La inquietud no la abandonó tiempo después de que se marchara Gideon.
Cuando por fin la dejó, sintió una sensación amarga que le retorció el estómago. Eso la perturbó. En realidad, toda la situación lo hizo.
Lo había besado. No. Más bien, lo había hecho él… y luego ella lo había seguido.
La sensación de sus labios todavía permanecía hormigueando sobre los suyos, que ahora se sentían dolorosamente anhelantes. ¿Por qué había sucedido aquello?
Se suponía que estaban discutiendo y, de un momento a otro, se encontraban besándose como si en su lugar necesitaran el oxígeno que se intercambiaban entre cada beso. Él ni siquiera pareció sentir algo al respecto cuando la dejó. Eso la había hecho sentir enfadada.
Que Gideon no dijera nada se suponía que debía de ser algo bueno. No lo hizo.
Janet subió las escaleras, caminó hasta su habitación y, luego, se desvió hacia el baño. Necesitaba algo que le hiciera despejar las ideas. Eso era un baño de agua caliente y mucho tiempo a solas.
Una vez entró, se quitó la ropa rápidamente y entró en la bañera tras encender la estufa para calentar el agua. Todo cobró un sentido diferente cuando el agua golpeó con su cuerpo y empezó a calentarlo. La imagen de Gideon antes y después del beso. Toda la situación le resultó como si estuviera leyendo uno de los libros de Daisy.
Era tan surrealista que le costaba creer que de verdad hubiera pasado aquello. Trató de repetirse que se trataba de Gideon. Él no tomaba a nadie en serio y, mucho menos, su propia vida. Precisamente por eso, los londinenses sabían de él.
La oveja negra de la familia Hamilton.
Rafael, el mayor, había sido conocido por su larga lista de amantes, pero su tiempo en el ejército lo había cambiado.
Gideon, sin embargo… se suponía que debería haber hecho años en el ejército. Aquello no había sucedido. Una autentica lástima. Eso probablemente lo hubiera cambiado o, al menos, lo hubiera convertido en un hombre más sensato.
Con ello, claro, no justificaba las guerras. Lo que le había sucedido a Rafael durante el poco tiempo que estuvo fue suficiente para aborrecer lo que sucedía en aquellos lugares. No obstante, era un hecho que la disciplina que allí obtenían hubiera sido ideal para Gideon.
Dejó escapar un suspiro.
Que lo único que hiciera fuera pensar en Gideon era totalmente contraproducente. La idea del baño había sido la de relajarse, no preocuparse más. Ahora, sin embargo, lo único que podía pensar era en aquel hombre al que había besado.
¿Cómo diantres había sucedido eso?
Gideon
El humo del cigarro se elevó lentamente danzando hacia el techo. Una risa ronca brotó desde el pecho y se levantó entre el gentío y el sinuoso número de personas que se encontraban acompañándolo en el bar.
Gideon observó, divertido, las cartas que sujetaba entre sus dedos antes de alcanzar el vaso de whisky que se encontraba a su derecha. Tenía tres ases y dos reyes en una misma mano. Trató de contener la sonrisa que amenazaba con cruzarse. Era imposible que perdiera en aquella partida.
-Oye, Gid, últimamente he escuchado algo bastante curioso. Algo sobre tú y esa tal Dawnson.
Sus ojos se dirigieron hacia él, veloces como dos chispas a punto de formar un fuego gigantesco.
-Janet -acotó-. No es “esa” tal Dawnson.
Thomas pestañeó antes de encogerse de hombros.
-Lo que sea.
Otro de los miembros de la mesa rió.
-¿Es eso cierto? ¿Estás tratando de tirarte a esa mujer?
Por alguna razón, aquel comentario despreocupado hizo que le hirviera la sangre. Sus intenciones hacia Janet no eran ningún secreto, pero había algo en cómo lo había hecho sonar que lo había hecho sentir enfurecido. Como si fuera un objeto.
Diablos. Para él ni siquiera era algo serio.
Janet era el tipo de mujer con el que jamás podría compartir una vida. Estarían todo el tiempo discutiendo y, aunque eso a menudo lo encendía, no era algo que fuera capaz de soportar durante el resto de su vida.
Una relación romántica con ella acabaría en divorcio seguro, si es que no terminaba con su propia vida antes. Solo pensar en eso le hacía apretar los dientes. Simplemente pensaba en tonterías. El beso que habían compartido más temprano lo había aturdido y ahora su cabeza inventaba futuros probables con niños y un matrimonio que terminaba en desdicha mucho antes de que hubiera comenzado.
Todo era una maldita mierda.
Su compañero soltó otro comentario. Solo comprendió algunas palabras: Janet y algo sobre un buen culo para ser follado.
Fue suficiente para levantarse y darle un puñetazo que lo volcó y lo dejó tumbado en el suelo. No tardó mucho antes de que el resto de los miembros del bar empezaran a saltar y a golpearse unos a otros. El alcohol a menudo podía tener ese efecto.
