—Oh querida, no debes frecuentar tanto al señor LeBlanc, sabes que tu padre puede molestarse.
Por cierto siempre es un gusto verlo.
Se preguntaba que pasaba entre ellos en ese momento, parecían estar sumergidos en una discusión.
—Lo mismo digo, luce radiante en el día de hoy—. Dijo Caden para distorsionar las cosas.
Eva se sonrojó, era una mujer de unos 40 años, Ivette era muy parecida a ella, tanto en lo físico con en eso de gustarle sentirse halagada.
Con un movimiento de cabeza, dio las gracia.
—Nosotras ya nos vamos, he terminado con lo que vine a hacer. De nuevo fue un gusto verlo.
Sostuvo a Ivette por el brazo, aún están arrimada a la pared. Caden seguía bloqueándole el paso.
Ivette dio una última mirada cargada de odio, le había dejado claro que no había marcha atrás, lo de su boda que era tan real como aquel beso del jardín.
Los sirvientes esperaban por ellas, volverían a casa de inmediato.
—¿Por qué no es de tu agrado? Es un joven muy agraciado físicamente.
Tenía razón, no es que sintiera asco por Caden, tampoco era el matrimonio, eran las cosas que implicaba estar casada, detrás de aquello era que estaban sus miedos.
—La belleza es fácil de amar, lo complicado es amar lo interior, ser atractivo no es sinónimo de buen hombre.
Su madre le dio una mirada compasiva, veía a la nila indefensa que tenía miedo a montar por temor a caerse, veía su pequeña Ivette, la que desde siempre dio las señales de que tendría una vida difícil.
—En la noche tendremos una conversación y hablaremos también de esto.
Ivette más o menos tenía idea de que iba aquella conversación, era la misma que la señora Clarence le había dado a Marie, aunque no sabía bien cuales eran los temas a tratar, podía imaginarse algo sobre su noche de bodas. Todas las madres hacían esto un día antes de la boda.
De nuevo volvieron al silencio total. Quería que el camino a casa se hiciera largo, que llegaran a la hora de dormir y ni siquiera tener aquella conversación con su madre, quería que la noche fuera eterna.
En menos de una hora ya estaban frente a la mansión Chadburn. Allí esperaban otros sirvientes para ayudar con las compras, habían unas extrañas cajas, tal vez había ido con la modista a reclamar viejos encargos. Tal vez eso usarían para la boda.
—Lo has hecho bien cariño, sabía que no me defraudarías—. Dijo Eva mientras le acariciaba la mejilla a Ivette.
Gregor estaba convencido de que en cualquier descuido Ivette escaparía o haría una tonteria que los haría quedar como bufones.
—Jamás haría nada que pueda perjudicarla, madre.
Después de un abrazo se dirigieron al interior de la casa.
Sophie estaba en sus clases de piano, la verdad es que era un desastre pero insistía en intentarlo, y nadie se molestaba en darle un consejo, tenía a todos en la casa padeciendo de los oídos, tocando teclas sin saber.
Al ver llegar a su madre e Ivette salió corriendo, con más razón cuando vio cajas, sabía que dentro encontraría cosas nuevas.
—Papá salió minutos después ustedes.
—Tal vez fue a cazar—. Dijo Ivette.
—No, no llevaba su ropa de cazar, parecía que iba a alguna reunión.
Dándole fin a la conversación Eva ordenó que subieran las cajas a sus aposentos, allí le mostraría a sus hijas.
—Vamos a arriba.
Fueron hasta la habitación, las cajas estaban por todo el piso.
—Mamá, Tienes claro que esto no es lo que imaginamos, ¿verdad? —. Sophie estaba tan decepcionada con Ivette, lo primero es que no se casaba por amor, y segundo no estaría al lado de su hermana en un día que se supone debía ser importante.
Bajó la cabeza por un segundo, su hija estaba en lo cierto. Había hecho aquellas compras para animarlas pero la verdad es que, ¿A quien quería engañar? Todo era un asco.
Las horas pasaban de prisa, parecía que el universo conspirara para que pasara al segundo nivel del infierno.
Luego de horas y horas de risas y contar historias de la infancia, Eva deseaba tener algo de privacidad con Ivette.
—Sophie cariño, quisiera hablar en privado con tu hermana.
