Janet
-Entonces, ¿a dónde me llevas exactamente?
Gideon caminó con sus largas piernas y redujo el paso cuando notó que llevaba un tiempo corriendo detrás de él. Allá por dónde pasaban, las personas los miraban con curiosidad y comentaban a su paso.
Janet era consciente de que su ropa llamaba mucho la atención, pero estaba segura de que ese no era el único motivo. Las personas les miraban, sí, pero especialmente lo hacían las mujeres y estaba segura de que eso se debía a Gideon.
Él siempre sabía cómo atraer las miradas. La primera vez que lo conoció, tiempo después de conocer a Daisy, ella misma sintió la fascinación y atracción que solo él era capaz de transmitir.
Sus hermanos eran apuestos, pero él había resultado ser el más carismático de todos, en su opinión. Habían sido sus bromas, esas sonrisas que robaba de la gente con suma facilidad, lo que le hizo ser curiosa sobre él.
Luego lo conoció, y todo interés desapareció. Había resultado que ese chico encantador era un rompecorazones que solo iba de falda en falda como un Don Juan.
Ella no estaba dispuesta a pasar por eso.
-¿Qué te apetece ver?
Janet parpadeó, confundida.
-¿Perdona?
Se volvió hacia ella, arqueando una ceja.
-Digo -habló lentamente-. Que ¿qué es lo que te apetece ver?
Tuvo que obligarse a enfocar su atención hacia lo que él le estaba señalando. Maldición, se había metido tanto en sus pensamientos y en recordar lo horrible que podía ser Gideon, que había perdido de vista la realidad.
Ella no era así. Ella no se dejaba llevar por los pensamientos y los sentimientos. Para eso estaba Daisy.
-Cualquiera está bien -respondió, tratando de parecer desinteresada. En realidad, no cualquier película estaba bien para ella, pero se negaba a darle el placer de hacerle saber sus preferencias.
-Entonces, supongo que estará bien para ti si vamos con el Doctor Jekyll y Mister Hyde -sugirió mirándola de reojo.
Maldición. Esa era una película de terror.
-Está bien -respondió alzando la barbilla y rezando para que no fuera tan horrible como pensaba que era.
El cuerpo de Gideon se estremeció segundos antes de que empezara a reír.
-Oh, por Dios, Janet -carcajeó-. ¿Cómo de cabezota puedes ser?
Estaba confundida.
-¿De qué hablas?
Sus ojos brillaron, divertidos, mientras la miraban.
-Sé que odias las películas de terror. Te escuché hablándolo con Daisy -respondió, sin dejar de sonreír-. Tranquila, veremos a Oliver Twist… A menos que prefieras otra película.
Janet pestañeó, sintiéndose aturdida. Sus mejillas se sonrojaron, sintiéndose sorprendida por lo que acababa de pasar. Gideon se había burlado descaradamente de ella y, lo que era más sorprendente, sabía qué películas no le gustaban.
-Eres un… -balbuceó cuando terminó de asimilar lo que acababa de ocurrir-. ¡Gideon!
El hombre rio con más fuerza cuando su mano golpeó su brazo. Se sentía avergonzada por haber montado una escena.
-No puedo creer que hayas hecho eso.
Se calmó.
-Lo siento, preciosa, pero admite que ha sido divertido.
Janet arrugó su nariz ante el apelativo cariñoso que había utilizado para referirse a ella.
-No me llames así.
Sus cejas arquearon.
-¿Preciosa?
Ella asintió.
-Eso. No lo hagas -respondió-. No me llames por algo que no crees realmente.
Ahora él estaba confundido.
-¿Por qué no debería de creer que lo eres?
Ella miró hacia abajo y observó los pantalones que llevaba.
-Llevo pantalones.
-Lo sé -sonrió-. Los he visto.
Janet resopló.
-Sabes lo que quiero decir -dijo y luego siguió-. No vas a ver normalmente a una mujer caminar con pantalones por las calles. Yo lo he hecho, sí, pero es imposible que me encuentres atractiva con uno puesto.
-Eso es una mierda total, Janet.
Ella abrió los ojos, exaltada.
-¡Gideon!
-Sabes que tengo razón -acotó, tajante-. Me da igual lo que vistas. Si eres preciosa, lo eres sin importar lo que lleves puesto. Y debería de importarte una mierda lo que los demás piensen, mientras tú te sientas hermosa y feliz con lo que lleves.