Algo lo golpeó por detrás, pero lo ignoró. Ya había tenido suficiente de toda esa mierda. Su mirada se cruzó con la de Thomas, quien se cruzó de hombros.
-Ese tío era un idiota. No deberías de haberle hecho mucho caso.
-Insultó a Janet.
Su amigo tuvo el descaro de sonreír.
-Pero tampoco decía algo que no fuera verdad. Comenzaste todo este juego porque querías acostarte con ella.
Tuvo que morderse la lengua porque sabía que su amigo tenía razón. Él había comenzado todo aquello, no era el más indicado para enfadarse. Un golpe, de alguien que no conocía, fue lanzado en su dirección y lo esquivó a duras penas. Había olvidado que se encontraban en mitad de una pelea de bar.
-Deberíamos irnos antes de que llegue la policía. No creo que tu padre encuentre divertido tener que volver a sacarte de la cárcel.
Hizo una mueca.
-Si eso vuelve a pasar, llama a Félix para que me saque. Él sabe cómo manejar a papá.
-¿A tu gemelo malvado? -frunció la nariz y esquivó un vaso-. Me cae bien, pero ese chico sabe como hacerte vender tu alma sin pestañear. Esto seguro de que tendría que pagar algo a cambio por sacarte.
Eso le resultó divertido.
-Pero no si yo soy a quien tienes que sacar. Es mi gemelo, Thom, no va a sacarte dinero si tiene que sacar a su hermano.
-¿Y Leo? -inquirió dando un puñetazo-. Él también podría sacarte.
Ni siquiera lo pensó.
-Leo ha sido expulsado de la academia. Ahora mismo papá lo tiene bajo supervisión así que dudo mucho que pueda hacer algo por mí.
-¿Y James? Corren rumores de que Rafael va a salir de viaje, así que lo descarto.
-James es como mi padre. Eso acabaría en gruñidos y regaños. Paso.
Thomas suspiró, sabiendo que solo le quedaba una opción.
-Entonces, salgamos de aquí antes de que de verdad tenga que contactar a Félix.
Aquello no duró mucho. Tal y como habían supuesto, la policía llegó al bar y empezó a enfrentar a todos los hombres que se encontraban peleando. Al instante, Gideon y Thomas alzaron las manos y esperaron tranquilamente a que los agentes se acercaran a ellos.
Lo último que necesitaba era dar una imagen más violenta de la que daba para que ellos pensaran que había comenzado la pelea. Aunque tampoco fuera muy equivocado.
El jefe de policía se acercó hacia ambos. Una sonrisa tiró de sus labios instantáneamente cuando tuvo al hombre malhumorado cerca.
-Me alegra volver a verlo, señor.
El jefe gruñó.
-Guárdate tus saludos para otro momento, Hamilton. Estoy harto de tener que verte en mi comisaría.
El pelirrojo sonrió.
-No me malentienda. Esta vez, prometo, que no ha sido culpa mía.
Sus ojos marrones se estrecharon.
-Te conozco bien, jovencito. Sé cuando me estás mintiendo y no me gusta nada. Más te vale que empieces a hablar antes de que hable con tu padre para que vaya a sacarte de la cárcel, otra vez.
-Lo dice como si fuera un delincuente que pasara su vida entre rejas -resopló-. Solo estaba defendiendo el honor de una dama.
-Una dama a la que quieres tirarte… -susurró Thomas.
Gideon le dirigió una mala mirada, no obstante, aquello no pasó desapercibido para el jefe.
-¿De qué diablos está hablando este mequetrefe, niño?
Gideon se encogió unos segundos.
-Solo estoy tratando de cortejar a una dama -pestañeó.
-No será otro de tus juegos, ¿verdad? -gruñó-. Más te vale no hacerle nada a esa pobre dama, o de lo contrario…
-No planeo hacerle daño -al menos, no intencionalmente-. Además, ella no deja de darme calabazas. No es una mujer fácil.
El jefe sonrió.
-Eso quiere decir que es inteligente y que sabe que no le convienes -dejó escapar una carcajada en su cara que no le hizo sentir nada bien-. Deberías de intentar serlo tu también y dejar de intentarlo. Estoy seguro de que esa mujer es demasiado para ti.
Aquel comentario le molestó.
Sabía que Janet era una mujer especial. Joder, sabía que era inteligente, además de ser hermosa de una forma que lo hacía endurecer, pero que se lo dijeran a la cara no le gustaba.
-Eso ya se verá.
Los ojos del hombre se estrecharon en los de él, antes de sonreír.
-Ya veo.
Nuevamente, aquello no le gustó.
Gideon frunció el ceño.
-¿Qué pasa?
El jefe abrió la boca para hablar, pero se vio interrumpido.
-¡Jefe, ya hemos sacado a todos los hombres del bar! ¡Estamos listos para irnos!
El jefe se detuvo, asintió y luego se giró a ambos hombres.
-Bien, parece que ya estamos listos para irnos. Moved vuestro culo hasta mi coche. Tenéis una noche pendiente en la cárcel.