Entendiendo aquello salió dejandolas solo a ellas, en ese momento no habian sirvientes, nada.
—Siento mucho que las cosas se hayan dado así. Esperaba no tener esta conversación ahora pero las cosas han pasado muy rapido.
Estaba dandole muchas vueltas al asunto, Ivette deseaba que procediera a hablar.
—Puedes hablar madre, hoy es mi ultima noche como señorita, mañana estaré casada, así que se directa—. Trataba de animar a su madre.
—Bien, ¿sabes como puede una mujer quedar en cinta?
—No. Le prohibiste a los sirvientes hablar de eso, ¿lo olvidas?
—Todo es mediante las relaciones sexuales, cuando estés en el lecho con tu esposo debes acostarte y dejar que sacie sus deseos carnales, no debes emitir ningún ruido, las buenas cristianas no hacen eso. Si lo haces podrías desagradar a tu esposo, tampoco te quites toda la ropa.
Qué horrible explicación, aquella conversación parecia más para incitarla a escapar que para casarse.
—No creo que sea capaz de permitir que me hagan todo eso, lo que describes es asqueroso, desagradable le queda pequeño.
Su madre acarició su brazo.
—Caden es un hombre bastante atractivo, aparte de que su higiene es indiscutible, creo que te podría gustar que te haga el amor.
Eva se pasó una mano por la frente, había tratado de explicarle todo de una forma que sonará agradable.
—Lo siento Ivy, tu deber será complacer a tu esposo.
—Si me dieran a elegir tomar arsénico o de dejar que me haga el amor creo que sería muy feliz en mi tumba.
—Pero nadie te pondrá a elegir. Se que la descripción de las relaciones sexuales no fue muy linda que digamos pero te aseguro que luego será placentero.
Aunque en su cara no se notara Ivette estaba asqueada, aquella explicación de su madre le había atemorizado. Trataba de resignarse pero de solo imaginar que Caden le haría eso sentía miedo.
—¿Bajamos a cenar, madre?
—Vamos.
No era la última cena como familia, pero las demás que tendrían serían con su futuro esposo presente, ya no sería lo mismo.
Sophie estaba al lado de su padre, lo escuchaba con atención hablando de sus cazas, aveces solía exagerar pero ella no parecía notarlo.
Eva se sentó en el otro extremo de la mesa, quedando de frente con Gregor, Ivette la imitó sentándose a su lado.
Había una tensión inexplicable, nadie quería sacar el tema de la boda de Ivette pero también sabían que de un modo u otro llegarían a él.
—¿Hablaste con tu hija?
—Sí esposo, hablé con nuestra hija.
Hablaban como si no estuviese allí, estaban casi al punto de empezar una discusión.
Aquel gesto dio por terminada la cena, Sophie se las ingenió para dormir con Ivette.
—Si te sirve de algo papá es un interesado.
Las dos rieron, jamás volverían a tener esos momentos juntas, la vida de casada se lo impediría.
Toc.. toc... toc...
Alguien arrojaba piedrecillas a la ventana.
—Solo conozco a alguien que hace eso, Roger, bueno y también...
—¡Dawson!—. Ivette casi gritó.
—No estaré en el mismo lugar que ese hijo del demonio, pero tampoco me iré a ningún lado. Dile que se largue, lanzale un trozo de madera que hay en tu mesa, tal vez le fracturas el cráneo y lo matas.
—Tan delicada como una flor Sophie—. Dijo Dawson mientras terminaba de trepar hasta la ventana, había entrado sin más, estaba decidido a hablar con Ivette nuevamente.
Le lanzó una mirada asesina, lo odiaba de verdad.
—Tan intenso, manipulador, mentiroso, intruso y desagradable como siempre Dawson—. Tenia una sonrisa de oreja a oreja, fingida por supuesto.
—Siempre es un gusto verte.
—El gusto es tuyo, no te hagas el amistoso conmigo, creación de satanás.
—¡Basta! Pueden escucharnos—, Ivette se interpuso entre ellos— ¿Qué haces aquí Dawson? El peligro en el que me pones es horrible, vete.
—Se que te casarás, tu padre me advirtió que no me acercara a ti. Me dijo que te casarás con ese tal Caden, no sabes nada de él, no puedes casarte, él no merece tenerte.
—¿Acaso tu sí?—. Dijo Sophie interumpiendo.