Maldición, ese hombre sabía dónde apuntar para hacer que se sintiera especial.
Se aclaró la garganta.
-Gracias.
Él le sonrió.
-No las des. Como te he dicho, solo tu opinión importa. Que yo te vea o no hermosa, no debería de importarte.
-Sí, es cierto. No debería -miró hacia el frente antes de observarlo de reojo-. ¿Entramos? Creo que podría ver esa de Oliver Twist.
Una risa salió y brotó de su garganta cuando salieron del edificio y la brisa de la noche golpeó contra ambos, envolviéndolos en una fría capa helada. Janet permitió que la situación se asentara dentro de ella. Había visto una película junto a Gideon y no le había resultado incómodo o irritable. Casi se podría decir que había sido un avance en su relación desde que se conocieron por primera vez.
Relación.
Aquella palabra le resultó irónica. Ellos no tenían ninguna relación y el comportamiento impecable de Gideon solo se debía a las intenciones que había detrás: ganar una apuesta.
Tenía que controlarse a sí misma; de lo contrario, perdería la apuesta y, tal vez, su corazón.
Tembló de solo pensar la idea. Caer por Gideon no era una opción. Él era un hombre sin escrúpulos, que no dudaría en endulzar sus palabras para conseguir lo que se proponga. Esa clase de hombres eran los peores porque no temían herir los corazones de las personas.
-¿Todo bien?
Ella pestañeó hacia él.
-¿Perdón?
Gideon sonrió, marcando un hoyuelo en su mejilla izquierda que le resultó irresistible.
-Pareces centrada en algo -señaló su propia cabeza-. Me preguntaba si tenía algo que ver conmigo.
Maldito Gideon.
-Ya quisieras -replicó, obviando que, en efecto, era él quien la había mantenido ocupada en sus pensamientos.
Él soltó una risa y siguió caminando junto a ella.
-Creo que tienes miedo.
Eso le causó curiosidad.
-¿Miedo a qué?
-A enamorarte de mí.
Janet se paró al momento, obligando a Gideon a detenerse también.
-¿Perdona?
Él tuvo el descaro de encogerse de hombros y sonreír, burlón.
-¿Acaso me equivoco? -cuestionó-. Admito que puedo resultar irresistible, incluso sin proponérmelo.
Ella bufó.
-¿Alguna vez te han dicho que eres molesto?
Su sonrisa se amplió.
-Me lo dicen continuamente.
Janet trató de no sonreír. No quería darle la oportunidad de ver que le resultaba gracioso. En su lugar, decidió ser molesta.
-Siento decirte, que estás totalmente equivocado -se mofó.
Lo vio arquear una ceja.
-Ah, ¿sí?
Janet enderezó los hombros e irguió la cabeza, sin apartar los ojos de él. Era su momento para ganar la apuesta.
-Lo eres -dijo y, sin darle tiempo a responder, continuó-. Eres el ser más molesto, arrogante, irritable y narcisista que conozco. Te encantan las mujeres y no dudas en ir detrás de ellas, solo para conseguir lo que te interesa y, es precisamente porque sé cómo eres, que no conseguirás lo que te propones.
La ira brilló en sus ojos azules. Por primera vez, Gideon estaba furioso. Janet se encogió interiormente, pero echó rápidamente aquel sentimiento hacia atrás. Ahora no podía detenerse; si flaqueaba, él lo tomaría como una oportunidad.
-Veo que tiene una opinión bastante interesante sobre mí, señorita Dawson.
Ella sonrió. Había golpeado en su ego.
-Veo que te molesta. ¿Acaso he herido al señor Hamilton?
Gideon se acercó hasta que sus pechos se rozaron y el calor de su cuerpo se dirigió hacia el de ella. Janet inclinó la cabeza hacia atrás, arremetiendo contra sus sentimientos. Tenerlo tan cerca era algo perturbador.
Siempre se había limitado a observar a Gideon desde lejos, ahora lo tenía prácticamente al alcance de la mano.
-Parece ser que la señorita Dawson sabe cómo ser horripilantemente molesta, además de poseer una lengua que se asemeja bastante con una hiedra venenosa.
Ella pestañeó con la intención de parecer inocente. No lo era.
-Por lo que veo, le gusta bastante lo relacionado con la flora, ¿alguna vez ha pensado en estudiar herbología? Puede que incluso sea un jardinero estupendo.
