conversando con una chica en el sofá, ese mismo que anoche…
Cuando sus ojos dieron con los míos, inevitablemente sonreí.
―Hola, Eliza― me dijo, con una frialdad que no esperaba. Su tono algo distante e impersonal. Parpadeé, atónita por esa indiferencia, tratando de procesa la barrera que él, había levantado entre nosotros.
No era el reencuentro que había imaginado.
La chica a su lado seguía hablándole, ajena a la forma en que me miraba, y yo me negué a sobre pensar en aquello. Tal vez, él no quería levantar sospechas, lo que casi era entendible.
―Hola…. yo, solo iba por un vaso de agua― respondí, esforzándome por mantener la calma en mi voz.
Él asintió, sin más palabras, mientras su acompañante continuaba conversando como si yo, no existiera. Sin embargo, aunque parecía estar prestándole atención a lo que ella le decía, podía sentir sus ojos fijos en mí, mientras me alejaba a la cocina.
Tomé un vaso de agua, tratando de no pensar demasiado en lo que había pasado, confiando en que él, me daría una explicación más adelante. Al pasar por la sala, noté que no estaba allí, asiqué, subí de nuevo a mi habitación, sin embargo, al llegar al pasillo de la planta alta, me detuve en seco al escuchar su voz.
Sonaba despreocupado, casual, como su estuviera hablando de algo sin la menor trascendencia. La risa ligera y la respuesta de una chica, me hizo dar cuenta que era la misma que estaba en la sala con él. Sentí una punzada de inquietud en el pecho y me acerqué, incapaz de resistir la tentación de escuchar.
― ¿Eliza? ― dijo Jonathan, soltando una risa ligera―. Estas muy equivocada. Ella es solo la hermanita de mi mejor amigo, la niña mimada de la casa. No significa nada para mí, créeme. Es una adolescente, y yo…― hizo una pausa, como si buscaras las palabras correctas―. A mí me interesan las mujeres de verdad, mujeres maduras y plantadas en la vida.
Las palabras se hundieron en mi corazón como puñales.
En ese instante sentí que el aire se me escapaba, como si de repente no fuera capaz de poder respirar. La habitación a mi alrededor pareció desvanecerse, y era como si el suelo se hubiera abierto bajo mis pies, dejándome caer en un vacío oscuro y doloroso.
¿Solo una niña sin importancia? Las palabras resonaban en mi mente, cada una clavándose como una traición.
La incredulidad y el dolor hicieron que mis manos temblaran tanto, que, sin darme cuenta, el vaso que sostenía resbaló de mis dedos y se estrelló contra el suelo, haciéndose añicos. El sonido del cristal rompiéndose llamó la atención de los dos, pero por, sobre todo de Jonathan, quien se giró de inmediato con los ojos sorprendidos de verme ahí.
Aturdida, baje la vista hacia los trozos esparcidos en mis pies, me incline para recogerlos, con dedos temblorosos, y apenas fui capaz de sentir cuando un pedazo de vidrio se me clavó en la palma, dejándome una fina línea de sangre en la piel. La chica que estaba con Jonathan le susurro algo y paso por mi lado alejándose, él, por el contrario, dio un paso hacia mí.
Se agacho a mi lado.
―Déjame ayudarte, Eliza, estás sangrando― murmuró, con una mezcla de preocupación y culpa en su mirada. Pero, quizás lo estaba fingiendo, al parecer se le daba bien hacer aquello.
Alce la mano herida, deteniéndolo, mientras una oleada de dolor y rabia se atenazaba dentro mío.
―No me toques― dije con voz temblorosa, apartándome de él.
Jonathan se detuvo en seco, con el arrepentimiento y la incomodidad cruzando por su rostro, pero yo, ya no le creía nada. Había sabido fingir muy bien las emociones evidentemente.
La herida de mi mano era superficial, pero, el dolor que sentía en el pecho, en el lugar donde habían caído sus palabras, era devastador. Había compartido con él algo tan íntimo, algo que significaba el mundo para mí, y ahora, Jonathan hablaba como si no fuera más que una niña insignificante, un jodido error.
Dio un paso hacia mí, abrió la boca para decir quién sabe qué, pero, sus palabras se ahogaron en el silencio. Lo miré por última vez, percibiendo en sus ojos un destello de sorpresa y algo más, algo que no supe no quise saber que era.
Dio otro paso más, pero se detuvo, espere estúpidamente a que se disculpara, pero no lo hizo, simplemente se quedó allí, en silencio, dejando que sus palabras permanecieran en el aire, como si realmente no tuvieran ningún peso.
Con el corazón roto, giré sobre mis talones e ignorando el ardor en mi mano, corrí hacia mi habitación, con las lágrimas cayendo por mi rostro, huyendo de él y del desastre que había provocado.
Cada palabra que había escuchado, resonaban en mi mente como un eco interminable, volviéndose una carga pesada en mi pecho.
Cuando crucé la puerta, la cerré con seguro, apoyándome contra esta y deslizándome hacia el piso, mientras, las lágrimas no dejaban de salir como ríos caudalosos. Había deseado a Jonathan, lo había amado desde que era una adolescente, y en una sola noche, él, lo había destruido todo.
No podía dejar de recordar sus palabras, la forma en que había dicho que no significaba nada para él, que no era más que la hermanita de su mejor amigo. Era como si lo que habíamos compartido, aquello que había sido tan especial para mí, no hubiera sido más que un juego en su mundo de adultos.
El resto de la noche, me quedé encerrada en mi habitación, escuchando el eco de los murmullos y las risas de la fiesta en la plata baja, con el corazón hecho pedazos y llorando hasta que sentí que ya no había nada más para mí.
Hasta que ya no pude llorar más y me dejé ir.