—Tuve una confusión, ¿Me juzgarás toda la vida?
Sophie apartó a Ivette a un lado, quería ver a Dawson a la cara, ¿Habia dicho que tuvo una confusión?
—¿Una maldita confusión has dicho? Tu sí que no tienes vergüenza, por cierto, ¿Tu confusión es niño o niña? Ah perdón, tu hijo.
Recordó todo nuevamente.
—Debes irte, ahora soy alguien a quien no debes hablar—, Quería infringirle dolor con sus palabras.— Deseo este matrimonio, haz caso a mi padre y no te acerques a mí.
—Me voy solo porque estar aquí te podría causar problemas, pero jamás dejaré de buscarte. No importa que todos me odien, me equivoqué como toda persona.
—Nadie te preguntó—. Sophie lo empujaba suavemente hacia la ventana, Dawson cedió, no insistiría en ese momento, estar en la habitación de una señorita era una falta muy grave, mucho peor si habían dos.
***
La mañana estaba cálida, desde la ventana se podía apreciar lo magnífico que era el día, de solo verlo irradiaba paz, luz, alegría tal vez. Era imposible no guardar el recuerdo de la tranquilidad que desprendía.
—Hoy me convertiré en un adorno más de este país, ¿Por qué las mujeres solo tenemos derecho a casarnos y darle hijos a nuestro esposo? Debería ser diferente, poder estudiar como los hombres y ser libres—. Dijo Ivette mientras se frotaba los ojos.
Rossabel la escuchaba con atención mientras le ordenaba la ropa en unas maletas, solo se llevaría 3, puesto que eran muy pequeñas.
—Puede ser que algún día todo cambie, mientras tanto debemos regirnos por la ley, protestar no serviría de nada, al menos no en este siglo.
—¿Qué tienes ahí?
Extendió las manos hacía Ivette, le mostraba el vestido que usaría.
Era un vestido bastante hermoso en tela de seda de tafetán color marfíl, se lo había regalado su tía Jeanne, nunca lo había usado, era imposible imaginar que lo usaría en su boda.
Su madre estaba en el umbral de la puerta, insistía en ser ella quien ayudara su hija a vestirse.
—Levantate de esa cama, empezaremos a prepararte, recuerda que tu prometido quiere algo sencillo y rápido—, Decía mientras halaba las sábanas de Ivette— Rossabel te preparó un baño tibio para que te relajes, pareces mi abuela con esa cara de pocos amigos y ese pelo todo alborotado.
Sin otra opción se levantó de la cama, se desvistió y metió a la tina, quería quedarse allí sumergida. Rossabel le lavaba el pelo nuevamente y le hacia dos trenzas, trenzas que luego envolvió para que no se mojaran otra vez.
—Hemos terminado—. Pensaba en lo que había hecho el día anterior, que Eva estuviera ahí la limitaba a tocar a Ivette que no parecía darse cuenta, tal vez pensaba que era parte del baño. Se rió al pensarlo.
—Qué estés tan tranquila me da miedo.
Se volvió hacia su madre mientras se envolvía en una toalla y colocaba otra en su pelo.
—Yo seré infeliz, pero a ustedes debe dolerle más hacerme esto.
Eva se mantuvo en silencio no encontraba palabras para quitarle razón a su hija.
—Vamos a vestirte, esto debe ser rápido. Sophie se encerró y dice que no saldrá hasta que te vayas, le dolerá no tenerte aquí, se sentirá muy sola, ahora tampoco tiene a Roger y Marie.
Se había puesto la ropa interior, ahora Rossabel y su madre estaban luchando con la crinolina y el corset, lo apretaban como si estuvieran vistiendo a una muñeca.
Luego de hacer tanta fuerza se puso el vestido, estaba perfecta, aún sin peinado se veía hermosa, aquel color marfíl resaltaba el verde de sus ojos.
—Buscaré una herradura, ahora vuelvo.
La herradura iba cosida bajo las faldas del vestido, a un lado. Eran consideradas llamadas de buena suerte para el matrimonio.
—¿Eso es una araña?—. Rossabel se alejaba lentamente de Ivette, parecía tiene un fuerte temor por aquel arácnido.
Ivette no parecía entender y solo estaba dándose la vuelta y mirándose el espejo hasta que vio la pequeña araña pegada a su vestido, soltó un grito desgarrador con todo el peso de su garganta, la verdad era una exageración por aquella arañita que ni siquiera era inofensiva.