-Eres molesta.
Eso borró su sonrisa al instante.
No era la primera vez que la llamaban así. No obstante, eso no había impedido que sus palabras hirieran dolorosamente. Lo siguiente que ocurrió, la sorprendió aun más e hizo que el dolor pasara a un segundo plano.
Las manos de Gideon agarraron sus mejillas, sorprendiéndole lo calientes que estaban sus palmas cuando la llevaron hacia él. Su boca carnosa se cernió sobre sus labios y una sensación, dulce y embriagadora, la desequilibró al instante.
Se sentía mareada.
Su boca se abrió, dando paso a la lengua caliente y astuta de Gideon, que entró rápidamente para comenzar un baile de lenguas. Janet jadeó, necesitando sostenerse a algo para no caer.
Todo en aquella situación parecía surrealista.
El aire se le atravesó en los pulmones, haciéndole perder el sentido y la noción de su entorno. Las manos de Gideon treparon por sus mejillas y se agarraron a su cabello apretándolo fuertemente contra su cabeza.
Las voces sutiles de las personas que pasaban alrededor llegaron hasta ella poco tiempo antes de que volvieran a perderse a causa de las acciones de Gideon.
-Gi…
No la dejó hablar porque volvió a avasallar su boca con vehemencia. Era como si Gideon se hubiera convertido en un náufrago sediento de agua dulce. Deseando la dulce tierra que había perdido cuando salió a la deriva en el barco.
Todo aquello se volvió confuso.
-¡Mierda!
Gideon exclamó y se alejó de ella como si, repentinamente, se hubiera quemado. Janet tomó una bocanada de aire y su pecho se elevó a causa de su corazón acelerado. Ambos compartieron una mirada; ella, sorprendida; él, como si hubiera pasado lo peor de su vida.
Janet trató de apartar la nueva sensación de dolor que punzaba detrás de su cabeza y que apretaba su corazón con fuerza, casi sofocándola. Se dijo que aquello no podía afectarla. No cuando no había sentimientos entre ambos.
La mirada de Gideon se dirigió hacia todas partes, pero nunca la tocó a ella. Bien, supongo que era momento de marcharse, pero antes…
-Será mejor que te limpies.
Él se tensó y la miró, alerta; Janet se estremeció.
-Te has manchado de mi pintalabios, límpiate a menos que quieras caminar por la calle con el rostro como si te hubieras metido una batalla de besos -se arrepintió al instante de decirlo. Tal vez, no había sido una buena idea recordarle lo que acababa de suceder entre ambos.
Una sonrisa tirante recorrió su rostro, mientras hacía lo que le había dicho.
-Gracias… -aclaró su garganta-. Deberías de hacer lo mismo. Yo… tú también tienes el rostro manchado.
Ella se movió automáticamente para limpiar el carmín que manchaba, seguramente, toda la zona que rodeaba su boca. Ahora se arrepentía de haberse pintado los labios. No había sido muy acertado teniendo en cuenta de que ahora cualquiera podría notar lo que había sucedido. Inesperadamente.
-Yo... debo irme -dijo, tratando de ignorar la vergüenza repentina que sintió.
-¡Espera! -exclamó-. ¿Por qué te irías?
Ella quiso sonreír sarcásticamente.
-¿De verdad me lo estás preguntando?
Su mirada se estrechó.
-Esto no significa nada, a menos que quieras que signifique algo.
Ella dejó caer todo su peso sobre la pierna izquierda.
-No estoy de humor para juegos, Gideon. Al menos, no ahora.
Él continuó mirándola, pero no se acercó. Agradeció que no lo hiciera; no se sentía preparada para sentirlo nuevamente tan cerca.
-Quiero irme. Quiero irme a mi casa -aclaró.
-¿De verdad quieres marcharte?
¿Sinceramente?
Ya no lo sabía.
-Debo irme.
Él asintió, en silencio y retrocedió. Janet dudó cuando él le ofreció su brazo, pero, finalmente, lo aceptó y empezaron a caminar uno junto al otro.
Quizá no era una buena idea después de lo que había pasado, sin embargo, ya estaba hecho.
-¿Todo bien entre nosotros?
La pregunta la sorprendió. Lo miró sutilmente, como si temiera encontrarse de regreso con aquellos ojos azules que ardían cuando la miraban.
Se aclaró la garganta.
-Todo bien.