—¿Cariño que son esos gritos? Terminarás matándonos—. Eva regresó corriendo a la habitación, sostenía la herradura.
—Hay una araña en mi vestido—. Gritó a lo que se la quitaba con una almohada y luego la aplastó con un libro.
—¡Ivette, eso no!—. Gritó Eva.
—¿Qué?— Preguntó indignada, parece que se habían molestado porque mató la araña— Ustedes le temen, alguien debía matarla.
Su madre verificó que la araña estuviera muerta, pero Ivette la había hecho pedazos, era asqueroso.
—Encontrar una araña en tu vestido de novia es lo mejor que te puede pasar, al igual que la herradura las arañas dan suerte y te garantizan un matrimonio lleno de fidelidad, debiste quitarla del vestido sin dañarla.
—¿Esperas que un pedazo de metal y una araña arreglen algo que desde el principio ha estado mal? Lo siento madre, pero tus creencias no tienen significado, no en mi boda.
—Saldré a comprobar que el padre Martin haya llegado, aún no es hora pero quiero que bendiga esta casa, aquí todos se están poniendo rebeldes.
«Dramática, ya veo a quien se parece Sophie en esa parte» Pensó Rossabel mientras tenia un pequeña sonrisa, sacudió la cabeza como quitándose ese pensamiento y volvió a lo que estaba haciendo, peinar a Ivette.
Soltó las trenzas que ya estaban un poco secas por la toallas y los saltos de Ivette debido a la araña.
Recogió el pelo haciendo un moño por lo bajo del cuello y dejando tres flequillos adelante, le quedaba mejor de lo que imaginó.
Se miraba al espejo, maldición estaba increíble, lástima que fuera para aquel odiota.
Estando lista solo le quedaba esperar un momento más y luego bajar a reunirse con los demás.
«Esta boda es tan ridícula y humillante, no sé como pudieron conseguir licencia para esta locura».
Estaba frente a la ventana, admirando el día, Rossabel la interrumpió.
—Creo que ya debemos ir.
Estaba por hacerse un nudo en su garganta pero no se dejó, ella también podía ser cruel como Caden.
Se sentía tan raro ver solo tres personas en una boda.
Caden había llegado casí al mismo tiempo que ella, era increíble que con solo vestirla hubiesen durado toda la mañana.
Tenia un traje n***o como los que usaba siempre, su pelo recogido en un moño y una seriedad en su rostro, parecía no importarle nada a su alrededor.
Al llegar hasta los demás Caden no mostró ningún gesto amable, saludó fríamente y procedió a decir...
—Acabemos con esto por favor.
—Esto tiene un nombre, hombre de las cavernas—. Dijo Ivette en un tono muy bajito
—¿Qué dijo?—. Preguntó indignado, había escuchado todo.
El padre Martín interrumpió lo que podía convertirse en una discusión.
—Hijos mios, hemos venido aquí con la intención de unir esta pareja en sagrado matrimonio, como ya saben el matrimonio fue creado por Dios para que nadie viva en adulterio.
Ivette mantenía la cabeza baja mientras el padre hacia unas oraciones en latín, sus padres se mantenían en atención aunque sabía que no entendían nada de aquellas palabras.
Erun duo in carne una...
Non enim c****s matrimonius facit sed maritalis effectio.
—Nunca había hecho esto,me resulta incómodo—. Dijo el padre Martin, parecía aturdido de verdad, en su larga vida como sacerdote nunca nadie le había pedido que lo casara de una forma tan rara.
—Pienso lo mismo, creo que deberíamos aplazar nuestra boda para el otoño, cuando las cosas se puedan hacer mejor.
Se acercó un poco y le susurró.
—Puedo hacer la boda más impresionante de esta pueblo, simplemente no me dio la vuluntad y resulta que así es como la quiero— lo miró horrorizada, estaba demostrando que la boda no le importaba en absoluto, no sabía que quería de ella—. Por favor continúe.
El padre asintió con la cabeza y abrió la bíblia para citar algunas palabras.
—Y dijo Dios nuestro señor en Mateo...
¿No han leído —replicó Jesús— que en el principio el Creador “los hizo hombre y mujer”, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”? Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
Tanto Ivette como Caden se habían sentido raro en esa parte, el padre Martin sabía que pasaba algo pero sw limitaba a opinar, solo que al leer las sagradas escrituras usaba un tono como si quisiese decir algo más.
Volvió a hablar.
—Y debo decir, Caden LeBlanc, ¿Aceptas tomar a esta mujer como esposa?
—Acepto.
—Prometes amarla, cuidarla y serle fiel todos los días de tu vida hasta que Dios nuestro señor mande a buscar a uno de los dos?
—Sí—. Al responder no miró a nadie.
—Ivette Chadburn, ¿Aceptas a este hombre como esposo para serle fiel, amarlo, obedecerlo y cuidarlo todos los días de tu vida hasta que la muerte los separe?
Dudó un instante y miro hacia donde se encontraban sus padres esperando a que ella diera el sí.
Decir que no arruinaría todo, el padre Martín no seguiría con ese absurdo y protestaría para que ningún sacerdote llevara a cabo aquella unión.
En ese momento muchas cosas pasaban por su cabeza, pensaba en el pasado con Dawson. Hasta pensaba en lo que le había dicho Rossabel sobre alguien que no correspondía su amor.
Finalmente respondió, su padre le lanzaba una mirada cargada de amenazas sin tener que abrir la boca.
—Si, acepto.
—Por el poder que me confiere la iglesia yo los declaro marido y mujer, lo que Dios a unido no la ha de separar el hombre.
Y con aquellas palabras ya se había convertido en la esposa de Caden, Ivette de LeBlanc y condesa de Wiltshire, bueno, futura condesa.
Habiendo terminado la ceremonia tal fatal era hora de despedirse, Caden caminó por su lado no parecía importarle en lo más mínimo su presencia.
Cuando pasó frente a su padre se detuvo para darle un abrazo y susurrarle.
—Su sufrimiento será mayor que el mio, solo espere a que la conciencia no pueda más y empiece a pasarle factura—. Lo abrazó fuerte a lo que le dedicaba una sonrisa amarga.
Su madre la esperaba con lo brazos abiertos.
—Te has convertido en una mujer, se que me harás orgullosa.
Retuvo algunas lágrimas, no volvería a llorar frente a Caden.
Subió a la habitación de Sophie y luego de horas llorando Rossabel fue a por ella.
Ella también sufría ver a quien creía ser el amor de su vida unida para siempre a otra persona. Un viaje sin retorno.
—Su esposo desea que partan, ya sus maletas fueron subidas a un carruaje, solo espera por usted.
Se despidió nuevamente de Sophie con un abrazo fuerte y siguió a Rossabel hasta la salida.
Sus padres estaban allí, esperaban ver cuando se marchara.
Caden había expresado que prefería partir hacia su casa al anochecer, Gregor desconocía sus motivos pero aceptó.
Mirando por el que dejaba de ser su hogar se subió al carruaje, trató de estar lo más lejos de Caden, lo había olvidado lo que le esperaba esa noche.
Siguiéndola el también tomó asiento, lo chistoso es que tampoco hizo el esfuerzo por acercarse a ella, desde que se subió fue en total silencio hasta que llegaron.
Unos sirvientes tomaron las maletas de Ivette y la llevaron al interior de la casa.
Ella estaba en la puerta, esperaba que Caden le diera su mano para ayudarle a bajar pero eso nunca sucedió, Caden ni siquiera la miraba, ya se había bajado y parecía estar observando los caballos.
Ignorando aquello se bajó ella misma y siguió uno de los sirvientes al interior de la casa, todos dormían, solo los sirvientes parecían estar avisados de que ellos llegarían.
Una mujer condujo a Ivette a una habitación, Caden estaba detrás de ella.
—¿Esta será nuestra habitación?—. Preguntó Ivette mientras lo fulminaba con la mirada, pero el no parecía sentirse amenazado.
Él la observó durante unos minutos y luego ordenó a los sirvientes retirarse.
Levantó una ceja y le dedicó una sonrisa pícara, Ivette se imaginaba que la tomaría, al fin y al cabo era su esposo.
Para su sorpresa solo cogió su muñeca con cuidado y le dio un beso en el dorso de la mano.
—No hay una habitación nuestra. Yo jamás dormiré en la misma cama que tú, víbora—. Se retiro y la dejó en medio de una confusión.